SUCEDIÓ EN SANTA ROSA
EL PANADERO QUE ESCAPO DEL DIABLO
Eran las tres de la tarde y hacía calor. Francisco Carrillo, dueño de la única panadería del pueblo en 1.896 estaba parado frente a la puerta de su establecimiento cuando sintió la presencia de un ente raro, indescriptible y aterrorizador, que le miraba fijamente, pero no veía nada ni a nadie.
Francisco se dio cuenta que estaba frente a lo desconocido y quiso correr pero no pudo. Poco después desaparecía la sensación tan súbitamente como se había iniciado.
Esa noche no pudo dormir, al día siguiente rezó en la iglesia y comulgó como era su costumbre una vez al año. Sentía una desazón, algo raro e inexplicable, tal si una presencia quisiera comunicarse con él y no pudiera, algo o alguien que estaba desesperado lo perseguía y él bien lo sabía.
Y así estuvo una semana, hasta que no teniendo otro recurso se fue donde un brujo de los contornos, que también pasaba por espiritista, quien al verle salió asustado, dejándole atónito.
Poco después se corrió en el pueblo la noticia de que Francisco estaba endiablado o algo por el estilo y la gente dejó de comprarle pan, que digo, si hasta evitaban saludarlo en la calle o acercarse al negocio.
Francisco terminó por aceptar esta rara situación y una tarde, sin despedirse de nadie, se fue a Machala, donde tenía un tío sacerdote, que no supo cómo ayudarlo. La panadería quedó cerrada y el pan que había se empezó a verdear.
De Machala siguió a Guayaquil y no encontrando respuesta a su angustia ni alguien que lo exorcice, regresó a Santa Rosa, siempre con la sombra al lado, que a veces hasta se materializaba sin tomar forma humana definida.
Había envejecido y su pelo en sólo dos meses estaba totalmente cano; suceso que motivó aún más a la gente, para rehuir su trato. En la casa donde vivía no le quisieron recibir y la panadería no pudo venderla, si hasta le fue difícil conversar con sus antiguos conocidos.
Una tarde, desesperado y sufrido por la soledad a que estaba condenado, tomó una pistola y le disparó a la sombra en el momento que ésta se materializaba frente a su persona; la detonación se escuchó en varias cuadras a la redonda y las gentes salieron a ver qué pasaba, encontrándole con el arma en la mano, aún humeante, pero nadie estaba herido y la huella del balazo se veía en la pared, a donde había penetrado por ser de quincha.
Desde ese momento no volvió a ser molestado y la presencia se alejó de su vida para siempre. Años después todavía se hablaba del caso cuando llegó a sus manos un raro libro que trataba sobre diablos y diablas y como éstos y éstas suelen enamorarse de gentes, al punto que los siguen a diestra y siniestra, a donde éstos van, como fieles acompañantes; cosa rara y peregrina pero posible, según decía el autor.
Que este no constituía una posesión ni cosa por el estilo sino el abandono momentáneo del ángel de la guarda, que era reemplazado por esta “especie aún no catalogada”.
Francisco Carrillo fue libre cuando disparó, demostrando que no quería tratos infernales, pero al leer el libro creyó encontrar la respuesta y hasta terminó por aceptar tan rara explicación, en cuanto a su problema, nunca volvió a sucederle ni se ha sabido que le ocurriera nuevamente a otra persona en Santa Rosa. De todas maneras, como remembranza pueblerina, aún lo cuentan viejas habladoras de esa zona, porque el suceso no es tan antiguo como para haberse olvidado.