ARQUEÓLOGO.- Nació en Ambato el 29 de Junio de 1915, día de San Pedro y fue bautizado con ese nombre. Hijo legítimo de Rosalino Porras Garcés, que estudió medicina naturista en Ambato y fue secretario del ciego Juan Benigno Vela, luego comerció en Guayaquil con italianos pero perdió su capital en el Incendio Grande del 96, pasó al Perú donde se realizó económicamente y de vuelta a Ambato compró las haciendas Pirisurco y Cusitaga Alto en Sagoatoa y falleció de hemorragia interna el 22 al golpearse en el estómago con la montura de un caballo encabritado, y de su segunda esposa y prima hermana Rosario Garcés Andrade, de las primeras profesora normalistas de Ambato, de gran carácter y férrea religiosidad, que viuda tuvo muchas ofertas de matrimonio pero las rechazó para dedicarse a la educación de sus cuatro hijos, tres de los cuales optaron por la vida religiosa.
El tercero de la familia, perdió a su padre cuando solo tenía siete años y como el arrendatario de las haciendas trampeó y se quedó finalmente con ellas, la familia pasó serios apuros económicos y su madre fue a retirarlo del pensionado Borja porque no tenía para pagar la mensualidad pero el padre Juan Bautista Palacio le contestó: “Su hijo no se me mueve de aquí, pago yo la pensión porque es el mejor alumno del Colegio”. I como en Ambato está la casa central de los padres Josefinos, pasó después al Normal urbano Murialdo y una mañana monseñor Jorge Rossi, primer Vicario Apostólico del Napo “me encontró muy triste en el patio y me preguntó ¿Por qué lloras? Porque no tengo papá. – Aquí está tu papá y me enseñó el retrato de fray Leonardo Murialdo fundador de los Josefinos.- Ese es tu papá; creo que inconscientemente desde ese momento nació mi vocación”.
En 1932 se graduó de bachiller y entró a la Orden. El 35 y cuando aun no había terminado sus estudios de teología y filosofía, fue enviado a la congregación de Archidona a enseñar en una escuelita de blancos e indios llamada Gonzalo Pizarro, para cuarenta y cinco alumnos divididos en seis cursos que tomó a cargo. Ya hablaba latín, algo de griego e italiano, éste último lo había aprendido con los padres desde los diez años.
“En 1940 me ordenó en Archidona Monseñor Rossi y como éramos pobres y no tenía nada que darme, se sacó su síngulo y me lo entregó diciendo: Te lo regalo como recuerdo de tu papá y se puso a llorar rememorando nuestro primer encuentro. Me fui a Ambato a celebrar la primera misa y al despedirme dijo: – Ojalá este viaje tuyo no sea el Rubicón entre nosotros dos -. Un mes después murió ahogado en el río Tena. Después pasé a la misión de Archidona donde me cogió la invasión peruana del 41 y fui instructor de reservistas. El 42 me gradué de Bachiller en Educación. De allí fui trasladado de director de la escuela Juan Montalvo y luego como rector del colegio San José, primer colegio secundario que funcionó en el oriente ecuatoriano, ambos en Tena, donde enseñé literatura y biología”.
En 1946 viajó a una escuela que tenían los Josefinos en un canchón de la base naval de Salinas, luego cambiaron a los estudiantes al primer colegio de las madres de los Sagrados Corazones hasta que el padre Berdoya, de nacionalidad italiana, construyó el gran edificio que hasta hoy existe, con la donación de las joyas de Luz María Morla de Rubira.
El 49 fue rector del Murialdo de Ambato. El 50 director de la escuela pensionado Murialdo de Quito, hoy colegio Pablo VI. “Desde tiempo atrás cada vez que viajaba al oriente iba primero a la casa de Carlos Manuel Larrea y él llenaba mis maletas vacías con libros, que yo leía vorazmente y devolvía a mi regreso, cuatro o cinco meses después. Fue muy bondadoso conmigo. Un día me dijo: A Ud. le aprecio tanto como a mi hijo el sacerdote (que estaba lejos en Europa y por eso casi no le veía).
El 50 obtuvo la licenciatura en Filosofía en el Instituto Internazionale Filosófico de Virtoboen, Italia y nuevamente en el país fue designado Curador del museo de su colegio. Por entonces tomó unas vacaciones en Borja y el párroco César Ricci lo mandó a investigar unas ruinas cercanas que resultaron ser de la antigua ciudad de Cosanga, 400 A.C. con más de cuatrocientas casas, zócalos, estatuaria y caminos de piedra. En la parte alta estaban las ruinas de Baeza, fundada por Gil Ramírez Dávalos en 1559 como capital de la gobernación de Quijos. Estos descubrimientos iniciaron su justa fama de explorador, pero lamentablemente la incuria de unos desaprensivos ingenieros que tomaron las piedras de ambas ciudades para construir parte del camino que va de Baeza a Lago Agrio, terminó por hacerlas desaparecer.
El 51 intervino en un concurso del Ministerio de Educación a la mejor novela y dos años después se enteró que había ganado el primer premio y treinta mil sucres que le sirvieron para editar “En la frontera” con cuatro piezas heroicas tituladas “El Héroe Niño de Rancho chico”, “Teniente Ortiz”, “Minacho” y “Auca shamun”, las tres primeras de índole patriótica y la última religiosa sobre la pugna con los protestantes.
La novela premiada fue “Cachi Huañushca”, de aproximadamente 120 páginas parecida a la Nankijukima del dominicano fray Enrique Vacas Galindo pero más rústica, pues está basada en leyendas y sucesos acaecidos hace mil años. Fue publicada en la revista Vida Josefina de Buenos Aires, pero aún permanece inédita en el Ecuador. Entonces apareció en El Comercio de Quito su cuento “El cojito del portal”, traducido y editado en Italia y en el Debate de Ambato salió “Matico” cuento largo sobre un niño de la tribu de los Quijos que descubre cavernas en la selva.
El 52 había editado “La caverna del Amaron” sobre espeleología y “Maderas del Misaguallí, alto Napo, región oriental del Ecuador” en la revista Flora. El 53 también aparecieron sus “Poemas patrióticos” y sus recuerdos y anécdotas de monseñor Rossi, biografía en 479 páginas bajo el título de “Entre los Yumbos del Napo”, escrita y publicada casi como un voto de agradecimiento a quien fuera su amigo, padre y maestro. El 57 editó el poemario “Cantos a la Selva”.
Sus trabajos misioneros en el oriente, el aprendizaje de los dialectos nativos y sus colecciones de insectos, plantas, rocas y minerales que donó al Museo de antropología de Ambato, le llevaron a estudiar la antropología, etnografía y arqueología del oriente y comenzó a hacerse conocer.
El 58 se graduó de Licenciado en Pedagogía en la Universidad de Rio Piedras de Puerto Rico y continúo sus labores arqueológicas. Emilio Estrada estaba al tanto de ellas, “me mandó a llamar, llevó a su casa y dijo: Padre: ¿cuánto necesita para ultimar sus estudios?, enseguida me entregó un cheque para tres o cuatro expediciones, luego me volvió a preguntar: ¿Cómo va el libro? – que yo tenía en preparación – Póngalo en la imprenta, yo lo pago con una condición, que no figure mi nombre. Nadie debe saberlo”, y así salió a la luz pública “Contribución al estudio de la arqueología e historia de los valles de Quijos y Misaguallí” (Alto Napo) en la región oriental del Ecuador, en 173 páginas, con un apéndice de Estrada, cuyo generoso impulso me permitió continuar en la arqueología. También me puso en contacto con Betty Meggers y Cliford Evans, cuya reseña bibliográfica publiqué el 62 en el Boletín del A.N.H.”.
Lamentablemente su mecenas Estrada falleció de un paro cardiaco en 1.961 en Guayaquil dejándole económicamente desprotegido. El 64 apareció su biografía de “San Leonardo Murialdo, fundador de los Padres Josefinos” que ha conocido numerosas ediciones en el mundo y es un éxito. Entonces ayudó al Dr. Robert Bell que estudiaba en las cavernas del Inga la presencia del primer hombre en el Ecuador (cerca de Tumbaco) El le hizo conceder una beca por dos años en el University de Oklahoma donde era decano, allí Porras alcanzó una maestría en Artes, en la especialización de Antropología, con su estudio titulado “La fase de Cosanga en el Oriente del Ecuador”. El 66 siguió a Washington con una beca de la Gugenheim American Filosofical Society para el Smithonian Institution, trabajó dieciocho meses en el Museo Nacional de Historia Natural en calidad de científico visitante y aprendió el sistema Ford de clasificación cerámica, que luego publicó en “Clasificación y seriación de cerámica, método Ford”, selección autorizada del libro “Cómo interpretar el lenguaje de los tiestos, de Evans y Meggers”.
A su regreso fue designado Director del Centro de Investigaciones Arqueológicas y profesor de Arqueología de la Universidad Católica de Quito y del Instituto Salesiano de Filosofía y Pedagogía y para sus alumnos comenzó a editar en mimeógrafo, un texto de Arqueología prehistórica que ha visto numerosas ediciones. El 68 publicó su “Amazonía, poemas salvajes”, escrito tiempo atrás.
El 69 realizó excavaciones en uno de los concheros más grandes de América, situado en Agua Piedra, Isla Puna, llamado por los pobladores “El Encanto”, aplicando por primera vez en el Ecuador sistemas de seriación Ford. Este trabajo le sirvió para establecer el grado de relación de la cultura Valdivia con los concheros del Continente.
El 70 profundizó sus estudios arqueológicos en la provincia del Tungurahua, concluyendo que la llamada cultura Panzaleo había florecido desde el año 400 A.C. en las zonas de Archidona, Baeza y Tena en el oriente, con el nombre de pueblo de los Quijos y un posible, origen en la cultura San Agustín de Colombia, que fue una de las más antiguas en Sudamérica y tuvo una gran dispersión. Los Quijos monopolizaron la producción y el comercio de la hoja de coca, movilizándose a la sierra el 700 D.C. y el 1.100 a la zona del río Daule, donde gozaron de preminencias y hasta fundaron el Cacicazgo de Quijo-Daule, en la la cultura Milagro – Quevedo o de las tolas.
Durante uno de sus viajes halló en Cotundo y a solo siete kilómetros al norte de Archidona, la presencia de indios negroides descendientes de un fuerte contingente de esclavos de color, llevados en el siglo XVI por los colonizadores españoles al laboreo del oro en los ríos.
El 60 sacó “Mi Homenaje”, poemario escrito en la década anterior. El 71 ingresó a la Academia Nacional de Historia con “Reseña histórica de las investigaciones arqueológicas en el oriente ecuatoriano” y con Luis Piana Bruno, que solo pagó la primera edición editó “Breves notas sobre arqueología del Ecuador” en 305 páginas, obra que ha visto tres reediciones solo con la autoría de porras y en el boletín de la A.N.H. publicó un artículo de divulgación científica “Seriación cerámica de la fase Cosanga en el oriente ecuatoriano”.
El 72 editó “Cinco mil años atrás en la costa ecuatoriana”, estudio de aproximadamente cien páginas sobre la cultura Valdivia. También “Petroglifos del Alto Napo”, su segunda obra sobre esa materia, edición pequeña y bellísima por sus numerosas fotografías y en el Congreso de Americanistas reunido en Génova presentó como ponencia “Secuencia seriada de los artefactos de piedra pulida de la fase Cosanga en el oriente ecuatoriano”, complementando su seriación cerámica del año anterior.
También descubrió en Pimampiro, Imbabura, una gran bóveda de piedra grabada con motivo zoológicos asociados a la cerámica del Carchi y de Cosanga. El 73 ascendió al decanato de la Facultad de Arqueología de la Universidad Católica de Quito y estableció su Museo de Arqueología, que llenó de piezas que eran cuidadas y clasificadas por sus alumnos.
Ese año viajó a Lima y divulgó en el Congreso Internacional de Americanistas la fase Cosanga y la localización de las ruinas de Baeza. Un año después dio a la luz su libro “Historia y arqueología de la ciudad española Baeza de los Quijos” relatando sus expediciones a esa zona, que no han estado exentas de peligros pues en cierta ocasión y cerca del río Upano se vio de pronto rodeado por casi cuarenta indios armados de cuchillos y machetes, dispuestos a atacarlo pues creían que les iba a robar las tierras. Entonces Porras recordó que el jefe de ellos había sido su alumno en Quito y la sola mención de su nombre (Miguel Tanganashi) le salvó de una muerte horrible. El 74 halló en las faldas del Sangay una ciudad prehistórica de piedra construida entre el 1500 y el 2000 A.C. aún sin nombre, casi una pequeña Machu Picchu.
El 75 salió su libro definitivo sobre la Fase Cosanga, la primera edición de su texto “El Ecuador Prehistórico” y su estudio sobre la “Fase Pastaza” del año 2.000 A.C. en 135 páginas. El 77 sacó la “Fase Alausí” y presentó como ponencia en el I Congreso Nacional de la Prensa Turística su trabajo sobre “El turismo antropológico y científico”.
El 78 realizó una expedición a la cueva de los Tallos (pájaros de pequeño tamaño que habitan en el oriente) bajó a sesenta metros por el boquete y de allí avanzó trescientos hacia el interior, encontrando una sepultura en la piedra con restos funerarios y conchas muy parecidos a los de Cerro Narrío y cinco spondilius que dieron una data de 1600 A.C. estableciendo así la existencia de un activo comercio evolucionado entre costa, sierra y oriente hace treinta y seis siglos. A la cueva de los Tallos aún no se le asigna una cultura especial pero cree que pudo ser la Kotosh -Huarahirca.
El 80 editó “Técnicas para trabajo de campo. El 81 publicó el resultado de sus catorce expediciones a los alrededores del Sangay, clasificando los tiestos con el nombre genérico de Upano y donde ha encontrado numerosos dibujos hechos con tierra, sobre elevados y los primeros en Sudamérica que tienen formas zoomorfas de jaguar. Habiendo manifestado que esta cultura Upano pudo originar a la Olmeca en México.
El 82 sacó “Arqueología de Quito. Fase Cotocollao.” El 83 “Arqueología Palenque”. El 85 “Arte rupestre del alto Napo. Valle del Misaguallí”. El 87 un libro para todo público titulado “Nuestro ayer. Manual de Arqueología ecuatoriana” conteniendo su Vocabulario, en 326 páginas. El 87 volvió sobre los alrededores del Sangay con nuevas conclusiones, croquis elaborados con fotografías aéreas, etc.
Dueño de su vida y de su tiempo, estaba considerado sin ninguna duda el más importante arqueólogo del Ecuador por la importancia de sus trabajos y descubrimientos. Vivía en la comunidad Josefina en la Magdalena, barrio periférico de Quito, dedicado únicamente a lo suyo pues los superiores de su Orden estaban convencidos que con sus trabajos e investigaciones daba mucha gloria y fama no solamente a los Josefinos sinó también al país, ya que había logrado la localización, estudio y descripción de nueve culturas diferenciadas en nuestro oriente, antes totalmente desconocidas, a saber: 1.- Fase Precerámica Dondachi hallada en la cueva de Papayacta (7000 A.C.) 2.- Upano I 2.500 A.C. 3.- Cotundo 2.000 A.C. 4.- Pastaza, paralela a Cotundo, también del 2.000 A.C. 5.- Los Tayos 1.600 A.C. 6.- Cosanga y Upano II 500 A.C. 7.- Napo y Upano III 500 A.C. 8.- Cosanga II Suno 1.000 D.C. y 9.- Ahuano 1.500 D.C.
Igualmente había llegado a novísimas conclusiones con relación a otras culturas, así por ejemplo, la Machalilla, situada al sur de Manabí, se originó en Upano I, que pasó por cerro Narrío en Azogues y arribó a la costa el 1.200 A.C. para formar la Machalilla, de allí prosiguió hacia el Perú y estructuró la cultura Chavín. Igualmente ha establecido que las fases Panzaleo y Protopanzaleo de Jijón y Caamaño corresponden a la dispersión de la Cosanga del oriente, que dominó hasta Píllaro en la sierra, de tal suerte que las ha rebautizado como culturas Cosanga – Píllaro.
Alto, fuerte, macizo, delgado, nervioso, vital, ágil para sus casi setenta y tres años, nuestro querido amigo seguía impertérrito, desafiando a la selva y sus peligros, trajinando por andurriales, atravesando peligrosas tarabitas, siempre adelante y en procura del ideal. Había descubierto buena parte del pasado milenario ecuatoriano pero aún le quedaba mucho por hacer. Su insaciable curiosidad científica hasta le hizo detectar la existencia de numerosas piedras incásicas en el pretil del Palacio Presidencial (1)
Dirigía el Museo de la Universidad Católica de Quito con varios ayudantes; mas, el alto costo de sus expediciones le limitaba en mucho. Su rostro curtido por el sol, grandes lentes de carey, ojos negros y pelo cano, que sabía pintar de negro para engañar al tiempo. De palabra fácil, locuaz, agradable y llena de fuerza, su amabilidad con todos, su profunda vocación y en fin, la chispa del genio que se adivinaba primero y se confirmaba después, le constituía en uno de los más importantes arqueólogos ecuatorianos del siglo XX junto a Jacinto Jijón Caamaño, Emilio Estrada, Carlos Zevallos Menéndez y Francisco Huerta Rendón, de suerte que Porras formaba el hilo vital que enlazaba la arqueología clásica ecuatoriana con nuevos valores de la talla de Jorge Marcos y Presley Norton que estaban trabajando la arqueología pura; más, un fulminante infarto acabó con su existencia el 25 de Septiembre de 1990 a los 75 años de edad, siendo sucedido en la cátedra de arqueología en la Universidad Católica por José Echeverría Este excepcional trabajador de la ciencia y la cultura ecuatoriana, fue un gran patriota, por incansable, tenaz, empeñoso en las labores arqueológicas, que dirigía las expediciones sin importarle ser un obrero más pues gustaba hacer de todo, que tuvo corazón de niño y mirada de sagaz descubridor. Que se inició como profesor rural y fue escalando posiciones a base de inteligencia y dedicación hasta ser el descubridor del remoto pasado prehistórico del oriente ecuatoriano; pues, antes que él, no se tenía ni siquiera una leve idea y en solo un cuarto de siglo sacó a la luz un amplio espectro cultural de más de ocho mil años de antiguedad.
Nunca tuvo dogmatismo ni prejuicios ideológicos, siempre fue un insigne trabajador solitario en un país despreocupado por la arqueología del oriente, que practicó el bien y se dedicó a la ciencia, sabiendo que su entrega voluntaria y única constituía un excepcional legado al conocimiento de nuestra formación como nación.