SACANDO DEL ANECDOTARIO : QUITO
SALUDO ESTREPITOSO
Vivía Quito y con todas las comodidades del caso doña Fulanita de Tal, cuando una mañana le trajeron de la hacienda y gravemente herido de un tiro en la cabeza a su queridísimo esposo, quien se había tratado de suicidar. Lo pusieron en la cama y delante de toda la parentela el pobre sujeto comenzó a agonizar a ojos vistas y tan rápidamente que parecía que se le escapaba la vida de contado. Entonces, su esposa, tomándole cariñosamente las manos y con el mejor de los tonos le dijo: “Albertico, no te olvides de saludar a mamitica, por Dios, te lo ruego” refiriéndose a que el pobre iba a morir enseguida y debía trasmitirle saludos a la que había sido su suegra, que por supuesto tenía más de treinta años de muerta.
Dicen que de la impresión el caballero se apuró y quedó muerto y los parientes no sabían si reír o llorar. Tal la simpleza de la Doña.
LIO DE MALETAS
Un potentado guayaquileño invitó a numerosas personas a pasar un fin de semana en su enorme villa de los Estados Unidos. Las recepciones se sucedieron entre el viernes y el domingo en franca camaradería, menudeando las fiestas y con señoras y no hubo ni una sola nota discordante. El lunes, muy por la mañana salieron los invitados en grupo y luego del desayuno se pusieron en la puerta para despedirse, mientras los automóviles y los choferes esperaban. Una dama, doña Zutanita de Tal, se adelantó un poco y gritó al suyo: “Chofer: No se olvide Ud. de colocar en el maletero, mi Guchi grande y mi Guchi chica”, refiriéndose a un par de maletas muy finas y de marca, que la tenían orgullosísima.
Los invitados al oír tal orden no atinaron en principio a adivinar qué es lo que ella quería, pero viendo las maletas y al chofer que las colocaba, comprendieron la estupidez de la doña y se lanzaron en sonoras carcajadas, que la dejaron sorprendida y es fama que hasta hoy, después de tantos años, la mayor parte de los allí presentes, al acordarse de las Guchi, no pueden contenerse y siguen riendo.
NOMBRECITO ALTISONANTE
Acababa de llegar de Lima un conocido astrólogo que adivinaba la suerte sin equivocarse. Nadie le sabía su nombre verdadero, pues el muy picarón se anunciaba con bombos y platillos como el “profesor Roberto” y tantos aciertos tuvo que formó una nutrida clientela, figurando en ella las damas más empingorotadas del puerto y cobrando 1.000 y 2.000 sucres por consulta, suma casi exorbitante por entonces.
De compañera tenía el citado profesor a una guapa muchacha colombiana llamada “la Yesenia” , vaya uno a saber el porqué puesto que ese nombrecito no existe en el Diccionario, pero aquí en Guayaquil hizo roncha y desde entonces se cuentan por cientos a las Yesenias en el Ecuador, lo que llama la atención a los extranjeros que nos visitan.