SILVA MEDARDO ANGEL

POETA.- Nació en Guayaquil el 8 de Junio de 1898 en un chalet de la calle Bolívar entre Panamá y Córdova, barrio de la Merced, propiedad de los Arzube Villamil. Hijo legítimo de Enrique Silva Valdés, guayaquileño de raza mulata, músico y afinador de pianos que murió relativamente joven y de tuberculosis pulmonar en 1902. Había casado en la iglesia de San Alejo el 13 de Agosto de 1879 con Mariana Rodas Moreira, hermosa balzareña, trigueña de ojos vivaces, pequeña de estatura, graciosa, decidora y elegantísima. Como mujer de gran sensibilidad poseía vena poética y de ella se conservan varias composiciones publicados en revistas de la época. Eran personas de clase económica media baja que gozaban de la consideración y estima general por su educación, buenos modales y arregladas costumbres. El abuelo paterno fue el violinista español Fermín Silva, quien llevó en Guayaquil una vida de músico pobre pero digno.
Su nacimiento ocurrió casi a los diecinueve años del matrimonio de sus padres. El genealogista y psiquiatra quiteño Dr. Fernando Jurado Noboa ha descubierto y publicado que en Febrero de 1897, mientras doña Mariana vacacionaba en Ambato alojada en el barrio de La Merced, fue atacada y violentada físicamente una tarde después de la hora del almuerzo. A poco regresó a Guayaquil y como respuesta del stress ovuló por primera vez, quedando en Agosto embarazada de su esposo.
Su hijo fue único y huérfano desde los tres años y vio transcurrir su niñez entre juegos con sus pequeños vecinos en un chalet de madera ubicado en el callejón Juan Pablo Arenas y Morro (Rumichaca) camino obligado al cementerio, construido por su madre cuando quedó viuda, donde observaba por las tardes sentado en una hamaca el lento paso de los carruajes fúnebres y el cortejo de los deudos y siendo por demás sensible, quizá pudo ser esta la causa de su proceso depresivo, neurasténico y final.
En 1904 ingresó a la escuela Filantrópica del Guayas que por gratuita era conocida como la universidad del pueblo, situada en 9 de Octubre y Morro, a pocas cuadras de su domicilio y como dibujaba bien se le ocurrió redactar un periódico manuscrito y satírico titulado “El Mosquito” para registrar la vida en las bancas y firmaba A. M. S. o como Angel Medardo Silva.
Recibía esporádicas clases de piano del profesor Toribio Sierra, recitaba a Olmedo y fue compañero de juegos de su primo hermano Fermín Silva de la Torre, con él practicaba música y quien sería violinista y profesor de ese instrumento. De vez en cuando la madre le pillaba leyendo sus poesías pues fue un ser intelectualizado desde sus primeros años, de manera que debió tentar por entonces sus primeras composiciones y hasta le propuso a su primo escribir una opera lírica infantil con versos suyos y música de aquel.
En Enero de 1910 aprobó la primaria y fue matriculado en el casi centenario Colegio Nacional Vicente Rocafuerte bajo el nombre de Ángel Silva. Fue un alumno normal, se distraía mucho en clase y cuando regresaba a su hogar pasaba la mayor parte del tiempo leyendo en silencio pero en esas aulas debió recibir la benéfica influencia de sus profesores, casi todos pertenecientes a la clase media ilustrada del puerto, que estaban al tanto de los adelantos de las ciencias y de la literatura, de suerte que un pensamiento muy moderno avivaba la llama del buen gusto y del entendimiento en dicho plantel.
En 1913 era amigo de los padres agustinos de la vecina parroquia de la Soledad y practicaba con ellos italiano, francés y latín, idiomas que llegó a conocer. En la biblioteca parroquial leía numerosas obras y de las traducciones de los románticos como Heine saltó a los Paraísos Artificiales de Baudelaire y a ciertas novelinas intrascendentes como “Jean D’Agreve” del Vizconde Eugenio Marié Melchior de Vogué (1848 – 1910) en su versión original francesa, que debió agradarle mucho porque al final el protagonista se suicida por amor, ideal que cubría dos de sus necesidades vitales, la aceptación romántica que tanto necesitaba y la evasión definitiva de un medio que le ignoraba por el color de su piel y la pobreza de su hogar. Con el paso del tiempo sus visitas a la parroquia se hicieron más frecuentes, pues tocaba el órgano en el Coro por simple distracción y hasta llegó a componer algunas melodías hoy definitivamente perdidas.
En Octubre se atrevió a enviar un poema suyo a la redacción de la revista “El Telégrafo Literario” y como creyeron que se trataba de una producción de José María Heredia no lo publicaron. Los autores del estropicio fueron Manuel Eduardo Castillo, José Antonio Falconí Villagómez y José María Egas, quienes debieron investigar al autor antes de lanzar su producción al tacho de basura.
Igual chasco se llevó cuando en Febrero del 14 escribió a Isaac J. Barrera, Director de la revista “Letras” de Quito, quien también pensó que le estaban enviando un poema clásico. Por eso se ha dicho que fue genial desde sus primeras producciones y todo ello sin maestros, aunque estos primeros poemas pecan de repetitivos en su contenido pues solo eran simples composiciones teóricas sobre el tema de la mujer y el amor, escritos con la métrica y los ritmos modernistas introducidos por Víctor Hugo y al mismo tiempo plenos de dolor como los de los simbolistas franceses.
Ese año tuvo otras experiencias. Su profesor en el Rocafuerte, el victoriano Dr. Pedro José Huerta le sacó de clase para que regrese al día siguiente con la melena cortada, lo que no sucedió por la hipersensibilidad del joven, quien prefirió iniciarse como simple obrero en la imprenta Sucre antes de dar su brazo a torcer. Agustín Cueva Tamariz ha dicho que Silva era demasiado orgulloso para aceptar una reprimenda, aunque experimentaba gozo al sentir la exquisita voluptuosidad del insulto.
En la imprenta hizo de todo, desde corregir las pruebas hasta levantar tipos, se connaturalizó con las letras y para reivindicarse de las contingencias de la vida, la pobreza y color de su piel de ébano que tanto le chocaba, inició su poemario que tituló “El árbol del bien y del mal”, dividido en capítulos con títulos muy sugestivos (La Investidura, las Voces Inefables, Estancia, Libro de Amor, Estampas románticas, Divagaciones sentimentales, Baladas, Reminiscencias y otros poemas, Suspira de Profundis). Desde sus inicios su poesía es musical y sonora pues nació con el canto adentro y a medida que fue madurando y encontrando motivos y caminos se volvió antológica aunque en muchos casos llena de insatisfacción y melancolía debido a su posición antagónica de aristócrata de espíritu y proletario de cuerpo, rico en lecturas y pobre de bienes y para colmos, de raza y débil figura, que para él constituía un problema gravísimo, pues no era ni blanco, ni negro, ni indio, era todo eso a la vez. En síntesis ¡Un galimatías¡ y tenía que vivir en una sociedad llena de prejuicios hacia todo lo que no se asemejara a lo blanco.
En Octubre solicitó a su amigo el periodismo José Buenaventura Navas Villegas la publicación de “Paisaje de Leyenda”, poesía que salió en la revista “Juan Montalvo”. Ya era un poeta seguro en la forma y en la música y por eso le recibieron dos sonetos más, muy a lo Edgard Alan Poe y a lo Julio Herrera y Reisig, que dedicó a Navas. I solo tenía diez y seis años.
Su temática oscilaba entre lo ingenuo, elemental y sencillo como era él en su realidad cotidiana y lo elaborado, ampuloso y barroco como aspiraba a ser y nunca lo consiguió por su temprana muerte. Hacía versos a las personas y cosas de la vida y al mismo tiempo se evadía hacía un mundo de seres mitológicos producto de numerosas lecturas, pues era un completo autodidacta que con el paso del tiempo escribirá con profundidad, adentrándose en el alma humana y en su enfermo y conflictivo yo, sin encontrar caminos claros ni respuestas ciertas. De allí su inestabilidad emocional, una angustia existencial cada vez mayor y el suicidio como única salida fácil, lógica, a tanta confusión y dolor. Por eso admiraba al personaje de novela Jean D’ Agreve y el haber escogido un nombre tan rancio y extraño a su medio económico opaco, revela el deseo intimo de evasión a través de las bellas letras, hacia otro sitio extraño y parisién, conforme a la moda chic y extranjerizante de entonces. En otras ocasiones firmaba como “Oscar René” quizá en memoria a Oscar Wilde su admirado maestro y al personaje René de la novela Atala de Chateaubriand.
A finales de 1914 fue presentado a Manuel Eduardo Castillo y le comenzaron a publicar sus poemas en las secciones literarias de los Jueves de El Telégrafo y en los lunes de El Guante. Escribía y con sus iniciales M.A.S. En sus ratos de ocio y con amigos de barrio integró en el Centro Musical Sucre, que era de obreros, una banda juvenil de músicos y en noches de sana bohemia, al calor de una copa de vino, acompañado de su primo hermano el joven Fermín Silva de la Torre, quien tocaba al violín hermosas melodías clásicas, acostumbraba recitar sus creaciones. En otras oportunidades también lo hacía melopeando en susurro con el teclado de compás, que se acomodaban más a los sollozos del piano que a la métrica clásica del violín.
De esta época es su composición “Al Angelus” // Atravesó la oscura galería… / Al Angelus… llamaban al rosario… / la religiosa voz del campanario / vibraba en la quietud de la abadía. // En sus manos de nácar oprimía / el viejo Kempis o el Devocionario… / La luz de un aceitoso lampadario / delató su presencia en la crujía. // Se vio palidecer su voz de nardo… / Hablaba de Eloísa y Abelardo / el llanto que la fuente diluía. // I la Sor que en el mundo fue princesa, / inclinando la pálida cabeza, / atravesó la oscura galería. //
En 1916 su amigo el poeta Aurelio Falconí Zamora le consiguió con el Director de Educación Carlos Monteverde Romero, el nombramiento de profesor de la Escuela fiscal diurna No. 11 situada en Escobedo y Bolívar que dirigía el pedagogo Manuel María Valverde, con sesenta sucres mensuales de sueldo. Así fue como pudo salir del proletariado obrero para ingresar a la baja burguesía. De esta época es su amistad con el pianista peruano Ernesto López Mindreu, director de la revista quincenal “Anarkos”, quien le presentó a su paisano el también pianista Daniel Alomía Robles, autor de unas Melodías Incásicas, origen de las Rapsodias Quichuas que Silva compuso tiempo después, hoy perdidas porque nunca se tomó el trabajo de copiarlas al pentagrama. ¿O acaso sería porque desconocía el sistema de notas musicales?
I empezó a colaborar en “Ateneo” de su amigo el historiador obrero Juan de Dios Navas Villafuerte. En “Helios” de Carlos F. Granado y Guarnizo, publicación que tuvo de todo sin ser propiamente modernista. En “Respetable Público” de Alejo Matheus Amador y Eduardo Rivas Ors, semanario de fino acabado, que contenía crónicas artísticas y críticas taurinas. Finalmente en “Renacimiento”, donde fue jefe de redacción con escritores consagrados como Wenceslao Pareja y Pareja, José Antonio Falconí Villagómez, José Maria Egas, que ya lo habían aceptado como igual, por eso aparecieron allí cuatro bellísimos poemas suyos escritos en prosa poética tres de los cuales recogería en su libro, alguna crítica variada y dieciséis breves poemas de profundidad filosófica denominados “Suites de Estancias” a imitación del célebre creador de ese género, el griego Jean Moreas, de manera que fue en 1916 que se consagró como poeta y entró al círculo de los escogidos, pero recién en Enero del 17 el público empezó a apreciarle, mediante un divulgadísimo artículo biográfico de su amigo el escritor Próspero Salcedo Mac Dowall titulado “El Niño Poeta”, aparecido en el segundo número de la revista “Anarkos” cuando todos se interesaban en conocer al autor genial, buscaban sus poemas, indagaban sus escritos.
La empresa periodística Prensa Ecuatoriana de Carlos Manuel Noboa Ledesma, dueña de la revista “Patria” en su segunda época, le llevó de Jefe de Redacción, honor grande si se piensa que Silva solo tenía entonces diecinueve años y la revista contaba con un cuerpo editorial formado por escritores consagrados como Nicolás Augusto González Tola, José Antonio Campos Maingon, Modesto Chávez Franco, Francisco J. Falques Ampuero y entre los jóvenes a César Borja Cordero y a Secundino Sáenz de Tejada Darquea.
Allí hizo periodismo por primera ocasión en su vida. Escribía, corregía, diagramaba, peleaba en la imprenta y hasta llegó a crear textos publicitarios en verso. Cuando Noboa se ausentaba a Lima ascendía Silva a Director temporal y un día, por algo baladí – quizá su hipersensibilidad extrema – se disgustó y salió. El asunto no debió ser trascendente pues con motivo de la edición de su libro regresó a la redacción a entregar varios ejemplares autografiados y se reintegró como si nada hubiera ocurrido.
A principios de Abril del 17 los diarios guayaquileños anunciaban el arribo de la Compañía de bailes rusos con Anna Pavlova a la cabeza, que ofrecería una corta temporada de paso a Lima y Buenos Aires. Venía acompañada de Ivan Custine y Alexander Volonine maestros de baile de los teatros imperiales de Petrogrado y Moscú y del también maestro Alexandre Smalles del Metropolitano de New York.
Silva recibió la orden de cubrir la noticia pero tal era su pobreza que la noche de la presentación de la Pavlova en La Muerte del Cisne, Manuel Eduardo Castillo le dio en préstamo su smoking para que pudiera concurrir al palco de la Prensa y como la ropa prácticamente le nadaba en el cuerpo porque su amigo Castillo tenía medidas corporales diferentes, era ancho de tórax al revés de Silva, quien de la pura vergüenza al verse tan mamarracho no ingresó al palco, prefiriendo permanecer en el pasillo tras la penumbra que le proporcionaban los espesos cortinajes, quedando tan impresionado al verla (era la primera ocasión que se bailaba ballet en la ciudad) que esa madrugada, a la luz de un candil y en la tranquilidad de su casa, escribió con mano trémula y todavía bajo la impresión estética del momento que había vivido, la hermosísima poesía que tituló cariñosamente “Danse d´Anitra” en honor a la admirada artista. // Va ligera, va pálida, va fina, / cual si una alada esencia poseyere, / Dios mío, esta adorable danzarina / se va a morir… se va a morir… se muere. // Tan aérea, tan leve, tan divina, / se ignora si danzar o volar quiere; / y se torna su cuerpo un ala fina, / cual si el soplo de Dios la sostuviere. // Solloza perla a perla cristalina / las flautas en ambiguo miserere… / Las arpas lloran y la guzla trina… / ¡Sostened a la leve danzarina, / porque se va a morir… porque se muere¡ // nótese aquí la unidad existente entre la suprema elegancia como sinónimo de exotismo y aristocrática levedad y el profundo deseo de liberación de una realidad vulgar, a través del escapismo de la muerte. El Dans d´Anitra de Medardo Angel Silva y Carta a Teresita de César Dávila Andrade constituyen las más delicadas y elegantes poesías escritas en el Ecuador en todos los tiempos.(1)
En mayo leyó un hermoso discurso durante el homenaje al gran poeta Nicolás Augusto González Tola que se ausentaba a Buenos Aires con un cargo consular. Después, refiriendo ese discurso escribiría lo siguiente: Fuimos de los primeros en ofrecer nuestra adhesión cuando se iniciara la hermosa idea, digna de mejores tiempos de galantería y de culto al gay saber, de ceñir la frente nevada del poeta de “Las Leyendas de arte” con la apolínea corona y en la noche del homenaje era nuestra voz temblante de emoción la que decía el elogio de aquel cuya palabra fue dulcificada por la abejas de Himeto y que como el errante rapsoda de la Odise, tenía ya los ojos velados por el crepúsculo anunciador de la noche definitiva.” En “Patria” volvieron a aparecer varias de sus secciones, algunos poemas, tres relatos, numerosas traducciones del francés y del italiano. De esta época es su famosa poesía titulada “Se va con algo mío…” // Se va con algo mío la tarde que se aleja… / Mi dolor de vivir es un dolor de amar/ y, al son de la garúa, en la antigua calleja, / me invade un infinito deseo de llorar. // ¿Qué son cosas de niño, me dices? Quien me diera / tener una perenne inconsciencia infantil, / ser del reino del día y de la primavera, / del ruiseñor que canta y del alba de Abril // ¡Ah, ser pueril, ser puro, ser canoro, ser suave / – trino, perfume o canto, crepúsculo o aurora -, como la flor que aroma la vida… y no lo sabe, / como el astro que alumbra las noches… y lo ignora¡
El Dr. Abel Romeo Castillo ha señalado que en e1 cuento “El Aviso” aparecido en Agosto de 1917, Silva escenificó lo que sería su trágica muerte con casi dos años de adelanto. Por eso concluye que desde entonces sufría de depresiones, que después se le agravarían con la morfinomanía, opinamos nosotros.
Dicho cuento salió en un mal momento para él pues coincidió que había entregado a un librero la edición de su obra “El árbol del bien y del mal” en 98 págs. Edición pobrísima de solamente cien ejemplares y portada prerrafaelista. Al regresar a la semana siguiente comprobó con indignación que no se había vendido ni un ejemplar a pesar de que solamente costaban dos sucres y retiró los libros, quemándolos en silencio en su casa ¿Falta de publicidad, apresuramiento del poeta, prejuicios, complejos? El fracaso le hizo ver una vez más que vivía inmerso en un ambiente espeso, pero no todo le era mezquino, numerosas voces amigas le aplaudían, la crítica saludaba sus producciones. Luís Aníbal Sánchez desde Quito alabó su alma de poeta y se admiró de la belleza de sus poemas.
En Noviembre sirvió de editor de la revista mensual de artes y letras hispanoamericanas “España” que solo salió un número porque fue su venta un fracaso. En Diciembre se Olmedoagravó su condición económica al quebrar y suicidarse el comerciante Manuel Pereira, propietario de un gran almacén en las calles 9 de Octubre y Pedro Carbo, donde mantenía su madre un pequeño capital ganando intereses, de suerte que perdido el haber familiar quedó con su madre y abuela llamada Matea Moreira, costurera analfabeta de Balzar que vivía junto a ellos, en la más absoluta pobreza. De allí en adelante debió mantenerlas con el sueldito de profesor primario y con lo poco que percibía en la revista “Patria”.
En 1918 comenzó a frecuentar a un grupo de bohemios que se reunían en el Parque Seminario, colaboró en el semanario humorístico quiteño “Caricatura” de Enrique Terán Baca y Guillermo Latorre, felicitó a Augusto Arias Robalino por la revista “Vida Intelectual” le envió un laurel rosado cortado en los bosques tropicales y empezó a preparar un cuaderno de poesía que iba a titular “Trompetas de Oro” muy a lo Rubén Darío, cuya copia remitió a la Editorial América de Madrid para ver si obtenía su edición. Al célebre escritor venezolano Rufino Blanco Fombona residente en Madrid le solicitó el prólogo, pero este se excusó del encargo no sin publicarle un ensayo sobre Manuel J. Calle en la revista ‘’Hispano Francesa” de la capital española.
En Junio, al cumplir veinte años de existencia, escribió el poema “Aniversario” lleno de introspección apuntando a la transformación de adentro, tratando de comprender los enigmas que le desafiaban y llenaban de incertidumbre vital. En dicho poema hace un balance de su vida, se interroga e intenta una explicación a sus propios cambios, que no encuentra y por eso se angustia.
El 24 de Septiembre había nacido su hija María Mercedes Silva, habida en sus amores con la joven Ángela Carrión Vallejo, natural de Alausí, a quien criaba su madre doña Mariana Rodas de Silva desde un año antes por encargo de unas monjas amigas suyas ¡Vaya compromiso para la pobre señora!
Dada la pobreza de la joven madre, que pasó a vivir en el cerro Santa Ana conviviendo con lavanderas, la niña recién nacida fue entregada a doña María Tibaud de Tagle que alquilaba una casa vecina al cerro propiedad de los Santistevan Elizalde en el barrio de Las Peñas. Quince años más tarde pudo la señora Ángela Carrión ver a su hija y le propuso que vivieran juntas pero la niña no aceptó pues ya se había acostumbrado a los Tagle. Ni el nacimiento de la niña ni otros furtivos romances le daban motivos al poeta para vivir su atormentada travesía. Solo la literatura le animaba.
En Noviembre visitó Quito cumpliendo así un viejo anhelo y alternó con Augusto Arias y el grupo de jóvenes escritores que ya empezaban a descollar en el mundillo literario capitalino, su amigo Guillermo Latorre publicó su caricatura en “Vida Intelectual” y en Guayaquil Alejo Matheus Amador una serie de poemas bajo el título de Películas y sostuvo una polémica sobre ellos. El Dr. Fernando Jurado Noboa ha manifestado que fue en Quito y en el mes de Diciembre – porque está firmado y fechado – cuando Silva escribió su poema “El Alma en los labios” y que lo compuso durante una cena en la fonda de Felisa Cabrera situada en la esquina de la Plaza del Teatro, muy cerca del sitio donde se alojaba. De este poema antológico existen varias copias de su puño y letra, una entregó escrita con tinta roja a su alumna y enamorada Rosa Amada, otra a su madre. El músico José Alberto Valdivieso Alvarado a) Diablo Ocioso, le puso música ese año 18 con ritmo de pasillo colombiano. En este poema Silva reitera la idea de suicidarse, expuesta por primera ocasión en uno de sus poemas escritos en 1916 y reiterada al siguiente año en su cuento “El aviso”.
Igualmente se sabe que visitó con varios amigos los alrededores de la capital, inclusive el puente del río Machángara, motivo que le sirvió para escribir una crónica y un cuento policial que se perdió en el incendio de la casa materna poco tiempo después de su muerte.
El Joven poeta ya era figura conocida gozaba de fama y estimación pero aparte de las letras tenía otras apetencias intelectuales, le fascinaba el misterio de todo cuanto tuviera rasgos parasicológico y con tal motivo visitaba asiduamente a Modesto Chávez Franco y sus conversaciones favoritas versaban sobre el más allá pues Chávez era espiritista pero al darse cuenta de las intenciones suicidas del joven, le aconsejó que no piense en ello que se dedique más bien a una sana bohemia, hacia la cual Silva nunca se mostró predispuesto por su temperamento tímido, casi huidizo, ajeno a fiestas y saraos.
En Enero de 1919 publicó en el folletín de El Telégrafo una novelina rosa de cuatro entregas titulada “Jesús María”, bucólica y rural, posiblemente autobiográfica, escrita en Abril del año anterior con motivo de un viaje a Daule y dedicada a su amigo José Eduardo Molestina Sotomayor. El argumento bello, sencillo y sentimental – muy del gusto de la época – le atrajo generales simpatías, sobre todo en el público femenino, que suspiró y hasta mojó pañuelos con dicho amor imposible. El Director propietario del periódico cayó en cuenta que tenia a mano a un joven talentosísimo y le llamó. Las novelinas lacrimosas siempre han dado más dinero que los poemas aunque estos fueren perfectos, verdaderas obras maestras de arte.
Como se había alejado nuevamente de “Patria”, aceptó gustoso el empleo que le ofrecían en “El Telégrafo” y desde el 20 de marzo empezó a salir su columna titulada “Al pasar” que firmó como “Jean D´Agreve” cobrando por semana y pidiendo a veces suplidos. Los miércoles y sábados de tarde concurría a la redacción de “El Telégrafo” a hacer oficina, dirigía la diagramación y el levantamiento de las páginas de los Jueves Literarios, la sección La Mujer y el Hogar y su columna donde hizo crítica literaria especialmente dirigida a los jóvenes valores del país, pero también criticó a la ciudad y a la sociedad donde vivía, con descripciones muy subjetivas, es decir, no de como eran sino como él las sentía, adentrando en sus lugares y personajes. Se ha dicho, además, que tentó la crónica roja en “El crimen del puente del Machángara” y hasta prolongó ese estudio policial en una novelita que no llegó a publicar porque fue amenazado. También tuvo un gran disgusto cuando se enteró que el caricaturista Lara de Quito se había burlado de su poema “El Alma en los labios” que dibujó debajo de un zapato viejo, una lata vacía de sardinas y un palo de escoba con la frase: I quisiera ser todo lo que tu mano toca…./ ser tu sonrisa, ser hasta tu último aliento / para poder estar más cerca de tu boca, // pero después lo disculpó cuando se enteró que Lara era un gran admirador de sus poemas.
En Mayo se suicidó el gran poeta religioso Amado Nervo. La noticia llegó al Ecuador y Medardo Angel sufrió un duro golpe sentimental, emoción que aumentó su natural depresión que se transformó en un hastío de vivir, producto quizá de su morfinomanía, pues había empezado a inyectarse. Hacía un año que mantenía un permanente diálogo con la muerte, a quien mencionaba como la hermana tornera en sus relatos de prosa poética.
Su estado de salud no era normal. La autopsia revelaría demasiado grandes el corazón y el hígado. Su vida, una permanente situación de angustia, la dejaba entrever en sus relatos y como acostumbraba escribir en metáforas, nadie le tomaba en serio. Una noche “sintió el aliento de la muerte al ser visitado quedamente por ella.” En otra ocasión se aterró al ver su rostro (una calavera) reflejado en el de la mujer amada y hasta pensó por un momento que se estaba volviendo loco.”
En 1921 describió su estado de desesperación en “Un cansancio, un sopor, una fatiga” //¿Será siempre la interior herida, / la lágrima en los ojos prisionera, / y ver como la dulce primavera / de nuestras almas emprendió la huida? // Dolor: dame una tregua, dame vida, / un minuto de paz, o mejor fuera / la infinita quietud en la ribera / de la negra región desconocida. // Muerte, desflora tu fatal sonrisa / en mis angustias, a tus brazos vengo / como la nube que arrastró la brisa, / dame el refugio de tu sombra amiga / y déjame dormir… es hora, tengo / un cansancio, un sopor, una fatiga… //
Al tiempo que escribía incansablemente, tentaba nuevos temas, sus artículos se iban haciendo cada vez menos literarios y más generales, sobre todo porque escribía sobre la vida de la ciudad artículos para “El Telégrafo” tales como En la penumbra del cinema, La ciudad nocturna, La ciudad mística, La ciudad delincuente, Por nuestros parques, etc. sus poemas se transformaban involuntariamente en versos libres enriqueciéndose con ciertas formas vanguardistas que anunciaban al post modernismo.
Un delegado de la candidatura presidencial del Dr. José Luis Tamayo le había ofrecido a nombre del partido Liberal la secretaría de la legación diplomática en Francia y como gozaba de la amistad personal del joven José Luís Tamayo Concha, hijo del candidato, el asunto parecía casi seguro. Otros prestantes intelectuales de filiación política liberal le apoyaban: Wenceslao Pareja José, Eduardo Molestina que escribía bajo el pseudónimo de Máximo de Bretal, etc.
El Mes de mayo le pareció eterno y pensaba que podía escapar a sus ataques de neurosis entrando en un convento. Sus amigos los agustinos le querían bien y él lo sabía pero esta no era una razón suficiente. La idea del suicidio lo perseguía con insistencia y un desgano total le quitaba fuerzas. Ya no sentía placer al estar con sus amigos de barrio, había dejado de concurrir al salón “El Búho” y a las veladas nocturnas en casa de Adolfo H. Simmonds en el barrio del Conchero, tampoco la morfina le abastecía, pues el vicio lo tenía simplemente por snob ¡Solo le atraía el convento o la muerte!
Su amiga Lola del Campo Drouet, trataban de animarlo con buenos y sabios consejos. // Ud. me dice que piensa en el claustro o en el suicidio, ni lo uno ni lo otro: esas son ideas de su cerebro fatigado y de su temperamento ultra nervioso…” le escribió ella desde Quito.
El domingo 8 de Junio de 1919 varios amigos del barrio le celebraron en casa de la familia Ampuero Abadíe sus veinte y un años, la mayoría de edad de entonces, con un afectuoso baile al que invitaron hermosas chiquillas del vecindario, pero al comenzar la danza se retiró discretamente a una ventana y sacando de su pecho un ejemplar del Kempis se puso a leer, despertando la admiración de la concurrencia. Una de sus tantas genialidades se dijo entonces, cuando el poeta solo deseaba llamar la atención sobre su gravísima postración nerviosa El martes 10 salió a realizar varias gestiones personales.
Encontró en la calle a su amigo el también poeta José María Egas y le solicitó una fotografía de Oscar Wilde para iluminar el artículo que tenía preparado y pensaba publicar la semana siguiente. Por la tarde estuvo en su chalet y posiblemente tomó unas medicinas porque se sentía resfriado.
A las 8 y 1/2 de la noche pasó por el domicilio de su enamorada y vecina la joven Rosa Amada Villegas Moran, niña de cabellera espesa y excelentes modales, que solo tenía quince años de edad y por su formación sencilla y casera era realmente una criatura, ubicado en Morro No. 704, entregó el sombrero y bastón a la menor María Luisa Villegas Morán pidiéndole por favor que limpiara el bastón porque estaba enlodado, se sirvió un dulce que estaba en la mesa y un vaso de agua.
Rosa Amada estaba en el recibimiento haciendo unos deberes y después de saludarla a ella y a su mamá que se hallaba recostada en una hamaca dentro de la misma pieza, le pidió el lápiz y se puso a dibujar unas caricaturas en el mismo cuaderno que ella tenía mientras recitaba versos de Amado Nervo, Rubén Darío, Miguel Urquieta y Falconí Villagómez. Luego de arrancar la hoja y echarla al patio se retiró sonriente, indicando que iba a jugar billar y después pasaría a trabajar en la imprenta de El Telégrafo, y se despidió.
La madre de ella ya se había enterado que Medardo Angel se inyectaba, posiblemente llevado al vicio por su amigo Simmonds, por eso había dispuesto a su hija que viera la forma más rápida pero al mismo tiempo más delicada, de finalizar la relación sentimental con el poeta “porque un morfinómano no tenía futuro que ofrecerle”.
La señora Moran de Villegas era vecina y comadre de la mamá del poeta y éste concurría a dictar clases a la niña a quien cortejaba con insistencia desde hacía dos años.
De vuelta en su chalet, el poeta fue al dormitorio, tomó un revólver Smith Weisson calibre 32 que le había dado en préstamo días atrás su amigo Leonidas Alvarado, amigo común del poeta y de Carlos Luís Ampuero Abadíe. Su madre entró en esos momentos y muy extrañada le preguntó qué iba a hacer con él. Lo voy a devolver, fue la respuesta, pero habiendo sacado todas las balas menos una, lo puso en un bolsillo de su saco y se despidió de su progenitora con un beso en la frente y un abrazo.
Nuevamente en la calle se encaminó a la casa de los Villegas, subió y pidió permiso para continuar la visita. Vestía un terno negro, zapatos de charol y corbata negra con rayas blancas. Después de unos minutos de charlar con la señora y su hija, le solicitó a la señora que deseaba hablar a solas con Rosa Amada; la viuda le ordenó a su hija que tomara la lámpara del recibimiento y pasaran a la sala porque la casa aún no tenia alumbrado eléctrico. El joven se sentó en otra silla, separada de la de Rosa Amada y le dijo cuatro veces “Acércate más y atiéndeme cinco minutos”
Rosa Amada se volteó para acercar su silla y el poeta aprovechó ese instante para dispararse en la sien derecha, cayendo mortalmente herido al suelo, entre horribles convulsiones que duraron varios minutos. La joven solo atinó a gritar ¡Medardo¡ La señora Villegas y sus otros dos hijos acudieron presurosos y al darse cuenta de lo sucedido pidieron auxilio a la autoridad policial.
Pronto se llenó la casa de curiosos. Uno de ellos, el zapatero Alejandro Vélez, corrió al chalet de doña Mariana para avisarle que su hijo “acababa de darse un tiro” pero cuando ella arribó al departamento de los Villegas, el joven poeta ya había muerto, entonces tomó su cabeza, la sostuvo entre sus brazos, la limpió de sangre, besó amorosamente y lloró con terrible desconsuelo, enseguida llegaron sus hermanos Lizandro y María Luisa Rodas mientras manos piadosas llevaban a la señora de Silva, de vuelta a su casa situada a solo una cuadra de distancia.
El proyectil había entrado por detrás de la oreja, suponiéndose que en el último instante el joven pudo haber realizado un movimiento involuntario que desvió la bala. Nunca se sabrá si todo fue un gesto teatral o una chanza de las que acostumbraba hacer de vez en cuando, o si por el contrario se trató de un acto primo.
El suicido de Silva – nervioso, precipitado – ocasionó un gravísimo escándalo nacional. Desde Ambato Pablo Balarezo Moncayo escribió una elegía. Fragmento: // Que una noche suicidándote huiste / a buscar de la vida el postrer puerto / me dicen que eras bueno, que eras triste…//
Se alborotaron los cotarros tejiéndose las más espeluznantes historietas que dieron pie a versiones increíbles que aún circulan como aquella que fue asesinado. El Comisario Quinto de Policía, Licenciado Segundo Esteban Savinovich, viéndole en el suelo tuvo una frase despectiva para el difunto “Así mueren los morfinómanos y viciosos” y dispuso el levantamiento del cadáver y que los doctores Adolfo Hidalgo Nevares y Enrique Hurtado realicen el reconocimiento médico legal (autopsia).
Se siguió el sumario por parte del Agente Fiscal Juan Quintana, que no arrojó novedades. “De lo actuado se desprenden presunciones vehementes de que el desgraciado acontecimiento que cortó la vida del poeta don Medardo Angel Silva fue un suicidio.”
Declararon varios amigos y vecinos. Ampuero Abadíe entre otros, y se obtuvo en conclusión que nadie suponía la idea del suicidio pues Medardo Ángel le había solicitado el revólver dizque para llevarlo a un paseo campestre.
Tras la autopsia en la morgue y su velación en su casa de la calle Morro No. 704 y Juan Pablo Arenas, dirección hacia la cual también se dirigió el Comisario para practicar un minucioso registro de los cajones localizados en el armario del poeta, extrayendo algunos documentos y cartas reveladores de la resolución de suicidarse, el cortejo fúnebre salió con lentitud, la carroza iba seguida de numerosos automóviles y delegaciones hasta llegar a la bóveda No. 957. En el camposanto se reunió un gran concurso de personas de todas las clases sociales, tal su nombradía. Hablaron los poetas y un representante de la Universidad. Tampoco faltaron coronas fúnebres pero no hubo servicios religiosos por su condición de suicida.
Su madre, en cambio, murió prácticamente en vida. La medalla que le iba a obsequiar por su cumpleaños y que no había sido terminada a tiempo por atraso del joyero, le fue entregada durante el sepelio. I no queriendo saber nada más de su hijo ya que su recuerdo le hacía daño, se encerró en su casa. Después hubo un incendio y la perdió, obligándola a establecerse en el campo.
En 1934 vivía en Daule con su madre, acogidas a la caridad de una amiga y cuando quedó sola regresó a Guayaquil, habitó una pobre y pequeña casita de caña de dos ambientes solamente, en el callejón que se inicia en la Plaza Colón y sube al Santa Ana por detrás, vecina de las familias Jurado Game y Espinosa Tamayo, ganándose la vida como costurera del barrio. Una escalerita empinada y de débiles maderos dificultaba el ascenso de sus clientas, que le llevaban costuras. Al final, prematuramente ancianita, terminó en El Bien Público de Guayaquil donde falleció el 14 de Junio de 1942 a los setenta y nueve años de edad y veinte y uno de la trágica muerte de su hijo el poeta. En algun domingo que su amigo el Dr. Abel Romeo Castillo la sacó a pasear en automóvil, al pasar cerca de una cantina y siendo las cuatro de la tarde, escuchó un pasillo con letra de su hijo, que reconoció enseguida y se disgustó muchísimo como es lógico y natural, porque sabía que Medardo Ángel había sido un elegante esteta y no un poeta arrabalero, aunque el hecho de apasillar sus versos hizo que perduren transformados en canciones inmortales del folklore nacional.
Medardo Angel Silva fue un joven desafortunado. Su complexión física heredada al padre de quien recibió también una exquisita espontaneidad artística, le hizo delicado y sensible.
Una fuerte carga emotiva y de personalidad recibida de su madre, junto a sus deseos de superación social y al don divino de la poesía, le hicieron grande. Pero todo ello chocaba con la pobreza en que se debatía que todo le volvía gris. Tampoco faltó la incomprensión de un medio hosco, huraño al arte y al color de su piel, que le cerraba “las puertas de los mejores salones,” donde el poeta hubiera querido brillar por su divino estro, porque recitaba poesías propias y ajenas con gran musicalidad, porque tocaba muy bien al piano al punto que llegó a componer diversas melodías, porque sabía conversar sobre todos los temas imaginables con lógica, profundidad, sutileza (su conversación siempre fue fácil y amena) En síntesis, era un bellísimo espíritu encajado en un cuerpo magro y bastante feo, y esta contextura desmedrada con apariencia de debilidad le hacía casi un niño desprotegido, de lo cual él se defendía tras una máscara de fina seriedad y cortesanía, propia de esos tiempos todavía decimonónicos.
¡Ah, si no hubiera sido tan pobre y socialmente débil, cómo hubiera maravillado al mundo americano! Por eso le había expresado a su amigo Adolfo H. Simmonds en momentos de suprema confidencialidad: Me desespera la miseria, me ofende el color.
Su poesía, genial en un joven de veintiún años apenas, le salva de todo juicio, de toda comparación, aunque leyendo sus versos con detenimiento solo se encuentra una docena de creaciones antológicas por su fondo y forma, pues las demás son composiciones teóricas, mas bien ficticias, variaciones sobre el mismo tema de la mujer y el amor y algunos hasta rayan en la monotonía, aunque todas conservando el sello de una elegante espiritualidad.
Admirable pero explicable su poesía porque fue un lector autodidacta que llegó a dominar el idioma cubriendo con el exquisito y suntuoso ropaje del modernismo a sus artículos de galante prosa poética, a su crítica literaria con la claridad de juicio, a su novelina con la candidez de las primeras emociones y como además publicó cuatro relatos cortos, muchas notas de prensa. ¿Cuánto más habría podido escribir? ¿Hasta donde le hubiera llevado su talento?
Otro asunto que llama la atención es el hecho de que un niño poeta, un joven poeta, pudiera escribir en forma tan envejecida, pensando siempre en lo limitado de la condición humana. Por eso se ha dicho que su mente creaba y su corazón sufría cuando el amor buscado se perdía en el desprecio.
I de una poesía de compromiso muy de finales del siglo XIX pasó merced a su impulso febril a otra muy distinta, estancada en el horror de la muerte e influenciada por el movimiento modernista hispanoamericano que introdujo Rubén Darío con “Azul” lleno de todas las posibilidades sonoras y formales en el verso, que nos igualaba a una sociedad contemporánea en Europa, y nos permitió compartir la modernidad y la actualidad del mundo.
De estatura mediana, delgado, piel diluida, oscura y apagada, propia de la llamada raza cósmica que es todo y es nada al mismo tiempo, puesto que sin serlo todavía está llamada en el futuro a grandes conquistas, fue blanco, negro e indio al mismo tiempo.
Sus ojos brillantes pero no miopes ¿Porqué usaría unos anteojos de cristal sin aumento llamados impertinentes o quevedos? ¿Solo para llamar la atención?…. porque sus lentes eran solamente pose… se probó con el par que se conserva en exhibición al interior del Museo Municipal, al que se midieron los cristales, encontrando que no eran en absoluto de aumento.
El pelo algo rizado y negro le caía en rumbosa melena. Los labios apretados aunque carnosos le rebelaban un ser sensual pero tímido y problemático.
Lo desesperaba la miseria y le ofendía el color pero triunfaba con jovencitas del pueblo llano y de la baja burguesía, cuando él hubiera querido ser aceptado por mujeres blancas (madamas les decían entonces) como aquellas que salían retratadas “por ser de la mejor sociedad”.
Usaba un atuendo desmodado imitando a su admirado maestro Nicolás Augusto González Tola que acababa de fallecer en Buenos Aires en 1917, cuando los jóvenes de su edad vestían a la moderna, es decir, a la moda americana, con ternos de dril o de lino blancos, moda impuesta por los gringos en el Canal de Panamá.
Usualmente se le veía en las calles con el saco negro de casimir, pantalones a rayas y por eso llamados de fantasía, corbata de seda, sombrero de paño y zapatos de charol, era un dandy arregladísimo aunque anacrónico, por eso pasaba por esteta que adoraba lo elegante y lo elitista, debido a su alma de aristócrata que veneraba todo lo francés y odiaba con las fuerzas de su alma anciana la prisa de la vida vulgar y común y la luz del día que revela las imperfecciones de las cosas. No le agradaba el sudor ni el esfuerzo físico, prefería la tenue claroscuridad de los gabinetes secretos de luz interior y de libros, así como los diálogos a media voz.
Diariamente se aburría al tener que dictar clases a los niños y repetir sin ton ni son el ba, be, bi, bo, bu del abecedario pues sabía que era el mayor crítico del país, el gran poeta que hubiera honrado las cátedras más elevadas de literatura en cualquier universidad americana, pero como carecía de títulos no podía aspirar a nada más. A su amigo Falconí Villagómez le confesaría que su tragedia era haber nacido para morar un palacio de maravilla y estar obligado a morder la estopa en un figón miserable ¡Era tan niño y tan melancólico!
Sufría de fotofobia (sentía dolor físico por la luz del día) dolencia grave, nerviosa y propia de las depresiones agudas y lo hubiera dado todo por el título de Bachiller y la aceptación social, que quizá habría alcanzado con el tiempo, de haber vivido más; por eso le resentía que los propietarios de los diarios nacionales y las revistas literarias no reconocieran y apreciaran económicamente su talento. “Nunca le pagaron lo justo, muchos lo explotaron”.
I aunque acostumbraba charlar alegremente, su alegría era solo la máscara amarga que ocultaba a un niño triste, que se desdeñaba a sí mismo y a la vida, pero lo peor de todo es que – por su afán escapista de morir – dejó a su madre y anciana abuela en la más absoluta miseria pues ambas dependían económicamente de él. En esto se portó egoísta y rastrero. En síntesis, pensamos que su suicidio aparatoso y teatral se debió a un llamado de atención que quiso hacer a su joven enamorada, pero como era bastante inútil para el manejo de las armas, ésta se disparó ocasionándole la muerte.
En 1926 Gonzalo Zaldumbide editó las Poesías Escogidas de Silva en París pero su producción siguió en gran parte desperdigada hasta que el Dr. Abel Romeo Castillo la hizo publicar entre 1964 y el 66 en cinco pequeños tomitos. El 84 apareció su biografía escrita por el mismo autor, hasta hoy el más completo estudio que se tiene de Silva, aunque bastante horizontal y el 2005 la Municipalidad de Guayaquil editó sus Obras Completas con una Introducción que no entrega ni siquiera al lector común, todo lo que éste merece ¿I qué diremos del lector curioso y del lector erudito?
EL ALMA EN LOS LABIOS. – Dedicado a Rosa Amada Villegas. Se conoce la última versión, escrita a mano poco antes del suicidio, sobre un papel vulgar y con tinta roja.
// Cuando de nuestro amor, la llama apasionada, / dentro tu pecho amante, contemples ya extinguida; / ya que solo por ti la vida me es amada, / el día en que me faltes, me arrancaré la vida. // Porque mi pensamiento, lleno de este cariño / que en una hora feliz, me hiciera esclavo tuyo; / lejos de tus pupilas, es triste como un niño, / que se duerme soñando, en tu acento de arrullo. // Para envolverte en besos, quisiera ser el viento, / y quisiera ser todo lo que tu mano toca; / ser tu sonrisa, ser hasta tu mismo aliento, / para poder estar, más cerca de tu boca. // Vivo de tus palabras y eternamente espero, / llamarte mía, como quien espera un tesoro: / lejos de ti comprendo, lo mucho que te quiero, / y besando tus cartas, ingenuamente lloro. // Perdona que no tengo, palabras conque pueda, / decirte la inefable, pasión que me devora, / para expresar mi amor, solamente me queda, / rasgarme el pecho, amada, y en tus manos de seda, / dejar mi palpitante, corazón que te adora. //
Este admirable poema fue apasillado sin ninguna misericordia por Francisco Paredes Herrera en Cuenca y hoy es cantado en todo el país y especialmente en las cantinas, como una de las canciones clásicas más bellas de nuestra música popular ecuatoriana. Después varios artistas han interpretado ese tema. En 1.960 Julio Jaramillo Laurido grabó para el sello Onix un disco de cuarenta y cinco revoluciones con El Alma en los labios de un lado y Endechas del otro. Años más tarde aparece en un long play titulado Pasillos de siempre de Julio Jaramillo.
ESTANCIAS
Señor, no ha recorrido mi planta ni siquiera
la mitad de la senda, de que habló el Florentino,
y estoy en plena sombra y voy a la manera del niño
que en un bosque no conoce el camino.
De profundis clamavi Pastor de corazones,
da a mi alma el fuego que hizo de la hetaira una santa; renueva los milagros de las resurrecciones; espero, como Lázaro, que me digas: ¡Levanta!
Esposa Inevitable, dulce Hermana Tornera,
que al llevarnos dormidos en tu regazo blando
nos das la clave de lo que dijo la Quimera
y en voz baja respondes a nuestros cómo y cuándo;
apenas si fulgura mi lámpara encendida,
derroché mis tesoros como una reina loca,
me adelanté a la cita y, al margen de la vida,
¡ha dos siglos que espero los besos de tu boca!
No dicen los inviernos que no haya primavera;
en la noche más negra palpita el alba pura:
lo sabio es esperar; es fuerte quien espera
-buen sembrador- velando la cosecha futura.
Las horas en su danza llevan tan loca prisa,
que a la risa y al llanto ofrecen pronto fin:
feliz quien pueda ver con la misma sonrisa
la serpiente del bosque y el lirio del jardín.
DETALLE NOCTURNO
Un gato, grave y frío, sobre el vecino alero,
en yo no sé qué fina meditación se pierde,
contemplando la rosa de la luna de enero
con la viva esmeralda de su pupila verde.
Inclinada la testa como un Platón ideólogo
e inmóvil, en hipótesis magníficas se abstrae…
y sólo turba el hondo silencio del monólogo
la canción olorosa que alguna brisa trae.
VELADA DEL SABADO
Marcha la luna trágica entre nubes de gasa…
sin que nadie las toque se han cerrado las puertas…
El miedo, como un lobo, pasea por la casa…
se pronuncian los nombres de personas ya muertas…
El abuelo las lámparas, por vez octava prende…
se iluminan, de súbito, semblantes aturdidos…
Es la Hora en que atraviesa las alcobas el duende
que despierta, llorando, a los niños dormidos…
LO TARDIO
Madre: la vida triste y enferma que me has dado
no vale los dolores que ha costado;
no vale tu sufrir intenso, madre mía,
este brote de llanto y de melancolía!
¡Ay! ¿Por qué no expiró el fruto de tu amor,
así como agonizan tantos frutos en flor?
¿Por qué, cuando soñaba mis sueños infantiles,
en la cuna, a la sombra de las gasas sutiles,
de un ángulo del cuarto no salió una serpiente
que, al ceñir sus anillos a mi cuello inocente,
con la flexible gracia de una mujer querida,
me hubiera libertado del horror de la vida … ?
Más valiera no ser a este vivir de llanto,
a este amasar con lágrimas el pan de nuestro canto,
al lento laborar del dolor exquisito
del alma ebria de luz y enferma de Infinito.
OFRENDA A LA MUERTE
Muda nodriza, llave de nuestros cautiverios,
¡oh, Tú, que a nuestro lado vas con paso de sombra,
Emperatriz maldita de los negros imperios,
¿cuál es la talismánica palabra que te nombra?
Puerta sellada, muro donde expiran sin eco
de la humilde tribu las interrogaciones,
así como no turba la tos de un pecho hueco
la perenne armonía de las constelaciones…
Yo cantaré en mis Odas tu rostro de mentira,
tu cuerpo melodioso como un brazo de lira,
tus plantas que han hollado Erebos y Letheos,
y la serena gracia de tu mirar florido
que ahoga nuestras almas, exentas de deseos,
en un mar de silencio, de quietud y de olvido.
ANIVERSARIO
Hoy cumpliré veinte años. Amargura sin nombre
de dejar de ser niño y empezar a ser hombre;
de razonar con lógica y proceder según
los Sanchos, profesores del sentido común.
Me son duros mis años y apenas si son veinte-
ahora se envejece tan prematuramente;
se vive tan de prisa, pronto se va tan lejos
que repentinamente nos encontramos viejos
en frente de las sombras, de espaldas a la aurora
y solos con la esfinge siempre interrogadora.
¡Oh madrugadas rosas, olientes a campiña
y a flor virgen; entonces estaba el alma niña
y el canto de la boca fluía de repente
y el reír sin motivo era cosa corriente!
Iba a la escuela por el más largo camino
tras dejar soñoliento la sábana de lino
y la cama bien tibia, cuyo recuerdo halaga
sólo al pensarlo ahora; aquel San Luis Gonzaga
de pupilas azules y rubia cabellera
que velaba los sueños desde la cabecera.
Aunque íbamos despacio, al fin la callejuela
acababa y estábamos enfrente de la escuela
con el “Mantilla” bien oculto bajo el brazo
y haciendo en el umbral mucho más lento el paso,
y entonces era el ver la calle más bonita,
más de oro el sol, más fresca la alegre mañanita.
Y después, en el aula con qué mirada inquieta
se observaban las huellas rojas de la palmeta
sonriendo , no sin cierto medroso escalofrío,
de la calva del dómine y su ceño sombrío.
Pero, ¿quién atendía a las explicaciones?
Hay tanto que observar en los negros rincones
y, además, es mejor contemplar los gorriones
en los nidos, seguir el áureo derrotero
de un rayito de sol o el girar bullanguero
de un insecto vestido de seda rubia o una
mosca de vellos de oro y alas de color de luna.
El sol es el amigo más bueno de la infancia;
nos miente tantas cosas bellas a la distancia,
tiene un brillar tan lindo de onza nueva! Reparte
tan bien su oro que nadie se queda sin su parte;
y por él no atendíamos a las explicaciones.
Ese brujo Aladino evocaba visiones
de las mil y una noches -de las mil maravillas-
y beodas de sueño nuestras almas sencillas
sin pensar, extendían sus manos suplicantes
como quien busca a tientas puñados de brillantes.
Oh, los líricos tiempos de la gorra y la blusa
y de la cabellera rebelde que rehúsa
la armonía de aquellos peinados maternales,
cuando íbamos vestidos de ropa nueva a Misa
dominical, y pese a los serios rituales,
al ver al monaguillo soltábamos la risa.
Oh, los juegos con novias de traje a las rodillas,
los besos inocentes que se dan a hurtadillas
a la bebé amorosa de diez o doce años,
y los sedeños roces de los rizos castaños
y las rimas primeras y las cartas primeras
que motivan insomnios y producen ojeras.
¡Adolescencia mía! te llevas tantas cosas,
¡que dudo si ha de darme la juventud
más rosas!,
¡y siento como nunca la tristeza sin nombre,
de dejar de ser niño y empezar a ser hombre!
Hoy no es la adolescente mirada y risa franca
sino el cansado gesto de precoz amargura,
y está el alma, que fuera una paloma blanca,
triste de tantos sueños y de tanta lectura…!
LA RESPUESTA
Muda a mis ruegos, impasible y fría,
en el sofá de rojo terciopelo
un pálido jazmín hecho de hielo
tu enigmático rostro parecía.
La hostia solar, en roja eucaristía,
se ocultaba en el mar; y, al dulce cielo,
el divino Chopin su desconsuelo
en un sollozo trémulo decía.
Y cuando, por oír esa palabra
que eternos lutos o venturas labra,
te hablé de tu desdén y mi agonía,
con ademán de reina mancillada
me clavaste el puñal de tu mirada,
muda a mis ruegos, impasible y fría.
LA EXTRAÑA VISITA
Por la noche la Muerte las alcobas visita
donde dormimos nuestros apetitos bestiales y,
buen vendimiador, los frutos escogita
de sus vendimias eternales.
Una vez a mí lado llegó calladamente
y, cual si fuera un miembro próximo de la familia,
me acarició las manos y me besó la frente;
y yo comprendí todo…
Y, desde esa vigilia,
ella marcha conmigo
y se acuesta en mí lecho
y su mirar oscuro toda mi vida abarca…
¿No ves, por mi actitud, que estoy como en acecho
del rumor con que boga su misteriosa barca?
EL PRECEPTO
Deja la plaza pública al fariseo, deja
la calle al necio y tú enciérrate, alma mía,
y que sólo la lira interprete tu queja
y conozca el secreto de tu melancolía.
En los brazos del Tiempo la juventud se aleja,
pero su aroma nos embriaga todavía
y la empañada luna del Recuerdo refleja
las arrugas del rostro que adoramos un día.
Y todo por vivir la vida tan de prisa,
por el fugaz encanto de aquella loca risa,
alegre como un son de campanas pascuales,
por el beso enigmático de la boca florida,
por el árbol maligno cuyas pomas fatales
de empozoñadas mieles envenenan la Vida.
BOLIVAR Y EL TIEMPO
El huracán aullaba como un mastín de caza
a la noche invasora… La niebla era una gasa
velando el rostro puro del día, se dijera
que el hálito del viento apagaba la hoguera
del sol. . . La sombra inmensa de los montes crecía
como haciendo la noche… Cada cumbre fingía
una mano extendida para coger estrellas.
Alzaba sobre el mundo la más altiva de ellas
un pabellón de llamas. Viéndola se diría
que de aquella montaña fuera a salir el día!
El Chimborazo alzaba su cabeza de abuelo
entre todos. El viejo monte vecino al cielo
conocía la voz del Padre de las cosas.
El alba filialmente encendía de rosas
su frente de patriarca. El sol era su hermano;
otro gigante lo era también: ¡el Océano!
Su actitud al Titán rememora del mito:
quizás pensó robar un astro al Infinito
y la mano de Dios, frustrando la aventura,
lo inmoviliza a tiempo que escalaba la altura! …
De súbito, un rumor, levísímo, tan leve
como el caer de una hoja sobre el tapiz de nieve
de la montaña. Aquel rumor crecía lento.
El silencio se hacía, momento por momento,
tan grande que, atendiendo a mil ocultos sones,
se hubiera oído el paso de las constelaciones.
Era de pies humanos aquel suave ruido.
El Chimborazo alzó la faz, semidormido;
y vio un hombre parado enfrente del vacío.
Y el monte sintió algo como un escalofrío! …
La túnica de ese hombre era de llama, cielo
y sangre. Lo envolvía como si, en vez de velo,
fuera su propia carne; su frente despedía
un fulgor parecido al del naciente día;
su mano era capaz de doblar al Destino:
le circundaba un halo de prestigio divino
como una emanación de sí. Cuando el sonido
de su voz rasgó el aire, se oyó como un rugido
armonioso: y el Tiempo refrenó su carrera,
en la.nevada cúspide, para mirar lo que era!
Y sobre la montaña, al prodigio propensa,
se detuvo un instante la Eternidad suspensa.
Nunca, desde el Tabor, se vio mayor grandeza
humillando de un monte la vetusta cabeza!
Y aquellos dos gigantes se hallaron frente a frente:
los siglos como en una fugitiva corriente
circundaban las sienes del viejo; su corona
eran los muertos días; en su mano temblona
llevaba una hoz por cetro. . .
Y la figura homérica
era Simón Bolívar, Libertador de América.
POEMA
Ayer miré unos ojos africanos
en una linda empleada de una tienda
Eran ojos de noche y de leyenda
eran ojos de trágicos arcanos…
Eran ojos tan negros, tan gitanos,
vagabundos y enfermos, ojos serios
que encierran cierto encanto de misterios
y cierta caridad con los hermanos…
Ayer miré unos ojos de leyenda
en una linda empleada de una tienda
ojos de huríes, débiles, huraños.
Quiero que me devuelva la mirada
que tiene su pupila apasionada
con el lazo sutil de sus pestañas.