PARDO Y ALIAGA FELIPE

ESCRITOR.- Cuando el romanticismo hizo su entrada en Europa para demoler al clasicismo frío y marmóreo de lo antiguo, las colonias españolas de América declaraban su independencia; así pues, nacieron a la vida intelectual en un ambiente preromántico propicio para los golpes de estado y demás aventuras menores. 

Por otra parte el romanticismo no solamente fue un género literario sino un modo de pensar y de vivir. Se admiraba a los héroes medioevales que daban sus vidas por nada, por el amor de una doncella hermosa o de un inalcanzable ideal. Se vivía la bohemia del siglo en felices noches de ficción, alcohol y tabaco gastadas en un café o en elegantes soires; en síntesis, el romanticismo no solo fue una enfermedad sino una intoxicación, pues los románticos llevaban a las últimas consecuencias sus ardientes pasiones, mataban y morían y hasta se suicidaban, En Chile se suicidó la Lizardi, en Ecuador la Veintimilla y en Perú aunque no se dieron estos casos extremos, se impuso con Felipe Pardo y Aliaga, creador del género costumbrista en Sudamérica con “El Espejo de mi tierra”. 

Pardo nació en Lima en 1806, hijo de Manuel Pardo, funcionario virreinal que intervino en la campaña contra los reformadores del Convictorio Carolino regentado por el liberal Toribio Rodríguez de Mendoza. La madre fue Mariana de Aliaga, segunda hija de los marqueses de Fuente Hermosa. Para la revolución del Cacique de Chincheros, Mateo García Pumacahua, el viejo Manuel Pardo vivía en el Cusco y tomó parte en la represión con el general Ramírez. En 1821 los Pardo embarcaron a España huyendo de la independencia. Felipe tenía quince años, entró a estudiar al colegio de San Mateo de Madrid dirigido por el célebre Alberto Lista y tuvo de compañeros a Ventura de la Vega y a José de Espronceda, aprendió ei francés, tradujo versos de Víctor Hugo y Béranger y en 1828 regresó a Lima y escribió una insólita Oda titulada “Oda de un peruano al regresar a su Patria”, alabando a la libertad, como buen romántico. 

Poco después ingresó a la academia literaria “El Ateneo” que dirigía el chileno José Joaquín Mora, quien ejercía una tutoría literaria en el Perú; también solía concurrir al salón del poeta José María Pando, coautor de la constitución conservadora y vitalicia de Bolívar y su máximo cantor en el Perú. Así es que, con tan buenos auspicios, Pardo estrenó sus comedias “Frutos de Educación” en 1833, “Don Leocadio o el triunfo de Ayacucho” y luego “Una huérfana en Chorrillos”. A poco se unió al partido de Felipe Santiago Salaverry y fue designado Ministro Plenipotenciario en España; viajó a Santiago de Chile y tras larga estadía y cuando se disponía a partir a Madrid, fue notificado de la prisión y fusilamiento de Saiaverry y del término de su misión diplomática. 

Despechado y furioso comenzó en Santiago a escribir contra el vencedor Mariscal Santa Cruz, zahiriéndole con letrillas y epigramas. Una de ellas titulaba: “La jeta, meditaciones poéticas por Monsieur Alphonse Chunca Capac Yupanqui, Bachiller en sagrados cánones de la Universidad de Chuquisaca y Membre del Institut de París”, refiriéndose al belfo algo grande que decoraba el rostro mestizo de Santa Cruz.// La jeta.- Lleva caballos, cañones,/ lleva cinco mil guanacos,/ lleva turcos y polacos/ y abundantes municiones/Pero lo que más inquieta/ su marcha penosa y larga/ es la carga de su jeta…/ Nunca antes se había escrito así contra un jefe de estado, pero el romanticismo era libertad absoluta y total. 

Después peleó con Riva Agüero por cuestiones baladíes del dinero de la Misión y disputó largamente con un diplomático boliviano, haciendo que todos siguieran con hilaridad tan disparatadas polémicas. De Lima le contestaron con la “Filípica Parda” motejándole de “Bernardito”, personaje principal de una de sus obras en quien se caracterizaban los vicios, debilidades y novelerías de los pisaverdes limeños” y también se dijo de Pardo que era “el Barón del Ripio”. 

De regreso al Perú publicó en 1840 “El Espejo de mi tierra”, periódico destinado a corregir las costumbres y acicatear el buen gusto porque algunos habían protestado porque se pagara 600 pesos a dos cantantes europeas, suma de dinero considerada exagerada para esos tiempos. En dicho periódico aparecieron todos sus artículos. 

No tenía gran imaginación pero si vocabulario, también era un estilista, de los primeros escritores en América en tratar temas populares o de costumbres, si bien lo hizo de afuera hacia adentro, como aristócrata recién llegado de las cortes europeas que no aceptaba del todo a un pueblo mestizo que se levantaba a poco de su independencia. En “El Tamalero” incluso, llegó a tentar la poesía cacofónica de los negros, tan en boga en los actuales tiempos. 

Veámosle,/ /Tu que cabalgas encima/ de ese paciente animal, que lleva en sendo tamal/ portátil almuerzo en Lima:/ Di al punto quien es el taita/ que hoy el galpón abandona,/ y de entendido blasona/y de escritor da en la gaitas/puede ser que le derrengué/ si por ventura me apura…/ Seño: yo no so Ventura;/ yo so José Camulengue./ Mi amo, portó, no enoja!/ Yo no falta a súmese/ puque sólo pregona:/ itamá!…itamá!…itamalée!. 

Con el tiempo llegó a reunir sus artículos costumbristas en una obra que ha visto nuevas ediciones y su fama le ha sostenido como uno de los propulsores del romanticismo peruano, a pesar de su formación clásica y postura aristocrática. Encegueció a causa de la glaucoma pasado los 40 y entonces sólo escuchaba lo que buenamente le leían. Sus amigos lo rodeaban de continuo, muchos autores le dedicaban sus versos. Su casa se convirtió en cenáculo donde la generosidad se traducía en benemérita anfitrionía. Era el maestro inválido y bonachón y “tenia algo que lo hacía inconfundiblemente romántico y era su dolor de no ver”. 

Hace poco conocí su retrato en una casona antigua y señorial, la de los Aliaga, aparecía viejo e invidente, pero un noble semblante siempre conserva su interés y en sus ciegas pupilas aún se vislumbraba la luz del entendimiento.