RODRIGUEZ LABANDERA JOSÉ

MECÁNICO.- Nació en Guayaquil en 1805 y fue bautizado con los nombres de José Raimundo. De extracción humilde y popular, al inaugurarse el 9 de Octubre de 1822 la Escuela Náutica de Guayaquil se inscribió de ella figurando entre los primeros alumnos. Hizo estudios de matemáticas, física, náutica y mecánica y tuvo de profesor al Coronel Domingo Agustín Gómez.
Guardiamarina en 1827 en la Escuadra colombiana, actuó en el bloqueo de Guayaquil por parte de las tropas del Libertador, que tenía su cuartel general en Buijo, a pocos kilómetros de Samborondón.
En 1830 alcanzó el grado de Teniente Fragata, y fue licenciado de la marina de Colombia, habiendo logrado notoriedad como excelente músico y hábil dibujante, constructor de juguetes mecánicos complicados, sobre todo por sus animales con movimientos naturales. Un alacrán, cuya imitación era perfecta porque movía sus miembros con exacta regularidad por medio de elementos mecánicos. Después hizo una salamanquesa en continuo movimiento, un pequeño piano de cigüeñales, un barquito de marcha automática, fuera de muchos otros objetos que despertaron el asombro de sus contemporáneos.
En 1831 diseño y construyó una “máquina especial para la fundición de tipos metálicos de imprenta” que vendría a ser un linotipo con horno incorporado para confeccionar tipos.
La Municipalidad nombró una comisión especial formada por el Dr. Luis Fernando Vivero, José Cruz Correa y Federico C. Freund, que la examinó y emitió un informe muy elogioso para su inventor.
El 2 de Enero de 1832 se posesionó como Administrador de la imprenta municipal, pero diez días después, por haberse unido esa imprenta con la de gobierno, abandonó su empleo para editar “El Patriota” a cuatro planas y dos columnas, que no prosperó pues tuvo vida efímera y bastante decepcionado viajó a Lima donde fijó su residencia y diseño un “aparato para navegar por debajo del agua”, embarcación que navegando entre dos aguas pudiese ofender sin ser ofendida, con artillería o con barrenos para echar a pique los buques enemigos. El 7 de Julio de 1837 lo ofreció al gobierno del Perú, que autorizó construirlo pero con dinero de su propio peculio.
Nuevamente en Guayaquil a fines de año publicó un aviso en el “Ecuatoriano del Guayas”, que dice: “Las personas que quieran perfeccionar sus establecimientos de destilación, en esta forma: arreglo y planificación de alambiques, hacer doble cantidad de aguardiente con ahorro de la mitad de la leña y una tercera parte de agua en la enfriadera que emplearía en hacer una destilación corriente; rectificar los aguardientes igualándolos a los de Pisco y composición de rones, dándoles buen gusto, pueden acercarse a tratar a José Rodríguez.
En Julio de 1838 tenía terminado una pequeña nave para andar por debajo del agua. Para el 18 de Septiembre fijó la fecha de lanzamiento y hasta se pasaron invitaciones especiales.
Esa mañana se llenó la orilla de gentes ansiosas de presenciar tan singular evento. Rodríguez Labandera se metió dentro del submarino, al que había bautizado con el nombre de “Hipopótamo”, acompañado del joven marinero guayaquileño José Quevedo. El vehículo acuático fue colocado a un lado del río- La gente seguía con la vista fija a un pequeño tubo que quedaba muy poco por encima del agua y casi imperceptible a la simple mirada. Dicho tubo estaba amparado a una boca de fuego en la que estaba colocada el asta de la bandera nacional, que flameaba hermosamente por la brisa que corría y tomó rumbo invariable hacia la ciudad, luchando contra la corriente y el viento sur que no desmayaba. Después de haber corrido un espacio bastante considerable entre la admiración y el aplauso del numeroso concurso de embarcaciones que lo seguían, fue preciso, haciéndolo surgir, remolcarlo por haberse roto una de las ruedas que le daba movimiento y así pudo llegar a la orilla de este lado donde el inmenso gentío, traído por el convite que salió el día anterior, lo esperaba lleno de regocijo. El aparato se sumergió cosa de dos metros dentro del agua, se movía con una hélice accionada por pedales y tenia un periscopio o tubo como respiradero sobre el que estaba colocada un asta la Bandera Nacional. Sus materiales eran tablones de madera calafateada de betún que los impermeabilizaba, las uniones de los pedales estaban forradas en cueros que impedían la entrada de agua.
La exhibición fue un éxito por cuanto el Hipopótamo no sufrió averías ni le entró agua; pero, en cambio, no tuvo la fuerza suficiente para vencer la fuerte correntada y tuvieron que remolcarlo a la orilla, saliendo a cosa de doce cuadras ante los vítores de la multitud y los elogios y comentarios de las autoridades.
De todo esto sólo ha quedado el recuerdo a través de varias publicaciones de la época, los periódicos “El Ariete” y “El Ecuatoriano del Guayas”, pero Rodríguez Labandera no pudo obtener ventajas económicas y lo que es peor, tampoco consiguió interesar al gobierno ecuatoriano, a pesar que el gobernador Vicente González informó favorablemente.
En 1844 apareció inventando una máquina tejedora de sombreros de paja toquilla, que presentó al gobierno con un sombrero previamente confeccionado, fue examinada y aprobada por el Ministro del Interior Benigno Malo Valdivieso.
En 1845 y por encargo de su amigo personal el General Juan Illingworth construyó una pierna ortopédica de madera debidamente accionada con goznes metálicos, para uso del Coronel José María Vallejo Mendoza, quien había quedado inválido a causa de una herida de proyectil en los encuentros suscitados en la hacienda La Elvira tras la revolución del 6 de Marzo.
La pierna fue un éxito y obtuvo el reconocimiento del Cirujano Mayor Juan Bautista Destruge Maitín. Con esta pierna asistió el mencionado héroe de nuestra independencia y de la revolución marzista al Combate Naval de Jambelí en 1865 y luego a su brutal fusilamiento por orden de García Moreno, que en el colmo del sadismo hizo primeramente fusilar al hijo de Vallejo, llamado Buenaventura, joven de solo dieciséis años, que acompañaba a su padre para ayudarle a caminar. Diez minutos duró la agonía moral del Coronel Vallejo, a quien se obligó a presenciar la muerte de su hijo, hasta que le llegó el turno a él.
Rodríguez Labandera fue un genial mecánico y un feliz inventor. De haber vivido en algún país de Europa habría realizado una brillante carrera, pero las condiciones del medio en que le tocó nacer impidieron el vuelo de las alas de su genio. Nunca obtuvo ventajas apreciables de su talento y solo en la vejez gozó de una modesta pensión como marino retirado.
Se conserva su retrato al óleo en el Museo Municipal de Guayaquil mandado a confeccionar por Rodrigo Chávez González. Allí aparece vestido con uniforme de Teniente de Fragata, color azul y presillas, el rostro trigueño denuncia su condición de hijo del pueblo, el pequeño bigote y los ojos negros profundos y soñadores completan una fisonomía agradable, donde la chispa del genio brillaba casi naturalmente.
También se le conoce otros inventos menores, pero no por ello menos ingeniosos.