SUCEDIÓ EN TULCAN
LA FORMULA DE LAS SULFAS
Se moría a ojos vista el joven Dr. Edmundo Barreiro, una de las más prometedoras lumbreras de la ciencia médica guayaquileña por sus conocimientos demostrados desde estudiante, por sus acertadísimos diagnósticos, por su brillante internado lleno de humanitarismo y por una novedosísima tesis doctoral que entusiasmó a los miembros del Jurados
El joven galeno se había sentido muy mal una noche que regresaba a su casa después de la consulta y habiéndose acostado con fiebre, se dio cuenta que la vida se le escapaba como por un hilo. Llamado algún facultativo amigo, notó que tenía el vientre hinchado y se trataba a no dudarlo de una violentísima apendicitis, de esas que no dejan tiempo para nada más que para una operación de urgencia. Llevado a la clínica de otro colega, se le operó aparentemente con éxito pero cuando ya tenía peritonitis y nadie hubiera dado diez centavos por la vida de tan prometedor médico.
Así las cosas, se sucedían día y noche las juntas de médicos como era usual en la década de 1.920 pero no había caso; a menos que se produzca un milagro, moriría irremediablemente el Dr. Edmundo.
Y como a la tercera noche de gravedad, un grupo de sus amigos, unos médicos y otros no, decidieron recurrir a un médium que tenía fama de ser increíblemente acertado, a quien le preguntaron por algún remedio del mas allá para sanar al enfermo. El médium vivía en una casita que más parecía covacha que otra cosa, entre gatos de todos los colores y solamente acompañado de una vieja tan fea y desmelenada como él. Todo delataba la pobreza y la ruindad del ambiente y sólo los grandes ojos del médium anunciaban que algo había en el interior de esa humanidad carcomida, que hasta podía calificarse de repugnante.
Pactada la consulta el médium invocó al espíritu del Dr. Alejo Lascano, viejo rector de la Universidad de Guayaquil fallecido años antes con fama de ser el más ilustre entre todos sus colegas. De la consulta el médium sólo sacó una fórmula, que imaginaron todos que sería alguna de las fórmulas magistrales que el sabio aplicaba en vida y con el apunte en la mano corrieron a varias boticas de turno, a pedir que la prepararan, pero en todas ellas los boticarios decían que era una fórmula desconocida, quizá inventada, sin ninguna lógica y que no podían producir la tal medicina.
Al día siguiente murió el Dr. Edmundo en medio de la consternación de la ciudad y su sepelio fue la viva muestra de admiración que, aún a pesar de sus cortos años de ejercicio médico, había podido despertar. Muchos amigos, parientes, colegas y practicantes lo lloraron, el asunto de la receta pasó al olvido, transcurrieron diez años y una noche que de casualidad se encontraban reunidos los mismos amigos que habían consultado al médium, uno de ellos, para entonces conocidísimo profesional, doctor y cirujano, sacando de su bolsillo un amarillento y ajado papelito, lo enseñó a todos y preguntó ¿Recuerdan Uds. la fórmula que nadie pudo preparar? Es esta, pues bien acaban de lanzar en Alemania el producto más fuerte que existe en la actualidad para combatir toda clase de infecciones internas y externas, se llama sulfa y viene preparado en polvo blanco para tomar en obleas. La fórmula que nos dio el médium, es la misma de la sulfa, que entonces ya había sido compuesta pero sólo se encontraba en vías de experimentación y sin salir al mercado.
¿Cómo pudo ocurrir caso tan raro? ¿Sería que el Dr. Lascano, desde el más allá, sabía en 1920 el secreto tan bien guardado, de ese nuevo adelanto de la ciencia?