PUYO : El pronóstico exagerado

SUCEDIÓ EN PUYO
EL PRONÓSTICO EXAGERADO

Juan Salazar se vio de pronto en el aire, todo flotaba a su alrededor y había un fondo negro, algo así como la oscuridad más absoluta, pero cada objeto estaba claro, él también. La sensación de verse flotando persistió unos pocos segundos más y entonces – de improviso – su figura explotó y oyó una voz que le decía a gritos: ¡Estás muerto! 
Tan real fue la sensación y la voz, que en ese momento se despertó sobresaltado y gritando, gritando. Su mujer lo auxilió, igual que sus hijos, pero él no volvía de su estado de terror pues había presenciado su propia muerte. 

Días después y aún con la fuerte impresión de la pesadilla tuvo que abandonar el Puyo con dirección a Quito a fin de adquirir varios productos que requería en su hacienda. Llegó a la capital, gastó y se divirtió algo mirando las vitrinas, conversó con dos o tres conocidos y muy contento y alegre se embarcó de regreso a su hogar con regalos y presentes para todos. Ya ni se acordaba de la pesadilla, la había olvidado por completo, cuando de improviso la tierra comenzó a temblar y parecía que el carretero se estuviera agrietando, pues un fuerte ruido venía desde todos los lados. 

El chofer sólo alcanzó a gritar: ¡Deslaves! El cobrador saltó a la carretera, en sentido contrario al que llevaba el vehículo y Juan se paró como todos los demás pasajeros, solamente para ver con terror como se descuajaba el cerro en toda su inmensidad de montaña de cordillera y un alud se precipitaba sobre ellos.  

Había llovido, la tierra estaba mojada y removida y las grandes piedras caían peligrosamente a los lados, hasta que fue tal el alud, que el bus fue empujado al precipicio y comenzó a rodar dando botes, tumbos mejor dicho. Juan trató de agarrarse de algo, pero ya fue tarde, empezó a flotar y entonces su cabeza se estrelló contra el piso que por efectos de las vueltas estaba hacia arriba. 

Todo explotó, vio estrellas de colores, rayos de luz y perdió la conciencia. ¿Había muerto?  milagrosamente, no. 

Dos días después recobró el conocimiento en un hospital del Puyo, hasta donde lo habían conducido los miembros de una cuadrilla de rescate. Estaba sano y salvo, solamente que muy adolorido en todas partes, por los moretones que se había ganado en la caída. Su esposa estaba como siempre a su lado y con cariño le limpiaba la frente. 

– – – Me salvé, mija. No estoy muerto. 
– – – Quédate callado, que ya todo pasó. Descansa, no debes hablar. 
– – – ¡Me salvé! ¡Me salvé! No se cumplió el pronóstico. Fue exagerado. 
– – – ¡Me salveeeeee!

Esta experiencia parasicológica de Juan tuvo un buen final aunque equivocado, puesto que debía morir como en el sueño. ¿Qué había pasado? ¿Premonición a medias?