PEREZ CALAMA JOSE

OBISPO DE QUITO.- Nació la noche del 25 de Noviembre de 1740 en el pueblito de Alberca, diócesis de Coria, Extremadura, España, en hogar pobre y al quedar huérfano en 1752 los superiores del colegio de la Concepción en Salamanca le prodigaron grandes cuidados en su educación hasta lograr que se gradúe de Maestro en Sagrados Cánones en 1758, de Doctor en 1761 y allí enseñó por tres años. Entonces se opuso a las sillas magistrales de Santiago y a la de Segovia. En 1765 pasó a México en la comitiva de monseñor Francisco Fabián y Fuero, Obispo de Puebla de los Angeles, como secretario consultor. Fabián y Fuero era un sujeto cultísimo, producto de la ilustración española de su tiempo, especializado en ciencias naturales y propietario de un jardín botánico en Valencia en España. 

Desde entonces su carrera fue vertiginosa, de sacerdote en 1.768 fue electo rector del Seminario Mayor de dicha capital y propugnó una reforma de la enseñanza. Chantre de la catedral de Valladolid en la provincia de Michoacan, hoy Morelia, México, en 1776, en Guatemala salió editada su obra “Política Cristiana” en 1782, Visitador general de esa Diócesis de Michoacán y fundador de la Sociedad Amigos del País en 1784 – 85. 

A la muerte de su benefactor el Obispo Fabián y Fuero era Dean de Valladolid donde mantuvo una larga pugna con los padres franciscanos del Colegio de San Francisco de Sales a los que inclusive llegó a excomulgar sin ningún resultado, de modo que sometió la cuestión a la Audiencia. Vacante la sede episcopal la ocupó algunos meses y merced a su buen gobierno el Rey Carlos III le nombró en 1788 Obispo de Quito, siendo preconizado en abril del año siguiente en la ciudad de México. 

A fines de Marzo de 1790 embarcó en Acapulco dejando el mejor de los recuerdos y numerosas obras y luego de treinta y cinco días de travesía arribó a Manta y por Jipijapa a Guayaquil en el mes de Julio, aunque mal del hígado y se hospedó en casa del Tesorero Real Luís de Ariza y Rejos del Moral. A principios de Agosto siguió a Quito por la vía de Guaranda, Riobamba, Ambato y Latacunga confirmando a más de sesenta mil niños y poniendo todo el empeño de sus fuerzas en cumplir a cabalidad la visita pastoral, pero no se sentía bien y renunció al Obispado en Noviembre de ese mismo año. 

Finalmente en Enero de 1791 ingresó a Quito, lo hizo a píe y sin ceremonia alguna, cumpliendo únicamente con lo que prescribe el ceremonial romano para tales circunstancias. Inmediatamente se formó una mala opinión de la gente “los quiteños son muy hipócritas” y tras hospedarse algunas semanas donde los dominicanos salió en Noviembre del 92. 

En Febrero de ese año había dirigido con Espejo la Sociedad Patriótica de Amigos del País y como Vice presidente auspició sus afanes de renovación cultural, la publicación del primer periódico con que contó la Audiencia titulado “Primicias de la Cultura de Quito.” En materia de educación y por encargo del presidente de la Audiencia Luís Muñoz de Guzmán redactó un proyecto de plan de estudio para la Universidad de Santo Tomás de Aquino, publicado en Quito ese año 91. 

Era muy práctico y muy moderno en todo. Siempre andaba detrás de revisar el conocimiento teórico con relación a su utilidad práctica. Decía que la virtud cristiana debía demostrarse en la vida pues de lo contrario no era tal. Que la sabiduría que no se aplica a la práctica es puro oropel. Señalaba que la utilidad de las lecturas en general, era otra de las virtudes del pensamiento ilustrado. 

Ekkehart Keeding en su obra sobre la Ilustración en la Audiencia de Quito manifiesta que Pérez Calama reorganizó la escuela primaria, el pensum universitario y la formación del clero, por eso los profesores de Colegios debían instruirse en textos ilustrados. A la Universidad entregó un Plan de Estudios impreso en cuatro partes, donde las clases de filosofía se fundamentaban en el Curso de Jacquier y en textos sobre ciencias empíricas o experimentales, como la geografía, cartografía, historia, cronología, matemáticas y astronomía. A los sacerdotes obligó a realizar dos horas diarias de lecturas reflexiva de textos mundanos con temas también sobre América. 

Le encantaba organizar conferencias v asistía en persona. Durante los pocos meses que estuvo en Quito realizó más de cuarenta sobre diversos tópicos de interés social. Era muy escrupuloso en higiene y rabiaba cada vez que encontraba personas desaseadas en la calle. Acostumbraba tomar un baño todas las mañanas a las 6 y decía que no podía vivir sucio ni sudado sin que se le “paren los pelos de punta,” González Suárez en el Tomo V de su Historia dice que monseñor Pérez Calama propuso a los sacerdotes quiteños que escriban en “castellano terso y brillante” la siguiente conferencia, para hacerla leer en cada Parroquia. 

“Lo muy útil y conveniente que es, no solo a la modestia y decoro cristiano, sino a la salud corporal e ilustrada civilidad y política, que en toda casa haya retrete o lugar separado para las indispensables superfluidades, cuyo lugar tiene en esta provincia (Quito) el nombre de casillas y en nuestra lengua castellana pura y neta, se explica con la modesta voz de necesarias, cuyo epíteto demuestra y convence cuanto se podría decir sobre la enunciada materia”. 

De donde nos viene que en Quito y en el siglo XVIII a los retretes se les llamaba casillas y en España necesarios; sin embargo dicha conferencia era imprescindible en materia de salud pública para resaltar la importancia de la higiene en casa. 

Para estimular el aprendizaje entre los eclesiásticos aconsejaba que todos los días de seis a ocho de la noche estudien dos horas, divididas en cuatro partes, a saber: 1/2 hora de Biblia, 1/2 de Teología, 1/2 de Liturgia y la ultima 1/2 de Historia eclesiástica o cualquier otra ciencia recreativa para levantar el espíritu y distraer, pero los eclesiásticos persistieron en sus costumbres pueblerinas sin tomar en consideración los consejos del sapiente prelado que quería transformar a cada cura en un pulcro sacerdote pues le repugnaba que clérigos y seglares anduvieren sucios, descuidados o con afectación. 

También publicó una “Instrucción” sobre estos particulares advirtiendo lo siguiente: “Que en el porte, andar, vestir o beber nadie se extralimite, no sean sucios como los puercos, ni petimetres como los monos, ni pomposos como los pavos reales.” 

Hombre polifacético y muy práctico, no gustaba de las especulaciones filosóficas sino de cosas útiles, como aquella de preparar pan. Según él, el buen pan tiene que “formar ojos en su interior, el migajón debe desmenuzarse fácilmente en muy pequeñas migajas sin que de manera alguna se apelmace” y ofreció un premio de cincuenta pesos sencillos al o a la panadera que le preparara un pan según su receta. En otra ocasión mandó imprimir una lección para el pueblo, donde explicaba la mejor forma de construir hornos de panadería según la usanza de España y México. De este fascículo entresacamos lo siguiente; “Los hornos deben ser de ladrillos y tener forma de bóveda, su suelo estará construido de baldosas de una cuarta de grosor, bien ajustadas una con otras (para que no se escape el calor) y asentadas sobre una mezcla de sal con cal y arena.” 

Tampoco le agradaba que los curas y religiosos no se descuiden en proveerse de óleo y crisma cada nuevo año, ni que los maridos abandonen los hogares para vivir libremente. Decía que el secreto de la felicidad consistía en ser feliz y esto solo se conseguía, de ordinario, en familia. Mucho le mortificaban los convites y festines conque se hartaban los ociosos pobladores de la colonia aprovechando cualquier motivo de regocijo por pueril que fuera. Un bautizo, un matrimonio, el santo de un vecino o familiar, la coronación de un nuevo Rey de España, la entrada del Presidente en la ciudad, etc. eran fechas que se prestaban para grandes banquetes en donde los concurrentes bebían hasta embriagarse. Esto era contrario al parecer del Ilustrísimo Pérez Calama, a quien tampoco convencía la costumbre de hacer regalos, muy común en Quito. 

Era tan puntilloso en esto de no aceptar obsequios que enterado que su mayordomo Luís López, había recibido por puro compromiso, un plato de leche crema, de una señora muy beata, le fulminó con un proceso y sentenció a regresar a España, a pesar de ser sacerdote de grandes merecimientos, diciendo a todos que: “La mucha confianza con mujeres es lo que casi siempre pervierte a los sacerdotes, por muy santos que sean y que no sería nada raro que el regalo del plato de leche crema haya sido ideado por el mismo diablo.” 

Detrás de su aparente dureza era muy bueno en el fondo y casi siempre terminaba por perdonar a los que castigaba. Eso ocurrió con el padre López, a quien no solo pidió disculpas por la dureza conque le había tratado sino que, en compensación, lo hizo Sacristán Mayor de Pasto. 

En cuanto a su persona era la seriedad misma. En cierta ocasión llegó a sus oídos que se rumoraba en Quito sobre su actuación como Obispo, sindicándole de voluble e inconsecuente por sus violentos arrebatos de ira que siempre terminaban poco tiempo después. Inmediatamente pronunció un auto contra si mismo y mandó que el Presidente de la Audiencia, Luís Muñoz de Guzmán, inicie una vista en su contra y habiéndose excusado el Presidente, ofició al Arcediano Pedro Gómez de Andrade para que tome el lugar de Muñoz de Guzmán en la vista. Estas extravagancias, comenta González Suárez, han hecho del Obispo Pérez Calama uno de los más célebres personajes de la colonia ecuatoriana, de quien ha opinado que fue un Pelado honesto y bien intencionado pero que sufría severos desórdenes mentales, juicio con el cual no estamos de acuerdo pues si a todo reformador se lo aplicamos, deberíamos comenzar por Jesús de Nazaret. 

En otra ocasión y habiéndose prolongado una sequía en la sierra con peligro que se pierdan los sembríos de papas y cebollas, mandó que se organice una solemne procesión, que debía presidirla vestido de andrajos, descalzo, con una soga al cuello y una corona de espinas, en señal de penitencia. Sus familiares tuvieron que rogarle en repetidas suplicas para que abandone tan absurda idea, que de fijo lo pondría en ridículo ante el pueblo. Los quiteños decían que las espinas de la corona del Obispo, adornaban mas no castigaban, porque se las había fabricado de tela. 

Pérez Calama tenía en sus armas diocesanas el siguiente lema: “Veritas Doctrina” tomado del que usaban los sumos sacerdotes del templo de Jerusalén grabado en las piedras preciosas que adornaban sus pectorales. 

Nadie se preocupó como él en pro de la educación y del Gobierno de la Audiencia de Quito. Su “Plan de Estudios” para la Universidad Literaria es una prueba de ello. Introdujo reformas educacionales tan sanas como aquella de prohibir a los catedráticos que dicten sus clases en latín como era lo usual y ordenó que los alumnos estudien en textos en castellanos y que nada se ha de estudiar de rigurosa memoria de palabras, pues en la memoria intelectiva ha de poner mucho cuidado el catedrático, cuidando eso si de declarar y exponer los pensamientos del autor. 

Su deseo de mejorar a la sociedad del tiempo a través de las obras de interés social también fue grande. Es autor de una “Arenga a los clérigos para que traten bien a los indios de su parcialidad”, de un “Estudio sobre el camino de Quito a Malbucho” interesantísimo trabajo geográfico acerca de las ventajas que representaba para Quito y su provincia el tener un acceso directo al mar por la región de las Esmeraldas, al sitio que ahora se conoce con el nombre de Bahía del Pailón. Igualmente, de conformidad con las ideas del Obispo de la Peña y Montenegro, ordenó a todos los sacerdotes de la Audiencia de Quito, le abran la santa vista canónica para investigar sobre su conducta. El presidente de la Audiencia volvió a sonreír de buena gana ante tamaña ocurrencia y se negó a actuar, pero el terco prelado mandó que todos los fieles del Obispado, so pena de excomunión mayor, declaren sobre su conducta si algo tenían que reprocharle. Igualmente que los sacerdotes de la Diócesis den la comunión a los indígenas que la soliciten lo cual constituía hasta cierto punto una novedad pues en épocas anteriores y debido a la errónea creencia de que los indios no tenían alma, se les negaba el derecho a comulgar en misa. Esta disposición habla de cuan democrático fue su corto gobierno diocesano. 

Lamentablemente tan célebre prelado, detentador de una de las memorias más prodigiosas del país, como solían decir sus conocedores y amigos, tenia resuelto abandonar estos territorios anhelando regresar a España para vivir una vida de encierro y penitencia y apenas recibió la aceptación de su renuncia al Obispado, salió de Quito el 20 de Noviembre de 1792,tomóel camino de Guayaquil y se embarcó el 29 de Abril de 1793 con destino a Panamá para posesionarse como Abad mitrado de la Real Colegiata de San Ildefonso de la Granja, pero el buque en que iba se perdió en alta mar. Su cadáver jamás fue encontrado. Sólo tenía cincuenta y dos años de edad. Su bibliografía en Quito es amplia y le muestra sagaz e ilustrado y todo ello en menos de dos años de administración episcopal (1) 

Fue de gran dedicación al estudio, de pensamiento racionalista, amigo a todas luces de la Ilustración y del método empírico o experimental, que da primacía a los procesos lógicos de la razón, promovió diversas innovaciones y hasta una osada reforma universitaria que priorizaba lo pragmático sobre la percepción, el sentido común y las exigencias del momento sobre el burocratismo. 

En lo personal era un sujeto acostumbrado al ayuno y los silicios para mortificar el cuerpo, también fue dado a las prácticas religiosas aunque su cultura – siendo práctica y moderna para la época – también era profunda. En Quito introdujo algunos aspectos muy progresistas de la Ilustración europea tomados de la vertiente española del padre Benito Feijoo y Montenegro y logró la creación de la cátedra universitaria de Economía Política. 

Ekkehart Keeding en “Surge la Nación, la ilustración en la Audiencia de Quito” ha señalado que después de Miguel de Jijón y León, Eugenio Espejo, la Universidad Secularizada, en su opinión Pérez Calama es el cuarto portaestandarte de la ilustración quiteña, por su actividad pedagógica y social, por la difusión de útiles y modernas lecturas, por intentar acercar a la sociedad colonial al saber práctico y útil de la época, empezando por la modificación de los planes de estudio y por los trabajos de la imprenta.