PRESIDENTE DE LA REPUBLICA.- Nació en Quito el 6 de Mayo de 1829. Fueron sus padres legítimos el Dr. Ignacio de Veintemilla Espinosa nacido en Otavalo en 1792 y fallecido en Quito en 1855, abogado de severas costumbres, Secretario de la Universidad, Concejal de Quito, Ministro de la Corte Superior de Justicia, casado en primeras nupcias el 31 de Diciembre de 1820 con su sobrina segunda Josefa Villacís Ascázubi, (1802-1841) criada por Josefa Villacís Freile a quien consideraba su madre adoptiva, aunque en realidad la joven era hija natural del Dr. José Javier de Ascázubi y Matheu, Prócer del 10 de Agosto de 1809 y de Gregoria Arteta y Veintemilla (Hija natural a su vez de Pedro José de Arteta Larrabeitia, Caballero de la Orden de Calatrava, natural de Guayaquil, y de Juana de Veintemilla Bravo, cuencana)
El sexto hijo de una familia de medianos recursos compuesta de diez hermanos y algunos fueron insignes aventureros. Doña Josefa Villacís Ascázubi falleció joven en 1841 y su viudo casó por segunda vez con Joaquina Tinajero Llona (1813-1866) en quien tuvo seis hijos más, de manera que en sus dos matrimonios dejó diez y seis hijos.
Recibió las primeras letras en Quito, luego asistió una corta temporada al afamado Colegio Vicente León de Latacunga considerado el mejor de la República pero su padre tuvo que sacarlo porque no se avenía a ninguna disciplina. En 1835 pasó al San Fernando de Quito hasta que lo clausuró el Presidente Vicente Rocafuerte. De allí en adelante llevó una vida ociosa pero en 1846 entró al Cuartel, aprendió a jugar y a beber, costumbres que jamás abandonaría. El 47 fue Subteniente y como tenía una hermosa apostura y era simpático y galante, enamoraba a todas las chicas de Quito. El 49 fue Teniente y tuvo una hija natural.
Se le consideraba un bueno para nada más que para la diversión pues era sumamente gracioso y su personalidad brillaba por una fina y viril apostura. Alto de estatura, garboso por delgado y erguido, de pecho y caderas estrechas, pelo y bigotes rubicundos y ojos garzos entornados. Lo que se dice con prestancia natural. Por eso no había mujer que se le resista, su buena voz para cantar serenos a las más guapas y varios amigotes, contribuyeron a agigantar su fama de bohemio nocherniego.
El 50 tuvo un hijo natural llamado Antonio en otra dama, el 51 fue Capitán y combatió al gobierno de su pariente el Presidente Diego Noboa Arteta, quien dispuso su prisión. Caído Noboa se llevó bien con el Presidente José Maria Urbina. Por entonces contrajo matrimonio con Josefa Tinajero Llona que era nada menos que hermana entera de su madrastra y morigeró sus costumbres. Tuvieron tres hijos que fallecieron pronto y ella les siguió a la tumba. El viudo se desquició de nuevo. Su vida de cuartel era alegrísima y parrandera, por eso sus subalternos le querían y seguían a todas partes. El les decía cariñosamente “mis cachuditos” porque se abrazaba en las calles con sus mujeres y guarichas. En eso y en otras muchas costumbres – tenia amantes indias vestidas de anaco a las que paseaba libremente por todo Quito provocando un grave escándalo social – era un perfecto demócrata.
Entre 1857 y el 58 fue guarda espalda de su medio tío político el senador Gabriel García Moreno, quien temía ser atacado por algún “Taura.” El 59 le acompañó en sus andanzas cuando la creación del Triunvirato de Quito. El 5 de Junio asistió a la batalla de Tumbuco donde Urbina les derrotó en todas la línea. García Moreno a duras penas pudo escapar en el caballo color castaño que montaba Veintemilla, que por este gesto generoso quedó a pie y tuvo que salir corriendo y esconderse en una quebrada varios días. Al poco tiempo los agentes policiales del gobierno del Presidente Francisco Robles le tomaron prisionero en Quito, pero debió arreglárselas con algún chiste porque a las pocas semanas, sin saber qué hacer con él, ya que era un joven de buena pasta y hasta bastante inofensivo, le pusieron en libertad.
Entonces volvió a formar filas con los revolucionarios garcianos y el 29 de Enero de 1860 se comportó valerosamente en la vanguardia, durante la acción de Sabún, cerca de San Luis, en Riobamba, derrotando a las fuerzas franquistas del Coronel Manuel Zerda. Siguió en armas y realizó toda la campaña militar contra Guayaquil.
En la madrugada del 24 de Septiembre comandó el Primer Regimiento formado por dos Compañías de soldados reclutados en Babahoyo durante el paso del estero Salado, y por el sur de la ciudad de Guayaquil asaltaron la batería de la Legua posibilitando la derrota de las fuerzas franquistas. Tras esta acción militar fue ascendido a Coronel y le concedieron la medalla al “Arrojo Asombroso” que dispuso el Congreso. Entonces se hizo retratar en uniforme de gala y con ella al pecho. En 1.861 editó un manifiesto al público sobre la conducta de su hermano José como colector de sales en Babahoyo, con dos tablas, en 19 págs.
En 1863 fue Comandante del Regimiento de Lanceros y ascendió a Primer Jefe de la Artillería de Quito. Había formado la empresa llamada “Veíntemílla y Co.” que en Octubre recibió la concesión del gobierno para construir un astillero en gran escala en Guayaquil, de la clase conocida con el nombre de Dry – Dock, para la construcción y reparación de buques de vela y vapor, pero el proyecto no se pudo llevar a cabo por falta de capital.
En 1864, por la informalidad de García Moreno y la ambición del presidente colombiano Tomás Cipriano Mosquera, se produjo la segunda guerra con Colombia. García Moreno dispuso que el General Juan José Flores invada el territorio de la Nueva Granada y aconteció la vergonzosa derrota ecuatoriana en los campos de Cuaspud. Veintemilla cayó herido. Allí murió su hermano menor Carlos de Veintemilla, cuando al frente de la caballería fue diezmado por el enemigo.
Ese año pasó a Ambato con un cuerpo de ejército a fin de recibir al General Manuel Tomás Maldonado que arribaba preso desde Guayaquil. Le ofreció hospedaje en su casa de Latacunga y hasta le aconsejó huir, pero Maldonado se resistió confiadamente. Gravísimo error pues al llegar a Quito fue fusilado.
García Moreno ordenó la prisión de varios adversarios que fueron conducidos al interior del cuartel de Veintemilla, quien dispuso que al primer disparo se los amarrara, pero lo dijo con sorna, pues no se refería a amarrarlos con sogas sino con viandas y vinos, que personalmente obsequió a sus sorprendidos prisioneros; quienes, como es natural, quedaron agradecidísimos, o lo que es lo mismo, bien amarrados.
En 1866 estuvo de servicio en Loja, meses más tarde ocupó el Ministerio de Guerra y Marina con el Presidente Jerónimo Carrión. A principios del 67 encargó la cartera al General Julio Sáenz y se trasladó a la costa, levantando importantes fortificaciones en Santa Elena, Sono y Sagal. En la entrada del puerto de Guayaquil, en la Planchada, las Cruces y Saraguro colocó varias líneas de torpedos pues la Armada española del Almirante español Casto Méndez Núñez merodeaba por el Pacífico, amenazando con bombardear nuestros puertos.
Entonces fue ascendido a General de Brigada y en Octubre le encargaron los ministerios del Interior, Hacienda y la Cancillería por renuncia de sus propietarios. Cuando el Congreso entró a estudiar la descalificación del Ministro del Interior Manuel Bustamante del Mazo -yerno del presidente Carrión – envió una Escolta al Congreso y dijo a los diputados: Ofrezco retirar la escolta si el Congreso levanta la sesión y ambas Cámaras nombran Comisiones que traten con el ejecutivo acerca de una conciliación y como nadie le hizo caso, continuó la pugna y finalmente Carrión renunció y Veintemilla se quedó sin su ministerio.
Durante la presidencia del Dr. Javier Espinosa fue Inspector General del Ejército. Sus relaciones con García Moreno se habían agriado después de la caída de Carrión y el 68, estando próximas las elecciones presidenciales numerosos liberales presentaron su precandidatura a la Presidencia, sonando también el nombre de su hermano José. Como García Moreno aspiraba a ocupar la primera magistratura del país por segunda, ocasión, irritadísimo se dedicó a denigrar a los hermanos Veintemilla.
En Enero del 69 García Moreno tomó el poder en Quito, mediante un audaz golpe de estado. Los Veintemilla se alejaron definitivamente de García Moreno, que convertido en dictador volvió a mandar en el Ecuador.
En Marzo se produjo en Guayaquil la fallida revolución de José de Veintimilla que fue asesinado durante la refriega. García Moreno dispuso la prisión de numerosas personas en Guayaquil y Quito. A Ignacio de Veintimilla, que se hallaba en una pequeña propiedad agrícola en Pomasqui, le tomaron preso por sorpresa y llevaron a Quito. Se le quiso fusilar, alarmóse el vecindario, intervinieron los parientes Ascázubi y el tirano prefirió enviarlo desterrado junto al Coronel Juan Nepomuceno Navarro por las selvas de Mindo y Esmeraldas, bajo fianza que fijó en diez mil pesos y que pagó en Guayaquil su amiga doña Josefa Moran Avilés viuda de Onofre Pareja.
Se cuenta que al momento de abandonar Quito aconsejó al joven Manuel Cornejo Cevallos que la única manera de desprenderse del tirano García Moreno era asesinándole con veinte y tres puñaladas, recordando las que recibió Julio César durante los Idus de Marzo en el interior del Capitolio. Seis años más tarde García Moreno fallecía de catorce machetazos y siete disparos en plena plaza de la Independencia, sin que nadie le auxiliare.
En circunstancias precarias viajó a París donde habitó un pequeño cuarto al lado del viejo edificio de la Bolsa, aprendió el francés y aunque al principio le protegían sus leales amigas las Moran Avilés de Guayaquil después tuvo que vender caro sus favores a diferentes damas francesas ya no muy jóvenes pero si muy románticas, que se embelesaban en la compañía de un Adonis sudamericano. Por entonces hacía los días noches y las noches días pues rara vez se levantaba antes de las cuatro de la tarde y encima hasta demoraba en desperezarse y así entre buenos y malos ratos, pasó su tiempo en pobreza y alguna vez hasta en miseria cuando le escaseaban las damas.
En su destierro en París solía frecuentar los salones de la casa del rico hacendado balzareño Manuel Eusebio Rendón Treviño. Su hijo, el joven estudiante Víctor Manuel Rendón, años después le describió así: De arrogante estatura, facciones abiertas y atrayentes, mirada franca, labios risueños que sombreaba largo y caído bigote, afables maneras y palabras esmeradamente floridas, simbolizaba a mis ojos al héroe alejado de la Patria a raíz de una de las fuertes convulsiones del Ecuador.
Su padre Manuel Eusebio Rendón le enviaba siempre a visitarle con algún recado. Veintemilla le recibía invariablemente de buen humor y con afectuoso comedimiento y le regalaba los oídos con sus habituales frases bondadosas. Una tarde Veintemilla comunicó a su amigo Rendón que en breve no acudiría a sus tertulias por la noche, a causa del mal estado de su indumentaria de etiqueta, sin que le fuera posible proporcionarse otra nueva. Días más tarde Rendón le mandó a decir que había recibido de un paisano el encargo de confeccionarle unos ternos, pero sin incluir en la carta las indispensables medidas. Siendo aquel de estatura y corpulencia casi iguales a las del General, le pedía de favor que concurra a una sastrería de postín para que, tomandose las medidas, pudiera cumplir el encargo.
Cual no sería su sorpresa cuando a la vuelta de pocos días recibió un traje completo de etiqueta, con una tarjeta de Rendón que decía “Para el General Ignacio de Veintemilla.” Este comprendió que ingenuamente había caído en el amistoso lazo y se apresuró a visitarle diciendo: Solo a Ud. podía ocurrírsele la idea de tan señalado servicio. Años más tarde, cuando en 1880 Rendón volvió a Guayaquil estando de Presidente Veintemilla, éste le fue a visitar y preguntó en qué podía servirle. En nada mi General fue la respuesta pero Veintemilla insistió ofreciéndole un ministerio o la dirección de aduanas, a lo cual Rendón le pidió que se sirviera ordenar el forro de los estantes del edificio de la Gobernación porque los maderos daban mal aspecto a los extranjeros ¡Así será¡ Ud. siempre tan bondadoso, dando de vestir al desnudo. Descuide Ud. esos estantes tendrán también su traje de etiqueta.
Al ocurrir el asesinato de García Moreno el 6 de agosto de 1875 Veintemilla pudo finalmente regresar a Guayaquil ayudado por algunos paisanos. Montalvo, que le trató en Europa, escribiría después “Se levantaba a las tres de la tarde, salía a las cuatro y volvía a las cuatro de la madrugada” y esto porque siempre le gustó el juego, los amigos y tener muchas mujeres, lo que impactaba negativamente en Montalvo que siempre fue un sujeto de costumbres sociales severas y hasta se las podría calificar de exageradas y victorianas.
Nuevamente en Quito fue visitado por sus antiguas amistades que sabían sus estrecheces y como le encontraron con sus maneras pulidas y cierto brillo en sus ideas, se dejaron sorprender; bien es verdad que en el ingenuo y pueblerino Quito del siglo pasado, los viajeros de París provocaban una rara mezcla de curiosidad y admiración.
Meses después, a principios de 1876, fue reincorporado al ejército y aprovechando de su amistad con Ramón Borrero Cortázar, hermano del nuevo presidente, logró que lo destinen a la Comandancia General de la plaza de Guayaquil en reemplazo del Coronel Teodoro Gómez de la Torre, quien se había retirado debido a que se le habían comenzado a hinchar las piernas por el mal funcionamiento de los riñones.
En el puerto principal develó una conspiración del General Secundino Darquea y de los Jefes 1° y 2° del Cuartel de Artillería de apellido Palacios e Hidalgo, a quienes desterró a Lima. El Presidente Borrero creyó que se trataba de una retaliación pues Darquea había sido el autor intelectual del asesinato de José de Veintemilla el día de la revuelta en 1869 y airadamente le mandó a decir a su Comandante General que el gobierno no estaba dispuesto a vengar agravios ajenos.
Veintemilla se indignó, envió su renuncia a Quito y desde entonces comenzó a conspirar con los liberales Miguel Valverde, Marco Alfaro y Nicolás Infante, frustrados porque el presidente no convocaba a una Convención Nacional para que ésta derogue la Constitución garciana o Carta Negra, negativa presidencial que se conoció tras la publicación de la Circular a todas las provincias firmada por el Ministro del Interior Manuel Gómez de la Torre el día 26 de Mayo de 1876, desechando las peticiones hechas por los pueblos de Guayaquil, Santa Elena, Montecristi y Machala.
Por esos días debió ocurrir la anécdota contada por J. J. Pino de Ycaza en su obra “Retratos antiguos y papeles viejos.” Una dama de grandes arrestos, en una reunión social y delante de numerosas personas le preguntó al Jefe militar de la plaza Ignacio de Veintemilla, sobre sus corrinches revolucionarios; pero, éste, con la facundia y parsimonia que le caracterizaba, le respondió con sorna: No se preocupe Ud. que el honor del militar es como el de las damas, una vez que se pierde no se recupera jamás, en alusión a los dos hijos naturales que la señora había tenido (con el maestro Antonio Neumane Marno) durante el destierro político de su esposo en Lima, frase que llegó hasta Montalvo, quien la refirió en uno de sus escritos.
Denunciada la conspiración de los liberales guayaquileños, el Presidente Borrero, dispuso el cambio de mando y nombró al General José Martínez de Aparicio nuevo Comandante General del Distrito de Guayaquil y al Coronel Manuel Polanco y Carrión Jefe de la Artillería.
Estos hechos decidieron a Veintemilla – que continuaba de Comandante General de Guayaquil hasta ser legalmente sustituido – a formar causa común con los revolucionarios, no solamente con los jóvenes liberales como hasta entonces había estado conversando.
Corrían los primeros días del mes de Septiembre. Francisco Pablo Ycaza Paredes y el Dr. Juan Emilio Roca Andrade que actuaba de nuevo Gobernador se propusieron mandarle a tomar preso. El día 7 acordaron concurrir al Batallón No. 1 y al Cuartel de Artillería a mantener el orden en ambos. El Comandante del Resguardo, Juan Bautista Elizalde Pareja, con las fuerzas a su orden, debía aprender a Veintemilla y conducirlo al vaporcito “Centinela” que se encontraba en medio de la ría, hasta conseguir la rendición del Batallón No. 3 que se temía hiciera resistencia por ser la oficialidad veintemillista.
Mas, al conocer de este plan, Veintemilla tomó las medidas para evitar este golpe de mano, quedando de tal manera arregladas las cosas, que desde ese día estuvo hecha la revolución. Enseguida pasó a entrevistar a Ycaza y a Roca y les manifestó que se desligaba de todo compromiso con el gobierno, invitándoles a tomar parte de la revolución que estallaría al siguiente día, lo cual fue rechazado por Ycaza y por Roca, quienes intentaron llevar a cabo sus planes pero al no encontrar apoyo militar terminaron por dejar que los sucesos lleguen al no poder evitarlos.
Al siguiente día 8 de Septiembre se produjo la revolución. El Concejo Cantonal presidido por José Vélez olim) Bravo y Rico, e integrado por Gabriel Murillo Maldonado, Eduardo Wright Rico, Homero Morla Mendoza, Luís Felipe Carbo Amador, Isidro María Suárez y Suárez, Juan A. Galdós, Juan Manuel Venegas y de la Cuadra, Francisco Lavayen, etc. resolvió en la Sala de Sesiones deponer al Presidente Borrero y proclamar a Veintemilla, Jefe Supremo y General en Jefe de los ejércitos hasta que se convoque a una Convención Nacional Constituyente para que gobierne “bajo los verdaderos principios de la causa liberal”. También se acordó entregar el poder a Pedro Carbo Noboa por entonces en New York y el cambio de la bandera tricolor por la celeste y blanca guayaquileña. Veintemilla estaba encerrado en el Cuartel con los batallones 1 y 3 y la caballería. Una comisión fue a buscarle, abandonó el Cuartel y pasó a la Municipalidad, luego volvió al Cuartel en triunfo, seguido por gran cantidad de pueblo.
La bandera tricolor de Colombia ofrecida por Sucre a los quiteños como una promesa de amparo a la región del Sur e impuesta a la fuerza por Bolívar a los guayaquileños, fue siempre una tela importada, un pendón extraño, y al mismo tiempo la insignia gloriosa de una legión de soldados extranjeros, según opinión de Miguel Valverde.
En cambio, el emblema bicolor representaba dos grandes fechas históricas: el 9 de Octubre de 1820 y el 6 de Marzo de 1845, por consiguiente era ella y no la colombiana, la que debía ser la bandera de la Patria. Veintemilla aceptó con hipócrita intención el cambio y grande fue la sorpresa de todos los guayaquileños cuando, una vez proclamado Jefe Supremo e izado el pabellón celeste y blanco de los próceres, ordenó que la bandera tricolor subiera otra vez al tope. El pobre José Antonio Roca, cuya enfermedad mental había avanzado mucho, recogió del suelo la despreciada enseña que había sido bordada con amor por numerosas damas guayaquileñas y la hizo ondular sobre la cabeza del Jefe Supremo, que se encaminaba a los cuarteles seguido de la multitud (sic)
Esa misma tarde el General Francisco Robles se trasladó en el vapor Guayaquil con doscientos hombres y tomó la plaza de Babahoyo sin resistencia. El día 13 llegó la noticia a Quito, Borrero lanzó una Proclama convocando al pueblo. La clase media se indignó y acusó a los revolucionarios de Guayaquil de ser una amenaza contra “la religión del estado”, se habló de la Comuna de París y sus desmanes, de la Internacional de los trabajadores, del anarquismo destructor, etc.
Veintemilla designó Ministro General a Pedro Carbo, de Hacienda a José Vélez, de Guerra a José Sánchez Rubio y de Gobierno a José María Noboa Carbo, Gobernador a José María Caamaño Arteta y Jefe Político a Ignacio de Ycaza Paredes a) Loyola.
El 9 de Octubre Montalvo, que ya tenía más de tres meses viviendo en Guayaquil, publicó el primer número del “Boletín de la Paz” pero fue apresado esa noche y desterrado a Panamá al día siguiente por haber pedido en dicho impreso la suspensión de las operaciones de guerra, la retirada de los ejércitos, el licenciamiento de la tropa, la formación de un gobierno provisional y la dimisión de Borrero y Veintemilla y que fuere el pueblo quien, convocado en elecciones, elija al candidato de sus preferencias. De allí en adelante Montalvo sería el mayor enemigo del nuevo régimen. Por eso escribiría: Veintemilla no es conservador ni liberal. No es sino vinólogo y tahúr. Distingue perfectamente el cognac del brandy, el ron de la ginebra, conoce los lances del rocambor y de todos los juegos de azar.
Tal descripción constituye la primera parte de su personalidad. En efecto, era excesivamente perezoso, parrandero y trasnochador pero al mismo tiempo arrojado, señorial y elegante. Destacaba en las reuniones sociales encantando a las damas con anécdotas del París galante y cuentecillos chuscos y muy apropiados. A los caballeros tuteaba y divertía ganando sus corazones y convirtiéndose en el alma de toda reunión. Con poder en la mano se volvió un caudillo peligrosísimo pues dominaba a “sus soldados” y a la sociedad. Como anécdota curiosa se cuenta que en 1867 el Presidente Jerónimo Carrión le reconvino por dormir hasta el medio día en el Cuartel de Artillería con grave daño para la disciplina de los soldados que no veían a su Jefe sino en las tardes. Este, haciéndose el sorprendido, respondió: Pero señor ¿Cuando un Veintemilla se levantó temprano? refiriéndose a si mismo y a sus dos hermanos José y Carlos, igualmente dormilones, aunque Carlos ya habla fallecido en Cuaspud como quedó referido.
Entre Septiembre y Diciembre Veintemilla consolidó su dominio en las provincias del litoral y con el crédito obtenido en el comercio de Guayaquil adquirió material bélico muy moderno de los Estados Unidos, los afamados rifles de repetición marca Remington, antes no conocidos en el Ecuador, que le dieron una enorme ventaja sobre los constitucionales de Quito.
Veintemilla organizó una primera división compuesta de mil hombres bajo la dirección del General Vicente Maldonado que a finales de Noviembre salió por la vía de Yaguachi y se situó en Alausí que desde siempre ha sido la puerta que une la sierra y la costa, donde permanecieron listos para cualquier contingencia. Los primeros días de Diciembre salió de Guayaquil la segunda División con el General Guillermo Bodero con mil plazas compuestas de los batallones Libertadores, Guayas, Primero de Línea, Segundo con gente de Babahoyo y otras fuerzas tomadas en Santa Rosa, Daule y Machala, se concentraron en la última estación del ferrocarril de entonces, en el sitio Barraganetal.
Con el general José María Urbina, recién llegado como héroe después de un largo destierro de diez y seis años en Lima, comenzó el avance a la sierra el día 7 de Diciembre. Maldonado fue desplazado y su lugar ocupado por el General José Sánchez Rubio.
Los mil setecientos hombres de la segunda División salieron el día 8 de Babahoyo, ambos ejércitos se encontraron el día 12. Esta segunda División la comandaban Veintemilla y el General Francisco Robles y junto a mil setecientos soldados enfilaron hacia Guaranda, que desocupó el General Julio Sáenz Salvador dejando una corta guarnición compuesta de seiscientos hombres al mando del Coronel Quiróz. Entre tanto Urbina subía con dos mil hombres por Alausi, amagando sobre Riobamba.
El 14 de Diciembre se encontraron ambos ejércitos, el casualmente Revolucionario costeño y el Constitucional serrano en la loma de los Molinos y en Galte.
En la loma de los Molinos Quiróz había parapetado a los seiscientos hombres suyos en una ladera extensa, ubicada al otro lado del río. Veintemilla hizo vadear el río y trepó hacia un punto casi inaccesible, mientras el resto de sus hombres seguía hacia el Socavón, sosteniendo el fuego de los hombres de Quiróz. En dichas circunstancias se generalizó el combate. Veintemilla estuvo a punto de morir cuando una guerrilla le disparó al cuerpo, alcanzando la bala a rozarle y causarle una leva herida, en cambio su caballo murió de contado. Quirós, a pesar de su buena posición abandonó el combate y huyó hacia el interior de la provincia del Chimborazo donde sus hombres se disgregaron. Veintemilla entró a las dos de la tarde a Guaranda y al día siguiente – 14 de Diciembre – recibió al Sargento Mayor Hipólito Moncayo con el parte de la batalla de Galte. Con el mismo posta dispuso que Urbina marchara a Riobamba, mientras él seguía inmediatamente a Ambato.
En Galte, en cambio, el día 13 los revolucionarios subieron ´por el camino viejo hasta las gélidas alturas del páramo sin protección alguna situado cerca de Riobamba – Al amanecer del 14 tomaron el camino nuevo donde vieron algunos soldados enemigos que les estaban esperando y pronto la Segunda División halló al grueso del ejército Constitucional generalizándose los fuegos una hora hasta que entraron en combate los batallones Babahoyo y Yaguachi que flanquearon por la derecha. Este socorro impidió la destrucción de la Segunda División. A las tres de la tarde doscientos soldados revolucionarios y algunos jefes retrocedieron hasta el sitio donde se encontraba el Coronel Francisco Baquerizo Bustamante, quien los contuvo espada en mano, llevándoles nuevamente a las líneas, mientras la caballería gobiernista cargaba, pero fue rechazada por un pelotón a la orden del Coronel Enrique Avellán Usubillaga conocido como el diablo por sus éxitos con las mujeres, quien ventajosamente apostado en una ladera de difícil acceso a la caballería. En el desbande la caballería atropelló al paso a su Infantería que estaba en la vanguardia, llevando el pánico a la retaguardia que emprendió la fuga en todas las direcciones. Urbina dispuso que el batallón Tres entrara en batalla y se consumó la victoria a las cuatro de la tarde. Hubo mil bajas, muchos heridos fallecieron por la inclemencia del páramo pues cuando dos días más tarde arribaron las ambulancias, ya era muy tarde.
El 26 de Diciembre ambos Generales Veintemilla y Urbina entraron vencedores en Quito. Esta fue la primera ocasión que actuó un cuerpo especial de ambulancia formado por médicos y cirujanos de Guayaquil dirigidos por el Dr. Pedro José Boloña Roca.
Inmediatamente se inició el gobierno que fue en política contradictorio pues tuvo de opositores al clero y a los conservadores y a la extrema liberal encabezada por Juan Montalvo que nunca le aceptó.
Hasta ese momento Veintimilla aparentaba ser un liberal de conciencia dispuesto a lograr la regeneración de la República, acanallada por la negra y terrorista teocracia garciana. Mas, esta primera fachada pronto se diluyó y apareció el gobernante dispuesto a tranzar con sus enemigos los conservadores y los Obispos, con tal de apaciguarles y que le permitieran quedarse en el poder lo más posible.
Reorganizó el Concejo Cantonal de Quito. Concedió libertad de estudios y empezó a sentir la oposición de los conservadores que levantaron al clero. Uno de los primeros fue un fraile extranjero, franciscano, posiblemente de origen italiano y de apellido Gago, que en la mañana del l de Marzo de 1877 amotinó al pueblo contra el nuevo gobierno. El Ministro Pedro Carbo dominó la situación con su sola presencia pidiendo permiso al populacho educadamente, hasta que pudo llegar a donde se encontraba el padre Gago en medio de la plaza de San Francisco y le hizo retirar a su celda. Mas, al poco tiempo, cuando arribó la escolta policial para prenderle, el Padre Gago apoyado por el Guardián contestó que “solamente despedazado lo sacarían del convento” y cuando se retiraron los soldados, los frailes echaron al vuelo las campanas y uno de ellos salió con un gran crucifijo y arengó a una compacta muchedumbre formada por gente de dentro y fuera del templo que alzó en hombros al padre Gago y lo depositaron casi en triunfo en la Delegación francesa, ubicada a pocas cuadras de distancia, de donde éste tuvo a bien salir del país días más tarde. La compacta multitud llegó a cinco mil personas que recorrieron las calles adyacentes al templo y gritaban Viva la religión y Mueran los herejes, y hubo necesidad de ponerles al frente a tres batallones, que dispararon al aire para amedrentar a los revoltosos, que finalmente tras varias horas de bullicio, se retiraron.
En política religiosa mantuvo pugnas con los Obispos. De regreso a Guayaquil en camino desde la capital mantuvo una conferencia pública con el Obispo de Riobamba Ignacio Ordóñez Lazo a quien hizo solemnes juramentos y promesas de catolicismo, pero al arribar al puerto ordenó al Obispo Lizarzaburo una solemne misa en la Catedral por el triunfo de la revolución, pero el diocesano se excusó y entonces Veintemilla tomó para el gobierno los diezmos de la diócesis, dejándole sin dinero. En Loja hizo perseguir al Obispo José María Masiá y Vidiella quien tuvo que huir para evitar nuevos ultrajes pero fue apresado y conducido al exilio desde Guayaquil. Las rentas de ese Obispado también fueron tomadas por el gobierno, finalmente se las vió meses más tarde con Arcenio Andrade Landázuri hecho cargo del Obispado de Quito, y que pasó a vivir escondido en las selvas durante largos meses. De esta manera Veintemilla pudo doblegar a los jefes del clero, que envalentonados desde la época terrorista o garciana, querían seguir mandando.
El 30 de Marzo de 1877 fue envenenado el Arzobispo Ignacio Checa y Barba en la Catedral provocándose uno de los mayores escándalos políticos que registra la historia del país. Checa y Barba era un joven sacerdote de pensamiento europeo, moderno, culto – casi liberal – viajado por Europa y muy amigo de Veintemilla. Iniciado el proceso penal se acusó al grupo de jóvenes guayaquileños y liberales empleados en el Ministerio del Interior que casualmente habían asistido a la misa del viernes santo en la Catedral y fueron a prisión pero finalmente las sospechas mayores recayeron sobre el Canónigo Manuel Andrade Coronel, a) El Colorado y como éste se escudó en el fuero eclesiástico, todo quedó en nada pues el agrado de la familia Chaca finalmente no acudio a nadie.
En Mayo fue derrotada una insurrección en el norte y cuando llegó la noticia a Quito las autoridades ordenaron repiques de campanas pero se opuso el Vicario Capitular Arsenio Andrade Landázuri, hubo fricciones y el gobierno suspendió la vigencia del Concordado. En Noviembre el General Manuel Santiago Yépes invadió por el norte con gente armada en Colombia y ocupó Quito, pero a poco fue derrotado y se vió obligado a repasar la frontea.
Entre los aspectos negativos se cuenta que ordenó cerrar la imprenta del clero en Quito, dispuso que se latigueara al periodista Angel Polibio Chávez por causa de unos ridículos papelitos y el destierro de Federico Proaño por haber afirmado que el gobierno calificaba de terroristas a los conservadores. En Guayaquil había amenazado a los periodistas colombianos Bartolomé y Juan Antonio Calvo Fernández del periódico conservador Los Andes con irles a dar de patadas y botarlos al río con imprenta y todo. En esto, como en muchos aspectos más, se parecía a su hermano el General José de Veintemilla que era muy irritable y en cierta ocasión le había roto la cabeza al Cura Endara en media calle de Quito por haber publicado un escrito intitulado “Los dos Tontos”, en referencia a ambos hermanos.
En 1878, pacificada la República, se reunió la Convención Nacional en Ambato y Veintemilla fue electo Presidente Constitucional por cuatro años, dictándose una nueva Carta Fundamental el día 6 de Abril, que fue la novena que tenía el país.
Esta Constitución, muy liberal por cierto, constituyó una gran conquista del espíritu, un triunfo de las ideas del siglo de las luces pues consideraba que la soberanía no era un don divino si no que se originaba en el pueblo y así por el estilo, pero el Presidente Veintemilla jamás se acordó de ella.
Ese año comenzó el auge de la cascarilla llamada el Oro amargo a causa de su sabor y el Milagro de la salud por ser el único remedio entonces conocido contra la malaria y el paludismo considerados verdaderos azotes de la humanidad.
El país ganó muchísimo dinero pero tras la salida del gabinete del Ministro Carbo y decepcionados los liberales de las nuevas ideas personalistas de Veintemilla, comenzaron a retirarle su apoyo. Montalvo fue desterrado a Colombia, Alfaro a Panamá y solo quedaron los abyectos y obsecuentes servidores burócratas de siempre, que no conocen otro norte en la vida que la sobrevivencia a través del adulo al gobernante de turno.
Entre las principales obras públicas del régimen se cuenta la construcción de la vía del ferrocarril Guayaquil – Quito, que avanzó desde la población de Durán hasta el puente del río Chimbo, el Teatro Nacional Sucre, el restablecimiento de la Universidad Central cerrada por García Moreno para la creación de la primera Escuela Politécnica en 1869.
El 4 de Septiembre fue asesinado Vicente Piedrahita Carbo en su hacienda La Palestina. El escándalo tomó proporciones nacionales y en Guayaquil se conformó la Sociedad de la Tumba para descubrir al autor del crimen que resultó un sujeto extranjero llamado Eduardo Illingworth, venido al Ecuador con su tío Arturo, motivado por razones meramente pasionales. Piedrahita era amante de su esposa y tras el crimen abandonó el país y nunca más se supo de él.
En lo cultural los trabajos de los sabios Teodoro Wolf y Luis Sodiro en Geografía y Botánica progresaron enormemente. Las publicaciones de Juan Montalvo, sobre todo “El Regenerador,” causaron expectación.
En 1879 Veintemilla decretó el juego libre de carnaval y se tomó por asalto y con banda de música la casa de su amigo Honorato Cevallos, padre de tres bellísimas hijas, ubicada en el popular barrio de San Roque.
La Guerra del Pacífico entre Chile, Perú y Bolivia (1879 – 1881) provocó una migración de valiosos profesionales que fue acogida en su mayor parte en Guayaquil pues el Ecuador había declarado la neutralidad en el conflicto.
Las exportaciones aumentaron hacia el Perú, los precios de nuestros productos subieron a niveles nunca vistos y corría el dinero en la República.
Entre 1880 y el 81 hizo colocar las barandas de metal que ostenta el pretil del Palacio de Gobierno y que habían sido sacadas del Palacio de las Tullerías en Paris. Las cosechas fueron abundantísimas, especialmente la del cacao pues había comenzado el boom de este producto que duró hasta 1916. En cambio, Pedro Moncayo, en su Historia del Ecuador indica que el Ecuador pudo vengarse de tantos ultrajes en 1881 cuando el Perú había perdido su prepotencia en el mar y cuando sus derrotas repetidas en tierra habían dado a conocer la debilidad de sus ejércitos; pero sea para la ineptitud y egoísmo de sus gobernantes, sea para la apatía de un pueblo dominado tanto tiempo por un militarismo brutal, lo cierto es que los tiempos transcurrieron sin que el Ecuador diera señales de vida o de interés por sus derechos legítimos, su honor y su prestigio, ya que no lo hacía por lavar la afrenta que el Perú había estampado sobre el rostro de los ecuatorianos traidores, que le abrieron las puertas de su Patria.
A principios del 82 viajó a Guayaquil donde contaba con numerosos partidarios a fin de preparar su dictadura. Su bella y joven sobrina Marietta de Veintemilla Marconi, viuda de Antonio de Lapierre Cucalón, quedó en el Palacio acompañando a sus buenas tías. En la madrugada del 26 de Marzo el General Cornelio E. Vernaza Carbo reunió a los batallones en la Plaza Mayor de Quito a fin de proclamar su propia dictadura con el apoyo de los conservadores. Marietta se dio cuenta, bajó y lo destituyó en presencia de la tropa, que la aclamó con frenesí al grito de “Viva la Generalita” y “Viva la Mayasquerita” por el nombre de una montaña ubicada en la provincia de Carchi de donde era oriunda la mayoría de los soldados conocidos vulgarmente con el remoquete de Pupos de la Raya o sea rubios de la frontera.
Desde entonces Marietta asumió el mando del ejército en Quito y los miembros del Concejo Cantonal y empleados públicos proclamaron la dictadura de su tío, siendo la segunda pues la primera había ocurrido el 8 de Septiembre de 1876 en Guayaquil.
El golpe fue incruento y hasta logró algún respaldo en los pueblos, pero en Junio se insurreccionó Esmeraldas con Eloy Alfaro que llegó de Panamá y comenzaron las guerrillas a sembrar la intranquilidad en el litoral. Ese año 82, empezó a cambiarle la suerte al régimen, pues se registró una atroz sequía en todo el país – sobre todo en las provincias del austro donde el hambre hizo estragos – lo que agravó el descontento. Veintemilla empezó a resentirse con sus mejores amigos pues estos se pasaban a la oposición y para él, esta situación era incomprensible pues creía que la amistad estaba por encima de toda ideología.
En Julio se pronunció Manuel Serrano en Machala y poco después Víctor Proaño en Ambato, generalizándose el desorden en el resto de la República. Ezequiel Landázuri amenazó Quito por el norte pero fue derrotado. La provincia del Tungurahua se volvió a levantar con José María Sarasti y desde Lima llegó Francisco X. Salazar que avanzó sobre Zaruma, población que se sumó a los alzados.
Finalmente las fuerzas combinadas de Sarasti, Salazar y Pedro Ignacio Lizarzaburo que dominaba en el Chímborazo, avanzaron unificadas hacia el norte y pusieron cerco a Quito, que tras dura resistencia armada fue ocupada el 10 de Enero de 1883. Marietta se convirtió en la heroína de dicha jornada y apresada con sus tías y su amiga Dolores Jaramillo, pasó momentos muy duros.
Los Restauradores de la sierra formaron en Quito un gobierno plural compuesto de cinco personas que se llamó por ello el Pentavirato y enviaron tropas a la costa mientras Alfaro, que comandaba a los Regeneradores, sitiaba Guayaquil y pudo haberla tomado, pero caballeroso como era, esperó el arribo de los Restauradores en las llanuras de Mapasingue al noreste de la ciudad. Finalmente arribaron los serranos a las órdenes del General José Maria Sarasti.
Los combates se generalizaron durante los meses de invierno sin llegar a situaciones mayores justamente por ser la estación lluviosa, pero el 9 de Julio de 1883 un movimiento envolvente de ambos ejércitos hizo que cayera la ciudad.
Veintemilla, tras depositar sus vales por sueldos que sumaban doscientos mil pesos, cantidad que abusivamente tomó de las bóvedas del Banco del Ecuador y con los ciento veinte mil pesos propiedad de su familia en el Banco La Unión de Quito, que tenía consigo, se alejó a bordo del vapor Huacho con destino a Lima, comenzando la última etapa de su vida.
Primero estuvo algunos meses en dicha capital mientras Sarasti le acusaba de crímenes comunes y disponía su enjuiciamiento penal. La causa terminó con una sentencia que nunca llegó a ejecutarse y que le condenó como autor del robo con fuerza y violencia a los Bancos de la Unión y del Ecuador y culpable de abusos de autoridad y malversación de fondos públicos.
Para evitar cualquier orden de detención siguió a Santiago de Chile, pero en 1884 se reunió con los suyos en la capital peruana: Sus dos hermanas Dolores y Rafaela que eran beatísimas, sus sobrinos Carlos, Nicolás, Marietta e Ignacio, éste último, notable músico, con cuyo trabajo vivieron todos de allí en adelante.
En 1894 publicó en Santiago una Carta a Genaro Larrea sobre el fracaso del Tratado de límites Herrera – García en 3 pags: en 1895 intentó regresar al Ecuador como General en Jefe de la revolución liberal declarada en Guayaquil para lo cual envió a su sobrina Marieta a entrevistarse con el General Eloy Alfaro, pero éste se opuso cortésmente a tales pretensiones.
De allí en adelante, perdida toda esperanza del poder político, vivió oscuramente. Su hermana Rafaela fundó ese año de 1895 la Congregación de las Hijas del Santísimo Redentor adscrita a la Tercera Orden de San Agustín y cambió su nombre por el de Sor Rafaela de la Pasión. Actualmente se halla en trámite su causa de beatificación como paso previo a la santidad. En 1900 el Congreso ecuatoriano le reinscribió como General en el escalafón militar para que pudiera gozar del sueldo pues se hallaba en grave pobreza. Solo le quedaba su hermano Manuel.
En 1906 solía concurrir desde la tarde al Club de la Unión de Lima, siempre vistiendo de levita y sombrero de copa. Su persona era popularísima en dicho centro social. El y el General César Canevaro siempre eran los últimos en salir pues se retiraban del Club a eso de la cuatro de la mañana medios chumaditos.
Desde 1904 su sobrina Marietta vivía en Quito. El gobierno ecuatoriano le había devuelto la casa familiar inconclusa de la calle Benalcázar y la finca Tajanar cerca de Pomasqui, pero falleció en 1907 cuando preparaba un golpe revolucionario contra el Presidente Alfaro, su deceso fue repentino y a causa de una fiebre perniciosa o malaria cerebral que es fama que solo dura tres días. Entonces sintió el viejo General un deseo muy fuerte de regresar a su Patria, hizo testamento, empacó sus levitas y sombreros y volvió a Quito.
Arribó a Quito el jueves 18 de Abril tras veinte y cuatro años de ausencia y fue recibido por sus viejos amigotes, unos doscientos cincuenta, a quienes lanzó un discurso desde el balcón de la casa que seguía inconclusa. Se le veía viejo y pletórico – rubicundo y obeso – pero todavía fuerte, manifestó su más vehemente anhelo por la paz de la República y terminó dando vivas al progreso y al engrandecimiento del país.
Paseaba a veces por la ciudad. Le visitaban numerosas personas. Pero justo a los tres meses de llegado le salió un tumor en el muslo izquierdo y en Octubre fue operado. Desde entonces no salió de la cama. En Diciembre se le complicó la vieja herida de Galte en la pierna derecha pues estaba diabético dado su sobrepeso y los médicos decidieron amputarla. El padre jesuíta Manuel José Proaño se puso necio en quererle confesar a sabiendas que jamás había tenido ideas religiosas. Uno de los argumentos empleados fue que debía confiar en Dios, pues siendo su hermana religiosa, era esposa de Cristo. A lo que el General respondió con mucha gracia: “Si mi hermana es esposa de Cristo, espero que mi cuñado no me recibirá mal”.
Cerca de morir le llevaron el viático con la pompa tradicional de las viejas épocas que ya estaban casi concluidas, acompañamiento de amigos con rostros destemplados, los infaltables curiosos a esta clase de rituales, algunos parientes, varios sacerdotes y monaguillos con campanillas y hasta una banda de música del ejército por ser General. El pobre debió impactarse con esta demostración teatral, que anunciaba su pronta muerte. Dicen que se incorporó en el lecho con su voluntad muy disminuida, gritó que nada había tenido que ver en el crimen del Arzobispo Ignacio Checa y Barba (lo cual era una gran verdad pero debía decirla por si acaso hubiera todavía algún despistado) siguiendo inconsciente una costumbre funeraria judía pidió perdón, perdonó a sus malquerientes (eran bastantes) y finalmente lloró a moco tendido pero en eso se repuso y tornando a su antiguo humor socarrón, hizo acercar al General Francisco Hipólito Moncayo que concurría en nombre del poder ejecutivo y le dio la mano diciéndole de sopetón: ¡Me adelanto¡ Te tendré preparado el camino. El pobre Moncayo, que siempre tuvo fama en Quito de ser bastante sencillo y hasta impresionable, debió tragar grueso.
Veintemilla murió a las dos de la tarde del domingo 19 de Julio de 1908 a causa de una diabetes que le ocasionó un mal funcionamiento renal e hidropesía, complicada con la llaga de la herida de Galte, aunque alguien puso erradamente en la partida de defunción que moría de reumatismo, pero los médicos dijeron que era de “gangrena senil”, enfermedad que no existe y por ello no debe ser tomada en el puro y lato sentido del término.
La Capilla Ardiente para las exequias fue imponente. Estas se celebraron el lunes 20 en los salones de la Cancillería. Sus antiguos enemigos tomaron las fajas (Generales Flavio Alfaro, Manuel Antonio Franco, Fidel García, José María Sarasti y Rafael Arellano) así como el Ministro de Chile, Guillermo Pinto Agüero, a quien le tocó casualmente el nudo (1)
El duelo fue presidido por sus sobrinos Ignacio, Carlos y Nicolás de Veintemilla. Salió a pié el cortejo fúnebre desde el Ministerio de Relaciones Exteriores, siguió por el centro de Quito y finalizó en el cementerio de San Diego, allí tomó la palabra el Coronel Nicolás F. López, a) El Manco. El 21 hubo Funerales muy suntuosos en la Catedral, presididos por el Obispo Juan María Riera, O.P. que actuó acompañado de las comunidades religiosas y de los caballeros de la Inmaculada, sociedad a la que había ingresado, días antes, el inmaculado caballero decesado.
Fue un acontecimiento social de primer orden, concurrió el tout Quito, o lo que es lo mismo, la sociedad y los adinerados. Se dijo que había vivido y muerto en gran pobreza y se repartió una hojita volante con elogios entre la selecta concurrencia.
Veintemilla ni fue liberal ni conservador pero después del asesinato de su hermano José en 1869 se tornó anti garciano. Brilló por sus carismas, fue un líder indiscutible y hubiera podido hacer avanzar al país de haber tenido consistencia ideológica. El pueblo le decía “El Mudo” por su fama de tonto originada en los múltiples chistes, cachos y chascarrillos que le sacaba la oposición y que no le importaban en lo absoluto, es más, hasta le provocaban risa pues pensaba muy para sus adentros en la verdad de “ande yo caliente y ríase la gente”. Bien plantado, guapo, enamorador y divertido. Gozó de grandes simpatías por su bohemia y salados recursos para atraerse al populacho y hacer muchos amigos. Confianzudo, lisonjero, gracioso y extrovertido. No se casó al enviudar por puro mujeriego, pues se daba el lujo de cambiar rápido a las amantes, que le llovían casi todo los días. Por eso se ha dicho que amó más al amor que a las mujeres.
La parte obscura de su personalidad afloraba con los tragos, entonces se ponía rojo y violento y era capaz de cualquier villanía, como insultar al joven periodista Miguel Valverde en prisión y mandarle a dar de palos casi hasta morir.
Como buen soldado de cuartel amó el juego de cartas y de dados y despreció la vida de hogar y todo trabajo que no fuera el grito y la palabrota así como las frases de doble sentido; pero sus soldados le querían incondicionalmente pues era uno más entre ellos. Tal la personalidad compleja y hasta un poco aberrante de quien ejerciera por siete años el poder supremo en el Ecuador con veleidades liberales cuando en realidad nunca tuvo ideas políticas.
Montalvo, que era un esteta moralizante, no le perdonó jamás sus chabacanerías como el haber orinado en su presencia, durante un paseo con otros compatriotas, en plena vía pública, a vista y paciencia de todos y al pie de un árbol, en una esquina cualquiera del elegante boulevard de Sebastopol de París, costumbre por otra parte muy extendida en todo el Ecuador aunque jamás practicada por la clase media en la capital francesa. Por esta razón y por muchas otras le atacó con santa indignación usando de todos los adjetivos del idioma, de ahí que la personalidad de Veintemilla ha pasado a la historia muy deformada, bajo el apelativo de “Ignacio de la Cuchilla”, como si hubiera sido un sujeto sanguinario y malvado, cosa que no lo fue.