PIÑAS BALTAZAR

FUNDADOR DE LOS JESUITAS EN QUITO.- Nació en 1537 en un pueblo de Cataluña, España, y muy joven entró a la Compañía de Jesús enseñando gramática latina y humanidades en el Colegio de Gandía. Después fue uno de los padres que pasaron a Cerdeña y fundó la primera casa y colegio de Cagliari. De regreso a España fundó el Colegio de Zaragoza en Aragón y pasó a América en 1584, en la cuarta Misión que vino al Perú.
Era de vivísimo ingenio, de acertada y feliz conducta para tratar los negocios más delicados, elocuente orador y de gran virtud. En 1586, durante el provincialato del padre Juan Sebastián, pasó a fundar la Casa de Quito y predicó exitosamente en la Catedral.
“En 1588 fundó el Colegio de Quito, al que acudían buen número de niños a recibir latinidad, para lo cual solicitó la aprobación del General, que la dio en Abril del 91. El Colegio funcionó en unas casas frente al actual templo de la Compañía y al curso de latín siguió el de humanidades, retórica y poesía. En Enero del 90 había dado comienzo al curso de filosofía. Los alumnos eran internos y externos, unos becarios y otros pagaban la pensión alimenticia”.
A finales del 90 regresó a Lima y fue nombrado Procurador de la Provincia del Perú para la Congregación General que debía celebrarse en Roma donde permaneció hasta el 92 que nuevamente pasó al Perú y de allí fue enviado con otros padres y novicios en Febrero de 1593, en la primera misión jesuita a Chile, arribando al puerto de La Concepción.
Estaba avejentado pues aparentaba setenta años de edad pero se mantenía sano y activo, de manera que en 1594 inauguró el Colegio de San Miguel Arcángel en Santiago. De vuelta a Lima acabó su vida en el colegio jesuita a la avanzada edad de ochenta y cuatro años, con fama de santidad, el 29 de Julio de 1621.
“Perteneció a esa generación gloriosa de varones santos que florecieron en tanto número durante el primer siglo de la Compañía de Jesús y basta para su más cumplido elogio decir que San Ignacio de Loyola hacía gran estimación de sus talentos y virtudes” como misionero celoso y predicador evangélico y a sus sermones solía acudir un auditorio tan numeroso, que no cabiendo en ninguna iglesia se veía obligado muchas veces a predicar en las plazas públicas y concurría no solamente el pueblo sino la gente granada y hasta los más altos magistrados. En una cuaresma predicaba en la plaza Mayor de Lima y tuvo entre sus más puntuales oyentes al Virrey Martín Enríquez quien solía ponderar el mérito de las pláticas del padre Piñas diciendo que por medio de ellas había logrado comprender lo que era la verdadera penitencia.
Trabajó en América por más de treinta años y llegó a conocer los usos y costumbres indígenas, al punto que con su amigo el padre Diego González Holguín aconsejaron y dieron numerosas noticias al joven cronista Pedro Cieza de León.
En sus hagiografías se cuentan anécdotas y exageraciones como aquella de que las avecillas se le posaban sobre sus hombros y manos cuando predicaba y que el gran fruto que hacía en los hombres, movió a una persona a ofrecer su vida en sacrificio, en lugar de la del padre Piñas, que se hallaba desahuciado a causa de una grave dolencia, de la que sanó presto, muriendo el otro y encima, de la misma enfermedad. Cosa curiosa y peregrina reseñada en la obra “Fastos de la Compañía” del Padre Juan Drevós.