SUCEDIÓ EN TABACUNDO
EL JINETE FANTASMA
Pocas ciudades hay en nuestras serranías tan lozanas y frescas como la muy antigua villa de Tabacundo, donde los hombres y mujeres son felices en el trabajo creador. Una callecita más ancha que las demás le da fisonomía de urbe adelantada, pues por ella trafican los camiones que llevan y traen los productos de la región. El núcleo humano que vive y trabaja en Tabacundo es digno de respeto, pues las mujeres son tan hacendosas y pulcras que da envidia verlas, ocupaditas en toda hora en los más raros y disímiles menesteres, desde el cuidado de los “guambras” hasta el arreglo de sus casas, vestidos y personas. Los hombres en cambio, de regreso de los campos, comienzan a trabajar en sus hogares. Todo es orden y progreso, excepto que, a ciertas horas de la noche, se oye desde lejos el ágil galope de un corcel sin jinete que se va acercando a la calle Mayor y raudo la cruza hasta la salida del pueblo, donde se deja de oír todo sonido.
Vuelta la calma, el vecindario se persigna y duerme, pues el galope no está acompañado de visión alguna que mortifique o asuste, es simplemente un galope.
Las viejas crónicas de la región no registran nada en particular, ni una batalla famosa, ni el encuentro de bandoleros, pero el comadreo de la zona me hizo conocer que el galope sólo puede ser escuchado por los auténticos vecinos.
Juan Solines me confesó, en gran secreto, que su bisabuelo había visitado Tabacundo durante las guerras de la independencia y que habiendo sido realista, al saber los resultados de la batalla del Pichincha decidió quedarse en el sector para evitar problemas. Mas, una noche, que estaba asomado a la ventana limpiando su escopeta, escuchó el galope de un caballo y vio que se acercaba un jinete en blanca cabalgadura. Era un servidor de su padre, que le comunicaba la mala nueva de la muerte de aquel. Con tal noticia Juan se acostó tristemente y se durmió casi enseguida, circunstancias que el mal servidor aprovechó para desvalijarlo de sus pobres pertenencias, que no eran muchas ni muy valiosas, pero que de algo servirían, y mientras eso ocurría Juan despertó, solo para ver cómo se alejaba el ladrón.
Pocos minutos después, vio regresar al jinete que venía casi desmayado y echando espuma por la boca. El caballo detuvo su paso y el jinete rodó a tierra, todo desfallecido, con los pelos de punta y la carne de gallina. Metido en casa, no volvió a hablar y al día siguiente, al ser examinado por un medicastro de los contornos, se descubrió que tenia en el brazo la marca de una mano, como si hubiera sido impresa al fuego, pues la piel estaba enrojecida y hasta llagada.
Demás está decir que el ladronzuelo falleció enseguida, como se dijo entonces, de pasmo o de susto que viene a ser lo mismo.
¿Habría sido el fantasma de su padre el causante del suceso?