VEGA GARCILASO

CRONISTA DE INDIAS.- Nació en el Cusco el 12 de abril de 1539, hijo natural del opulento Capitán Garcilaso de la Vega y Vargas, oriundo de Badajoz, de los segundos conquistadores del Perú, llegado en 1534 con Pedro de Alvarado, “hombre afable y humano, benigno con sus vasallos indios hasta rebajarles considerablemente los tributos que le debían”, en su mesa comían a diario de ciento cincuenta a doscientos camaradas, fuera de algunos caballeros principales invitados especialmente, a quienes alojaba, vestía y proveía de las cabalgaduras de sus vastas caballerizas… Su madre fue la Ñusta Chimpu Ocllo, que al ser bautizada le pusieron por nombre Isabel Suárez, hija de Huallpa Túpac y nieta de Tupac Yupanqui, aunque de una rama venida a menos después de la derrota de Huáscar a manos de su hermano Atahualpa, época en que tuvieron que andar escondidos de los quiteños para no ser asesinados como el resto de la parentela.
En 1536 Garcilaso y sus tropas ingresan al Cusco, capital del imperio del Tahuantinsuyo que había estado cercada por Manco Inca y luego fue reclamada por Diego de Almagro.
El desfile se realiza por las estrechas callejuelas hasta el convento de Santo Domingo donde son recibidos en triunfo. Estaban congregados los nobles indios parientes de Huascar, sobrevivientes de la represión y matanza de 1531 efectuada por los generales quiteños de Atahualpa. Allí debió encontrar Garcilaso a la Ñusta Chimpu Ocllo, a la que hizo su mujer.
“En el tumultuoso desarreglo de la conquista, reciente aún el ejemplo de la desenfrenada poligamia de los príncipes autóctonos, el simple concubinato era aceptado, público y casi decoroso a los ojos de todos, así españoles como indios” de suerte que el joven Garcilaso vivió su niñez en el Cusco bajo los nombres de Gómez Suárez de Figueroa que recibió en el bautismo, que luego dejó a un lado; en una casa amplia, de piedra incásica, muy visitada por sus parientes indios miembros de las “panakas”, reputados nobles de sangre real y descendientes del sol, de quienes aprendió “muchas narraciones sobre el origen de los Incas, sus conquistas, sus leyes y costumbres y las características de su reinado”.
En 1545 ocurrió la venida al Perú de Blasco Núñez de Vela que provoca la insurrección de Gonzalo Pizarro. Los españoles se dividieron en dos bandos de suerte que los leales al Rey, entre ellos el padre de Garcilaso y otros vecinos huyeron a Lima. Gonzalo Pizarro entró al Cusco y amenazó de muerte a la familia de Garcilaso, su hijo, tenía seis años y permaneció en el campo ocho meses por temor a morir, en la sola compañía del ayo Juan de Alcobaza, dos hermanos menores y dos criados, mientras en la ciudad la casa de su padre en el barrio de Cusipata quedaba abandonada y el Capitán Hernando de Bachicao destruía parte de esa mansión con fuego de artillería, por considerar que es un monumento de infidelidad, ya que el propietario cambiaba de grupo sin ser fiel a ninguno.
En 1552 comenzó a asistir a la pequeña escuela abierta en el Cusco por el Canónigo Juan de Cuellar nativo de Medina del Campo. Años después Gracilaso recordaría que el Canónigo estaba tan contento del progreso de sus alumnos que decía que si por él fuera los mandaría a todos a Salamanca.
Ese mismo año su padre contrajo matrimonio con Luisa Martel de los Ríos, damita española recién llegada al Perú. Garcilaso tenía doce años y fue separado de su madre, quien se vio reducida a sirvienta de doña Luisa, pero como el viejo Garcilaso era persona de recursos, la hizo casar con un conquistador pobre llamado Juan de Pedroche, a quien obsequió varias chacras y de esta forma inteligente solucionó el problema doméstico creado por su propio matrimonio. Estos matrimonios afligieron profundamente al joven Garcilaso. Veía a su madre alejada y humillada, pero la visitaba y allí escuchaba a los parientes de las “panakas” con mucha atención.
En 1553 se produjo la sublevación de Francisco Hernández Girón y huyó del Cusco con su padre para no caer en manos de los rebeldes. Posteriormente los leales recuperaron la urbe, regresaron a la capital y su padre fue designado Corregidor gobernando la ciudad imperial hasta 1556.
Seguía viviendo en el hogar paterno, muy querido y atendido por su padre, que había recuperado sus riquezas y era uno de los vecinos más influyentes del Cusco, y hasta le hizo donación de una chacra de coca llamada “Havisca” ubicada en Paucartambo. Su ayo Alcobaza le había enseñado a leer y a escribir, tenía de profesor de latín al canónigo Lic. Juan de Cuellar que le dio “una excelente formación literaria y estilística así como nociones de costumbres españolas”; los quipucamayos del Cusco lo adiestraron en la lectura de quipus y nudos y en el quechua, lengua que hablaba a la perfección. Después, en España, aprenderá el italiano, su cuarta lengua tras el español, el quechua y el latín.
Sus amigos más cercanos eran el príncipe Paullu. Tito Auqui y Juan Pechuta pero su padre – viendo que el joven se expresaba mejor en quechua que en castellano – decidió darle otras amistades y lo rodeó de hijos de conquistadores llamados como sus padres Diego de Silva, Gómez de Tordoya, Gonzalo Mejía de Figueroa, Pedro del Barco, Pedro de Candía, Mancio Sierra de Leguízamo y le dio por padrino al Conde de Cifuentes. I como no hay educación completa sin viajes, emprendió algunos por diferentes partes del Alto Perú, residió en Potosí y en la comarca de Cochabamba.
En 1558 hizo su arribo al Cusco el Inca Sayri Tupac de paso a Lima. Había salido de su refugio en las selvas de Vilcabamba para incorporarse a la sociedad española y el joven Garcilaso fue a pedirle audiencia para su madre, siendo acogido con “las más honoríficas fórmulas de la etiqueta imperial” pues el Inca actuaba como soberano imperial y hasta ofrecía su mano a las autoridades españolas para que éstas la besaran.
Ese mismo año murió su padre y todo se trastornó en la familia. Las encomiendas pasaron a las dos hijas legítimas que murieron jóvenes, Garcilaso recibió un legado de cuatro mil pesos de oro y plata ensayada que le fuera asignado por testamento “por el amor que le tengo, por ser, como es mi hijo natural”. Así es que decidió viajar a España “deseoso de mejorar la condición propia y la de sus hermanos mestizos y su madre” presentando una petición al Consejo de Indias alegando los servicios prestados por su padre a la corona.. Antes de partir visitó al Corregidor del Cusco Licenciado Polo de Ondegardo, que le permitió conocer las momias recién descubiertas de cinco monarcas. Garcilaso entró en las piezas en que estaban depositadas y tocó la rígida mano de Huayna Capac, su ilustre medio tío abuelo.
El día 20 de Enero de 1560 de casi veinte y un años de edad partió del Cusco sin saber que jamás regresará. Viajó por Anta, Apurimac, Pachacamac, Lima, Callao, Panamá, Cartagena, las islas Azores, Lisboa y Sevilla. Sus primeros años de “exilio” fueron crueles por decepcionantes. Muchos de sus parientes paternos ni siquiera lo recibían pues era un mozo pobre y desconocido pero pudo encontrarse con Hernando Pizarro, con Vaca de Castro, con el padre Las Casas y otras personalidades. En Sevilla dependía de su habilidad para domar y montar caballos, actividad que le ayudó a ganar algún dinero. Presentó una solicitud al Consejo de Indias pidiendo la concesión de una pensión en razón de los méritos de su padre, pero tras largos meses le fue denegada por cuanto en la batalla de Huarinas Garcilaso padre había facilitado su caballo “Salinillas” al rebelde Gonzalo Pizarro en gesto de amistad, para que pueda salvarse. Pasó a Montilla, a casa de su tío paterno el Capitán Alonso de Vargas, casado y sin hijos con Luisa Ponce de León, que lo adoptaron; se dedicó al comercio.
En 1563 obtuvo permiso para regresar al Perú, viaje que pospuso al principio y luego -ya de mediana edad- indefinidamente, por una trapisonda sentimental de la que nacerá su único hijo llamado Diego de Vargas, que lo heredará; pero al que no menciona en sus obras. En 1564 sirvió de soldado en las guarniciones de Navarra al lado de su pariente y protector el Marqués de Priego. Es muy posible que después haya pasado a las Guerras de Italia, pero eso no está comprobado.
En 1568 intervino en la campaña contra los moriscos sublevados en las sierras de las Alpujarras cercanas a Granada con el grado de Capitán. Don Juan de Austria le tomó afecto y recomendó. Garcilaso intentó renovar sus pretensiones ante el Consejo de Indias, pero la falta de caudales le impidió iniciar nuevas causas.
Por esa época comenzó a escribir “para lograr bien el tiempo con honrosa ocupación y no malograrlo en ociosidad, madre de vicios” haciendo honor a su tronco familiar paterno del que salieron algunas de las grandes plumas españolas. Leyó en italiano a Abarbanel de Nápoles, más conocido como León el Hebreo; tradujo al castellano sus tres “Diálogos del Amor”, obra humanística, filosófica y sutil, de la escuela metafísica neoplatónica, que tanto influyó en la mística española. Igualmente se cree que lo tradujo al quechua, pero no se ha encontrado tal obra. Comenzó la “Historia de la Florida del inca” donde recoge los “principales hechos de la vida del Adelantado Hernando de Soto y de otros heroicos caballeros españoles e indios” a base de diversos testimonios de la conquista de la Florida, especialmente del que recibió del anciano y achacoso soldado Gonzalo Silvestre a quien entrevistó en Montilla, trabajo que ha sido calificado de “Epopeya en prosa” y apareció editado en 1605; se dio tiempo para hacer genealogías que coleccionará en la “Relación de la descendencia de García Pérez de Vargas”, su antepasado, libro que pensaba colocarlo como prólogo del anterior, pero quedó inédito y sin aprobación, publicándose recién en 1929, en Madrid, como simple rareza bibliográfica. Estaba, pues, perfectamente integrado en Europa.
En 1570 murió su tío dejándole una regular herencia en diversos bienes, con la expresa condición que la administración y las rentas serían de su viuda doña Luisa hasta el fallecimiento de ella.
En 1574 recibió la noticia de la muerte de su madre ocurrida en el Cusco, de quien tenía catorce años de separado. Ella le dedicó en su testamento un “recuerdo especial” pues le quedaba muy poco de su fortuna personal que había sido dilapidada por su marido. La heredó su única hija llamada Ana de Pedroche, esposa de su primo mestizo Martín de Bustinza, hijo menor de laincendio y princesa doña Beatriz Inca.
En 1586 su tía lo llamó a vivir junto a ella, dado su estado de avanzada enfermedad, permitiéndole administrar los bienes de la herencia ante la imposibilidad de hacerlo ella misma. Garcilaso había empezado a disponer de tiempo suficiente para la investigación histórica a la que era muy afecto. Dos años después murió su tía en Montilla y le dejó la mitad de su fortuna personal de ella. El 87 fue designado Procurador del Cabildo de Montilla. El 88 nació su hijo Diego de Vargas, habido en su ama de llaves Beatriz de Vega. El 91 vendió su hermosa casa en Montilla y se ausentó a Córdoba, dejando un administrador y recaudador de sus rentas. En Córdoba tuvo libros y pudo consultar a numerosos viajeros de indias, además consiguió la aprobación de su traducción de los tres “Diálogos del Amor” que publicó en Madrid en 1590, con una dedicatoria a Felipe II firmada con su nuevo nombre Inca Garcilaso de la Vega, “expresión auténtica de un mestizaje racial como cultural, plenamente aceptado y que se siente con razón, fieramente orgulloso”. Sus “Diálogos de Amor” veran una nueva edición en Madrid al siguiente año.
Estaba avecindado en una casa de la parroquia de Santa María la Mayor o el Sagrario, no lejos del palacio de sus parientes los Suárez de Figueroa, ordenado de Clérigo, gozando de la amistad de gentes de letras, pero con achaques y mala salud. Entonces inició una magna empresa: “Los Comentarios Reales de los Incas”, que dividirá en dos partes y trata sobre “el origen de los incas, reyes que fueron del Perú, de su idolatría, leyes y gobierno en paz y en guerra; de sus vidas y conquistas y de todo lo que fue aquel imperio y su república antes que los españoles pasaran a él”, obra compuesta con “atenta y pensada delectación, vista su niñez y juventud con la profunda nostalgia que infunde el destierro y la senectud con la clarividencia propia de viajes y experiencias”. En escribir esta obra pasó largos años, engolfado lenta y dulcemente en las remembranzas.
En 1594 trabajó en “Las lamentaciones de Job” de Garcí Sánchez de Badajoz, por pedido del padre Pineda. En 1597 apareció firmando como Clérigo en una escritura. El 98 murió en Málaga el padre Blas Valera, mestizo como Garcilaso, y encargó a los jesuitas que le entregaran sus papeles rotos en el saqueo de Cádiz.
En 1603 sus parientes cusqueños le solicitaron que conjuntamente con sus primos Melchor Carlos Inca (nieto del Inca Paullu, el más destacado colaborador Inca de los españoles) y Alonso de Mesa (también mestizo de sangre real Inca por ser hijo del Conquistador de ese nombre en una princesa cusqueña nieta de Huayna Capac) intercedieran ante el Rey Felipe III solicitando pensiones, privilegios y exención de servicios, pero ninguno quiso colaborar. Melchor Carlos por temor a que fuere disminuida la pensión que recibía del Consejo de Indias al enterarse sus miembros que existían otros muchos Incas en el Perú y Mesa por simple desidia. Con la solicitud le llegó a Garcilazo un árbol genealógico pintado en seda blanca con los retratos de sus antepasados, que se conservó por muchos años en la Real biblioteca de Madrid aunque hoy se encuentra perdido, así como un ejemplar del “Confesionario” primer impreso en Lima pues dicha capital ya tenía prensa e impresor. Este obsequio se le envió su antiguo ayo Alcobaza, que había ingresado al sacerdocio, solo para ganarse la vida.
En 1605 publicó en Lisboa, que entonces formaba parte del reino español, “La Florida del Inca”, que dedicó al Duque de Braganza. Tenía aprobada la primera parte de sus Comentarios, que también editó en Lisboa, en 1609, con su Escudo de Armas, dedicados a la princesa Catalina de Portugal, Duquesa de Braganza, obra que le ha dado fama universal y por la que se lo conoce como “El Príncipe de los Cronistas del Perú”.
Los peruleros en tránsito no dejaban de visitarlo, se escribía con parientes y amigos, de suerte que estaba enterado de los progresos y adelantos de su patria. Su privilegiada memoria también le servía de mucho y como aún conservaba los pequeños censos y juros sobre el marquesado de Priego, se mantenía con decoro y hasta con cierto lujo, porque usaba vajilla de plata sobredorada, adornaba sus aposentos, tenía diversas armas y hasta seis criados.
Entre 1592 y 1612 redactó la segunda parte de los Comentarios que titula “Señorío de los Incas” o “Historia General del Perú” habiéndose consultado con numerosos cronistas. En 1613 sacó la aprobación y licencia para su obra, pero la edición demoró hasta 1617, saliendo después de ocurrido su fallecimiento en Córdoba la noche del 22 de abril de 1616, a los setenta y siete años de edad.
Su Historia General está considerada una de las más grandes crónicas de América e influiría durante siglos en el modo de percibir la civilización Inca, escrita en una prosa cuya calidad supera a la de todos los cronistas de su tiempo en el Perú. La obra está fundamentada en lo que oyó de niño a sus parientes mayores y en lo que él mismo vio en las casas de los Conquistadores que frecuentaba, por eso constituye un testimonio de vista invalorable pero es algo más que eso, contiene material inapreciable para la antropología, la sociología, la lingüística, el arte y muchas otras disciplinas que se enriquecieron con su aporte americano y en particular andino, tratando de hacer calzar la historia y la estructura de la sociedad andina en moldes europeos, lo que a la postre sirvió con los siglos para transformar a las naciones hispanoamericanas en estados nacionales occidentales.
Dejó por testamento un pequeño legado a la Capilla de las Animas de la mezquita catedral de esa ciudad, donde había servido varios años como sacristán y allí fue enterrado bajo los blasones de los linajes paternos; Vargas, Suárez de Figueroa, Saavedra y Lasso de la Vega resaltados por el “Llauto” de la Casa Imperial de los Incas del Perú. I como era un sujeto preocupado de los detalles, se le puso en la loza sepulcral el Epitafio redactado por él mismo, que dice: El Inca Garcilaso de Vega. Varón insigne, digno de perpetua memoria, ilustre de sangre, perito en letras, valiente en armas, hijo de Garcilaso de la Vega de las Casas ducales de Feria e Infantado y de Elizabeth Palla, sobrina del Inca Huayna Cápac, último Emperador de Indias. Comentó “La Florida”, tradujo a León Hebreo y compuso los “Comentarios Reales. Vivió en Córdoba con mucha religión, murió ejemplar, dotó esta Capilla, enterróse en ella, vinculó sus bienes al sufragio de las ánimas del purgatorio. Son Patrones perpetuos el Déan y Cabildo de esta Santa Iglesia.”
A su esclava negra Marina de Córdova dejó una pensión anual de cincuenta ducados y un mandato para que sea liberada. El resto de sus pertenencias quedaron para su hijo.
En 1992, tras la visita del Rey Juan Carlos de España al Cusco, con motivo de los cuatrocientos años del descubrimiento de América, sus restos fueron trasladados a la ciudad imperial y sepultados en la iglesia del Triunfo, como le correspondía por su condición de miembro ilustre de la última Casa imperial de los andes.
“Siempre fue entendidísimo en equitación y caza y gustó mucho de armas, divisas, motes y arreos caballerescos”, de índole amable y generoso, discreto en sus juicios, en sus mocedades afecto al arte amatorio, juicioso y severo en su ancianidad. La crítica moderna le ha restado méritos como historiador sin desconocer por ello su calidad de testigo y narrador de primera, en la parte descriptiva de su obra.
Entre 1906 y 1908 Manuel González de la Rosa publicó varios artículos en Lima calificándolo de plagiario del padre Valera, de cuyo trabajo dijo que se había apropiado; pero fue respondido por José de la Riva Agüero y Osma, que leyó un elogio de Garcilaso, “sesudo y bien cimentado estudio”, en el tercer centenario de su muerte. De esta histórica polémica se ha ocupado Raúl Porras Barrenechea quien ha dicho: “lo que queda de Garcilaso es su amorosa descripción del aspecto paternal y justiciero del imperio, de sus leyes benéficas, de la eglógica sencillez de sus costumbres en la paz, de las bellezas naturales de la tierra, de la riqueza y opulencia de la gran ciudad del Cusco…” es pues, una gloria mestiza de América.
Mas, desde el punto de vista histórico, el crédito de que gozó largo tiempo ha comenzado a disiparse y hoy se le consulta con menos interés y con mucha menos confianza, pero ha dejado su idea matriz, de que Hispanoamérica debe tomar partido por occidente afianzándose en sus propias raíces.