POSORJA : La casa desierta de los Morla

SUCEDIÓ EN POSORJA
LA CASA DESIERTA DE LOS MORLA

Penaciones sin sentido

En la vecina población de Posorja, ubicada muy cerca del mar y sobre una pequeña lomita que le da hermosa vista, se encuentra una casa de madera de aquellas que se llaman solariegas por la profusión de labrados en su fachada, hermosas ventanas con chazas de barajas y techo de tejas antiguas. Casa solariega de dos pisos, lastimosamente deshabitada desde hace largos años debido a las continuas penaciones que sin lógica ni sentido común se experimentan en su interior. 

En otras épocas perteneció a una de las señoritas Morla de Guayaquil, que la utilizaba muy de vez en cuando para sus vacaciones de invierno. Que se conozca, por las relaciones de los porteros, del vecindario y de los guardianes de dicha morada, jamás se cometió crimen alguno en su interior, ni las bajas pasiones afloraron entre sus moradores, de allí es que no existía motivos reales o aparentes para todo lo que se veía y escuchaba por las noches, al punto que nadie pasaba por su frente después de las seis de la tarde, ni mucho menos se atrevían los ladrones a meterse en su interior. Estaba la casa sola, íngrima podríamos decir, justamente por eso. 

¿Qué cómo me he enterado de la casa? La pregunta es buena y tiene su explicación. Allá por el año de 1.956 alquilé con mis familiares una pequeña villita de cemento en la vecina población de Data donde la paz y la tranquilidad acompañan al viajero sin interrupción. Pueblito de pescadores, más que de turistas, Data es la perfecta imagen de lo que se aspira en vacaciones, pues sus vientos alejan a los mosquitos, sus radiantes soles calientan las aguas y se encuentran los principales productos de la tierra y el mar a precios relativamente cómodos y no como en otras partes donde la explotación  se hace sentir. Entonces no había él puente que ahora une Data con Playas y que aunque es de simples tablones permite el paso de vehículos. Había, eso si, un canoero, que por un sucre o dos pasaba a las familias de un lado al otro, de tal suerte que Data, Playas y Posorja eran como una sola vecindad y una mañana de sol ameno se me ocurrió caminar hasta Posorja en pos de aventuras. 

Apertrechado de galletas y luego de consumir unos cocos que estaban dulcísimos, llegué como a las doce del día y me puse a caminar por el pueblo. Primero fui donde Montenegro, famoso expendedor de prensados de rosa y menta y de frescos de tamarindo y naranjilla, quien me dio los primeros indicios de la casa señalándola con la mano, de suerte que me asaltó la idea de pasar la noche en ella. ¡Así soy de loco y aventurero! 

Demás está decir que entusiasmé a un primo y ambos decidimos cazar a los fantasmas con nuestros cuchillos de cacería y una linterna de mano. Fuimos pues, donde el guardián, que por unos cuantos sucres nos permitió pasar la noche en la casa; aclaro que mi familia no debía extrañarse si no regresaba por la noche, pues no era la primera vez que le hacía estas pasadas. 

A eso de las cinco subimos las escaleras y nos ilusionó verla llena de telarañas y abundante polvo, como para constatar las huellas nocturnas si algo aparecía por el medio. Era el sito perfecto para una película de crímenes y misterio. El guardián nos  aseguró que nunca había visto ni oído nada y que la gente hablaba por no tener qué hacer; sin embargo me aseguró que él vivía lejos con su familia, como a una cuadra de distancia y que si yo gritaba nadie me oiría, 

Con esta advertencia comprendí que algo siniestro se podría desarrollar a mi alrededor, pero ya era tarde para dar pie atrás pues mi primo aguzaba mi coraje. A eso de las siete y en plena oscuridad chupamos unas naranjas y nos acostamos  cerca de la ventana principal de la sala, esperando dormir a pierna suelta hasta el día siguiente, pero a las once me desperté de súbito como si algo extraño me rondara pero no vi ni sentí nada extraño; poco después descubrí que no podía dormir, porque aunque tenía sueño algo me lo impedía. Era una rara y extraña sensación, indescriptible, que nunca antes ni después la he vuelto a sentir; era como si algo invisible estuviera muy cerca, viéndonos, quietecito en la oscuridad y hasta peligrosamente amenazante. ¿Sería un alma en pena? ¿Algún ente o espíritu? No lo sé, pero me dio  miedo, desperté a mi primo y cosa rara, ambos sentimos durante toda la madrugada la misma sensación.  Contábamos las horas. ¡Algo había en la casa que nos vigilaba! 

A eso de las cinco y media comenzó a clarear y así, de improviso, la sensación comenzó a disiparse, lentamente al principio y luego en forma definitiva. Entonces juntamos las pocas fuerzas que nos quedaban porque todas las habíamos perdido en el acecho nocturno; era como si nos hubieran robado las energías y comenzamos a caminar hacia a puerta de calle sin hallar nada anormal. Una vez abajo, la abrimos y salimos rápidamente, entonces oímos unos pasos apresurados con quejidos furiosos, que venían del el primer piso y chocaban con la puerta que empezó a estirarse ante nuestros ojos, como si las maderas se fueran a romper. Esto duró dos o tres segundos y luego la nada, el silencio, la soledad. 

Hasta hoy sigo sin explicarme el misterio de ese ente que habita en Posorja y mi primo me dice que en su vida ha podido darse cuenta cabal de lo que nos sucedió durante las angustiantes horas que estuvimos frente a lo desconocido.