PETRILLO : La sombra del ahorcado

SUCEDIÓ EN PETRILLO
LA SOMBRA DEL AHORCADO

Las montañas de Chongón avanzan por el Occidente hasta Colonche, por el oriente a Durán y  se pierden en pequeñísimas colinas a la altura de Yaguachi; esta cordillera tiene una rara belleza en el invierno costeño, pues se cubre de verdor y tan profusamente que en ciertos parajes parece azulada, de donde las gentes dieron en llamar “Cordillera de Cerro azul” a la altura de la comuna indígena de Casas Viejas; donde a principios de este siglo un español soñador y aventurero fundó un emporio de trabajo agrícola que bautizó con el nombre de “Hacienda Barcelona”. 

En 1.932 trabajaba allí Juan Villao, de los Villao de la comuna que por ser tantos y estar regados en toda la región se decían parientes entre sí, sin saberlo a ciencia cierta. Era un clan o tribu cuyos orígenes a nadie se le habían ocurrido anotar, pero estaban viviendo, simplemente viviendo. 

Juan Villao tenía además sus propios negocios, una vez al mes  iba hacia  arriba hasta las cumbres y bajaba a las planicies de Petrillo llevando el producto del trabajo de sus horas extras, pues tenía un horno para fabricar carbón y toda la montaña para cortar madera. Además, contaba con varios animales fieles que hasta conocían la ruta, de suerte que no era necesario conducirlos por los caminitos de los contornos, pues sabían cómo llegar. 

El muy taimado de Juan, no contento con ganarse la vida como trabajador de la hacienda y hacer sus reales extras como carbonero y comerciante en Petrillo, se había dado mañas para enamorar a una guapa dauleña de apellido Ronquillo, que vivía a la orilla de un estero y tenía no más de quince años. Juan era casi cuarentón pero nadie lo hubiera adivinado, tan bien conservado estaba, la vida al aire libre y sin cigarrillos ni tragos le mantenía intacta su  musculatura. 

Ella se llamaba Rosita y le creía de treinta cuando más, así es que no se sorprendió el día que Juan le fue llevando unos anillos y la pidió a sus padres, ofreciendo mantenerla en su casa al otro lado de la montaña y como las cosas eran rápidas antaño, de regreso se la trajo a lomo de mular y juntos vivieron casi un año sin que una sombra de tragedia o desengaño opacara tanta felicidad, pero justamente entonces ocurrió que la novia Rosita, como la llamaban sus parientas las Villao de Casas Viejas, empezó a sentir fuertes cólicos y calenturas y no hubo médico ni brujo que la sanara, muriendo a los pocos días. 

El sepelio fue de lo más concurrido y el novio quedó tan entristecido que poco a poco fue sumiéndose en una abulia de la que nada lo sacaba. Meses más tarde anunció que se iría a Petrillo a descansar, pero nunca llegó, pues que en mitad del camino se ahorcó de un guasango o palo prieto, en esto del árbol las opiniones estuvieron divididas, encontrándose el cadáver como a los cuatro días cuando ya olía a mortecina y numerosas aves de rapiña merodeaban los contornos. 

Allí mismo lo sepultaron los arrieros y la mula de Juan fue hallada como a media legua, en una sabana llena de pastizales, sin que en sus alforjas se encontrara carta alguna que pudiera explicar el motivo de tan insospechada resolución. Desde entonces es fama que en el estero de Petrillo se ve una sombra que recorre los lugares sin descanso, como queriendo llegar a algún sitio en particular, sólo que ya la casa de los Ronquillos no existe porque se la llevó la creciente del año 1.943 que arrasó buena parte de esos contornos y los viejos del lugar hablan del alma de Juan Villao, muerto de amor a la sombra de un Guasango o como según opinan otros, bajo un corpulento Palo Prieto.