PROAÑO VILLALBA LEONIDAS

EL OBISPO DE LOS INDIOS.- Nació el 29 de Enero de 1910 en la parroquia San Antonio de Ibarra. Hijo legítimo de Agustín Proaño Recalde, hombre honesto, trabajador y de gran entereza de ánimo y de Zoila Villalba, ambos eran alpargateros (tejedores de alpargatas) en un taller propio.
Tres hermanos nacidos antes murieron tempranamente y desde sus primeros años aprendió el oficio de sus mayores, sentado horas y horas, cruzando pajas, le dolía la espalda.
En 1917 comenzó la primaria en la escuela fiscal Juan Montalvo y cuando aprendió a leer corrientemente, sus padres pusieron en sus manos una Historia Sagrada bastante voluminosa, con estampas y dibujos.
Una tarde el Párroco les visitó y después de conversar sobre temas indiferentes, preguntó ¿Qué piensan hacer con su hijo el próximo año? El niño respondió que quería ser pintor, pero el Párroco, tomando un aire de severidad exclamó “Tienen que ponerlo en el Seminario”.
En Octubre de 1925, de solo quince años de edad, acompañado de sus padres y algunos familiares, fue matriculado como alumno externo en el Seminario de San Diego de Ibarra y su madre se trasladó a esa población, alquilando un cuarto, para atenderlo.
En 1929 se graduó de Bachiller y pasó al Seminario Mayor de Quito a profundizar sus estudios de Filosofía y encaminarse hacia el sacerdocio. Era algo tímido y reservado, ocasionalmente escribía en prosa y verso sobre temas tan profundos como la noche, leía largas horas en las bibliotecas o con libros prestados, tampoco había dejado a un lado su afición a la pintura y empezaba a conocer la filosofía a través de las obras Olé Leprune, Ernesto Helio y el padre Graty.
De diecinueve años comenzó a usar lentes y se interesó en las Ciencias Sociales y en la Teología Dogmática. También le agradaban los deportes y juegos, practicaba el fútbol y las excursiones a pie, así como el andinismo.
De veinte formó durante las vacaciones en su pueblo a un grupo de jóvenes, para dictarles los domingos de noche una charla de carácter social y cultural. Esas charlas se prolongaron por años.
En el Seminario Mayor publicó la revista “Excelsior”, primero a mano, luego en mimeógrafo y finalmente por la imprenta.
En 1935 falleció su padre. El 36 recibió la ordenación sacerdotal y por disposición del Obispo de Ibarra fue destinado con tres compañeros a las clases de Literatura en el Seminario Menor y en el colegio católico Sánchez Cifuentes y como sintieran la necesidad de reunirse y andar juntos para dialogar, el pueblo les puso “El Cuadrilátero”. De allí nació el deseo de organizar la Acción Católica en sus cuatro ramas en Imbabura y el Carchi, con el tiempo realizaron reuniones, concentraciones, hasta congresos, impulsaron la Juventud Obrera Católica JOC.
Proaño colaboró con el padre Carlos Suárez Veintimilla bajo la dirección del Deán de la Catedral Elías Liborio Madera. Al mismo tiempo trabajaba de Capellán de la escuela de los Hermanos Cristianos en Ibarra y editó para sus alumnos un periodiquito infantil titulado “Granitos de Trigo” que alcanzó un tiraje de tres mil ejemplares.
En 1942 los miembros del Cuadrilátero iniciaron la librería “José Cardin”, así llamada en honor del fundador de la JOC en Europa, importaron libros de la Editorial Difusión de Buenos Aires, vendieron papel y demás útiles de oficina. También adquirieron una pequeña imprenta de segunda mano en Quito donde publicaron en Mayo el periódico “La Verdad” en solo trescientos ejemplares, que se convirtió en diario.
Para entonces Proaño ya sobresalía por sus dotes organizativas, pues a más de constante, era inteligente y cuidadoso, así como afable en la vida pastoral y de una moral y costumbres irreprensibles.
Elevado a una de las canongías de Ibarra le conoció el Obispo César Antonio Mosquera Corral, que era un hombre de paz, le tomó gran afecto y hasta admiración, recomendando su nombre en 1954 cuando se tuvo que designar un Obispo Auxiliar para la Diócesis de Riobamba. Pío XII le escogió entre varios candidatos, recibiendo la ordenación episcopal de manos de su protector Mosquera Corral, solo tenía cuarenta y cuatro años de edad y a la muerte de Ordóñez se convirtió en el VII Obispo titular de Riobamba pero encontró gravísimas dificultades.
La gran masa indígena empobrecida y analfabeta había sido abandonada por la iglesia y el estado y se hallaba en un total atraso, vivíendo entre el alcoholismo y la miseria fruto de la explotación de los terratenientes. La Diócesis era propietaria de varias haciendas de diferentes tamaños, siendo las mayores Zula y Monjas – Corral de treinta y seis mil y tres mil hectáreas respectivamente, arrendadas a varios jefes de familias pudientes, también hacendados. Los indígenas vivían allí como esclavos. En las casas existían lugares e instrumentos de tortura y eran explotados por los arrendatarios que les cobraban diezmos por las crías que les nacían en el año, de los vellones de lana que esquilaban, etc.
Proaño jamás había esperado un panorama tan sombrío; pues, enseñado como estaba al indigenado de Imbabura que siempre ha tenido un status superior al del resto de la República, pensó hallar algo parecido. Así pues, revestido de valor, realizó continuas visitas pastorales, muchas de ellas largas, sin dejar de conocer un solo lugar de su Diócesis y sin amilanarse ante la magnitud de esa tragedia.

El 10 de Octubre de ese histórico año envió carta a su amigo el periodista Roberto Morales en la que le decía: Jamás escribiré una Carta Pastoral sobre el Indio, porque eso sería aumentar la literatura acerca del indio… y trazó sus planes de liberación que pasaría a la historia con el nombre de la revolución del poncho, que deseaba incorporar a sus plan nacional de Pastoral Indígena, sobre todo entre las comunidades alejadas de los centros parroquiales, lo que a la larga le situó en abierta oposición a la línea tradicional de la iglesia, realizada desde la cultura envolvente y dominante, ajena al núcleo de la cultura indígena.
I como debía dar ejemplo de pobreza, nunca quiso tener Palacio Episcopal en Riobamba, ni siquiera una casa propia y cuando le preguntaban, solía decir “Mi sede es la carretera”; sin embargo, pronto comenzó una cerrada oposición porque vendió una valiosa custodia de oro y piedras preciosas que no tenía utilidad y solo servía de lujo para un ritual trasnochado y porque se opuso a la construcción de una gigantesca Catedral que la oligarquía latifundista pretendía como símbolo de poder.
De esta primera época dijo: “En 1958 empezamos reuniones de mentalización aprovechando una serie de folletos que publicaba el CELAM sobre realidades latinoamericanas. Primero en el seno de un equipo que se llamó Juan XXIII formado por quince sacerdotes. Nos reuníamos cada martes por la noche. Este equipo preparó reuniones con todo el clero. La finalidad: sacar a los sacerdotes de su visión de parroquia a una visión de las realidades diocesanas, nacionales y latinoamericanas. Tuvimos reuniones más y más frecuentes, sobre todo cuando comenzó el Concilio Vaticano II. Hubo años en que teníamos dos días de reflexión al mes. No solo con sacerdotes. Nunca tuvimos un plan de trabajo definitivo, cada año ha estado renovandose. Siempre hemos querido partir de un conocimiento de las realidades positivas y negativas, de allí han salido los objetivos, se los ha clasificado en claves, de importancia, de emergencia y fáciles. Una vez hecho esto planeábamos la organización contando con las realidades positivas, los elementos humanos y medios materiales. Luego financiábamos el trabajo para no exagerar ambiciones. Además de estos principios teníamos otros: colocar las acciones en el espacio y el tiempo, en qué lugares y a qué plazos. Así han ido saliendo planes y obras de las que fueron quedando: El Centro de Estudios y Acción Social fundado en 1960, las Escuelas Radiofónicas en 1962, el Instituto de Formación de Líderes Campesinos en 1.963, la Cooperativa Agrícola Juan Diego, una estructura de zonas pastorales que tomando conciencia de su fe cristiana comienzan a vivirla al servicio de la comunidad y que vayan reemplazando a las actuales parroquias”.
En Enero del 58 había asistido en Esmeraldas a la solemne consagración apostólica de Monseñor Angel Barbissotti, designado primer Obispo de esa provincia por el Papa Pio XII. En 1960 se adelantó a la Reforma Agraria del 64 y entregó tierras de la iglesia a los indígenas, incentivando la creación de un grupo de reflexión eclesial denominado Juan XXIII que tuvo varias experiencias territoriales y funcionales y el Plan de Reconversión Pastoral para la Diócesis, primer paso para la formación de nuevos grupos que con espíritu de pobreza trabajaron entre las comunidades.
Cabe indicar que pocas veces la Iglesia Católica había estado sometida a tantas presiones. De un lado los que defendían la tradición y las costumbres. Del otro, los que creían que era imposible permanecer indiferentes en un mundo en constante transformación. En ese contexto, Juan XXIII sorprendió a todos cuando se inclinó por los partidarios del cambio y convocó, en 1962 a las más alta instancia de la iglesia después del mismo papa, para discutir en un Concilio Ecuménico (llamaría Vaticano II) “cómo hacer avanzar el Reino de Cristo en el mundo”, según explicó.
Mientras tanto Proaño había iniciado en Riobamba las Escuelas Radiofónicas Populares ERPE, bajo el lema de “Educar es Liberar”, se inauguraron en 1962 en onda corta y con un kilovatio de potencia. Pronto se fundaron otras, aún en provincias vecinas, al igual que había sucedido con Radio Sutatenza en Colombia, de donde Proaño tomó la idea.
Cada día se dictaban cursos de alfabetización y aritmética en quichua y español, por las mañanas y las noches, de suerte que los indígenas empezaron a leer, a escribir y a despertar del letargo de siglos en que habían estado, siendo esto lo más importante. En 1979 el Instituto Ecuménico al Servicio del Desarrollo de los Pueblos INODEP con sede en París, envió dos delegados para la evaluación de la labor realizada, entonces se trazaron nuevas rutas y fijaron metas más concretas.
Desde 1962 hasta el 65 intervino en las cuatro etapas de las deliberaciones del Concilio y en una de las Asambleas del Consejo Episcopal Latinoamericano CELAM fue elegido para reemplazar a Monseñor Manuel Larraín, de Chile, como Presidente de la Comisión Episcopal para el Instituto de Pastoral Latinoamericano IPLA durante el período 1965, cumpliendo un servicio itinerante en la iglesia de América Latina.
La orientación de involucrar abiertamente a la iglesia en los asuntos terrenos se había comenzado a poner en práctica un año antes, cuando el Papa publicó la encíclica Mater et Magistra (Madre y Maestra). Por primera vez la Iglesia respaldaba decididamente la formación de sindicatos y las políticas estatales que procurasen una mayor justicia social.El Concilio dejaría una huella aún más profunda.
Un Concilio es una asamblea de obispos y altos dignatarios de la iglesia para legislar sobre asuntos eclesiásticos. Cuando el ámbito de sus discusiones es general y no referido a un asunto específico, recibe el nombre de Concilio Ecuménico.
No ha habido muchos de esta clase. El último se había realizado un siglo antes (entre 1869 y 1870) con el nombre de Concilio Vaticano I.
El Concilio Vaticano II duró tres años y concluyó en diciembre de 1965, cuando Juan XXIII ya había muerto y Paulo VI ocupaba su lugar. En cuatro sesiones, dos mil quinientos representantes de la iglesia aprobaron diez y seis documentos que llamaban a sus miembros seglares a participar no sólo en la liturgia sino en todas las actividades de la iglesia; asimismo, la iglesia demostraría mayor preocupación por cuestiones sociales.
En América Latina, el Concilio tuvo una resonancia particular. Inspirados en sus resoluciones, el peruano Gustavo Gutiérrez, el brasileño Leonardo Boff y el ecuatoriano Leonidas Proaño desarrollaron la “Teología de la Liberación”, que llamaba a fundar una “iglesia de los pobres.
En años siguientes la iglesia latinoamericana estaría atravesada por un profundo debate alrededor de esta cuestión, hasta que un nuevo papa, Juan Pablo II, puso fin a la controversia declarando que la Teología de la Liberación no tenía cabida en la Iglesia Católica; mas, es necesario aclarar, que la Teología de la Liberación nacida al calor del Concilio Ecuménico Vaticano II, en favor de las clases populares oprimidas, no contemplaba el problema de la identidad cultural indígena. De allí que “el despertar indígena de la provincia del Chimborazo sea considerado un fenómeno sociológico muy diverso, producto de claros objetivos políticos y primer paso dado por las comunidades indígenas para aportar sus valores en contraposición a los antivalores de la sociedad occidental. Solo cuando los indígenas se rediman y liberen, solo entonces se podrá iniciar un diálogo que nos hará libres a todos”.
En 1963 construyó en una parte de la hacienda Zula un conjunto de edificios destinados a la formación de líderes campesinos de ambos sexos con el nombre de Centro de Estudio y Acción Social CEAS para dar apoyo técnico a los indígenas.
En 1964, al dictarse la Ley de Reforma Agraria concurrió a las oficinas del IERAC en Riobamba y puso a disposición la parte que aún quedaba de las haciendas de la Curia para que fueren parceladas y entregadas a los indígenas. Como la nueva Ley disgustó a los hacendados, el Director del IERAC los reunió en el local del Centro Agrícola para explicarles los alcances y beneficios de ella. La reunión duró cinco horas y el Presidente del Centro Agrícola lanzó palabras muy hirientes, acusando a la iglesia de ser la única culpable de la situación de los indígenas. Proaño había sido invitado y como estaba presente contestó que culpables eran todos y que había llegado el momento de ponerse de acuerdo y rectificar rumbos; pero no solamente que no le prestaron atención sino que hasta se volvieron sus enemigos acérrimos. “Me han combatido terriblemente ante las autoridades gubernamentales y con quejas ante la Santa Sede” diría después. En realidad la mitad de la población urbana de Riobamba le admiró y la otra mitad le detestó pues por su propia grandeza de miras se volvió su política controversial en extremo.
En 1965 hizo contacto con misioneros europeos que atrajo a Riobamba. El 68 concurrió como delegado a la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín, e inauguró la Casa de la Diócesis denominada “Hogar Santa Cruz”, Centro de reflexión, teológico, pastoral, político y social, a nivel latinoamericano, experiencia de vida.
En 1969 el Consejo Episcopal Latinoamericano CELAM le nominó Presidente del Departamento de Pastoral de Conjunto.
En 1970, dada “su peligrosidad” como líder internacional, se puso en marcha una conspiración para sacarle del obispado contando con la aprobación tácita del Arzobispo de Quito, Cardenal Pablo Muñoz Vega; pero como se levantó la opinión pública tuvieron que dar marcha atrás y hasta se olvidaron del alto cargo que le iban a ofrecer en compensación. En Octubre creó el equipo misionero diocesano en Santa Cruz con treinta y cinco sacerdotes y bajo la dirección del Padre Carlos Vera. Cabe indicar que de allí en adelante muchas personas que trabajaban en América Latina, empezaron a visitar la diócesis de Riobamba en vías de experiencia con el equipo misionero, cuyo campo de acción se ha ido extendiendo en cinco jurisdicciones eclesiásticas del Ecuador y dos de Venezuela.
En 1972 fue molestado por agentes de seguridad de la dictadura velasquista, pues había llegado hasta las más elevadas esferas varias denuncias, de que estaba preparando guerrillas urbanas y hasta enseñando a fabricar bombas.
Para entonces, la jerarquía eclesiástica ecuatoriana, la más atrasada y retrógrada de Latinoamérica junto a la Argentina según Informe publicado por CELAM, quería zafarse de Proaño a toda costa, debido a que era un “cristiano comunista”, lo que – a la larga – no es nada bueno ni nada malo sino una simple posición y preguntado Proaño por el periodista Rodrigo Villacís Molina acerca de este punto respondió: “Quienes no han leído ni a Marx ni el Evangelio suelen confundir las cosas. No podría decir que soy un estudioso del marxismo”.
El 31 de Enero de 1973 la prensa del país trajo a grandes titulares la noticia de que un visitador Apostólico inspeccionaría los trabajos de la Diócesis de Riobamba. El asunto se convirtió en polémica y al ser requerido el Cardenal Pablo Muñoz Vega, con una hipocresía indigna de su condición y escudándose en el Nuncio, se hizo el desentendido.
El 4 de Febrero Proaño se defendió en carta al Nuncio y pidió que le indicaran cuales eran los cargos y las acusaciones, aparte, por supuesto, de que se le había tachado de comunista; pero el Nuncio se hizo el sordo y respondió con simples evasivas. Así las cosas, Proaño se alejó al campo. El 3 de Abril arribó el Visitador, padre Jorge Casanova, acompañado de varios guardias de seguridad y un secretario, pensando que no le dejarían actuar, pero encontró todas las facilidades del caso.
El padre José Gómez Izquierdo ha aclarado que al iniciarse la década de los sesenta, dos revoluciones concitaron la atención del mundo entero. Una, de carácter político, ocurrida en Cuba. La otra, en el ámbito religioso, en Roma. En enero de 1961, Fidel Castro que había puesto fin a la sangrienta dictadura del General Batista en 1959, instauraba la República Democrática Socialista en la isla (abiertamente comunista digo yo y que degeneró en una feroz dictadura tipo talinista) En octubre de 1962, el Papa Bueno, Juan XXIII, en contra de quienes opinaban que todo andaba bien en la Iglesia, inauguraba el Concilio Vaticano II, la máxima Asamblea del Catolicismo, para reformarla en profundidad. En el transcurso de los siglos se había aliado con los poderes de este mundo. Internamente, una clericalización la había hecho olvidarse que la jerarquía debe estar al servicio del Pueblo de Dios y no lo contrario. Santo y profeta y por lo mismo atento a los signos históricos, Juan XXIII no podía permanecer indiferente ante la irrupción de los pueblos empobrecidos exigiendo justicia y libertad. Si la Iglesia quería ser fiel a Cristo debía ser la Iglesia de los pobres, los primeros beneficiarios de su misión liberadora (Lucas 4, 14-19) La muerte prematura le impedirá ver realizados sus sueños.
Su sucesor Pablo VI, tomará la posta. El 26 de marzo de 1967 en la Encíclica sobre “La Iglesia y el desarrollo de los pueblos” denuncia con fuerza que los conflictos sociales se han ampliado hasta tomar las dimensiones del mundo, debido a la brecha cada vez mayor entre ricos y pobres. Estas son sus palabras: “Mientras que en algunas regiones la oligarquía goza de una civilización refinada, el resto de la población pobre y dispersa, está privada de casi todas las posibilidades de iniciativa personal y de responsabilidad, viviendo en condiciones indignas de la persona humana”.
Pablo VI admite la insurrección revolucionaria en los casos de “tiranía evidente y prolongada que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dañase peligrosamente el bien común”, pero no la recomienda, ya que a la postre provoca mayores males. Su propuesta es llevar a cabo “transformaciones audaces, profundamente innovadoras y emprenderlas con urgencia”. En otras palabras el Papa recomienda una revolución no violenta. A lo largo de la Encíclica se refiere a los campos en donde esta debe llevarse a cabo: el familiar, el educativo, el económico, etcétera.
El documento pontificio sería por un lado mala noticia para las oligarquías de nuestro continente y por otro, buena nueva para los cristianos que buscábamos una repuesta no violenta pero efectiva al desafío de la injusta pobreza. Un año más tarde los Obispos de América reunidos en Medellín, acogerán íntegramente las directivas del Papa proponiendo líneas de acción para llevarlas a cabo.
“Es necesario, dicen, despertar en los hombres y en los pueblos una viva conciencia de la justicia que es la única que asegura la verdadera paz; defender los derechos de los pobres. Lo ocurrido después es historia reciente. Si la Encíclica de Pablo VI, fue calificada de marxista por los sectores financieros de Wall Street, el documento de Medellín no tendrá una mejor suerte. Quienes por fidelidad al Evangelio y a la Iglesia lo pusieron en práctica, fueron acusados de comunistas y subversivos. (Hasta aquí el padre Gómez Izquierdo).
En los nueve días que duró la visita del padre Casanova se puso en contacto con sacerdotes, religiosos, seminaristas, comunidades, delegaciones, grupos y hasta personas particulares entre las que no faltaron las beatas más chismosas de la Sultana del Chimborazo, que le fueron con una serie de exageraciones dignas de Ripley.
Del susto con que entró en Riobamba Casanova pasó a la burla y de allí a la admiración más fervorosa cuando se dio cuenta de la falta de criterio de algunos, del cariño de la mayor parte de la gente hacia su Obispo y de la grandiosidad del movimiento eclesial formado.
Recibió a dos mil personas, luego le presentó a Proaño un cuestionario con veintiuna preguntas y cuando se convenció plenamente de la inocencia del Prelado, informó favorablemente a Roma. Mas, como el asunto se había convertido en un hecho de innegable trascendencia política, el Papa no se atrevió a dictar su veredicto para evitar una vergüenza a la jerarquía eclesiástica ecuatoriana. Entonces, el asustado Nuncio, comprendiendo en Quito que la maniobra había salido al revés y que ante la opinión nacional pasaba como el mayor culpable, le entregó copia de las denuncias que hasta entonces había mantenido en secreto y allí ardió Troya porque se conoció que la mayor parte de ellas provenían de los propios Obispos de común acuerdo con el valetudinario Cardenal Pablo Muñoz Vega, que aparentaba imparcialidad cuando era el jefe de la conjura.
Todo ello le ocasionó a Proaño una enorme decepción y haciendo un verdadero esfuerzo se tomó el trabajo de visitarles, escuchando con paciencia sus explicaciones. Por supuesto que los Obispos le pidieron disculpas, aunque no faltaron quienes se acusaban entre ellos. Este episodio constituye la nota más vergonzosa que se ha dado en la jerarquía de la iglesia ecuatoriana en el siglo XX pues desnudó a los prelados, presentándoles en toda su pequeñez.
Se llegó a inventar que Proaño estaba preparando un alzamiento popular indígena para provocar un cisma en la iglesia católica y convertirse en Papa de Latinoamérica y aunque parezca mentira, no faltaron bobos que se lo creyeron y periodistas que lo publicaron llegándose a aseverar que sería coronado con el nombre de Leonidas I o algo por el estilo.
El 28 de Septiembre de 1974 durante la dictadura del General Guillermo Rodríguez Lara, ocurrió un grave incidente por las tierras de la hacienda Toctezinín, sembradas por la comunidad indígena de ese lugar formado por ochenta y cinco familias y de conformidad con lo dispuesto por la segunda Ley de Reforma Agraria de 1973. Cuando se encontraban cosechando ocurrió el arribo de efectivos de la fuerza pública, enviados por la propietaria. A consecuencia de dicho enfrentamiento se registraron varios heridos, murió el líder campesino Lázaro Condo, sufrió prisión el Vicario General de la Diócesis y numerosos campesinos fueron detenidos y llevados presos a Riobamba. Proaño hizo causa común con ellos y tras largas discusiones con el Ministro de Gobierno, obtuvo que les permitieran seguir laborando esas tierras.
El 12 de Agosto de 1976, en plena dictadura militar de los triunviros y mientras se realizaba en la casa de Santa Cruz un encuentro amistoso de intercambio de experiencias pastorales con la intervención de diecisiete obispos, algunos sacerdotes, religiosas y seglares nacionales y extranjeros en número mayor a las cincuenta y tres personas, entró la policía a la fuerza y empezaron a llevar a todos como estaban. “Fuimos cogidos presos, los que se resistían los trataban bruscamente, incluso a las mujeres. Después vimos que nos sacaban de la ciudad y fuimos llevados en bus al cuartel de San Gregorio sede del Regimiento Quito No. 2”.
Proaño fue separado y conducido al Ministerio de Gobierno donde le sometieron a un brusco interrogatorio. Al día siguiente fue enviado al San Gregorio, donde ya estaba el Embajador de Alemania establecido pues había numerosos clérigos de ese país, incluso, algunos luteranos, porque el encuentro había tenido el carácter de ecuménico.
“Las acusaciones aparecieron veinticuatro horas después del apresamiento, falsas y calumniosas, hilvanadas en Cadena Nacional por el Subsecretario Javier Manrique Trujillo, a quien nadie creyó.” Proaño fue impedido de defenderse y cuando salió libre acusó al régimen de haber caído en un pecado social y el buen nombre del país quedó por los suelos se había anunciado la deportación de todos los extranjeros que habían asistido al Encuentro, lo que finalmente no llegó a realizarse.
En 1977 editó en Bilbao, para la colección “El Credo que ha dado sentido a mi Vida”, una especie de autobiografía, por cierto muy original, que ha conocido varias ediciones, titulada “Creo en el hombre y en la comunidad”. La tercera edición, que hemos consultado, tiene 258 páginas.
En 1978 y con motivo de la guerra en Nicaragua, formó el Frente de Solidaridad del Chimborazo, conformado por organizaciones populares de las mas diversas ideologías, con el fin de apoyar la lucha de los pobres por la justicia y la liberación, para instaurar una nueva sociedad y construir el hombre nuevo, sujeto de su propio destino. Más, he aquí que al triunfar la revolución e instaurarse la democracia, no faltó un traidor al ideal de liberación que omando para si el gobierno, iniciará una feroz dictadura que aún no concluye.
En 1979 intervino como delegado en la III Conferencia del Episcopado, celebrada en Puebla, disertando sobre la “Visión Pastoral de la Realidad”.
En 1982 reunió a setenta dirigentes de Comunidades indígenas para reflexionar sobre la necesidad de terminar con las divisiones internas que los aquejaba. Todo lo que allí se trató y discutió fue a la usanza nativa, en idioma quichua.
En 1985 dio a la luz pública un libro infantil titulado “Rupito”, con las andanzas de un niño indígena. Entonces tuvo que presentar su renuncia por límite de edad tras ejercer la dirección de la Diócesis de Riobamba durante treinta y un años y fue relevado de su posición de Obispo. En el acto de entrega de la Diócesis recibió el nombramiento de Presidente del Departamento de Pastoral Indígena de la Confederación Episcopal Ecuatoriana y viajó a San Antonio de Ibarra donde permaneció hasta su muerte.
En 1986 fue nominado al Premio Nóbel de la Paz por su arduo trabajo en defensa de los Derechos Humanos de los pueblos y su opción por los indígenas. Las Universidades Central, Politécnica del Chimborazo y del Litoral y la Saarlandes, le entregaron sendos doctorados Honoris Causa. También recibió el Premio Internacional Rothko Chapel, de Houston, consistente en setenta y siete mil dólares.
En 1987 publicó “El Evangelio subversivo” y “Concientización, evangelización y políticas” ensayos de pastoral impresos en Salamanca.
Ese año fue designado Asesor Honorario de la Comisión de Asuntos Indígenas del Congreso Nacional y contribuyó a la formalización del proyecto de Ley de Nacionalidades Indígenas.
En 1988 promovió con el CONAIE la campaña “Quinientos años de Resistencia Indígena” oponiéndose a la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América, recibió otro Doctorado Honoris Causa de la Escuela Politécnica Nacional, el Premio Internacional Bruno Kresky, de Viena, consistente en S/. 8’000.000 por su lucha en favor de los Derechos Humanos, que junto al anterior, dejó por testamento a la Casa del Sagrado Corazón, a fundarse en un plazo de tres años.
Sus últimos tiempos fueron de constante preocupación frente a la gravísima crisis de Centroamérica, sin olvidar a los indios ni a la ecología, su pasión tardía, a cuya defensa se entregó con vehemencia.
Para los indios soñó una liberación económica para recuperar su propia cultura, realizar una política propia.
A mediados de 1987 comenzó a sufrir de un cáncer avanzado al estómago que le debilitó rápidamente complicándole el hígado; pero no por eso dejó de trabajar, cuidado por su médico de cabecera el Dr. Leonardo Astudillo.
El día 30 de Agosto entró en coma urémica y tras permanecer veinte horas así, a las tres de la madrugada del 31 de ese mes se acomodó en su lecho, cruzó las manos y expiró dulcemente, de setenta y ocho años de edad y sin haber tomado analgésicos, pues no sufrió ni tuvo dolores.
Sus restos fueron llevados a la Catedral de Riobamba donde recibió el postrer homenaje de sus amigos los indios. El Presidente Borja expresó la condolencia de la Nación anunciando que la masiva campaña de alfabetización que emprendería el gobierno se llamaría Leonidas Proaño.
Después le regresaron a San Antonio de Ibarra y fue enterrado en el cementerio de la comunidad de Pucahuayco con la condecoración Pedro Moncayo que le discernió post mortem la Municipalidad de Ibarra.
“Fue brillante aunque no genial ni creativo, mas bien fue hombre de paz en la lucha, valeroso porque no transigió con el error ni la mentira, ni inclinó su frente a los poderosos. En ese sentido actuó como auténtico rebelde. Sereno y alegre ante la adversidad, adquiría un toque de genuina grandeza humana, muy humana.
“Tuvo el don de los conductores de hombres. Fue humilde, sencillo, llegó hasta lo esencial de la nueva Iglesia. Supo trasmitir su pasión con tenacidad campesina, trazando caminos certeros. Amó, amó mucho, entrañablemente, reciamente, recatadamente”.
Editó un poemario y varios documentos relacionados con su labor. Existen numerosos textos suyos inéditos. Los indios, reconocieron en él su propio amor y le correspondieron.
Los poderosos le consideraron un elemento de gran peligrosidad porque sabían que estaban perdiendo el trabajo esclavo de los indios y campesinos, hasta entonces, meros elementos de su enriquecimiento.
Su raza mestiza, estatura mediana, rostro canela, sonrisa fácil, ojos pequeños. En síntesis, rostro viril como tallado, que imponía respeto. Hablaba pausadamente y sin afectación, su persona trasmitía una enorme bondad, pues fue un santo a la manera moderna, con manos grandes y encallecidas como las de cualquier campesino y sin la burda milagrería de las mentirosas hagiografías
Su traje siempre era oscuro, corriente y cuando salía al campo gustaba usar el genuino poncho de lana que tanto abriga en el páramo andino. Un testigo de sus últimos meses ha escrito: Cuando llegué para visitarlo en la casa del Sagrado Corazón en el valle de los Chillos me impresionó su aspecto. Se había adelgazado muchísimo. Su mirada era Intensa y profundamente triste. Parecía cargar sobre sus hombros todo el pecado del mundo. Se levantó para saludarme y me dio a conocer que le quedaba poco tiempo de vida. Que podía acompañarlo a condición de quedarme en silencio. Así fue que permanecimos cercanos a él hasta el día de su muerte.
Su habitación era amplia. En el velador tenía dos libros, el Evangelio y “Atahualpa” de Benjamín Camón. En la biblioteca de la sala contigua estaba la “Perestroika” de M. Gorbachov. De cuando en cuando paseaba por el cuarto pero la mayor parte del tiempo permanecía en silencio. Cuando me tocaba acompañarlo experimentaba algo indefinible, como si el tiempo se hubiera detenido. Era algo así como celebrar una Misa en la que la ofrenda era el mismo Leonidas.
Monseñor estaba pendiente de todos los que lo asistían. Se preocupaba de su descanso y alimentación. Pocos días antes de morir pidió se anotara la fecha de todos los cumpleaños y nos encomendó que luego de su muerte no dejáramos de felicitarlos oportunamente en su nombre.
Un día le llevé rosas muy hermosas. Le gustaron mucho. Se conservaron todo el tiempo de su larga agonía. Cuando ya no pudo levantarse me pidió que las pusiera cerca de su puerta pero lejos de él. No quería que sufrieran. Mi cuerpo, dijo, tiene mucha energía negativa, se está descomponiendo y no quiero que las plantas sufran. Ellas también sienten. Lo mismo ocurría con los niños que Iban a visitarlo. Ellos son pura vida, decía. Yo estoy muriendo y les puedo hacer daño. Es mejor que jueguen afuera.
Muchas personas llegaban para verlo. Muy pocas podían hablar con él ya que se cansaba muchísimo y era
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menester cuidarlo. Se les Informaba de su estado y se les daba una nota de agradecimiento que él había firmado con su puño y letra, hasta el fin, clara y pareja. A los indígenas los recibía casi siempre.
Una de las visitas que más me impresionó fue la de monseñor Alberto Luna. Se quedaron solos en la habitación, pero desde la puerta entreabierta los podíamos observar. Monseñor Luna estaba arrodillado junto a su lecho. Ambos entrecruzaron sus manos prolongadamente como si fuera el traspaso del don y misión proféticos. El Arzobispo de Cuenca no ocultó sus lágrimas al momento de salir.
Monseñor no aceptaba ninguna medicina ni caricia alguna. Estando en la cama siempre cuidaba que su ropa estuviera bien puesta en orden.
Todo era nítido. Antes de morir había pedido que su cuerpo lo depositaran en un féretro de madera de San Antonio su pueblo natal y que lo vistieran con el poncho Indio. Quiso ser enterrado al pie del Imbabura que lo vio nacer, en la casa de Pucahuaico, en la que se albergaba uno de sus más caros sueños: la formación de las misioneras indígenas.
Su línea de conducta fue siempre apegada a la justicia, en forma de un compromiso integrado a un limpio espíritu de solidaridad cristiana, por eso su palabra y su acción producían reacciones de simpatía y de oposición pues era un contestatario de un sistema de ignominia.
Los indios lo amaron indondicionalmente pero la población urbana se dividió pues al decir del Dr. Fernando Jurado Noboa, fue un pastor controversial por su propia grandeza.