TARIJA : La niña enamorada

SUCEDIÓ EN TARIJA
LA NIÑA ENAMORADA

Antaño los bogas de las balsas transportaban comestibles y botijas de Samborondon a Guayaquil en menos que canta un gallo y siempre que no hubiera revesa. Tarija era entonces una mezcolanza de casitas de paja habitadas por indios de la región, pero su posición de puerto fluvial entre dos centros de comercio fue ampliando sus horizontes hasta convertirla en lo que actualmente es, un centro habitacional progresista con iglesia, plaza pública, casas de cemento y vías carrozables, buenas para invierno y verano, estables, que es como se dice: 

En Tarija vivía hacia 1.864 una niña enamorada que veía pasar diariamente las balsas y no podía dar rienda suelta al romanticismo de su espíritu entre las cuatro paredes de su choza de caña y techo de hojas de bijao, diariamente se  dedicaba a los insípidos quehaceres domésticos, pues su padre no le permitía salir sino con él solamente los domingos y a la iglesia más cercana, de donde la niña estaba dispuesta a correr cualquier aventura con el primer desconocido que pasara, siempre que la sacara de la cárcel en que vivía ya veinte años. 

Y un día pasó por allí Juan Reinoso, hijo del mayordomo de la hacienda “La Josefina” gran productora de cacao en el Salitre, que además de mozo tarambana y juerguista era de buenos sentimientos y como que adivinó que los ojazos que le veían desde lejos, estaban dispuestos al amor. Por eso, ni corto ni perezoso, se acercó en su canoa y pidió un matecito de agua, que pronto le fue servido con mucha delicadeza, de allí en adelante Juan hizo muchos viajes a Guayaquil sólo por ver a su amada y ésta comenzó a comprender que no todo es malo en el mundo, que hay cosas buenas que merecen ser vividas y una noche en que su padre dormía, bajó muy quedita de su casa y se fue con Juan a Guayaquil a habitar cerca del Conchero, en una casita muy pequeñita que habían alquilado, donde pasaron dos años de luna de miel continuada entre risitas y mimos que daba gusto verlos tan felices. 

Ambos padres se enteraron de este viaje y terminaron por perdonarlos y hasta los visitaban de vez en cuando que llegaban al puerto por compras. Juan y Lucía tuvieron a la postre un hijo que nació hermoso y regalón y fue el contentamiento de todos. Juan trabajaba vendiendo frutas en canoa, pues las traía de Tarija y las vendía en los puentes de los esteros del Malecón adentrándose hasta la quinta Pareja. Casi siempre terminaba su negocio a las tres de la tarde y ya no salía, así es que trabajando duro desde la madrugada, comenzó a juntar algún dinerito para comprar una casita mejor. Para 1.868 ya tenía cuatro hijos hombres y una mujercita que por ser la menor era la más consentida. 

Entonces Lucía comenzó a toser y adquirió la tuberculosis, sus hijos fueron llevados al campo para evitar el contagio y ella murió sola, en brazos de su esposo, que no la abandonó ni un minuto. 

Desde entonces cuando los balseros pasan por Tarija miran la casa que fue de la niña enamorada que aún está en pie. 

Allí vivió Juan su viudez, en compañía de sus cinco hijos y luego de sus nietos, esperando encontrar a su amada algún día en el cielo.