PONS CAMPUZANO ANTONIO

PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA.- Nació en Guayaquil el día 10 de Noviembre de 1897, hijo del matrimonio formado por el español Antonio Pons y Curet, natural de Barcelona y de familia oriunda de la población de Rubí, en Cataluña; y de la dama colombiana Trinidad Campuzano Santos, de Medellín.
El señor Pons y Curet había estado primeramente en Bogotá donde casó con doña Trinidad y a los pocos años vino a Guayaquil y fundó la fábrica de cigarros y cigarrillos “Águila de Oro” que prosperó con facilidad, produciendo buenos dividendos. En un viaje a Posorja se intoxicó consumiendo langosta y a consecuencia de este percance sufrió de infección renal y viajó a París en busca de ayuda médica donde el especialista doctor Marión, pero fue inútil y murió al regresar a Guayaquil.
Su viuda contrajo segundas nupcias con Manuel Porras y Bolívar nacido en Lima y no tuvo descendencia. Ella era bajita de cuerpo y tenía rasgos muy definidos y delicados que revelaban una gran belleza. Viuda de Porras quedó dueña de una regular fortuna y vivió sus últimos años en Guayaquil con su hijo que era muy bien parecido, según me refirió en cierta ocasión un anciano caballero que los había tratado a todos a principios del siglo XX.
El joven Antonio Pons se graduó de médico y empezó a ejercer en Guayaquil con éxito. En 1933 fue Presidente del Concejo Cantonal y por esos días llegó al puerto el Dr. Velasco Ibarra, candidato a la Presidencia de la República.
El Comandante Holmes, amigo de ambos, brindó a Velasco un almuerzo en su casa de la Av. 9 de Octubre y Chile, grande, antigua y con muebles muy finos en pan de oro. El almuerzo fue cordial y se desenvolvió con normalidad, asistiendo diez personas más o menos, entre las que se encontraba el dueño de casa, el agasajado candidato a la Presidencia, el Presidente del Concejo Dr. Pons, el Dr. José Vicente Trujillo, Pompilio Ulloa Reyes, Director de la “Prensa” y algunos caballeros más. El Dr. Velasco habló con gran facilidad y se demostró liberal a pesar que los asistentes le creían conservador y a todos dejó bien impresionado con su sapiencia y cultura.
Entre sus iniciativas en la Comuna cabe recalcar que el 15 de Junio de 1934 obtuvo del M.I. Concejo Cantonal un acuerdo destinado a auspiciar la realización de la I Olimpiada bolivariana para el mes de Julio del año siguiente, como uno de los acontecimientos conmemorativos del cuarto centenario de la fundación de nuestra ciudad, para lo cual se requería la construcción de un moderno estadio con la garantía suficiente de la propia Municipalidad, pero el propósito se diluyó a causa de la gravísima crisis fiscal por la que atravesaba el país.
Meses después y estando aún en la presidencia del Concejo, el Presidente Velasco Ibarra le ofreció por teléfono la Gobernación del Guayas; luego le reiteró la oferta con ocasión de su viaje a esta ciudad y Pons aceptó, renunciando a la primera dignidad municipal.
A las pocas semanas Pons salió de la Gobernación del Guayas por leves diferencias con el Ejecutivo y se retiró al desempeño de su profesión de médico; mas el propio Presidente le designó para el desempeño del rectorado del Colegio Nacional “Vicente Rocafuerte” y días antes de reunirse el Congreso Nacional, el mismo Doctor Velasco Ibarra lo elevó a la dignidad de Ministro de Gobierno, cargo que ejerció con singular éxito limando las continuas asperezas entre el Ejecutivo y el Legislativo, hasta el día 19 de Agosto de 1935, en que renunció por motivo de la sorpresiva dictadura del propio presidente, que no le consultó tan drástica resolución, y horas más tarde una reunión de altos Jefes del Ejército le encargó el poder a Pons.
Ese día, Quito había amanecido radiante. Nada anunciaba que sería el último de la Presidencia Constitucional del doctor José María Velasco Ibarra; se alzaba serenamente el sol sobre el límpido cielo y el mandatario a eso de las siete de la mañana, tras permanecer en vela con su amigo Adolfo Gómez y Santisteban, a) El Patojo, porque cojeaba, preparando la dictadura, ordenó que el batallón de Infantería Imbabura desfilara por las calles hasta el Palacio Presidencial, donde un Secretario, desde las barandas del corredor frontal, dio lectura al Decreto Supremo por el que el propio presidente se proclamaba dictador. Era la segunda ocasión en la historia del país que esto sucedía pues anteriormente solo al General Veintemilla se le había ocurrido tan absurda idea. La noticia se regó como pólvora y todo Quito la comentó. El batallón se replegó al cuartel dando vivas a la Constitución y mueras a la dictadura de manera que el golpe había fracasado, mientras tanto varios grupos de garroteros al servicio del gobierno se habían dedicado a la ingrata tarea de perseguir a los Diputados.
Eran las 9 de la mañana, el Subsecretario de Gobierno Teodoro Alvarado Garaycoa, entró sobresaltado al despacho de su superior.”El presidente acaba de proclamarse dictador, pero el batallón Carchi entre otros no lo ha aceptado. La situación es difícil hay gritos de ¡Abajo el dictador presidente¡
Minutos después Pons entró al palacio y entregó al presidente la renuncia irrevocable al cargo de Ministro de Gobierno que había venido desempeñando desde meses atrás. A esta histórica entrevista también concurrieron el General Ricardo Astudillo Ministro de Guerra y el doctor Ricardo Espinosa Ministro de Educación, quienes estaban de acuerdo con la dictadura y la apoyaban irrestrictamente.
Pons no había sido consultado y encontraba que la medida era absurda, innecesaria y peligrosa; poco después salía del despacho y fue a su domicilio en espera de los acontecimientos que había desencadenado la actitud presidencial.
A las 10 de la mañana numerosos grupos de partidarios del doctor Velasco Ibarra acompañados de militares adictos apresaron en diferentes sitios a los legisladores que, sin conocer la dictadura, concurrían inocentes a sus escaños en las Cámaras. El doctor Carlos A. Arroyo del Río, que ejercía la Presidencia del Senado y era presidente del Congreso Nacional, escapó milagrosamente de caer arrestado por esas casualidades que tiene el destino y se asiló en el edificio de la Corte Suprema de Justicia, desde donde fue llevado al Panóptico a las 11 y 1/2 a.m. siendo liberado poco después por el Embajador en Misión de Venezuela. Mas, sabedor de los acontecimientos, buscó a los jefes militares de la ciudad y conferenció con ellos.
Mientras tanto el Comandante Suárez, a quién sus amigos conocían cariñosamente con el apodo de “Corcho” había logrado convencer a sus compañeros de armas del batallón de infantería “Imbabura” que permanecía acuartelados con el “Carchi”, y antes que Velasco Ibarra pudiera conocer y aceptar la renuncia del Ministro de Gobierno Antonio Pons, fueron al Palacio y pusieron bajo arresto al Presidente, llevándolo detenido al cuartel de artillería “Calderón”.
A las 3 de la tarde algunos militares de alta graduación se trasladaron al Panóptico y rescataron a los legisladores detenidos.
A continuación todo fue júbilo y militares, diputados y senadores se citaron a las 10 de la noche en casa del Comandante César Plaza Monzón, Jefe de Estado Mayor del Ejército. La reunión se prolongó hasta las 11 y 1/2 y prevaleció la opinión del presidente del Congreso Nacional, Doctor Arroyo del Río, de que la Constitución vigente en 1929 ordenaba para los casos de renuncia o muerte del Presidente Constitucional de la República que quién debería sucederle era el Ministro de Gobierno.
A la 1 de la mañana del día 20 de agosto de 1935 una comisión de altos jefes se acercó al Hotel Savoy donde se hospedaba Pons, que en esos momentos permanecía en el bar conversando con el licenciado Alvarado Garaycoa y lo invitaron a concurrir a casa del comandante Plaza Monzón.
Allí tomó la palabra el Coronel Solís, hombre bastante terco pero muy respetado en el ejército por sus años de servicio y rápidamente comunicó al recién llegado que a él le correspondía encargarse del mandato y que si no le era molestia hiciera el favor de designar Ministro de Gobierno al doctor Aurelio Mosquera Narváez, para que después de algún tiempo le sucediera en el poder.
¿Qué había ocurrido? ¿De dónde había sacado el coronel tan rara propuesta? Estas y otras preguntas más pasaron por la mente del doctor Pons en un segundo pero viendo la satisfacción dibujada en el rostro de algunos congresistas supuso en un momento de gran lucidez que todo ese acto teatral era producto de un bien estudiado plan para que el Presidente del Congreso nacional Dr. Arroyo llegara a la primera magistratura después de pocos meses, por medio de un amigo incondicional suyo como era el doctor Mosquera Narváez; entonces pidió a Solís que le explicara mejor el asunto y este le contestó:
“Mejor será que hable el doctor Arroyo del Río” y tomó asiento. El aludido se levantó y con ese florido verbo que le hiciera famoso como literato explicó a los concurrentes las necesidades del momento y el porque de la conveniencia de designar Ministro de Gobierno al doctor Mosquera Narváez.
“Se necesita un hombre que prepare al país para una elección presidencial futura y nadie más acertado que este médico, sin enemigos ni partidos, que velará por el bien de la Patria”. Todos asintieron menos Pons, que estaba indignado e indicó que no aspiraba al poder ni lo ambicionaba o disputaba, pero que si aceptaba el encargo sería sin condiciones. Acto seguido saludó y se fue al Savoy a seguir conversando.
Perdón, señores, dijo uno de los presentes, cuando quedaron solos en casa del comandante Plaza. “Aquí ha pasado algo que debemos componer. El doctor Pons nos ha hablado con palabras de verdad, si él se encarga del mando lo hará sin compromisos, no podemos exigirle nombramientos ¡El sabrá lo que hace!”
Los congresistas se opusieron y pedían que otro fuera el encargado; mas, algunos militares, conscientes de la gravedad de la situación, decidieron que Solís no era el llamado a exigir en nombre del Ejército y el pobre pagó su torpeza renunciando la Jefatura General. Desde ese momento la posición del doctor Arroyo del Río se tornó cada vez más difícil, porque habiendo opinado por la fórmula legal no podía oponerse a ella y al fin terminó por aceptarla. A las 3 de la mañana otra comisión salió con dirección al Savoy y acompañó al doctor Pons al Palacio Presidencial donde firmó su primer decreto encargándose de la Presidencia Constitucional de la República.
Muy por la mañana, a eso de las 8, el doctor Pons concurrió en el automóvil presidencial al cuartel “Calderón”, donde aún se encontraba el depuesto presidente dictador. En la calle circulaban rumores de que iría a liberarlo y algunos querían que se repitiera el arrastre de los Alfaro – Buenos días, Doctor, vengo a saludarlo – Gracias Doctor, es Ud. muy gentil, tome asiento, contestó Velasco Ibarra.
Vengo a llevármelo a la Embajada de Colombia señor doctor, no es posible que Ud. siga en esta situación; acabo de hablar con el embajador Díaz – Granados que ha ofrecido todo apoyo para usted. Gracias, doctor. Fue la respuesta. Usted debe ir y permanecer en la legación durante algunos días; luego Ud. verá si se queda o no. Es cuestión de su delicadeza. El Dr. Velasco calla. No está sereno.
Esta mañana a las 7 el congresista doctor Sáenz Vera me ha indicado la necesidad de que Ud, renuncie a la Presidencia antes que el Congreso Nacional le destituya hoy. Vea usted lo más conveniente para sus intereses.
¡Qué cosas! repite Velasco entre dientes, como para sí. Será mejor que la redacte ahora mismo.
En la sala de oficiales hay una máquina de escribir, vamos allí. I efectivamente, ambos se encaminaron al sitio señalado y en una pequeña máquina de escribir marca “Royal” color negro, Velasco escribió una esquela de renuncia dirigida al presidente del Congreso Nacional, la firmó y entregó al Encargado del Poder. Minutos después, ambos salieron con dirección al edificio de la Embajada de Colombia y a los pocos días el Dr. Velasco viajaba al vecino país donde residirá por algún tiempo trabajando como profesor y abogado. Desde allí declarará: “Fue un error mi dictadura, me precipité sobre las bayonetas”.
Esa misma mañana el doctor Arroyo del Río dio a conocer a ambas Cámaras la renuncia y fue aceptada por mayoría de votos.
Pons formó gabinete con los doctores Antonio Parra Velasco en Educación, Aurelio Bayas en Gobierno, Luis Alberto Carbo en Hacienda, el Coronel Ernesto Cepeda en Defensa Nacional, el General Ángel Isaac Chiriboga en Relaciones Exteriores y el Ingeniero Federico Páez en Obras Públicas y convocó a elecciones presidenciales, quizá prematuramente pues no midió las consecuencias, firmó varios proyectos en favor de la niñez ecuatoriana, fijó el día del Niño en el calendario y alertó al país sobre el peligro que encerraba una Constitución tan caótica como la de 1929 en donde un voto de desconfianza del Congreso podía dejar sin gabinete al País.
El Partido Comunista proclamó la candidatura del Coronel Luis Larrea Alba y el liberalismo se dividió en dos grupos. El mayoritario apoyaba al Dr. Arroyo del Río y una minoría a José Vicente Trujillo.
La derecha exhibió la candidatura del anterior Ministro de Relaciones Exteriores doctor Alejandro Ponce Borja, seguro ganador con el apoyo del clero, que entró en campaña desde pulpitos, colegios y sacristías.
En estas circunstancias renunció el Dr. Antonio Parra la Cartera de Educación porque no estaba de acuerdo con la política que seguía el Régimen y estando el candidato Larrea Alba en Chile, renuente a venir al Ecuador porque sabía que perdería ante el doctor Ponce Borja, el Encargado del Poder reflexionó sobre la catástrofe que ocasionaría la ascensión de fuerzas tan peligrosas como la derecha en pleno auge del fascismo mundial, que frenaría el progreso de la Patria con desacertadas medidas oscurantistas y no deseando hacer fraude electoral en favor de nadie, como había sido costumbre hasta entonces, sorpresivamente, el 26 de septiembre de 1935, luego de treinta y seis días en la presidencia, renunció ante los altos jefes del ejército en un convite realizado en la población de Baños y de acuerdo con ellos se escogió para sucederle como dictador al entonces Ministro de Obras Públicas ingeniero Federico Páez y se retiró a la vida privada.
A fines de año fue nombrado Embajador en Argentina y en 1936 escribió: “Contra el zarpazo de la garra política”, libro polémico en que explicó su renuncia y aclaró ciertos conceptos que personas interesadas deseaban desvirtuar, después regresó a vivir a Guayaquil, administrando las haciendas heredadas y falleció anciano en la década de los años 80 sin haber vuelto a intervenir en el quehacer político.
Muy apuesto, pausado y viril, blanco, pelo negro, simpático y de maneras cortesanas. En la vejez hablaba tranquilamente de sus agitados años iniciales.