VALENZUELA VALVERDE ALFREDO J.

MEDICO.- Nació en Guayaquil el 23 de Octubre de 1878 y fueron sus padres legítimos Alfredo Valenzuela Reina natural de Guayaquil, descendiente por la rama materna del inca Huayna Capac, empleado que fue de Max Muller, luego propietario del aserrío “María” en la orilla del río que alquiló a los Bruno y finalmente terminó por vendérselos. Ha quedado el recuerdo que don Alfredo tenía muy mal carácter y un vozarrón y que cuando gritaba a sus trabajadores se le escuchaba hasta en la calle Chile a dos cuadras de distancia; e Isabel Valverde Letamendi, única hermana del ilustre escritor Miguel Valverde cuya biografía puede verse este Diccionario.
El mayor de una familia de tres hermanos, nació sietemecino en la casa de los Reina frente a la iglesia de San Alejo y creció alegre, dicharachero y juguetón. Tenía un excelente oído musical, podía repetir silbando cualquier tonada y la interpretaba al piano por difícil que fuere. Poseía una especial condición para imitar animales y el acento de las personas sobre todo si eran serranas o extranjeras, burlándose sin que se dieran cuenta pues siempre fue en extremo bromista. Su madre, que era estricta, le condenaba a sentarse a coser una interminable colcha de retazos (de bregué) como castigo. Un día que no quiso lentejas le premió con una semana entera de dicho platillo para que lo aprendiera a comer.
Siguió la primaria en el Liceo Rocafuerte de su ilustrado tío segundo el Pedagogo Manuel María Valverde y en los ratos de ocio escribía a mano ocho copias de un periodiquillo noticioso donde anotaba todo suceso de interés citadino, desde los meramente sociales hasta los políticos. Vendía las primeras siete copias y la última obsequiaba a su mamá, que llegó a coleccionarlas en un cajón.
De doce años inició la Secundaria en el Vicente Rocafuerte con gran aprovechamiento hasta graduarse de Bachiller en Filosofía el 14 de Abril de 1896 durante el rectorado del Dr. Francisco Campos Coello que le estimaba y protegía. Entonces, para ayudar al mantenimiento de su hogar, preparó niños escolares y durante el Incendio Grande del 5 al 6 de Octubre luchó denodadamente contra el fuego. Años después le nombrarían Comandante honorario del Cuerpo de Bomberos.
En Octubre del 97 ingresó a la Facultad de Medicina pues se sentía atraído por las Ciencias Naturales. Era un joven agradable, blanco, pelo negro, robusto y de regular estatura que fumaba poco y casi por spleen. De mirada penetrante y fácil sonrisa, hacía reír con sus chispeantes salidas de buen humor, por eso era tan popular entre sus amigos y conocidos que le querían bien.
De 1898 formó parte de la Asociación Escuela de Medicina y escribió unos “Apuntes de Química Orgánica”. Ese año estuvo entre los fundadores del “Boletín de Medicina y Cirugía” y fue su primer Director.
En 1899 publicó “La Epidemia de Gripe” primero de sus trabajos, más bien periodístico, aunque se atisban penetrantes generalizaciones científicas. También dio a la luz “Dos Casos de Cisticercosis Cerebral” y “Fisiología General” y comenzó como Interno del Hospital General. Lector incansable, hablaba inglés, francés, italiano, alemán y algo de latín y griego, todo ello aprendido en el colegio con profesores, amigos y diccionarios.
El 5 de Abril de 1900 se Licenció en Medicina y el 20 de Febrero de 1902 adquirió el Doctorado con una tesis sobre las Pleuresías y obtuvo el máximo galardón universitario pues fue Premio Contenta. Quizá por ello, meses después le designaron Fiscal de la Facultad de Medicina con sueldo. En 1901 escribió sobre la sífilis.
En 1903 fue de jefe a la Sala San Jacinto del Hospital General, cargo que desempeñó hasta su muerte con una entrega generosa y total pues el sueldo era escasísimo.
En 1904 acompañó a Quito a su tío Miguel Valverde, nombrado Ministro del Interior por el gobierno del General Leonidas Plaza. Antes y después de las horas de oficina atendía a sus pacientes, de suerte que logró formar una nutrida clientela. En Septiembre de 1905 empezó a atender al Ministro Luís A. Martínez, aquejado de fuertes calenturas. Diagnosticada una peligrosa congestión pulmonar a las diez de la noche del 15 de ese mes le aplicó ventosas, ocho en total, mejorándole al punto que Martínez, de puro exagerado se levantó de la cama en una semana y se fue a trabajar pero se agravó y Valenzuela tuvo que medicarle nuevamente y aconsejarle reposo en el campo, siquiera por dos semanas, salvándole de tan peligrosa dolencia. A fines de ese año 5 decidió reintegrarse al puerto principal y con los ahorros que trajo adquirió un terreno en la calle Chimborazo, al lado del edificio del diario El Grito del Pueblo, y comenzó la construcción de una casita para habitar con sus padres y hermanas en el piso alto y tener el consultorio en los bajos. Profesor de Higiene y Cosmografía en el Vicente Rocafuerte, eran sus inseparables amigos en dicho plantel Francisco Campos Rivadeneira y Pedro José Huerta.
En 1905 figuraba entre los médicos jóvenes más prestigiosos de la ciudad por la precisión de sus diagnósticos, amabilidad con la gente pobre y extraño sentido del humor pues para toda ocasión tenía un salado comentario. Solía atender a su clientela inclusive en horas de la noche “a precios convencionales,” su apartado de correos era el 136 y su teléfono el 377. Ese año y en unión del Dr. César Borja Lavayen nuevamente trató Luís A. Martínez, administrador del Ingenio Valdés, de una gravísima parálisis cerebral, afección que le mantuvo imposibilitado cinco meses, pero a la postre lograron sanarle.
En 1906 conoció a la joven María Luisa Barriga Marín, a la que casualmente vio una tarde asomada a la ventana de su casa en Mejía y Colón y empezó a enamorarla con tarjetas que contenían pequeños versos: Fragmentos. // María, no he visto nombre tan suave y angelical / Así se llama la Madre de Dios que reina en los cielos / Así se llama la Virgen con quien sueñan mis desvelos… //
Ella era huérfana y vivía al cuidado de su tía Maria Luisa Marín Zumaeta, quien se entusiasmó con la personalidad y el humor del “doctorcito” aunque a la chica más le gustaba otro pretendiente llamado Otón Ycaza Overberg porque tenía los ojos azules; pero tanto insistió la tía que logró convencerla y hubo matrimonio en 1908 y numerosa descendencia.
Durante la epidemia de Fiebre Bubónica de 1907 apareció muerta una rata en casa de las Barriga Marín. Valenzuela, temiendo el contagio insistió para que las chicas pasaran a la quinta “La Esperanza” de su amigo Víctor Emilio Estrada en el sur de la ciudad, donde también fueron sus dos hermanas. María Valenzuela, una de ellas, fue atacada de la bubónica allí y a pesar de que sanó, quedó tan débil que falleció al poco tiempo después de un almuerzo, posiblemente de un sincope cardíaco.
En 1908 fue designado Profesor sustituto de Clínica Interna en la Facultad de Medicina y renunció al Vicente. Desde la inauguración del Museo Municipal en 1909 y como persona de cultura, se interesó en obsequiar libros, mapas y objetos de valor a la biblioteca y museo (dependencias que compartían el mismo edificio y funcionaban juntas en la calle Mejía) En 1910 donó el Mapa de la América del Sur por Arrow – Smith con las divisiones políticas delineadas de conformidad con los documentos , manuscritos originales y cartas publicadas desde 1771 hasta 1806, ejemplar que había pertenecido a don Pedro Gual y servido para las conferencias que dieron por resultado el tratado de límites entre la antigua Colombia y el Perú, que negoció el Dr. Gual y fue suscrito en Guayaquil el 22 de Septiembre de 1829.
Ese año 10 presidió la Junta Patriótica de Guayaquil durante la movilización nacional contra el Perú y prestó servicios en la Cruz Roja. Entre 1911 y el 25 dictó clases de Patología Interna en la Universidad. En 1912 ascendió a Médico Jefe de la sala San Jacinto donde llegó a formar la Escuela de Clínica Interna y tuvo discípulos tan aprovechados como el Dr. Juan Tanca Marengo. Ese año fue médico de la II Misión Científica Francesa que arribó al Ecuador.
En 1913 falleció su madre de un cáncer y como su hermana María Inés casada luego con Juan Illingworth Icaza quedara muy nerviosa y devolvía todos los alimentos, la condujo a Europa para hacerla tratar. En Londres él padeció una severa pulmonía que casi le llevó a la tumba.
De regreso adquirió un coche a caballo y el 14 compró los derechos de sus cuñadas en la casa de los Marín que tenía un hermoso tumbado pintado en la sala por Raúl María Pereira donde instaló el amplio recibo de su nuevo consultorio.
Atendía en el saloncito de al lado y puso un pequeño laboratorio de análisis de orina para saber la urea y el azúcar de sus pacientes, tomaba la presión y la temperatura y examinaba detenidamente a cada persona luego de hacer la ficha médica, que contenía todos los datos posibles desde las enfermedades de los mayores de cada familia hasta las nimiedades propias.
No era un genio pero tenía ciertas cualidades magnéticas que servían para tranquilizar a su clientela, a la que recetaba fórmulas magistrales que ellos guardaban como oro en polvo, tal su fama.
Su prestigio como Clínico no tenía parangón en la ciudad y era infaltable en las famosas Juntas de Médicos donde se discutían problemas científicos con ardor. 1 donde otros galenos se declaraban incompetentes y otros se equivocaban, él acertaba con relativa facilidad. El 12 falleció su hijo mayor a consecuencia de unas vacunas que le fueron administradas por el pediatra, pues tenía por costumbre jamás recetar a los suyos. En 1915 presentó al I Congreso Médico reunido en Guayaquil una ponencia sobre la Fiebre Tifoidea en nuestra ciudad que salió en 44 págs, y con otros colegas figuró entre los Fundadores de la Sociedad Médico Quirúrgica del Guayas.
En 1918 colaboró con el sabio japonés Hideyo Noguchi en la prueba de la Luetina para la sífilis y publicó los resultados en 5 pags. En 1921 dio a la luz un “Breve resumen sobre la patología ecuatoriana y su distribución geográfica” en 57 págs, con estadísticas de mortalidad. En noviembre del 22 concurrió al VII Congreso Médico Latinoamericano celebrado en La Habana con las ponencias “Myasis cutánea” que editó en 8 págs, y diversos grabados y con “Beriberi” en 31 págs.
De regreso dictó cuatro conferencias Magistrales en el Hospital General, editadas en otros tantos folletos en la Imprenta La Reforma, sobre: “Ankylostomiasis, “Leishmaniasis”, “Esporotricosis” y “Encefalistis Epidémica”, que dieron impulso a los estudios de Medicina Tropical. También comenzó a estudiar el paludismo con el folleto “Algunas formas bizarras del paludismo pernicioso.
“Su consultorio siempre permanecía lleno hasta altas horas de la noche y sin embargo se daba tiempo para la cátedra, el Hospital y sus escritos científicos pues era un hombre múltiple; pero su anecdotario no se quedaba atrás, trataba a la clientela con desenfado y hasta con burlas que se las toleraban por su personalidad maravillosa. Otro rasgo suyo era la manía del ahorro permanente, pues habiendo sido pobre adquirió la costumbre de vivir endeudándose para comprar casas hipotecadas, al punto que cuando murió era propietario de catorce edificaciones en el centro de la urbe y de casi todo el Cerro del Carmen, cuyas primeras adquisiciones realizó en 1916 a los padres Dominicanos. En 1924 compró un auto pequeño marca Ford y contrató un chofer porque no le gustaba manejar.
En 1924, al ocurrir el fallecimiento del Dr. Miguel H. Alcívar y vacante el rectorado de la Universidad de Guayaquil fue electo por el Congreso Nacional. Ya era el médico más prestigioso y una notabilidad en los medios científicos de la República. En el rectorado trató de innovar, fundó la “Societa Universitatis Guayaquilensi” y con las multas impuestas a los profesores incumplidos dio vida a esa institución pero al producirse en 1925 la Revolución Juliana, los políticos obstaculizaron su labor mandándole a revisar los archivos y renunció en Agosto.
En Noviembre fue electo Caballero de la Corona de Italia, ese año editó un folleto sobre la “lepra” con datos históricos proporcionados por su amigo el Dr. Pedro José Huerta sobre ese mal en Guayaquil y el país durante el coloniaje y la república, con algunos cuadros clínicos. Posteriormente, el 34, insistió en el tema con ¿Cómo examino y cómo trato a los Henzenianos.” En 1926, tras su séptimo hijo, para evitar que le repitiera a su esposa a quien amaba mucho, el ataque de uremia que la había tenido postrada toda el embarazo en una cama y sabiendo que de esa misma enfermedad había muerto su suegra, se trasladó a Europa con todos los suyos a fin de que sus hijas estudiaran en Suiza. Al arribar a Amberes fue convencido por Lisímaco Guzmán Aspiazu que estaba de diplomático en Bélgica para que dejara a las chicas en Bruselas, donde también se impartía una excelente educación. Por tal motivo, tras matricular a sus hijas y dejarlas viviendo en dicha capital con su esposa, regresó a Guayaquil, pero todos los años volvía por cortas semanas. Los estudios duraron hasta el 34 con un paréntesis de un año en Londres.
En 1926 fue designado Agregado ad – honorem a la Legación del Ecuador en Bélgica. El 29 concurrió a las IX Jornadas Médicas celebradas en Bruselas y en los Hospitales de la Charité y Boursseis practicó por varias semanas. En uno de esos viajes sanó al Rey Alberto I de un paludismo adquirido en el Congo que los médicos belgas no podían diagnosticar pues desconocían las enfermedades tropicales. Por tal motivo le fue obsequiado un finísimo reloj de oro de bolsillo y el Collar de la Orden del Rey Leopoldo.
En 1930 recibió la Medalla al Mérito de Primera Clase del gobierno ecuatoriano, se preocupó por la reorganización de los Hospitales con un trabajo que salió en 96 pags, y fue republicado en el Boletín de la Sociedad Médico Quirúrgica del Guayas. En la Revista del Vicente Rocafuerte sacó “Intoxicación producida por la picadura de la Holcoponera Whymperi, hormiga conocida con el nombre vulgar de quinquina”.
En 1931 Neptalí Bonifaz le hizo ir a Quito a atender a su hija María que estaba gravísima. Valenzuela la salvó de los médicos que la estaban tratando equivocadamente y le quitó los remedios, haciéndole tomar un sustancioso consomé que él mismo preparó en la cocina. Por entonces cobraba mil sucres diarios a los ricos, suma elevadísima que sin embargo le era cubierta con gusto. En 1932 fue llamado a Quito por el encargado de la Presidencia de la República, Dr. Alfredo Baquerizo Moreno a que salvara a su hija Piedad de una altísima fiebre. Valenzuela descubrió que sufría de tifoidea, la hizo sacar del internado de monjas donde estaba y con baños fríos se recuperó la enferma. El 34 fue llamado a Cuenca por su también amigo y vecino el Dr. Rodrigo Puig – Mir y Bonín – mi suegro – para que salvara a su hija Anita de un peligrosísimo sarampión. A los pobres, no solamente que atendía gratuitamente sino que a veces hasta les daba las recetas firmadas para que las fueran a adquirir sin costo alguno en la Botica del Comercio, pagando a fines de cada mes esas cuentas.
Ese año escribió sobre el tratamiento médico de ciertos males abdominales por gota a gota de Murphy, con soluciones isotónicas de sulfato de magnesio e inyecciones hipodérmicas de hemetina combinadamente y en los Anales de la Sociedad Médico Quirúrgica del Guayas dio a la luz los resultados que había obtenido con tan novedoso método. El Murphy se producía en la Botica del Comercio del Dr. Levy.
En 1933 contradijo por periódico al Dr. Juan Modesto Carbo Noboa que sostenía equivocadamente que aún existía Fiebre Amarilla en Guayaquil, cuando solo había Leptospirosis en su forma hemorrágica y editó “La Fiebre Amarilla no existe en Guayaquil”, volviendo sobre ese tema con “Vacunación contra la Fiebre Amarilla” y “El criterio epidemiológico es el más seguro en el estado actual de la Ciencia, para declarar la existencia de la Fiebre Amarilla urbana y prevenir las catástrofes que falsas declaraciones pudieran acarrear” 1938 y “Las Grandes Epidemias Intercoloniales” 1938, demostrando que estaba al tanto de los últimos descubrimientos científicos de salubridad e higiene. Como de historia de la medicina ecuatoriana.
En 1935 atacó la parasitosis intestinal y a la tuberculosis con artículos de prensa que llamaron poderosamente la atención y fueron saliendo “Fechorías amibianas”. En 1936 “Lección inaugural de Tisiología” para la cátedra de Tisiología que dictó en la Facultad de Medicina y que convirtió en permanente el Maestro Valenzuela, como se le llamaba.
La tuberculosis vino a ser un tema central, numerosas campañas por la prensa así lo certifican. Escribía para el grueso público con palabras compresibles y mucho humor y alertó al país sobre las desastrosas consecuencias de la llamada Peste Blanca que diezmaba los campos y las ciudades del Litoral. También formó médicos en dicha especialidad como los Dres. Eugenio García Santos, Gonzalo Freire Ñúñez y Euro Torres.
Acostumbraba pasar cortas vacaciones en una casita de su propiedad en el Estero de Data. Por la playa corría y andaba en bicicleta y en el mar hacía gárgaras de agua salada que según decía, era excelente para limpiar la garganta de gérmenes.
En 1937 y por simples nimiedades fue retado a duelo por Víctor Emilio Estrada pero al final éste terminó disculpándose caballerosamente. Resulta que eran primos políticos y muy íntimos, al punto que Valenzuela y los suyos acostumbraban almorzar los domingos en la villa de Estrada. Una tarde éste le mandó a un compadre enfermo para que lo revise. Valenzuela diagnosticó cáncer. El amigo regresó asustado al banco que gerenciaba Estrada y éste le recomendó que viajara al exterior pues era persona adinerada. De regreso, un mes más tarde, el enfermo le contó que los famosos médicos de la Clínica Mayo en Rochester le habían indicado que no sufría de cáncer si no de otra enfermedad y Estrada, queriendo pasársela de chistoso como era usual en Valenzuela, que a veces se extralimitaba con bromas pesadas, le mandó a decir que se había equivocado y hasta le obsequió un texto de medicina para que aprenda. Meses más tarde moría el amigo de cáncer y Valenzuela le devolvió a Estrada un saquillo de yute conteniendo las páginas del texto que había arrancado todas las mañanas y usado como papel higiénico, sucias y apestosas por supuesto. Estrada no tenía el carácter bromista y festivo de Valenzuela ni estaba acostumbrado a que le tomen el pelo de manera tan fea y se sintió vejado, el asunto se volvió candente, los primos designaron sus padrinos, pero al final imperó el buen juicio e hicieron las pases. El asunto, como no podía ser de otra manera, se hizo público enseguida y la ciudad se regocijó durante dos semanas.
El 38 su hija María Luisa viajó a Chile a fin de entrar a un convento de monjas ocasionándole una grave contrariedad y hasta llegó a desheredarla pero pronto se le pasó y revocó tal decisión pues era un ser primario que olvidaba rápidamente cualquier contrariedad para recobrar casi enseguida su buen humor continuo.
Con sus hijas se llevaba bien pues al regreso de Europa las había puesto de ayudantas suyas en el consultorio, para que hicieran los exámenes de orina detectando albúmina o azúcar, para que aplicaran los rayos ultravioletas en caso de luxaciones leves o dolores musculares y los Rayos X de la pantalla para examinar los pulmones. Las tenía casi de enfermeras hasta que poco a poco se le fueron casando.
En 1938 concurrió al Congreso de Tisiología de Chicago invitado por la “National Tuberculosis Asociation” como profesor de esa materia, presidió una de las mesas de discusión y fue designado por nuestro gobierno para una de las Agregadurías de la Embajada ecuatoriana en los Estados Unidos.
En 1939 presidió el Congreso Germano Iberoamericano de Medicina que se reaizaba en Berlín y al declararse la II Guerra Mundial en Septiembre de ese año tuvo que salir con su hija Isabel que le acompañaba – vía Suecia.
Creyente sincero, nunca permitió que un enfermo grave viajara sin el pasaporte (el viático) o con el piloto abordo como solía repetir con mucha gracia y si se trataba de un caso difícil comentaba en el seno de la familia “Pidan a Dios que me ilumine para que acierte en el diagnóstico. El médico es sólo un instrumento en la mano de Dios…”
Con el Dr. Pablo Arturo Suárez convenció a los miembros del Congreso de la urgente necesidad de fundar la Liga Ecuatoriana Antituberculosa L.E.A. como organismo autónomo de carácter nacional para combatir con éxito la propagación de tan dramática peste. El 16 de Septiembre de 1.940 logró su propósito, fue designado primer Secretario Ejecutivo y consiguió los fondos del país y del exterior para poner en marcha el proyecto.
Ya se sentía mal de salud pero no disminuía su ritmo de trabajo. El Congreso le tributó un Voto de Aplauso por su campaña cívica y salubrista. Por esos días una de las Medina Ycaza se puso gravísima con peritonitis. Valenzuela había recibido de los Estados Unidos un frasquito de penicilina y acordándose de ello comenzó a introducir dicho polvo directamente en la herida, que dejó de infectarse y se salvó la paciente, pero el caso fue atribuido a un milagro de la Virgen.
En Diciembre del 41 viajó a la Clínica de los hermanos Mayo en Rochester con sus hijas para operarse de un cáncer al intestino delgado que le fue extirpado en gran parte. En los años siguientes tuvo dos veces más que someterse a iguales intervenciones y aunque sabía lo delicado de su situación trabajaba sin descanso y con el mismo humor, de suerte que eran muy pocas las personas que conocían de su gravedad.
El 13 de Mayo de 1942 falleció en el terremoto de Guayaquil su yerno Juan Chiriboga Manrique y quedó su hija Guadalupe viuda de solo veinte y tres años y con tres criaturitas. Valenzuela los recogió con todo amor y cariño. Entre el 42 y el 44 publicó bajo el pseudónimo de “Indio Cara” una serie de artículos patrióticos titulados “Pro Patria” para levantar el ánimo apocado de la nación, tales como “Tras la invasión peruana”, “Anarquía y Orden”, “Unidos y fuertes o esclavos y vencidos”, “Así describe la Historia”. Algunos de ellos se recuerdan y deberían ser coleccionados en un volumen.
A principios del 44 donó un extenso terreno de su propiedad en el cerro del Carmen donde inició la construcción del dispensario de L.E.A. En Agosto protestó por la prensa contra la expedición del Código Sanitario, atacando los puntos centrales de ese Código, relativos a la Lucha antituberculosa.
En 1946 volvió a sentirse mal de salud y viajó solo a los Estados Unidos donde le diagnosticaron una metástasis al hígado. Regresó como a los veinte días y no contó nada a nadie, pero el médico de allá escribió a la familia alertándola de los síntomas. Dijo que duraría tres años, que iría poniéndose amarillo, etc.
Valenzuela no sabía de esto y comenzó a hacer su vida de siempre pero a los pocos días se sintió adolorido y guardó cama. A un médico amigo que le visitó dijo calmadamente “Ya no hay más corte que hacer. Esto ha terminado” refiriéndose a que no le quedaban intestinos.
El 8 de junio, en las primeras horas de la tarde y tras un almuerzo normal, parece que sintió algo y llamó a su hija María porque le sudaba la frente. Ella empezó a ponerle talco y entonces oyó que él decía tres veces “Misericordia señor” y levantando los ojos exclamó “Mamá”
María llamó a su hermano Alfredo que estaba recién graduado de médico, pero cuando él llegó, había fallecido. Tenía sesenta y siete años de edad. Su sepelio fue con honores, banda de música, por el boulevard como era de rigor a la antigua usanza guayaquileña y no le faltó el lucido acompañamiento de alumnos, colegas y pacientes. La ciudad sintió que había perdido a un sabio. Mi mamá lloró desde el balcón de nuestro departamento ubicado en el boulevard y Boyacá al verle pasar, pues era su médico desde hacía muchos años.
De conversación espontánea y aguda en la que brotaba naturalmente el chiste, la picardía criolla, la gracia, acostumbraba a hacer reír inclusive a los más melancólicos y por supuesto a casi todos sus pacientes.
Tuvo mentalidad clara, amor, tenacidad y perseverancia en el desempeño de su profesión. Juicio crítico imparcial, independiente y realista. En las Juntas Médicas, la cátedra y las Sesiones Científicas, talento histriónico para convencer. Siempre fue impredecible, teatral y hacía las delicias de quienes le escuchaban deslumbrados de su versatilidad y sabiduría pues apabullaba con un diluvio de novedades trascendentales, pintorescas y hasta folklóricas. En una ocasión que veía a un enfermo con otros médicos, recetó un purgante doble y pidió que le tuvieran las deposiciones en tres bacinillas, esto sin que lo supieran sus colegas que andaban equivocadísimos en el dictamen. Al día siguiente entregó una bacinilla a cada colega a que aprendieran. A los moribundos le silbaba la marcha fúnebre para que se confesaran. En su consultorio tenía muchas sillas de diversos estilos, pero una de ellas era un sillón cómodo y solemne que la clientela respetaba para que lo ocupara la persona de mayor distinción, que invariablemente se hacía víctima de sus chanzas; pues al abrir la mampara la quedaba viendo y señalandola decía !Que pase la esposa del señor Gobernador! cuando realmente no lo era. En otra ocasión hizo entrar a un chinito recién llegado y una señora protestó por la preferencia. Valenzuela contestó “Chinito está con dialea y tiene pantalón blanco! Demás está indicar que el chino se amoscó y no quiso salir por la sala del consultorio si no por una puertita discreta, pues la clientela quería constatar la verdad de lo dicho. Otro día gritó! Que pasen primero los que maman! refiriéndose a los niñitos de pecho. Una señora también se paró y Valenzuela le preguntó muy serio ¿Ud. también mama? Todos se rieron, hasta la aludida, que se volvió dócilmente a sentar.
La esposa de un Presidente de la República le fue a consultar unos achaques menopáusicos al fin del período de su esposo en 1944 y él le contestó! A Ud. le pasa lo mismo que a su marido, está al final del período!
En ocasiones recetaba y enviaba al paciente a hacerse unos exámenes. Cuando éste regresaba curado y con el resultado en la mano, casi siempre protestando por haberle hecho gastar por gusto, Valenzuela miraba con una sonrisa y decía “No es por gusto, es para comprobar mi dictamen”.
Recién graduado su hijo, su señora contestaba al teléfono cuando este sonaba en la casa y queriendo darle algunos clientes al muchacho se producía el siguiente diálogo: ¿casa del Dr. Valenzuela – Así es, ¿Con quien quiere hablar ¿Con el viejo o con el joven? Muchos decían con el viejo y pasaba el teléfono, otros decían con el joven, entonces se alegraba muchísimo doña María Luisa y llamaba a su hijo que casi no tenía clientela.
Valenzuela se cansó de que lo llamaran Viejo y la próxima telefoneada contestó ¿Casa del Dr. Valenzuela? Así es- ¿Esta el Doctor? – Con cual quiere hablar ¿Con el joven o con el marido de la vieja? Doña María Luisa se quedó muda pero en la siguiente ocasión que sonó el teléfono dijo – Con cual quiere hablar, con el papá o con el hijo. Santo remedio, se terminó el asunto.
Una de las señoritas Morla recién llegada de Europa fue a consultarle una constipación que la mortificaba. Valenzuela le recomendó ponerse un lavado diario. La susodicha le preguntó casi en francés ¿I con yeringa doctor? Si señorita y por el culo. En otra ocasión una dama respetabilísima y solterona le fue a visitar porque sufría de una fuerte gripe acompañada de mucha flema en la garganta. Luego del examen de rigor Valenzuela le dijo: No se preocupe Ud. solo está preñada en la garganta.
Sus alumnos eran víctimas propicias de sus burlas. Cierta mañana entró Valenzuela a clase y como se había olvidado abrocharse la bragueta alguien de la primera fila se lo hizo saber provocando la risa de los demás. Valenzuela se la cerró y sacando una moneda de su bolsillo se la dió manifestando que lo hacía por ¡Cuidarle la bragueta¡ Otra mañana se confabularon varios alumnos y cuando arribó el maestro le pidieron que por favor atienda a Eduardo (uno de ellos) pues estaba muy enfermo. Valenzuela cayó en la broma y le preguntó por los síntomas: Vea Doctor. Por las mañanas me da fiebre a veces si y a veces no. Al medio día sufro dolores de cabeza a veces si y a veces no y por las noches me pica el culo a veces si a veces no. Hay hijo mío, estas gravísimos pero no te preocupes pues con estos polvitos que te mando a tomar, a veces si a veces no, te vas a sanar, pero no olvides que también tienes que ponerte un enema todas las mañanas. Mezclas en medio litro de agua tibia una cucharada sopera de ácido sulfúrico y te lo enchufas a veces si a veces no. Luego sales corriendo y le das tres vueltas al parque Seminario para ver si se te pasa porque te puede arder, a veces si a veces no. Todos rieron con la ingeniosa receta.
Su horario era agitado. Levantábase a escribir y a estudiar a las 4 y 30 a.m. y a las 7 estaba en el Hospital con sus enfermos y alumnos. De tarde y hasta de noche atendía en el consultorio.
Fue el primero en diagnosticar en el país algunas enfermedades como la esporotricosis, la fiebre ondulante, el tifus exantemático, la amibiasis extra intestinal, la linfogranulomatosis maligna, etc. A su muerte se editó un volumen de “Estudios y Observaciones” en la Imprenta de la Universidad de Guayaquil, en 126 págs.