VILLARROEL ORDOÑEZ GASPAR

ESCRITOR.- Nació en Quito en 1587 en casa pobre y sin tener su madre Ana Ordóñez de Cárdenas un pañal que envolverle porque su marido el Lcdo. Gaspar de Villarroel, docto jurisconsulto, había viajado a España (1) y fue el único hijo de este matrimonio que llevó el apellido paterno, pues los demás tomaron el de la madre que le venía del abuelo materno.
Creció bonito y con poco castigo, su madre le dio las primeras letras y de adolescente encantó por su buen porte e inteligencia, estudió en Quito y pasó con sus padres a Lima, donde se habían reunido nuevamente y vivían felices. Heredó de su padre la afición a las Bellas Letras, brilló como prosista y hasta compuso poesías, frecuentando a escondidas los corrales de comedias. Ingresó a la Orden de San Agustín.
A los veinte y un años en 1608 se ordenó y doctoró con una tesis teológica, ganó por oposición la cátedra de Prima de Artes en la Universidad de San Marcos y como orador no había quién le iguale en el Perú, al punto que el Visitador General de los Agustinos fray Pedro de la Madrid, le hizo su secretario y el Capítulo Provincial lo elevó a Definidor en 1622; al año siguiente fue Prior del Convento del Cusco y después fue Vicario en el de Lima.
La ambición y no la santidad lo llevó a España por Chile y Argentina, pues necesitaba mejores y más amplios horizontes. Ya tenía escritos desde el Cusco sus “Comentarios y Discursos sobre los Cantares y sobre el libro de los Jueces” del que lamentablemente sólo queda la noticia por la licencia que le fuera conferida. En 1631 imprimió en Lisboa su obra sobre la Cuaresma titulada “Comentarios, dificultades y Discursos Literarios y místicos sobre los Evangelios de las cuaresmas” y con ella llegó a Madrid donde escribió el segundo tomo en 1632 y el tercero en Sevilla en 1634. Pronto se agotaron las ediciones, cobró fama y su pariente García de Haro, Conde del Castrillo, que lo escuchó un día en el Convento de Constantinopla, quedó tan admirado, que lo condujo de vuelta en su carroza, al convento de San Felipe, donde residía Villarroel.
De allí en adelante lo tomó a su cargo y habló ante la familia real para que también lo escucharan. Felipe IV lo oyó y dijo que nunca se había sentido tan agradado con un sermón, premiándole con el título de “Predicador de la Real Capilla” y de allí en adelante, cuando Villarroel terminaba de hablar, el Rey se levantaba para ayudarle a bajar del púlpito, honor grandísimo y solemne por tratarse del más poderoso Rey de la cristiandad. En una de esas ocasiones un Consejero del monarca comentó a un compañero de Villarroel “estoy asombrado al ver que un americano, esto es, un indio, sea tan blanco, de tan buena figura y que hable tan bien el castellano como un español”, juicio que al ser conocido por Villarroel le molestó mucho, calificando a aquel sujeto de persona simple y sencilla, por no decirle ignorante.
Adquirió tan grande fama que lo buscaban para los panegíricos de algunas fiestas. Los actores de teatro le vieron también para que predicase en la fiesta que ellos acostumbraban celebrar anualmente el día de la Encarnación, pero Villarroel al verles trabajar, se formó tan mal concepto de ellos, que en vez de elogiarlos les maltrató. La reacción no se hizo esperar a tan adusta crítica pues le quisieron apedrear y los curas de la parroquia, interesados en la Cofradía, le dieron por baldado para su púlpito.
A cuatro llegaron los tomos que publicó en Europa, de exégesis bíblica, tema bastante abstruso; pero como el humanista mitigaba al teólogo debido a que la esencial virtud de sus letras clásicas humanizaba su comentario canónigo, vendía bastante y bien y a esto sumaba su fama como orador sagrado, por ello en 1637, tras ocho años en España, el Rey lo hizo Obispo de Santiago de Chile y tuvo que hacer un largo viaje no exento de peligros, consagrándose al año siguiente en la iglesia de su convento agustino de Lima por fray Francisco de la Cerna, Obispo de Popayán.
En su Palacio en Santiago de Chile hizo celebrar obras de teatro y en el claustro de los agustinos tres comedias, pero el Presidente del Consejo de Castilla se lo prohibió y tuvo que contentarse con seguir con las representaciones fuera del edificio. Celebrar comedias era cosa natural en Madrid pero nunca antes vista en América. Era pues, un obispo moderno, para su tiempo.
Su amigo el Conde de Chinchón,Virney del Perú le había aconsejado que como obispo “No lo vea todo, ni lo entienda todo y no lo castigue todo” si quería hacer un buen gobierno y parece que tan oportuna opinión le sirvió de mucho porque jamás tuvo incidentes que lamentar en su larga carrera administrativa.
Diez años llevaba de Obispo cuando sucedió el más espantoso cataclismo que registra la historia de Santiago de Chile pues el 13 de mayo de 1647, “al sentarme a cenar comenzó el temblor. Todos corrimos siendo yo el último y al salir a un patio interior cayeron los corredores y el campanario al sitio donde estábamos. A los primeros ladrillos fuimos dos personas derribadas.” Sus criados le buscaron con diligencia y guiados de una voz cansada y lastimera pudieron desenterrarlo y sacarlo vivo aunque herido por el golpe de una viga que había caído sobre su cabeza “mientras rescataban a mi compañero, que aún permanecía dentro. Poco después pude levantarme lleno de moretones pero indemne”.
Los sacrificios y trabajos que pasó auxiliando a las víctimas del terremoto le sirvieron para que el Cabildo de Santiago elogiara su conducta y en 1651 fue elevado al Obispado de Arequipa donde publicó su mejor obra: “Gobierno eclesiástico y pacífico”, que había escrito y terminado hasta 1647 en Chile, que le sirvió de escalón para ascender en 1660 al Arzobispado de Charcas, considerado uno de los cargos más pingues y con jurisdicción sobre Buenos Aires y Santiago.
En su obra, Villarroel describió varias anécdotas sobre las fricciones que ocurrían entre los poderes eclesiástico y temporal; es decir, entre los obispos y las autoridades administrativas, siendo motivo de injurias graves el orden o la prelacía en la asistencia a la ceremonia pública, donde los primeros puestos eran disputados como símbolos de honor y nombradía. Por eso adquirió mayor fama como escritor prudente pues su obra sirvió para solucionar disputas sobre triviales aspectos de etiqueta, hablando de la condición de los prelados, sus fueros, jurisdicciones, imposiciones, pleitos y homenajes; también trató de los entredichos ocasionados por las criadas, los permisos para ir de cacería a las haciendas de los Obispos, los beneficios populares de toros, la costumbre de taparse la mitad de la cara de las mujeres de Lima, etc.
Los poderes -dijo- son como dos cuchillos que se rozan y para evitar una mayor profusión de sangre, Villarroel gastó años de paciente trabajo escribiendo.
En 1660 apareció en dicha ciudad universitaria, la primera parte de sus “Historias sagradas y eclesiásticas morales, con quince misterios de nuestra Fe” que tuvo dos partes más. En 1661 dio a la luz “Primera parte de los comentarios, dificultades y discursos literales morales y místicos sobre los Evangelios de las domínicas de adviento y de los de todo el año”.
Murió satisfecho de su labor, en Charcas y de setenta y ocho años el 12 de octubre de 1665, siendo enterrado en el convento de las monjas Carmelitas de esa ciudad, que había mandado construir.
Por la importancia de los cargos que ocupó y más aún por sus obras, está considerado uno de los más ilustres quiteños de todos los tiempos.