SAQUISILI : El viento del diablo

SUCEDIÓ EN SAQUISILÍ
EL VIENTO DEL DIABLO

Aunque la familia Baus no es propiamente de Saquisilí, allí vivía en 1.864 don Juan José Baus, rico hacendado ya entradito en años, pues  contaba con más de cuarenta abriles. Sus compadres los Chávez le tenían preparada a la Isabelita, hija de ellos, moza de no más de catorce, para que se case con él y así lo tenían planeado cuando la chiquilla decidió dar al traste con los planes fugando con su enamorado José Perdomo, colombiano hablantín y mentiroso, de no más de veinte, con quien se veía en las eras sin que nadie lo notara. 

Grande fue el escándalo en el pueblo cuando se supo la noticia y no menor la sorpresa del novio burlado, que se encerró en su hacienda por  más de tres meses, sin dejarse ver por nadie. Tal su vergüenza. 

Y pasaron los años, una mañana en que había feria se apareció la Isabelita con sus padres y tres niñitos nacidos de su unión natural con Perdomo, quien la había abandonado pues desde hacía cosa de meses no se sabía de él. Poco a poco las gentes fueron perdonándola y volvió a ser la misma chica de antes, solamente que ahora era una prudente madre de familia de veinticinco años. 

Por supuesto que don Juan José cuando supo de su regreso montó en cólera pues que no la había perdonado, pero un día la vio de lejos y la volvió a amar, quizá con más fuerza que cuando era una muchacha y hasta se atrevió a seguirla para admirar un poco más su figura. 

Desde entonces no tuvo tranquilidad ni sosiego. Sus compadres Chávez ya no le visitaban y hubiera sido imprudente reiniciar las relaciones después de lo pasado. La gente aún podría hablar del asunto y esto no le convenía. Así es que esperó con paciencia una ocasión propicia, que se presentó para la procesión del Corpus Cristi, cuando las gentes se volcaban a las calles y veían el desfile de las principales dignidades. Primero el Cura con la sagrada forma, luego los monaguillos, el Concejo Municipal, la Policía, las cofradías y el alumnado del único colegio. 

Y en medio de todos, confundida entre la concurrencia, don Juan José distinguió a Isabelita y mostrando gran audacia le interceptó el paso diciéndole: ¿Cuándo vas a ser mía? 

Baus estaba cerca de los sesenta pero aún tenía los bríos de antaño cuando domaba potros y violaba indias como buen patrón de hacienda, pero con la Isabelita se equivocó de plano, pues ella le contestó 
“Nunca, viejo maldito, por tu culpa me desgracié huyendo con Perdomo” y siguió caminando con una furia que parecía contenida durante muchos años. 

Desde ese día Baus envejeció a ojos vista y llamó al Notario para hacer su testamento. Poco después moría solo y sin el cura a quien se negó a recibir.  Murió condenado, fue el comentario unánime y sólo la intervención de algunos parientes evitó que lanzaran su cadáver lejos del cementerio. 

Poco después se abría el testamento y los compadres Chávez supieron que eran los herederos de la valiosa hacienda, con su ganado, pastos, indios y conciertos. Bonita manera de mejorar a la Isabelita dijeron las beatas más sabias de la comunidad, pero ella, ni por un minuto quiso conocer la propiedad y sus padres tuvieron que venderla al primer postor, para evitar el bochorno. 

Años después Isabelita murió súbitamente, según se pensó, de gota coral o lo que es lo mismo, del corazón. El día de su entierro media población concurrió a la casa y se trajo a colación su desdén para con Baus. Entonces sucedió que estando el cadáver en su féretro se oyó un gran viento y ante los atónitos circunstantes se abrieron las ventanas y entró una polvareda que envolvió la caja. Todo sucedió en unos pocos segundos pues enseguida volvió la normalidad, solamente que el cadáver tenía desfigurado el rostro, como si un gato lo hubiera arañado con furia. El Cura, que estaba presente, no quería creer lo que veían sus ojos, cerró la tapa del ataúd y de apuro la fue a enterrar. Desde entonces se dice que el muerto cobró venganza regresando de ultratumba.