PALESTINA : El aviso salvador

SUCEDIÓ EN PALESTINA
EL AVISO SALVADOR
 
Entrega de amor después de la vida.

Juan de la Vera creció en una finca de Palestina con sus tíos paternos pues era huérfano desde temprana edad y no tenía hermanos. Su físico se fue haciendo campirano, era alto, delgado y musculoso y a los quince años se enredó con una vecina de la zona con la que anduvo algún tiempo sin que nacieran hijos de esa unión, pero las cosas terminaron cuando ella fue enviada a Vinces donde vivían sus padres y nunca más se volvieron a ver. Se habían amado mucho y la despedida fue de lo más aparatosa, con amenazas de suicidio de parte de ella y muchas lágrimas. I pasaron los años, Juan conoció otros amores pero ninguno con la intensidad del primero. El recuerdo de su amada Eleodora le atenaceaba el cerebro a toda hora y un día decidió liar sus pertenencias y tomar una canoa para Vinces con el propósito de tratar de componer lo que tan absurdamente se había destruido por sus cortos años y poca experiencia, que le impidieron formalizar la unión; Tal como lo pensó lo hizo y una mañana de Marzo de 1.933, despidiéndose de sus buenos tíos, salió de la hacienda para no regresar, por lo menos, así lo pensaba. 

Poco después arribaba a “Casa de Tejas”, hacienda de la familia Aspiazu ubicada al frente de la población y  desembarcó pidiendo datos de Eleodora por aquí y por allá, hasta que alguien le comunicó que ella vivía con sus padres en la hacienda de don Clemente Manzano, un poco más arriba de la población, pero que debía ir armado porque nadie lo quería por esos contornos. Juan no creyó en tal advertencia y como estaba se fue a presentar, recibiendo la acogida que es de pensar en estos casos, con palabras de fuerte tono y mayor calibre, de parte del padre y de los hermanos de Eleodora, quien no salió. Todo parecía haber terminado, pero al retirarse del lugar, recibió un papelito de su amada que le decía que la tenían prácticamente detenida en la casa para evitar que se fugue, y que lo esperaba de noche. 

La oscuridad de las siete fue propicia a Juan y pudo escapar con Eleodora a la zona de Pimocha donde vivieron varios meses de completa felicidad en casa de unos parientes de él, que generosamente les prestaron alojamiento y comida a cambio de trabajos, pero Eleodora estaba delgada y cada día se demacraba más, parecía tísica y con la salida encinta empeoró a ojos vista, al punto que apenas dada a luz le vino un vómito de sangre y murió. Quedaba su criatura, un robusto varoncito que fue entregado a los parientes para su crianza, pues Juan quedó como loco y no atinaba a pensar en nada más que no fuera en su amorosa compañera, que había perdido para siempre. 

Muchas noches después y estando en Palestina, oyó unos débiles toquecitos a la puerta de su casa y aunque salió a ver quien era, no encontró a nadie más, a la tercera ocasión, pensando en algún anuncio del más allá, se detuvo en la puerta y vio una sombra que huía por los matorrales, como si fuera de mujer, que era fina y parecía deslizarse sobre las hojas más que caminar. Así fue como – tomando su linterna – se introdujo en los matorrales y allí se estuvo buscando, mientras algunos desconocidos llegaban a su casa a buscarlo con la intención de matarlo, pero sin poderlo hallar. Eran los parientes de la muerta que aún lo seguían para cobrar venganza, pues le atribuían la culpa de la muerte de Eleodora. Desde esa noche Juan comprendió que su vida peligraba en el campo y se vino a la ciudad donde trabajó de panadero por algún tiempo, hasta que con dinero ahorrado se fue al norte del Perú y establecido en Tumbes se dedicó a comerciar en ganado, negocio que conocía. Nunca olvidó el oportuno aviso de Eleodora que lo salvó de una muerte segura a machetazos y cada vez que podía le dedicaba misas y novenarios por el descanso de su alma, hasta que a los treinta años y siendo un respetable vecino contrajo nupcias con una joven peruana y volvieron sus años de felicidad y con ellos se perdió el recuerdo de su primer amor, solamente que en algún lugar de la costa ecuatoriana crecía su hijo, sin padre ni madre, sólo entre parientes, como único fruto de algo que pudo ser y no duró.