PROAÑO VEGA MANUEL JOSE

TEORICO DEL ESTADO TEOCRATICO.- Nació en Quito y se bautizó el 19 de Abril de 1835. Hijo legítimo de Jacinto Proaño y Mercedes Vega.
Al terminar la primaria ingresó a la Universidad Central y destacó por su inteligencia graduándose en 1850 de Maestro en Filosofía. Entonces comenzó su carrera de abogado pero el 4 de Mayo del 52 prefirió entrar de novicio a la Compañía de Jesús que acababa de retornar al país procedente de la Nueva Granada (hoy Colombia) mas, a los seis meses, al decretarse la expulsión de los Jesuitas del Ecuador, salió con los padres de la Orden y demás Novicios a la media noche del 21 de Noviembre, encontrando en la puerta del convento a su madre, quien le dijo en medio de la muchedumbre: ‘Tú no te vas” – porque no estaba obligado debido a que aún no había pronunciado los votos religiosos – y se le arrojó al piso con la intención de impedirle el paso, pero García Moreno que se encontraba entre los presentes alcanzó a gritarle: “Firme, Manuelito, firme” y alentado por esa frase el joven dio un salto hacia adelante y siguió la suerte de los demás dejando a su pobre madre adnegada en un mar de lagrimas.
El viaje fue largo, penoso, muy triste y a través de los malos caminos de la época. Al final arribaron a Guayaquil, tomaron un barco hacia Panamá, siguieron a Guatemala, punto final de la partida, donde estudió y luego dio clases de Filosofía Eclesiástica. En 1858 estuvo enseñando un breve tiempo en Perú y Bolivia.
Para 1860 se trasladó a Bogotá y sirvió en el magisterio. Era un jesuita errante pero en Abril del 64 se ordenó de sacerdote, pasó a Quito en la primera administración de García Moreno, dirigió una Academia Literaria, realizó varias traducciones de versos latinos de Horacio, tañó su lira. Sus poesías antiguas y modernas se publicaron años después en la Antología Ecuatoriana y comenzó a destacarse como orador puesto que el 66 pronunció la Oración Fúnebre en la Catedral en honor a la memoria del General Juan José Flores, y junto al filósofo y jurista padre Enrique Terenziani, S. J. dirigió varios grupos de jóvenes de las clases altas de la sociedad de Quito y a los caballeros de la Congregación de la Inmaculada, con el fin de obtener el cambio doctrinal que requería nuestra Patria, recién salida de un período liberal civilista, para convertirse en un estado teocrático en el gobierno duró y personalista de García Moreno.
El apogeo de su influencia coincidió con el segundo período garciano, inaugurado en Enero de 1869 a raíz de la inicua revolución que destituyó al presidente Javier Espinosa. Unido pues, con su hermano Eloy Proaño Vega, al dictador, pasó a ser uno de sus influyentes asesores, aunque en verdad García Moreno no era dado a dejarse dominar de nadie, excepto claro está, de los miembros de la Compañía de Jesús, a la que convirtió en su principal sostén.
Con el arribo al país en 1870, de los jesuitas alemanes contratados como profesores científicos de la Escuela Politécnica Nacional, Proaño se alineó con los jesuitas nacionales y con los españoles y les declararon la guerra “solo porque eran más sabios y enseñaban cosas que no eran teológicas”.
A principios de 1873 se encontraba enseñando en Riobamba y desde allí escribió para que el Ecuador reconociera “al divino Corazón de Jesucristo como a su eterno y absoluto soberano y protector” ideal de épocas pasadas en que el pontificado romano sojuzgaba a los reyes y emperadores cristianos. I como en Julio se reuniría el III Concilio Provincial Quítense, conjuró a sus miembros a expedir el respectivo Decreto, que aprobaron por unanimidad y enviaron a la Cámara del Senado para su discusión en dos sesiones, celebradas entre el 16 y el 17 de Septiembre, de donde pasó al Presidente para su ejecútese. Las ceremonias nacionales quedaron para la cuaresma del 74 con el fin de que el Cuadro oficial de la Consagración fuere pintado por el joven Rafael Salas, becado en Roma por el gobierno y pudiere arribar a tiempo, presidiendo el acto que se celebró el 25 de Marzo del 74 en la Catedral quiteña, episodio más bien folklórico que marcó el tiempo de mayor poderío de esa dictadura y simbolizó el triunfo de la alianza político – religiosa celebrada en el Concordato de 1862 entre el estado ecuatoriano y la Santa Sede.
El cerco se había sellado y como las elecciones presidenciales estaban próximas, García Moreno no tuvo empacho en hacerse reelegir por otros seis años más, casi por unanimidad de votos de los Diputados; de suerte que solo quedaba como única salida a la oposición llegar al extremo doloroso del tiranicidio, que fue públicamente solicitado por Juan Montalvo en su ensayo titulado “La Dictadura Perpetua”.
Ocurrida la muerte violenta de García Moreno el 6 de Agosto de 1.875 en la plaza mayor de Quito, no terminó sin embargo el sistema teocrático que había preconizado, que subsistió con altibajos hasta la revolución liberal guayaquileña del 5 de Junio del 95, a través de políticos de la talla de Rafael Carvajal, Pablo Herrera y Juan León Mera, de militares como José María Sarasti, Secundino Darquea y Francisco Javier Salazar y eclesiásticos como Ignacio Ordóñez Lazo, Julio Matovelle y Manuel José Proaño, S. J. a quien Montalvo calificó de “grano de guisante, cortadillo eclesiástico”.
Proaño siguió a cargo de la juventud en Quito, destacando como orador doctrinario en diversas ocasiones. En 1877 publicó en “La Libertad Cristiana” su elogio fúnebre titulado “Nuevo duelo de la iglesia en el Ecuador” en homenaje a su amigo el Obispo de Guayaquil José Antonio de Lizarzaburo, S. J. su compañero en el destierro a Guatemala. El 78 pronunció la “Oración en las solemnes Honras de Nuestro Santísimo Padre el Papa Pío IX.” El 84 ingresó a la Academia ecuatoriana de la Lengua, asistió como redactor y orador al IV Concilio Provincial Quitense y fue elegido promotor de la construcción de la Basílica Nacional. El 85, al conmemorarse el Décimo aniversario del asesinato de García Moreno, fue autor de una célebre Oración Fúnebre que publicó en 1892 en Madrid.
Ese mismo año 85 y como Consejero del Arzobispo Ordóñez Lazo redactó la “Carta colectiva del episcopado sobre el liberalimo” y la condenación eclesiástica de uno de los “Siete Tratados” de Juan Montalvo, creyéndose con el derecho de prohibir a sus compatriotas cierta clase de lecturas. Ambos documentos, empero, aparecieron únicamente bajo la firma del prelado, que recibió una andanada de geniales y soeces denuestos del iracundo Cosmopolita en su famosa obra titulada “La Mercurial Eclesiástica.”
El 86 tomó la palabra durante la misa celebrada en la Catedral con asistencia del presidente Plácido Caamaño, cuerpo legislativo y diplomático, en renovación de los Votos Nacionales de la Consagración al Corazón de Jesús. El 87 contestó en la Academia el discurso de ingreso de su ex discípulo Honorato Vásquez, con una famosa pieza oratoria titulada “La Idolatría de la palabra” donde sin mencionar a Montalvo le endilgó una réplica con sutilezas como éstas: “La palabra alejada de las doctrinas de la iglesia, es decir, de Dios, es la muerte de la inteligencia y la corrupción más profunda e incurable del corazón, por eso la idolatría de la palabra debe ser detestada como toda aversión y odio, por los no idólatras.”
En Marzo del 88 entró en actividad el volcán Tungurahua cercano a Ambato y Proaño fue enterado que era un castigo divido por cuanto el día anterior unos romeriantes habían salido a las calles haciendo mofa y burlándose de los santos de la religión. Días más tarde los hermanos Augusto y Anacarsis Martínez Holguín escribían sendos artículos, científico el primero, que aparecieron en el diario La Nación de Guayaquil y burlesco el segundo para El Comercio de Quito. Entonces dio un sermón alusivo a los jóvenes y en la Revista del Corazón de Jesús les volvió a mencionar y hasta les calificó de semi sabios de aldea y de especialistas criollos y otras lindezas. Su artículo tituló “Mentiras y otras cosas” pero fue respondido con mesura, a lo cual circuló en Quito una hoja suelta de respaldo a Proaño firmada por varias personas, como si se le hubiere insultado, cuando el insultador era él. La polémica finalizó con un escrito bien puesto del Dr. Nicolás Martínez Vásconez, padre de los jóvenes escritores, quien puntualizó los hechos y concluyó tan enojoso asunto aclarando que nada tenía de malo que jóvenes de provincias se dedicanron a estudiar y a escribir sobre asuntos de órden científico.
Ese año recibió en la Academia a su amigo Quintiliano Sánchez Rendón que se presentó con el tema “La Poesía en la Fe” siendo respondido por Proaño con “Cristo, la Iglesia y la Poesía” mostrando un afán desmedido por deprimir la poesía “pagana” con frases tan absurdas como “La poesía del politeísmo no es sino una triste rapsodia o una adulteración de la poesía de la iglesia.” La sana crítica de entonces opinó que a ambas poesías (la cristiana y la pagana) debería dárseles el puesto que la Historia y el Arte les ha asignado sin deprimir a ninguna.
El 90 predicó la Homilía en honor del II Centenario de la muerte de la beata Margarita María de Alacoque, quien tuvo en Paráis le Monial, Francia, la visión mística de la advocación al Sagrado Corazón de Jesús. El 91 dio a la luz varias “Lecturas Populares” en la revista del Corazón de Jesús, “coordinando la amenidad con la hondura de la doctrina”.
Ese año viajó a España a imprimir su “Catecismo Filosófico de las doctrinas contenidas en la Encíclica Inmortale Dei de Nuestro Santísimo Padre León XIII”, desenvolviendo en veinticuatro capítulos el concepto cristiano de la sociedad civil y luciendo una prosa eficaz pero fría, a base del artificio de una supuesta conversación entre un filósofo y un ciudadano ecuatoriano. La obra cuenta con dos Apéndices: Uno sobre la Encíclica Aeternis y otro sobre la idolatría de la palabra, aunque posiblemente por causas económicas la obra terminó siendo impresa en Quito.
Mientras tanto había cobrado en España fama de notable orador, pronunciando en Sevilla el discurso conmemorativo de la sublevación del pueblo madrileño al mando de los oficiales Daoiz y Velarde el 2 de Mayo de 1808, contra las fuerzas Francesas de ocupación. Desde el 91 comenzó a publicar por entregas sus observaciones al Diccionario de la Lengua en su duodécima edición” comentando las voces del Diccionario común de los pueblos de habla española.
Entre el 92 y el 93 hizo editar en Quito el “Curso de Filosofía Escolástica” que apareció en tres gruesos tomos, como muestra de una forma de pensar no solamente anacrónica sino también marginal. El primero está dedicado a la lógica y ontología; el segundo a la cosmología y el tercero a la ética y al derecho natural. Hernán Malo González al analizar el Curso de Filosofía Escolástica manifestó que nada en él hay de original. Proaño era un sólido conocedor del pensamiento escolástico, cerrado a las nuevas ideas y hasta opositor a tratadistas tan ortodoxos como el español Balmes. Por eso llegó a expresar barbaridades como estas “el estudio de la Filosofía debe suprimirse porque pervierte las mentes”.
De regreso a Quito en 1894 siguió influyendo decisivamente en la mentalidad y política de esos tiempos. El 95 pronunció la “Oración Fúnebre del Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre” publicada en 26 páginas; sin embargo los graves sucesos motivados por el negociado de la bandera trastocaron la paz y el orden de la República y permitieron el ascenso del liberalismo al poder. De allí en adelante cesó toda su influencia y vivió en el retiro del convento en Quito, aunque no por ello dejó de seguir dirigiendo a las clases altas de la capital, no solamente como confesor y maestro sino también como asesor de todo tipo de problemas, desde los simplemente domésticos hasta los de estricta conciencia.
Se le tenía por un sabio maestro y en efecto lo era, pues su talento fue grande y su doctrina profunda. Mas, los nuevos líderes políticos le señalaban como el alma de las polémicas doctrinarias de los Arzobispos Ordóñez Lazo y González Calisto, pues los liberales Checa Barba y luego González Suárez jamás permitieron que los manejara Proaño y siempre lo mantuvieron a buena distancia del palacio; sin embargo, en 1903, compitió con el Canónigo Ulpiano Pérez Quiñónez en oratoria sacra con motivo de la muerte de León XIII y el ascenso de Pío X.
Seis años después violentamente despertó de su letargo para polemizar con cierto éxito contra el Dr. Felicísimo López, con un folleto espiritista titulado “El Doctor de los Invisibles”. En 1909 escribió “El Voto Nacional” en 15 páginas, dedicando un número extraordinario de esa revista a la memoria de los Próceres de la revolución del 10 de Agosto, en el Centenario de esa emancipación política.
El 10 escribió una carta gratulatoria que fue publicada junto al romance en verso con el que nuestro Ministro Plenipotenciario Luis Cordero, saludó en Santiago al pueblo de Chile. También se le conocen “importantes y serios trabajos lexicográficos relativos a las definiciones de ciertas voces” aparecidos en diferentes números de las Memorias de la Academia ecuatoriana de la Lengua.
El 17 de Abril de 1914 recibió un público homenaje de sus ex discípulos, quienes colocaron en la casa en que había nacido, una lápida conmemorativa del quincuagésimo aniversario de su Ordenación. Ese año dio a la luz un estudio sobre “El Canal Interoceánico de Panamá” y el 16 de Diciembre de 1916 murió cargado de merecimientos, de vejez, que no de enfermedad, a los ochenta años cumplidos. Entonces se habló de publicar sus numerosas piezas oratorias, algunas de las cuales se coleccionaron y dieron a la luz en 1918 por mano del Obispo de Cuenca, Manuel María Pólit Lazo.
“Fue más importante como ideólogo de la iglesia del tiempo que como literato; sin embargo, el peso de Proaño en el período que va de 1870 a 1895 no se explicaría sin sus facultades como prosista y orador. Orador elocuente, parlamentario en momentos decisivos, “panegirista y académico, que con los padres Salcedo y Aguirre formó la triada de Oradores de la elocuencia sacra ecuatoriana del Siglo XIX, sus discursos y oraciones llenaban los templos donde se pronunciaban; pero no pudo superar a su tiempo, pues escribió y habló para un país que a pesar de los años transcurridos desde el estallido de la revolución francesa, aún no había asimilado los frutos benéficos de ella.

Preconizó la vigencia de una república católica y no pluralista, más cercana al antiguo régimen colonial que a las nacientes democracias de entonces. Por supuesto, erró de buena fe, pues no le faltaron méritos ni talento cuando defendió las doctrinas tomistas del medioevo en un mundo moderno cambiante y convulsivo de ciencia, máquinas y tecnología; el predominio de la iglesia sobre el estado como en los tiempos del Papa autócrata Gregorio VII y se estrelló con las reformas de la revolución liberal. Por eso, a la fecha de su muerte, su pensamiento era un recuerdo del ayer y no una figura del presente, porque había perdido todo contacto con la realidad.
Su retrato le muestra de estatura mediana, rostro ascético, sumamente delgado, contextura anciana, pelo canoso, nariz larga, ojos cafés, mirada baja y concentrada sobre si mismo, como correspondía a su condición de sacerdote decimonónico, pero a la vez firme. Tuvo carácter, disciplina, dotes oratorias, gracia e ingenio y está considerado uno de los mayores sostenedores, propagadores y defensores doctrinarios del catolicismo en política en el Ecuador del Siglo XIX pero vivió inmerso en un fanatismo enfermizo que hasta el recto criterio se lo había obnubilado.