VARGAS AREVALO JOSÉ MARIA

CRITICO DE ARTE Y BIOGRAFO.- Nació en la pequeña población de Chordeleg, cantón Gualaceo, el 9 de Noviembre de 1902, y fue bautizado con los nombres de Celso Pompilio. Hijo legítimo de Luis Vargas Jara y de Dolores Arévalo Marín, comerciantes en Chordeleg. El tenía una pequeña panadería, unas cuantas cuadras de tierras de sembrar, su raza era blanca y la de ella nativa y de profesión agricultora. Ambos excelentes personas, honorables, pulcros y cristianos, de modestos recursos, del pueblo llano y comarcano.
A los seis años entró con privilegio dispensado a su baja estatura a la recién creada escuela de los Hermanos Cristianos. El Canónigo Nicanor Aguilar frecuentaba su casa, dirigía sus lecturas, le hablaba de la vida religiosa. También influyeron en el niño los dominicanos Ceslao Moreno y Antonino Alarcón, a cuyo cargo corrieron por entonces unos sonados ejercicios espirituales en las parroquias de San Juan y Chordeleg. El padre Alarcón siguió después a Guayaquil y trabajó mucho en la construcción del actual templo dominicano de cemento que inauguró en 1938 y cuando falleció le pusieron su retrato allí.
A los doce años pidió a sus padres que lo lleven a estudiar a Quito y tras cabalgar tres días y viajar dos en tren arribaron al colegio dominicano de San Luís Beltrán, quedando recomendado a fray Alfonso Antonino Jerves Machuca. Al despedirse su padre le obsequió las obras literarias del Arzobispo González Suárez. Después escribirá: “Llegué poco antes de su muerte y en 1917 fuimos los estudiantes a rezar ante su cadáver”, cosa rara pues la orden dominicana había mantenido pendencias con el ilustre arzobispo a causa de los escándalos que este publicó en el tomo IV de su Historia General del Ecuador.
Sor Victoria Navarro, O. P. que trabajaba en Chordeleg, le dio carta de recomendación para su hermano José Gabriel, escritor y crítico de arte que vivía en Quito y con tal motivo el joven estudiante comenzó a frecuentar su casa, sobre todo a fin de mes, cuando Navarro le entregaba la mensualidad enviada por su padre.
“La renuncia casi heroica al hogar paterno, halló su compensación en el seno de la familia dominicana.” Desde 1917 realizó el noviciado. El 15 de Octubre del 22, faltándole un mes para cumplir los veinte años, hizo su profesión religiosa en la Orden y abandonó sus pueblerinos nombres de Celso Pompilio por los de José María, más acordes a los altos destinos a los que estaba llamado.
I vistió los hábitos que jamás abandonaría ni en los tiempos post conciliares de los años sesenta y empezó a leer los sesenta y dos tomos de las obras completas de Bosuet traducidas al castellano. De allí en adelante estudió cuatro años de teología y tres de filosofía con los padres Alfonso Antonino Jerves Machuca y José Caicedo Albonoz.
Con el Corista Alfonso Riofrío publicaron la revista “El Ideal dominicano” en 1923 de la que salieron seis números. En esas páginas aparecieron un devoto elogio a la Virgen del Rosario, sus primeros versos y un ensayo corto sobre fray Domingo de Santo Tomás, O. P. autor de la primera gramática quichua que se conoce. El 24 el líder conservador Jacinto Jijón y Caamaño fue derrotado por fuerzas del gobierno en San José de Ambi y tuvo que ocultarse en el interior del convento dominicano. Allí le prestó al joven Vargas un rarísimo ejemplar de la Predestinación del padre Solano, obra abstrusa, iniciándole en el laberinto de la investigación histórica.
En el convento encontraría el estímulo paternal del padre Jerves con cuyo afecto contó hasta su muerte y la noble amistad de Jijón y Caamaño que le facilitó la consulta de su copiosa biblioteca.
El 22 de Diciembre de 1928 y estando de Prior el Padre Alberto Semanate, O. P. fue ordenado sacerdote por el Arzobispo Manuel María Pólit, quien le aconsejó dedicarse a la historia pues ya se vislumbraba que ese sería su futuro más promisor. Entre el 28 y el 40 dirigió la revista “El Oriente dominicano” que tuvo colaboradores de la importancia de Nicanor Aguilar Maldonado y Remigio Crespo Toral, con quien cultivaba antigua amistad. En dicha revista publicó cuatro ensayos cortos titulados: 1) Fray Domingo de Santo Tomás y la catequesis primitiva de los indios de América, en 4 páginas. 2) El primer misionero de nuestro oriente, en 14 páginas. 3) Los indios quichuas de las misiones dominicanas del Ecuador, en 5 páginas y 4) Estado actual de las misiones dominicanas en el oriente dominicano, en 10 páginas.
El 29 los padres José María Baca Lazo e Inocencio Jácome le nombraron Vice maestro de Coristas en cuyas funciones permaneció once largos años hasta 1940. “Entonces me entró la preocupación de mostrar un modelo de perfección espiritual a los jóvenes y me permitieron leer algo del archivo Vacas Galindo. Fruto de ello fue mi biografía del Padre Bedón publicada el 35 en 74 páginas bajo el título de El venerable padre maestro fray Pedro Bedón, de la orden de predicadores: su vida y sus escritos”.
El 36 regresó de Roma fray Enrique Vacas Galindo y dado el afecto y la similitud de afición por los estudios de la historia que ambos teníamos, me autorizó a abrir los cajones que contenían su Cedulario y Archivo que se componen de 1) Las copias o probanzas de conquistadores, 2) El Cedulario propiamente dicho con sus Leyes, 3) Los documentos sobre la iglesia sacados por Vacas Galindo en la Casa matriz y 4) Los documentos civiles de la Audiencia de Quito, y empecé a ordenarlo con el fin de iniciar una refutación a la Historia de González Suárez y así pude documentarme y escribir aún más sobre la vida y obra de fray Domingo de Santo Tomás, que me sirvió de discurso de ingreso a la Academia Nacional de Historia y edité en 112 páginas. Don Jacinto Jijón me apreciaba y distinguía y me nombró Capellán de su hacienda Chillo Jijón para que oficiara misa los domingos”.
Mientras tanto algunos congresistas cuencanos y paisanos suyos le ayudaban grandemente. Crespo Toral le dijo un día: “Recuerde que los ríos tienen remolinos ¿Para qué dedicarse a refutar a González Suárez? Haga que la corriente avance, busque hechos positivos del Ecuador”, y le enseñó que más se aprende de la gente que de los libros.
El 38 le eligieron Prior del Convento por dos años. El 40 fue reelecto y presidió las celebraciones del IV Centenario de la fundación del Convento Máximo de Quito, obteniendo del presidente Arroyo del Río la devolución de un tramo del edificio que ocupaba el batallón Marañón.
Su pensamiento había evolucionado a través del influjo del Arzobispo Pólit Lazo y era uno de los dominicanos más distinguidos, bien es verdad que la Orden venía sufriendo una gravísima crisis como todas las demás en el país, pero merced a la tesonera labor de Jerves, Semanate, Alarcón, etc. la curva de descenso se había estabilizado.
Especial mención merece la intensa labor que venía realizando desde 1940 en Quito el distinguido profesor español de Historia del Arte en América, Antonio Jaén Morente; de suerte que el clima cultural era propicio para el estudio serio y documentado de las manifestaciones estéticas coloniales, especialmente las obras que se habían conservado en iglesias y conventos.
El 41 dio a la luz “La Cultura del Quito Colonial” en 280 páginas y 20 ilustraciones, ensayo que después amplió considerablemente, diversificándolo al influjo de su maestro José Gabriel Navarro, “grande y buen amigo del convento”, que le vivía aconsejando especializarse en el estudio del arte religioso y en las devociones populares de la colonia; por eso publicó el 43 “Nuestra Señora del Quinche” y el 44 “Arte quiteño Colonial” en 346 páginas y 85 láminas, que mereció el premio Tobar de la Municipalidad de Quito.
Había surgido el gran crítico de arte de esos nuevos tiempos, el 43 fue llamado por el padre Aurelio Espinosa Pólit a formar parte de la Academia Cultural Ecuatoriana y después del 28 de Mayo del 44, al crearse la Casa de la Cultura Ecuatoriana en Agosto del 45, le designaron Miembro de la Sección de Historia. Entonces Navarro, que no había sido llamado a la entidad por su enemistad con Benjamín Carrión, empezó a sentirse molesto pues aparentemente había sido suplantado por el discípulo.
De allí en adelante sus relaciones se volvieron tensas aunque sin llegar en ningún caso a la discordia pues cada cual se dedicó a lo suyo y Navarro publicó su libro cumbre el 48 para la célebre colección internacional del Fondo Económico de México (1)
El 45 Vargas editó “La Misión científica de los geodésicos franceses en Quito” en 211 páginas. El 46 ayudó al padre jesuita Aurelio Espinosa Pólit en la creación de la Universidad Católica de Quito y tomó a cargo las cátedras de Religión en Leyes, Historia de la Economía en Economía e Historia de la Cultura en Pedagogía.
Tantos trabajos, libros y responsabilidades le mantenía ocupado pero como era disciplinado y acostumbraba levantarse a las tres de la madrugada a estudiar, se daba tiempo para todo; además, los frailes de su convento le permitían todo el tiempo posible para escribir y él se ingeniaba en publicar con los más diversos auspicios.
Por eso se ha dicho que era entusiasta para hacer piques, pero todos los utilizaba en labores culturales ya que era proverbial su pobreza. A duras penas tenía dos hábitos que se esforzaba en tener siempre limpísimos y dos pares de zapatos siempre bien embetunados pues su único gasto eran los libros, que compraba para leer y entregaba a la biblioteca del convento.
A principios del 47 organizó con Jijón Caamaño las Exposiciones de Arte Religioso con motivo de la coronación canónica de la Vírgen del Quinche y el 49 la del II Congreso Eucarístico Nacional cuya Memoria corrió a su cargo.
Ese año 47 había asistido en Roma al Capítulo General de la Orden y el Presidente Velasco Ibarra le facilitó pasar al Archivo de Indias en Sevilla donde estuvo un año compartido con visitas frecuentes al Archivo Nacional de Madrid. Fruto de este viaje fue “La conquista espiritual del Imperio de los Incas” en 240 páginas, que respondió a la tónica católica triunfalista de esos tiempos falangistas en España y de Acción Revolucionaria Nacionalista Ecuatoriana ARNE en nuestro país.
El 48 regresó a Quito y nuevamente fue electo Provincial por tres años en reconocimiento a sus méritos intelectuales y a su ingénita suavidad de carácter que le sería siempre útil para ganar corazones, aunque a veces esta modestia natural en él, equivocadamente era calificada de humildad.
Para los dominicanos era el nuevo Vacas Galindo y así lo creía el país, que le apoyaba adquiriendo sus obras. El ingreso como Correspondiente de la Academia se debió al libro sobre Bedón, después ascendería a miembro de Número de la Historia con su estudio sobre Miguel de Santiago.
El 49 editó “El Arte quiteño colonial en los siglos XVI, XVII y XVIII” en 346 páginas. El 52 recibió del Papa el título honorífico de “Maestro en Teología”. El 53 publicó “Ecuador, monumentos históricos y arqueológicos”, en 44 páginas, ilustraciones y mapas, con motivo de su intervención en la Exposición de Arte Ecuatoriano en Montevideo. Esta obra era de las más queridas por Vargas quien la reputaba una de sus mejores.
El 54 “María en el Arte Ecuatoriano”, el 55 “Los Maestros del Arte Ecuatoriano”, en 161 páginas, y “Arte, naturaleza y religión” ensayos que se complementaron el 56 con “Arte religioso ecuatoriano” en 250 páginas, variaciones sobre el Arte Ecuatoriano que revelan que ya desde entonces era el más profundo conocedor de ese tema aunque comenzaba a repetirse pues metía dos o tres de sus libros en una licuadora, la prendía y sacaba un revoltillo que publicaba como libro independiente sin que la gente se diera cuenta de este ”pequeño detalle”. El 56 también apareció “Misiones ecuatorianas en los archivos europeos” con el catálogo del Cedulario Vacas Galindo.
“El 52 había completado el índice documental del Cedulario, que pasa de los ciento cincuenta tomos empastados en España y lo publiqué en el Instituto Panamericano de Historia y Geografía con sede en México”, en edición de lujo que circuló en los medios especializados de Latinoamérica, España y en Europa en general.
El Archivo Vacas Galindo, que tuvo la amabilidad de enseñarme en varias ocasiones el padre José María Vargas, reposaba en su celda del convento dominicano y se compone de 151 volúmenes, 140 de los cuales propiamente es el Archivo distribuido en 32 tomos de la sección de Patronato, 32 de Cedulario, 34 de Asuntos Eclesiásticos y los 42 restantes de la sección Secular que se refiere a Oficios de la Audiencia y a Varios. Hay además 9 volúmenes de documentos comprobatorios de religiosos pasados a Indias y 2 que contienen datos de la Curia Generalicia Dominicana de Roma relativos a la provincia de Quito, todo lo cual da, como ya se indicó, 151 volúmenes. El Padre Vargas dedicó 170 de las 192 páginas de su obra “Misiones Ecuatorianas en Archivos Europeos, México, 1956, a darnos un índice General del contenido documental. Nueve años más tarde, desde 1965, el Boletín de la Academia Nacional de Historia del Ecuador publicó un índice General de Cédulas, confeccionado por el Lie. Alfonso Ortiz Bilbao, con síntesis del sentido preciso de cada cédula. Este trabajo ha complementado lo efectuado por el padre Vargas; lástima grande que los poderes públicos no se hayan interesado en el Archivo con sus dos índices, la Nota Introductoria escrita por el padre Vargas, enriquecida con su biografía y las de fray Enrique Vacas Galindo y Lic. Alfonso Ortiz Bilbao.
También el año 56 asistió al Congreso de Historia de Ciudad Trujillo presentando una ponencia sobre “La conquista espiritual y organización de la Iglesia Indiana durante el gobierno de Carlos V”, estraida de su libro ya mencionado. Esta ponencia apareció en 28 páginas en el Boletín No. 92 de la A.N.H.
El 57, al cumplirse el III Centenario de la fundación de Cuenca, dio a la luz “Gil Ramírez Davalos, fundador de Cuenca” en 100 páginas, y “La Economía Política del Ecuador durante la colonia” en 352 páginas, primera de sus obras donde trata nuevos temas, diversos y complementarios merced al influjo de la lectura de Jacob Burckhardt, interesándose por la cultura como sinónimo de la historia de los pueblos. Ese año fue designado Definidor del Capítulo General de la Orden Dominicana en Roma.
El 58 intervino en la Semana Cultural en Lima y el 59 editó “El Arte Ecuatoriano”. El 60 formó parte de la Comisión editora de la Biblioteca Mínima con motivo de la proyectada Conferencia Panamericana de Cancilleres. Esta fue su mejor época, se diversificaba y daba tiempo para muchas disciplinas y había desplazado del panorama cultural a Navarro que estaba más interesado en los campos de la diplomacia.
El 61 había viajado como delegado por el Ecuador al Congreso de Historia de Cartagena de Indias y presentó como ponencia la biografía de Tomás de Berlanga. El 62 dio a luz “Historia de la Iglesia en el Ecuador durante el Patronato español” en 559 págs, y en repuesta a las acervas críticas de G. humberto Mata y en defensa de la memoria de su amigo sacó “Remigio Crespo Toral, el hombre y la obra” en 241 páginas, considerada hasta ahora como la mejor biografía de dicho hombre de letras, poeta y crítico.
El 63 salió “Don Hernando de Santillán y la fundación de la Real Audiencia de Quito” con motivo del IV Centenario de esa efeméride. El 64 “El Arte Ecuatoriano” en 284 páginas y 25 ilustraciones que constituyó un verdadero esfuerzo editorial para la época. El 65 dictó varias Conferencias en la Escuela de Altos Estudios de París y editó la “Biografía de fray Pedro Bedón” aumentada y corregida en 102 páginas, que se considera la versión definitiva sobre dicho personaje y “Liturgia y Arte Religioso Ecuatoriano” en 109 páginas e ilustraciones.
Tantos libros sobre el arte explican claramente el interés de la gente y de los numerosos turistas que visitaban Quito, sus iglesias, conventos y museos, de suerte que el padre Vargas había venido llenando una necesidad vital de información artística y cultural en el país. El 66 asistió a la Exposición del Arte Americano de la Universidad de Yale y el 67 al Congreso de Viña del Mar sobre la situación económica de Hispanoamérica en el período de la Independencia. Ese año dio a la luz “El Arte Religioso en Cuenca” en 75 páginas, como parte de un trabajo realizado a nivel de la sierra por mandato de la Conferencia Episcopal, que le ordenó formar el inventario de las Obras de Arte de los conventos y monasterios. En esta labor estuvo el padre Vargas casi cinco años y fruto de ella fue su “Patrimonio Artístico Ecuatoriano”, premio Tobar de Quito. Una segunda edición ampliada con el inventario de las provincias australes apareció el 72 en 467 páginas.
Desde 1964 comenzó a despachar regularmente todos los días en la dirección el Museo Jijón Caamaño de la Universidad Católica de Quito. Desde 1965 tenía comenzada una “Historia de la Cultura Ecuatoriana” ambicioso proyecto múltiple pues abarca casi todos los aspectos de la creación y promoción y la editó el 68 con gran éxito, volviendo a alcanzar el Premio Tobar. Rodríguez Castelo ha opinado de esta obra que es “visión amplia y completa del devenir de la cultura ecuatoriana y libro de obligada consulta, al punto que los alumnos de la Universidad Católica de Quito debían anotarse un turno para consultarla” fue republicada en los tomos Nos. 81, 83 y 87 de la Clásicos Ariel y es la obra más intelectual, densa, útil y hermosa del padre Vargas.
El 66 concurrió al Congreso de Arte Sagrado en Bogotá y editó “Biografía de Eugenio Espejo” en 108 páginas, iniciando una etapa dedicada a este género para el cual también estaba muy bien dotado, pues casi enseguida salieron a la luz “Federico González Suárez” en 316 páginas, el 69, que le sirvió de mea culpa y se consideró un desagravio y un público reconocimiento de la Orden dominicana a la memoria del citado Arzobispo y el punto final a casi un siglo de polémicas. El 70 “Miguel de Santiago, su vida y su obra” en 136 páginas, y el 71 “Jacinto Jijón y Caamaño” en 230 páginas, con numerosos pasajes polémicos que pasaron desapercibidos debido a la falta de preparación histórica de los literatos ecuatorianos, que no son eruitos y por ende no dominan los detalles de quue se componen los temas nacionales creyendo únicamente que con escribir bonito o a la moda cumplen con su cometido. Por todo ello la Municipalidad de Quito le confirió el 69 la Condecoración “Sebastián de Benalcázar”.
El 72 viajó a Santa Fe, en los Estados Unidos, para el Inventario de Arte Religioso en Hispanoamérica. El 73 asistió al IV Congreso de Museos en Pasto y a la X Asamblea General del Instituto Panamericano de Geografía e Historia en Panamá. El 74 al Congreso de Historia en Caracas e insistió en el género biográfico con su “Fray Bartolomé de las Casas” libro extenso recopilando información ya conocida por otras obras, que sin embargo en el Ecuador se ignoraba. El 75 anduvo mal y fue operado de una hernia pero mejoró y asistió al Encuentro latinoamericano de teología en México. El 76 a las Conferencias de espiritualidad en Santa Cruz en Bolivia y sacó “Breves consideraciones sobre el Arte Quiteño”, síntesis de algunos de sus trabajos anteriores, de manera que no aportó nada nuevo a tema tan complejo.
El 77 aparecieron en España los cuatro tomos de la “Historia del Arte Ecuatoriano” de SALVAT. Vargas es el autor de los tomos dos y tres, en 239 páginas cada uno. Allí refundió sus conocimientos y conclusiones sobre el Arte Ecuatoriano, de suerte que estos dos volúmenes constituyen un compendio y una síntesis de todos sus libros sobre el arte Nacional en la colonia, lo definitivo. Ese año recibió el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Católica de Quito y la Orden Nacional al Mérito, se premió entonces lo que se podía pensar que eran sus últimos esfuerzos, pero no fue así, pues siguió produciendo incansablemente. El doctorado lo solicitaron sus compañeros de cátedra, es decir, la Asociación de Profesores de dicho centro universitario.
También el 77 dio comienzo a una nueva “Historia del Ecuador” con el primer volumen titulado “Siglo XVI” en 344 páginas que continuó en 1981 con el “Siglo XVII” en 226 páginas; concurrió a las Conferencias de Arte del Instituto de Restauración del Cusco y el 78 al Congreso de Historia Eclesiástica en Medellín.
La familia de Jijón Caamaño, años atrás, había condicionado la donación de su museo a la Universidad Católica de Quito, siempre y cuando el padre Vargas lo dirigiera. Con tal motivo le correspondió trasladar las piezas al nuevo edificio y adecuarlas para su exhibición. Fruto de estos esfuerzos fue el libro titulado “Museo Jijón y Caamaño y el Patrimonio Artístico” en 199 páginas.
De esa época son sus obras “La Evangelización en el Ecuador” y “Registro documental de la Casa Generalicia de la Orden de Predicadores”, ingresó a la Academia de la Lengua con “El Refrán dichoso de Cervantes”, único auto sacramental que se conoce de ese autor.
El 79 editó la biografía de “Sor Catalina de Jesús Herrera” y viajó al Congreso Mariológico Internacional de Zaragoza. El 80 lo hizo al Simposio del Barroco Latinoamericano en Roma y publicó “Misioneros españoles que pasaron a la América en el siglo XVI”. El 81 al séptimo curso de Conservación de Bienes muebles en Cusco. El 82 salió “Santa Teresa de Jesús, doctora de la iglesia y maestra de espiritualidad” en 57 páginas. “La Iglesia y el Patrimonio cultural ecuatoriano” en 149 páginas, e “Historia de la provincia dominicana del Ecuador, siglo XIX” en 300 páginas, dando inicio a la gran obra que Vacas Galindo no realizó por aceptar funciones burocráticas muy elevadas dentro de la Orden dominicana en Roma. El 86 apareció el segundo tomo sobre los siglos XVI y XVII en 377 páginas, faltando únicamente los siglos XVIII y XX.
El 83 “Nuestra señora del Rosario en el Ecuador” y “Polémica Universitaria en el Quito Colonial”. El 84 “Monseñor fray Juan María Riera, ensayo biográfico” en 92 págs sobre una figura modesta y hasta bastante desteñida pero ensalzada por la iglesia como contrapunto al liberalismo.
Entonces, en calidad de Subdirector de la Academia Nacional de Historia se hizo cargo de la dirección por un año debido a la ausencia del país del Dr. Jorge Salvador Lara, apareció “El Arte ecuatoriano en el siglo XIX” y recibió el Premio Nacional de Cultura “Eugenio Espejo”, que con carácter de único se discernió ese año, consistente en Medalla y S/. 500.000.
Era la primera figura cultural del país, especializado en crítica de arte colonial, por la cantidad y variedad de los temas que trataba, aunque el erudito crítico había dado paso al biógrafo demostrándose con ello la versatilidad de sus estudios. Se encontraba afanosamente trabajando unos “Estudios sobre la evangelización en América” y “Los factores que forman la nacionalidad ecuatoriana” y pese a su avanzada edad seguía madrugando a las tres de la mañana sin oír radio ni ver TV.
En Marzo de 1988 sufrió una caída en su celda de piso de madera y llevado a la clínica Pasteur le tomaron puntos en la frente para cerrarle la herida. Días después comenzó a sentirse mareado, fue internado nuevamente, le volvieron a operar y mejoró. Entonces se le ocurrió al médico que le atendía intervenirle la próstata que por la edad y falta de uso estaba hipertrofiada y a consecuencia de dicha bobería se le formó un coágulo y descerebró, muriendo dos semanas después, el 25 de Marzo, de ochenta y cinco años de edad, de lo que menos se iba uno a imaginar.
El Dr. Plutarco Naranjo escribió en El Comercio “Se fue con esa suavidad, con esa delicadeza y dulzura que caracterizó su vida. Parecería que ha salido caminando en puntillas como para no hacer ruido, como para no llamar la atención.”
Su estatura baja, tez trigueña, facciones amestizadas tirando a runas, ojos y pelo negros, de los pocos sacerdotes anticuados que aún vestía hábito y que no dejó de usar jamás, ni siquiera en los tiempos post conciliares; su pobreza, sabiduría, erudición y bondad le acreditaban y por eso se le consideraba una institución en el país.
Conmigo tenía siempre delicadezas extremas. En varias ocasiones me invitaba a conversar a la biblioteca del convento y hasta me enseñó el Cedulario Vacas Galindo que tenía muy limpio y ordenado en el interior de su celda empastado en color amarillo pálido. La biblioteca del convento estaba al lado de una salita donde los cuatro o cinco sacerdotes dominicanos jóvenes que aún había en el Quito de los años 80 se reunían después de cenar a útiles conversaciones, escuchaban la radio o la TV y fumaban los que querían. Esto ocurría de siete a diez de la noche cuando cerraba sus puertas el convento.
En la celda, fría y solitaria del segundo piso, ubicada equidistante de la puerta que accedía a los bajos y de los baños a los que se comunicaba mediante un corredor descubierto, el padre Vargas no gozaba de ninguna comodidad. Una cama, un ropero, un escritorio, nada más, ni siquiera una alfombra, pero la infaltable bacinilla debajo de la cama y una salita recibo para el visitante le mostraban humano, muy humano
Le encantaba tomarse uno o dos wiskis pero solo cuando se los brindaban pues nunca tenía dinero entre manos y de haberlo tenido, jamás se le hubiera ocurrido gastarlo en “granjerías”.
Semanalmente era invitado a uno o dos almuerzos en casas de familias conocidas y pudientes de Quito donde le apreciaban bien, oportunidades que aprovechaba para inventariar esas colecciones privadas, algunas de las cuales poseían obras coloniales muy curiosas y totalmente desconocidas, que el padre estudiaba con ojos de zahorí para desentrañar sus misterios.
Nunca le vi fumar pero amaba la fritada y el mote de su tierra y como no era asquiento ni sentía temor por la tifoidea, era de ver con cuanto gozo consumía esos alimentos, adquiridos por uno o dos sucres a la vendedora ambulante de cualquier esquina quiteña y hasta era fama que solía llevar esos paquetitos al interior de su celda, donde al finalizar la fritada, arrojaba desprevenidamente al suelo los papeles que estrujaba al limpiarse los labios.
Fue un ecuatoriano ejemplar, de los grandes del siglo XX que ayudó a forjar y sin ser un sujeto genial dio lo más que pudo de sí, estudiando y trabajando como un gigante. I no estaría dicho todo si olvidamos mencionar que amó como pocos autores sus obras, luchó por ellas y se empeñó en publicarlas, lo que en el Ecuador es trabajo de titanes, puers acostumbraba privarse de todo – hasta de lo imprecindible losmás necesario – con tal de tener para pagar a las imprentas.