VITERI PAREDES OSWALDO

PINTOR.- Nació en Ambato en 1931. Hijo legítimo del Dr. César Viteri López, Médico y ginecólogo “que trajo al mundo a medio Ambato”, político liberal que presidió el Concejo Cantonal entre 1941 y el 42 y luego fue Diputado por el Tungurahua y de María Elena Paredes Borja, hermana del Dr. Virgilio Paredes Borja autor de “Historia de la Medicina en el Ecuador”, todos ambateños.
Nació en la amplia casa paterna ubicada en la calle Darquea No. 211 y Mariano Eguez que tenía varios patios y para las temporadas de vacaciones viajaban a las haciendas Quillán – Loma de su abuela Lucía López España de Viteri y de su tía abuela Carmen Borja Viteri de Espinosa, donde hizo vida de campo en contacto con los hijos de los trabajadores y aprendió a ver y a entender una nueva realidad compuesta de los elementos agrarios tales como la cosecha del maíz, los encierros y corridas de toros y como era un muchacho curioso, de cinco años encontró una pastillita azul preciosa junto a un vaso de agua y se la tomó. Cuando llegó mi abuelo me preguntó ¿I la pastilla? Yo le dije que me la había tomado, pero si era para los gallos, me respondió. Felizmente el incidente no trajo consecuencias.
Tenía temperamento artístico. Un tío materno muerto joven, Mario Paredes Borja, había pintado. Lo mismo su abuelo Carlos Eufrasio Viteri Mantilla, que ayudado únicamente de una navajita decorada granadillas con hojas y hermosos motivos florales. Quizá por eso empezó a dibujar desde los tres años de edad buscando la atención de su padre. “Venía al mediodía, traía bajo el hombro los periódicos y se sentaba a leer. El periódico le cubría el rostro, yo sentía la barrera del periódico. Entonces, en los bordes blancos de las páginas que dejaba en el suelo, iba haciendo rayas porque no sabía escribir todavía.”
Cuando ingresó al pensionado Juan León Mera el profesor de primer grado anotó su inclinación por el arte y sugirió que lo apoyen, pero su padre quería verlo médico y lo tomó de ayudante en su consultorio para que pase los algodones y gasas y hasta le enseñó a poner inyecciones, a tiempo que su tía Alicia Paredes Borja, bibliotecaria de la Casa de Montalvo en Ambato durante toda su vida, le motivaba hacia la lectura. Primero leía la revista Billiken que le gustaba mucho pues traía juegos para armar “y esto desarrolló mi sentido plástico y constructivo,” después leyó de todo especialmente literatura oriental porque “caló muy profundamente en mi conciencia y en mi manera de ser.”
En 1945 viajó a Quito y entró de alumno interno al Colegio San Gabriel pero no se acostumbró al cambio pues era un espíritu libre al que no agradaban las severidades del claustro, felizmente el método y la paciencia de sus profesores hizo que se adapte. “Me volví muy disciplinado, ordenado y puntual.” Una tarde se extraviaron las llaves del portón principal del colegio y los directivos hicieron salir a los alumnos por una puerta que se conectaba con la colindante iglesia de la Compañía y quedó subyugado por la belleza de las columnas y los frisos, las esculturas y las molduras, los paneles y las pinturas, el amplio ambiente y el mínimo detalle, dentro de una hermosa armonía barroca dorada.
Para el terremoto del 5 de Agosto de 1949 se encontraba en Ambato y acompañó a su padre, Presidente de la Cruz Roja del Tungurahua, en diversos viajes a través de esa provincia, constatando la enormidad de los daños, sobre todo en Pelileo, población que desapareció completamente.
En 1951 regresó al Pensionado de Ambato donde finalmente se graduó de Bachiller en Humanidades Modernas. Por sus aficiones al dibujo sus compañeros le apodaban “Carbón Viteri.” Nuevamente en Quito, se matriculó en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central, creyendo que dicha profesión estaba más acorde con sus inclinaciones artísticas, mientras vivía en la pensión Aguirre.
El 52, un grupo de estudiantes de la Escuela de Bellas Artes de Guayaquil (Theo Constante, Luis Miranda, Simón Carrillo, el escultor Gómez, Ana Von Buchwald) se hospedaron en la misma pensión que Viteri, quien tenía varios trabajos suyos colgados en la pared de su pieza. Esa tarde, Luis Miranda, que era muy curioso, se dio cuenta de ellos y asomándose por la puerta le preguntó: ¿Es Ud. el artista? se hicieron amigos y Viteri les acompañó varios días por la ciudad, dándose cuenta de sus posibilidades como dibujante y tomó conciencia de su oficio de pintor.
En 1954, mientras cursaba el tercer año de Arquitectura, arribó de los Estados Unidos su amigo Gastón Ramírez Salcedo y le comentó que estaba trabajando para el Club de la Universidad donde estudiaba y quería hacerle un reportaje a! pintor holandés Juan Schreuder que vivía en Quito.
“Le acompañé y quedé tan impresionado con su taller que desde ese momento me convertí en uno de sus discípulos. Iba dos veces por semana a dibujar modelos desnudas y recibía sus pacientes observaciones pues era muy detallista.
El 56 contrajo matrimonio con Emma Benítez Guerrero pero terminó divorciándose. Entre el 56 y el 60 fue discípulo del pintor norteamericano Lloyd Wulf, “un hombre que fue un hermano, un hombre extraordinario”, haciendo dibujos figurativos y “para no caer en lo repetitivo tienes que romper contigo mismo, con tu estructura, con tu andamiaje, con tu pedestal, tener el valor de arriesgar es importante.” Su influencia también fue decisiva en cuanto a lo personal, entendiendo a su manera la vida, Wulf bebía muchísimo. Con lecturas y conversaciones le introdujo al estudio del budismo Zen para transformar la actitud personal frente a la vida.
En 1957 Eduardo Maldonado le motivó a exponer en el Museo de Arte Colonial de Quito y en el del Núcleo del Tungurahua de la CCE. El crítico Carlos Bravo – Malo Ruata escribió favorablemente de sus dibujos a tinta y carboncillo en “El Comercio.” También ese año trabajó como arquitecto en la Oficina de Planificación del Palacio Legislativo.
El 59 la Municipalidad de Quito se había propuesto resucitar el Salón de Artes Plásticas Mariano Aguilera. El día de la inauguración concurrieron los pintores consagrados y unos cuantos pintores jóvenes cuyos cuadros habían sido rechazados por el Jurado de Admisión y habían tenido que llevar lo suyo al patio del Museo. Entre los aceptados se encontraba Oswaldo Viteri, que en gesto solidario trató de retirar sus obras pero fue impedido por los guardias municipales que no le conocían y como los insultó, fue apresado vistiendo traje y corbata porque se inauguraba la Exposición. En el calabozo de la calle Sucre cercano al mercado de Santa Clara los demás presos – al verle tan elegante – opinaron que le habían encerrado por algún asunto de “hembras.” En otra ocasión gritó “Abajo el loco” cuando pasaba el carro presidencial de Velasco Ibarra y los guardaespaldas lo condujeron detenido al puesto de guardia del Palacio y “allí me pegaron”.
Ese año decidió viajar al exterior con sus amigos los pintores Guillermo Muriel, Hugo Cifuentes y Aníbal Villacís que llevaban una vida de bohemia intelectualizada en el célebre “Café 77” de la Chile y Benalcázar.
Trataba de encontrar la contradicción entre la rigidez académica de la Facultad de Arquitectura y la libertad de acción que le era tan apreciada como artista y comenzó a planificar seriamente un viaje a bordo del Transporte Aéreo del Brasil, aventura que demoró cuatro días con escalas hasta arribar a Río de Janeiro con Muriel, Cifuentes y Villacís. Al llegar se conectaron con los directores del Museo Nacional de Río de Janeiro donde expusieron varias obras que habían llevado pero no lograron venderlas.
Estando en Río de Janeiro y a través de su amigo Andrés Chiriboga fue aceptado en el taller del Arquitecto Roberto Burle Marx, diseñador y constructor de los jardines más hermosos del mundo, pero prefirió regresar a Quito a los dos meses, agobiado por la ola de calor imperante en esa capital y por cuanto no dinero y desde su cuadro los danzantes se especializó en crear personajes en entornos de carnaval.
A fines del 59 ayudó en el Taller de Oswaldo Guayasamín en la elaboración de varios murales de mosaicos de cristal, el de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central y el del descubrimiento del río Amazonas en la escalera de ingreso del Palacio de Gobierno. Su labor propiamente era artesanal pues tenía que cortar los mosaicos con alicate y colocarlos según el diseño original.
Ese mismo año ejecutó un Mural de Metales para el Ministerio de Obras Públicas de Quito y comenzó a dictar Dibujo Natural en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central con S/. 600 mensuales de sueldo. Vivía en la Avenida. América y Asunción.
En 1960 tentó el expresionismo simbolista y obtuvo el Gran Premio de la “Mariano Aguilera” con el óleo “El hombre, la casa y la luna” mostrando las esquematizaciones, que son composiciones dentro de una superficie dividida y estructurada, enteramente distinto a lo que hacían Enrique Tábara y Aníbal Villacís. Ese año ejecutó un Gran Mural compuesto de tres paneles pintados al óleo para el Embajador de Venezuela, José Luis Salcedo Bastardo, hoy en Caracas; casó con Marta Reyes Basante y logró el I Premio en el Salón Bolivariano de Guayaquil.
Por esos días Benjamín Carrión invitó a un selecto grupo de intelectuales para la fundación del Instituto Ecuatoriano del Folklore con Paulo de Carvalho Neto, Agregado Cultural de la Embajada del Brasil, como director.
Viteri recibió allí una formación en técnicas de Investigación para indagar la cultura de los pueblos precolombinos. Del grupo original, que fue muy numeroso, finalmente solo quedaron Viteri, Olga Fish, Jaime Andrade Moscoso, Leonardo Tejada Zambrano, Elvia Chávez de Tejada, Napoleón Cisneros y Alfredo Fuentes, a los que posteriormente se unió Vicente Mena y unos pocos más.
El grupo investigó en varios lugares de la sierra y costa, especialmente en Licán y en Sicalpa y entre todos publicaron un libro “Arte Popular en el Ecuador”. También ese año recibió una de las Menciones Honoríficas de la IV Bienal de Sao Paulo y el título de Profesor investigador de campo en la ciencia del Folklore.
El 62 comenzó a pintar cuadros abstractos y manchas. El 64 obtuvo el Cuarto Premio en la II Bienal Americana de Arte celebrada en Córdoba de la Argentina y volvió a lograr el Gran Premio en la “Mariano Aguilera” con “Dibujo No. 11 – 12”.
El 66 se graduó finalmente de Arquitecto con el proyecto “Un Museo de Arte”, fue designado Subdecano de esa Facultad pero tuvo que renunciar al poco tiempo porque el Rector de la Universidad Central le propuso la Dirección de la Escuela de Bellas Artes, que ocupó por tres años hasta su viaje a España. También le tocó dirigir el Instituto Ecuatoriano del Folklore.
El 68 realizó un sonado happening en Quito, uno de sus collages consistente en una mancha de pintura color rojo intenso como sangre sobre trozos de cáñamo con remiendos y huellas de quemadura fue calificado de escatológico y obsceno y que estaba haciendo souvenirs para snobs. La crítica reaccionó de tal manera porque no estaba acostumbrada a este género de pinturas, fue tomada de sorpresa y se asustaron un poco, dirían después.
Entonces también consiguió el Cuarto Premio en la I Bienal de Quito con un cuadro abstracto muy influido por la escuela gestual de Pollock y Klein y ocurrió que Carlos de la Torre Reyes había invitado al gran pintor español Manuel Viola, quien de regreso de Lima iba de pso para su tierra.
Viola se hospedó primeramente donde Guayasamín pero poco después se pelearon y recaló en uno de los talleres de la Escuela de Bellas Artes situado en la Mañozca y Diez de Agosto cedido por Viteri para que pinte comodamente, donde vivió seis de los ocho meses que pasó en Quito.
Durante ese tiempo Viola logró abrir el mercado del arte en Quito con una campaña de inteligentes promociones pues hasta entonces no se vendían los cuadros sino muy esporádicamente y a nadie se le ocurría coleccionarlos o decorar los interiores de sus casas con ellos.
Una tarde que se encontraban discutiendo sobre nuevas técnicas, tomó Viteri una casulla antigua de brocado, la cortó y pegó sobre una tela al lado de varias muñecas negras, que no eran fetiches ni ex votos, sino meros juguetes baratos confeccionados en los pintorescos comercios (cajoneras) de los portales de la Plaza Grande y de Santo Domingo. Dichas muñecas son representaciones del mestizo y del indio americano y para la codificación de los mensajes servía su número y ordenamiento. Viola quedó admirado y bautizó el cuadro como “Espejo de las parcas”.
Habían nacido los ensamblajes con muñecas artesanales y otros materiales que ha sido ampliamente aceptado en los medios cultos de Europa y los Estados Unidos. Los críticos reconocen que esta forma de expresión constituye el mayor aporte de Viteri por ser tan diferente a cualquier otra obra nacional pues “llegar a hacer una obra muy personal es asaz difícil”.
A comienzos del 69 emprendió viaje a España invitado por su amigo el torero Paco Camino y en Madrid entró en contacto con el pintor judío – polaco Maryan, iniciando una nueva etapa de dibujos a base de figuras, de la descomposición de la imagen, resuelta con entera libertad, para recobrar nuevas formas antropológicas, nos hicimos grandes amigos, pintábamos en el suelo. “Era el tremendismo goyesco transportado a la desconcertante realidad de nuestros tiempo, vislumbrado en sus nuevos dibujos, transidos de taladrante fuerza emocional”.
Maryan había residido en Paris como apátrida, había sido fusilado dos veces, en la segunda perdió la pierna derecha y andaba desde entonces con muletas y pintaba echado en el suelo. Luego radicó en New York y falleció accidentalmente cayendo en la bañera.
Mese más tarde regresó a Quito deseoso de expresarse a través de nuevas técnicas de sincretismo entre lo europeo y lo netamente americano. Finalmente el 72 logró la eliminación de todo virtuosismo en la pintura, quedando únicamente con la idea como arte, aplicando las expresiones espontáneas del creador popular. Por eso se dedicó a reagrupar las muñecas de trapo, ensamblándolas en la totalidad de la superficie. Algunas pintadas de negro porque no existen, porque son ignoradas. El alegre variopinto de ellas da una belleza sui géneris a este tipo de composiciones que son alegres, diáfanas, libres y auténticamente populares. Ese año participó con Benjamín Carrión en el Simposio “Arte, educación, sociedad” celebrado en Santiago de Chile.
El 76 y a base de las ganancias que le proporcionmó el boom petrolero por el que atravesaba el país, adquirió un terreno grande al pié del Guagua Pichincha, diseñó una casa museo, trasladó su colección de objetos arqueológicos y de pinturas y tallas coloniales, la habitó y fue feliz. De esta época es un auto retrato que se ha convertido en una pintura clásica y lo realizó para exponerlo en un marco colonial del siglo XVIII. El 77 ganó el Primer Premio en el Salón Nacional del Banco Central con un colage. El 78 viajó a París y trabajó dos meses en el antiguo y célebre Taller de Grabados “Clot, Bramsen et Georges”.
Nuevamente en el Ecuador ejecutó con su amigo el escultor Jaime Andrade Moscoso durante un año, el gigantesco Mural de Piedra de más de ochenta metros de longitud del Banco Central de Ambato. Entonces se le ocurrió presentar a la Fundación Internacional “Salomón R. Guggenheim” de New York, un majestuoso proyecto de escultura solar consistente en una instalación subterránea con un conducto por donde debería ingresar la luz para que, reflejándose a través de varios espejos móviles, alumbre la totalidad de la superficie interior y salga refractada por otro, de la misma manera que entró. Juego de luces que dará un mágico efecto al ambiente, provocando el arte visual a través de todos los sentidos.
De allí en adelante comenzó a exponer en las principales Galerías del mundo latinoamericano. En 1980 dictó conferencias en algunas Universidades del estado de Kentuky. El 83 participó como miembro del Jurado en la Bienal de Grabado latinoamericano de Montevideo y con Fernando Jurado Noboa conversó para la concepción de su libro “Las Coyas y Pallas del Tahuantinsuyo”. El 85 recorrió la mitad del mundo. Estuvo en el I Encuentro Taller Creativo de Artistas en América Latina, España y Portugal realizado en Jerusalén. Visitó China Popular, Japón y Tailandia, participó en un taller de trabajo de la Comunidad de artistas de Chongquing en China. El 86 en la Exposición de Arte Latinoamericano y en la XIV Conferencia General del Consejo Internacional de Museos celebradas en Buenos Aires. El 88 construyó un Mural en mosaicos de piedra para la Catedral de Riobamba y expuso en el Museo Rufino Tamayo de México.
El 89 intervino en varias Exposiciones en Londres, Estocolmo y Madrid, se jubiló en la Facultad de Arquitectura y por acuerdo de sus colegas fue declarado Profesor Honorario de la Universidad Central. En 1990 como Miembro en la VII Bienal de Arte Pairen realizada en Guatemala y en el Encuentro regional sobre formación y promoción de Artes Plásticas en América Latina y el Caribe en Caracas. Igualmente, expuso en la Galería “Art Forum” de Quito.
El 91 presentó una Muestra especial en el Museo “Nahim Isaías” de Guayaquil con ciento noventa obras entre tintas chinas, dibujos, desnudos, collages, ensamblajes y retratos, con tal motivo entrevisté a Oswaldo en el Hotel Ramada, conversamos sobre sus afanes artísticos y folklóricos. Era el intelectual comprometido con el presente de su Patria, que sin embargo estudiaba su pasado para comprenderla mejor. Vital, espontáneo, sincero, sin poses de suficiencia. En síntesis, un valioso exponente de la cultura y un gran ecuatoriano.
Sus investigaciones sociológicas y su participación activa en el Instituto Ecuatoriano del Folklore y en la Sociedad Amigos de la Genealogía SAG en busca de las raíces de lo autóctono y lo nuestro, le ha convertido en uno de los pintores ecuatorianos que más apasionadamente ha visto el mundo desde estas tierras equinocionales y desde el corazón oscuro de una cultura mágica y solar, según felices expresiones del crítico Hernán Rodríguez Castelo.
De estatura más que regular, tez andina, porte señero, ojos y pelo negro, contextura fuerte, trato sencillo aunque con risa solemne, mantiene un permanente amor por el pueblo del Ande que habita parte de su tierra ecuatorial y está considerado uno de los más importantes innovadores del Arte ecuatoriano del siglo XX.
El 2005 pintó la serie “Los Forajidos” visión esperpéntica de la caída del presidente Lucio Gutiérrez Borbúa, que ocurrió a consecuencia de un movimiento de masas fomentado económicamente por el propietario del Banco Pichincha, contra el régimen establecido. Los sucesos se dieron en las calles de Quito y el país contempló cómo el dinero puede motivar con absoluta felicidad reacción de la gente común.
El 2006 expuso en el Centro Cultural de la Universidad Católica de Quito una muestra completa de todo lo suyo titulada “Las Ceremonias” con numerosos ensamblajes compuestos de muñecas de trapo, antiguas casullas y trozos de cáñamo sobre una superficie con fondos de colores esenciales de preferencia rojo y negro, símbolos de fuerzas contrapuestas. También numerosos dibujos esenciales en simples bocetos, en apuntes de viajes, en máscaras. I no faltaron audaces ensayos (dos esculturas en madera) en total fueron presentadas alrededor de setecientas obras.
El 2007 realizó una muestra con setenta y cinco ensamblajes en el Museo Antropológico del Banco Central en Guayaquil, fue entrevistado, obtuvo gran publicidad, presentó ensamblajes oscuros y tenebrosos unos y otros claros y alegres, que tratan sobre la soledad y la multitud, la tragedia es la sombra y la luz es la vida.
Sigue habitando en una colina al norte de Quito, ubicada al lado de un pequeño bosque y desde el patio o altosano de su casa, que diseñara con amore, se puede observar al Guagua Pichincha y buena parte de la ciudad, teniendo casas multicolores sembradas bajo el dominio de la montaña. Como buen coleccionista conserva en singular desorden infinidad de esculturas, de tallas quiteñas, de lienzos cusqueños, algún gigante manteños de barro cocido y docenas de imágenes. Más allá de los escalones de vieja y lustrada madera, igualmente abarrotados de imágenes y de libros, dos enormes lienzos de su dramática versión de la guerra. Dos autorretratos suyos, uno con la edad madura y otro con el peso de todo lo vivido, finalmente el retrato de su esposa, salvado de la tentación de ser vendido. Padre de cuatro hijas, la mayor de su primer enlace, goza de la compañía de todas ellas.