PINTOR.- Nació en Quito el 18 de agosto de 1842, hijo legítimo del quiteño de origen portugués Joaquín Pinto y Valdemoros y de Encarnación Ortiz y Ceballos, ambateña.
Desde muy joven sintió vocación por la pintura. A los siete años comenzó a practicar dibujo con su compañero de escuela Cipriano Borja; sus padres lo pusieron en el taller del pintor Ramón Vargas y al cambiarse de domicilio al año siguiente pasó al de Rafael Venegas que le quedaba más cerca, para terminar en el de Andrés Acosta donde permaneció tres años.
En 1853 falleció su padre y la familia comenzó a padecer pobrezas y privaciones. Ya dibujada bastante bien aunque sólo tenía once años y motivado por su carácter disciplinado continuó en el camino de la superación, estudiando y trabajando para ayudarse En adelante recibirá lecciones de los maestros pintores Tomás Camacho, Santos Cevallos y Nicolás Cabrera que le ordenó copiar la serie de profetas de Gorivar que se conserva en la Iglesia de la Compañía. También estudió Geometría, Anatomía, Perspectiva e Idiomas y enseñó a pintar a numerosos jóvenes de la sociedad, ganando lo suficiente para que su madre y hermanos pudieran disfrutar de una relativa tranquilidad.
A los veinte años se independizó y puso taller, pintando por encargo de las principales familias y de las Congregaciones todo tipo de asuntos religiosos como profanos y con el tiempo se fué especializando en retratos, paisajes y objetos pequeños y poco convencionales. Habilísimo para el óleo y el pastel, se dedicó a la acuarela, conservándose muchas de ellas, todas preciosas por la perfección de sus líneas y riqueza de matices, con motivos sencillos aunque no simples, como pajaritos, quesadillas, loritos, etc. que confeccionaba casi por placer para cuadros más serios y sin embargo son obras maestras en su género. El romanticismo había llegado al país y se sentía una delectación por la naturaleza y los paisajes, que antes no existía.
Pinto también se especializó en la figura humana y comenzó a dibujar personajes populares tomados de las calles de Quito. Su interés por la antropología lo llevó a colaborar con González Suárez en la reproducción de piezas y figuras arqueológicas.
Entre sus discípulos figuraba Eufemia Berrío, joven de familias oriundas de Medellín en Colombia, “inteligente y agraciada y muy aficionada al arte” y atraído hacia ella, fué aceptado y de esa unión nacieron dos hijas.
Años después el Canónigo Manuel Andrade Coronel lo contrató para que decore las paredes y el cielo raso de su casa que era rumbosa y poseía una más que regular biblioteca pues Andrade Coronel había heredado de sus padres una excelente posición económica.
También concurrió a realizar esos trabajos con la Berrío, quien le servía de ayudante, entonces Andrade la convenció de abandonar al pintor y quedarse a vivir con él, lo que así ocurrió. De esta unión nació el niño Manuel Nicolás Andrade Berrío. El Dr. Manuel Andrade Coronel era un sujeto inteligente pero impetuoso, por ello conocido como “El Loco Andrade” y había sido obligado en su juventud a ingresar al sacerdocio sin tener vocación. En 1876 era miembro del clero regular, nada menos que Canónigo de la Catedral de Quito, y Secretario del Arzobispo, pero ocurrió que Pinto no olvidaba a la Berrío y meses después la recibió de nuevo en su casa con el niño Andrade y formalizaron la situación, comprometiéndose en matrimonio.
Marieta de Veintemilla cuenta en sus “Páginas del Ecuador” que al enterarse Andrade Coronel del compromiso de la Berrío montó en cólera y esperó en una esquina a Joaquín Pinto a quien atacó cuchillo en mano y delante de algunos escandalizados transeúntes, pero el asunto no pasó a mayores porque el pintor pudo escapar a la carrera. Posteriormente Andrade Coronel propuso al tendero Antonio Casaretto que invite a Pinto a servirse una copa de vino previamente mezclado con unos polvos que él le proporcionaría, con el fin de envenenarlo o hacerle perder la razón, pero el tendero se negó de plano a secundar tan desorbitados propósitos. Andrade Coronel debió fastidiar de alguna otra manera a Pinto y hasta pudo haberlo perseguido de varios modos, lo cierto es que había adquirido en varias boticas de Quito significativas dosis de estricnina, dizque para matar ratones.
El “avance o atentado criminal” contra Pinto se hizo público en Quito y llegó a oídos del bonísimo Arzobispo que se sorprendió mucho y llamando a Andrade Coronel le recriminó, afeó su conducta y posiblemente debió exigirle su renuncia, lo cierto es que Andrade Coronel no esperó la posible destitución y en la misa del Viernes Santo parece que él fue quien mezcló la estrictina con el vino de consagrar provocando el violentísimo envenenamiento de monseñor Ignacio Checa y Barba.
Iniciadas las investigaciones, fueron apresados los jovenes liberales que habían concurrido a la misa y que eran en su mayor parte guayaquileños para luego las mayores sospechas recayeron sobre el Canónigo, que fué apresado y conducido a la cárcel; pero usó el fuero eclesiástico, salió en libertad y como el doctor Luis Felipe Borja (padre) no presentó acusación particular a nombre de la familia representada por Manuel Checa y Barba, el proceso quedó en nada, constituyendo el mayor escándalo nacional en mucho tiempo. Por todo esto los esposos Pinto sufrieron mil y un comentarios zahirientes, lo cual influyó en el carácter timorato y algo opacado del pintor, que volvióse uraño, retraído y hasta dado al misticismo. Después donaría sus medallas a la Virgen de la Merced.
De esa época data la compra de una casita en las alturas de Argumasín (lago marsino) en el barrio de San Roque, desde donde se divisaba la ciudad con sus techos de tejas y sus bellísimas puestas de sol. Allí compuso su célebre cuadro “La Inquisición” que se exhibe en la antesala de la gerencia general del Banco Central, en el que aparecen los cónyuges Pinto rodeados de varios inquisidores, entre los cuales figura Andrade Coronel en puesto preferencial. Igualmente el cuadro de “La Matanza”, propiedad de la familia Cornejo Rodríguez de Guayaquil hasta que fue robado hace pocos años.
Después de algún tiempo Pinto logró aislarse del mundo enseñando en la escuela de Bellas Artes de Quito, trabajando sus cuadros y estudiando numerosos idiomas pues tenía facilidad para su aprendizaje y hasta llegó a hablar en francés, inglés, alemán y latín.
En 1877 González Suárez le solicitó a los esposos Pinto que dibujen algunos objetos arqueológicos encontrados en las zonas de Cañar y Azuay y confeccionen las láminas para la impresión tipográfica de la obra “Estudio Histórico sobre los cañaris”. Esta labor era nueva en el medio y para realizarla debieron de ingeniarse fabricando los utensilios necesarios. La edición apareció en 1878, notablemente decorada, pero sólo en cien ejemplares. Este no fue el único trabajo en que intervinieron ambos, hay constancia de otros muchos ejecutados con sus hijas Josefina y Raquel, porque el artista complementó su vida en familia y obtuvo la serenidad que siempre había anhelado.
En 1880 envió varias pinturas a la Exposición Nacional de Guayaquil y obtuvo una Medalla de la Sociedad Filantrópica, también pintó una vírgen Inmaculada para la Universidad de Cuenca, ejecutó estudios del monumento de Sucre y “La Transverberación de Santa Teresa” para el convenio de La Asunción de Cuenca. En 1884 enseñó dibujo en el Colegio mercedario de San Pedro Pascual, obsequió varias obras a sus amigos los padres de esa Orden.
En 1888 participó en la Exposición Nacional de Guayaquil y al año siguiente intervino en la Universal de París, donde también obtuvo Medalla de Oro. En 1892 y a medias con su esposa, pintó las ilustraciones del “Atlas Arqueológico” de González Suárez, fabricando los grabados. En 1893 transcribió varias coplas tomadas de los “Cantares del Pueblo Ecuatoriano” de Juan León Mera y las utilizó en sus dibujos de personajes populares.
Ese año compuso treinta y seis láminas ilustrativas al óleo y sobre papel con caracoles y moluscos para la obra “Faune Malacologique de la Republique de l’Equateur” publicada en 1897 en el Boletín de la Sociedad Zoológica de Francia por su autor el Dr. Auguste Cousin, quien pensaba reeditarla. En 1894 intervino en las Exposiciones Universal de Chicago y Nacional de Quito donde obtuvo Medallas de Oro. Entre 1899 y 1901 pintó cien acuarelas para su amigo el doctor Francisco Cousin. En 1900 volvió a participar en la Exposición Universal de París, hizo varios estudios anatómicos del cráneo de Sucre encontrado en el convento del Carmen Alto y comenzó a pintar para González Suárez las láminas de su obra “Estudios Históricos sobre los aborígenes de Imbabura y el Carchi.”
En 1903 vivía viudo en Quito y aceptó la invitación de Honorato Vásquez para dirigir la Academia de Pintura y Dibujo de Cuenca donde residió un año con general aceptación. En 1904 regresó de profesor a la Academia de Bellas Artes de Quito y murió apaciblemente de hipertrofia de la próstata, el 24 de Junio de 1906, a la edad de sesenta y tres años siendo sepultado en el cementerio de la Iglesia del Tejar en la tumba común de su familia y al lado de su esposa. Sus numerosos discípulos le organizaron solemnes exequias en la Catedral y publicaron en el diario “El Comercio” lauditorios artículos en su memoria.
Dejó muchísimas obras, algunas sacadas del país por viajeros conocedores de la bondad de su arte. Fue un genial creador y un trabajador perseverante e incansable, ensayó todas las técnicas, descolló como acuarelista y excelente profesor, esposo y padre, protegiendo a sus hijas y a su hijastro hasta sus últimos momentos.
Tenía una técnica heredada en su mayor parte de los maestros quiteños del siglo XVIII aunque también fue caricaturista y dibujó a García Moreno montado en su borrico en el papel de Quijote, con un cura juerguista y borracho a las andas, tampoco tuvo reparo a pintarse él mismo en diversas escenas. Conocía a fondo la teoría del arte, la historia y hasta la mitología, despreciaba a los pintores copistas y llegó a producir obras de gran originalidad. Nunca le importó el aspecto económico y dividió su tiempo entre la enseñanza y el arte. Al final de sus días prefirió la técnica de la acuarela, usando papel y cartón, agua engomada y gotas de hiel de vaca para conservar la frescura y humedad. Tuvo numerosos clientes y entre ellos al Ministro de Francia Hipólito Fandiu, para quien dibujó en 1898 una serie de veinte y tres acuarelas con personajes y motivos populares.
Le correspondió inaugurar en nuestro país la escuela de motivos mestizos e indigenistas de pintura popular y por eso el paisaje – las altas montañas andinas – le servían para enmarcar adecuadamente la vida y las labores de la población, al revés de Rafael Troya que las reproducía con exactitud fotográfica para presentarlas en toda su magestuosa grandiosidad.
Dejó un manuscrito titulado ¿Qué es una buena pintura? y un álbum primorosamente trabajado desde 1882 a lápiz y tinta, con 199 págs. y ciento setenta y siete dibujos, hoy en el Museo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Su biografía ha sido escrita por el padre José María Vargas base de referencias dejadas por José Gabriel Navarro.