VASQUEZ DE ARCE Y CEVALLOS GREGORIO

PINTOR.- Nació en Santa Fé de Bogotá el 9 de Mayo de 1638. Hijo legítimo de Bartolomé Vásquez de Arce y de María de Ceballos, santafereños descendientes de familias andaluzas establecidas a raíz de la conquista. Fue bautizado en la catedral y tuvo un hermano mayor llamado Juan Bautista, quien también fue pintor y le ayudaba en su taller.
Poco se conoce de sus primeros años, su familia habitaba una casa modesta frente a la iglesia de la Virgen de la Candelaria (hoy Calle 11 Nos. 97-99) cursó los estudios primarios en el Colegio de los esuitas; después se decidió hacia la pintura, figuró como aprendiz en el taller de la familia Figueroa donde copiaría modelos, fabricaría pinturas a base de pigmentos, siguiendo el recetario usual que más bien era botánico que químico y así debieron transcurrir algunos años, pues su primer cuadro firmado data de 1657, cuando frisaba los 19, trata de un tema religioso muy común “La Huida a Egipto” y se conserva en la Capilla de Santa Clara en Tunja (1)
Mas tarde contrajo matrimonio con Jerónima Bernal, tuvo dos hijos: Feliciana que también fue pintora y Bartolomé Luis, de quien no se tiene noticias.
Esa debió ser su etapa de copista o aprendiz porque no se conserva otro cuadro firmado hasta que a partir de 1670, de 32 años, vuelven a aparecer, primero unos cuantos solamente y a raíz de 1680 en grandes cantidades.
El historiador Groot ha dicho “Asombra cómo este hombre pudo pintar tanto y tan bueno en aquellos tiempos, sin recursos y sin modelos. En sus cuadros de grande composición se ven muy bien observadas las reglas del arte, tanto en esta parte como en diseño, claroscuro y colorido”.
De esa época son los grandes lienzos que conservan la Capilla del Sagrario, los Dominicos y los Jesuitas, que forman el más empeñoso conjunto de su labor. Y tal fue su fama que hasta llegó a Quito, intercambiando regalos con el ilustre Miguel de Santiago, quien le envió a Vásquez de Arce un hermoso óleo titulado “El Alabado”, hoy en la iglesia de San Francisco de la capital colombiana.
En 1701 ayudó a su amigo el Oidor Bernardo Angel de Isunza a organizar el rapto de María Teresa de Orgaz, recluida en el Monasterio de Santa Clara por decisión arzobispal, precisamente para evitar sus encuentros con el enamorado Oidor. Vásquez de Arce y su pupilo el pintor Nicolás de Gracia, posiblemente por el libre acceso que tenían a dicho Monasterio, facilitaron la violación de la clausura. Conocido el asunto fue procesado y condenado a varios meses de prisión en la Cárcel Grande de Bogotá, donde terminó algunos de los lienzos que tenía encargados para la Capilla del Rosario. Y como las desgracias nunca vienen solas, quedó viudo, su [hija Feliciana fue seducida por el Alcalde Fernando Caicedo y Solabarrieta y fue madre soltera.
Sus últimos años no debieron ser muy felices y aunque no se tiene más noticias suyas, se sabe que en 1710 pintó una “Inmaculada Concepción” para el templo de la Candelaria frontero de su casa, en cuyo respaldo de tela se puede leer la siguiente frase puesta por alguna mano desconocida: “Comulgó, enloqueció y murió. Año de 1711”, de suerte que si las fechas no engañan vivió 73 años, edad provecta para entonces y bien pudo sufrir de una arterieesclerosis que le ocasionaría desarreglos mentales. Su cadáver fue enterrado en la Catedral y desde 1926 se alza su estatua en el patio principal de la Escuela de Bellas Artes de esa capital.
Su pintura, numerosa e importante, pues los óleos que han llegado hasta nosotros suman más de quinientos, peca de ciertos defectos propios de su tiempo. La temática en boga le obligó al retrato de los fundadores de las principales Ordenes religiosas, así como de los santos más populares en ellas. También cultivó la pintura mariana tomando como muestra algunas madonas renacentistas que debieron llegar a Bogotá en el siglo XVII. Otros temas de su interés fueron los nacimientos, el niño Dios, la vida de Cristo, su pasión y muerte en la Cruz y numerosos pasajes del Viejo Testamento, así como algunas escenas profanas entre las cuales vale mencionar las Cuatro estaciones, la entrega de sus propios cuadros, retratos de particulares y varios lienzos de cacería.
Sus temas, frecuentemente repetidos por él mismo para cumplir con pedidos de clientes que querían un reprise, o sea otro cuadro igual al del señor tal o cual, le llevaron a la monotonía, de allí que no debe extrañarnos su falta de creación.
Se ha dicho, además, que fue un pintor del prebarroco porque aunque conoció el paisaje y lo introdujo como fondo en algunas de sus creaciones, siempre con carácter formalista, es decir, respetuoso de las formas impuestas por los talleres, no tuvo la agitación interior propia de su siglo. Por eso se le ha calificado de frío, tranquilo y muy influenciado por la adustez del ambiente andino, que logró suavizar en algo con su sangre andaluza. No tuvo sensualidad, pero sí delicadeza, sus cuadros no son abundosos en figuras pero sí ricos en colores. Pintó sin la pasión propia de los artistas europeos, pero hay que reconocerle que fue muy ordenado y tanto, que para dar una idea de grandeza cuando trataba escenas de glorificación o éxtasis, dibujaba dos planos superpuestos. El uno, el cotidiano, hacia abajo y el otro, el irreal, hacia arriba, tal como lo hizo el Greco, pero sin las convulsiones propias de su genio, como reminiscencia medioevalista y bizantina.
Uniformista y armonioso, reposado sin aspavientos ni exaltaciones, sin violencias ni crueldades, porque esa no fue jamás su inclinación, Vásquez de Arce y Ceballos pintó mucho y bien. Su mensaje al hombre moderno es casi nulo aunque muy dulce, su fama se mantendrá debido a la técnica colorística y sobre todo a su impecable y fino dibujo.