ORTIZ QUIÑONES ADALBERTO

ADALBERTO ORTIZ QUIÑONES 

ESCRITOR.- Nació en Esmeraldas el 9 de Febrero de 1914 y fueron sus padres Leonidas Ortiz Saa, de raza blanca, autodidacta, se desempeñaba como calígrafo que eran las personas que escribían a mano con letra correctamente formada y con intención estética, partidario del gobierno del presidente Plaza, Secretario de Estudios de Esmeraldas después de la revolución y Dolores Quiñónez Torres, mulata. Ambos esmeraldeños. 

Su nacimiento coincidió con la revolución conchista que disolvió familias y poblaciones y se inició el día de las Mercedes 24 de Septiembre de 1913. Su padre se enroló en las tropas del gobierno y combatió en las montañas de Rioverde. El abuelo Mauricio Quiñónez de nacionalidad colombiana y raza negra, conocido por su trabajo que lo distinguió como un hombre decente y honrado y sus hijos Segundo y Leonardo Quiñónez Torres fueron guerrilleros del gobierno en las selvas del interior. La abuela Amalia Torres Carrasco (señora que parecía alemana, tipo colorado, ojos azules, prima de los Vargas Torres y de los Concha Torres era hija de Simón Torres de la Carrera. Sus hijas y el pequeño Adalberto que solo tenia tres meses, viajaron en velero a principios del mes de Mayo del 14 a Guayaquil, donde su madre, viendose sola, en un rapto de escapismo de la dura realidad que la rodeaba, ingresó al convento de la madres marianitas en Riobamba, situación aberrante por irresponsable y absurda en extremo. 

Su tía Sara Quiñónez Torres pasó de profesora a Naranjito, luego enseñó en el caserío de Barreiro al lado de Babahoyo y en 1919 volvió a Guayaquil, de profesora de una escuela primaria y reagrupó a la familia. A causa de esos viajes el futuro escritor aprendió sus primeras letras en Babahoyo, el 20 fue trasladado a Guayaquil donde otra tía Clemencia Quiñónez Torres, era profesora pero trabajaba de obrera envolviendo cigarrillos en la fábrica El Progreso, luego se hizo enfermera y en 1947 cuidó con total abnegación a Joaquín Gallegos Lara durante su penosa y última enfermedad (una llaga purulenta e infecciosa en las partes pudendas, que le fue avanzando con altas fiebres por las tardes hasta que al final le mató) que se hubiera podido controlar y curar meses más tarde cuando aparecieron los primeros antibióticos en nuestra urbe. 

El niño Adalberto fue matriculado en una escuela fiscal, finalmente entró a dicha fábrica de cigarrillos y allí permaneció dos años que fueron grises, de día envolvía cigarrillos y por las noches leía incesantemente los libros que le prestaba el profesor español Calixto Ramírez que había sido jesuita, compartiendo su tiempo entre su abuela que era sería y muy estricta y sus buenas tías Sara y Clemencia Quiñónez Torres. I solo tenía diez años de edad. Después diría ante la ausencia total de sus progenitores y refiriéndose a esta dura etapa de su vida: Soy hijo de tías y abuela, 

En 1928 latía Clemencia fue nombrada para la escuela del Recinto Vuelta Larga a la orilla del río Teaone y todos se trasladaron a Esmeraldas en un motovelero que navegó dos días con estación nocturna en Manta, durante ese viaje escribió un cuaderno con sus impresiones con hermosos dibujos en 32 págs. guiado por el profesor Ramírez que les acompañó. Ese primer trabajo suyo aún permanece inédito en Esmeraldas. 

Ni bien arribaron a la población de Esmeraldas conoció a su padre pero la relación afectiva no fue permanente. En cambio el entorno de la naturaleza y la pequeña ciudad le causaron una viva emoción estética, todo le parecía nuevo y fantástico, la frondosa y maravillosa vegetación selvática, las mansas y enormes masas de aguas de los ríos, el embrujo de las noches de luna con el sonar de los tambores en la lejanía. 

La abuela y su marido Mauricio Quiñónez habían tenido una pequeña propiedad y una casa en la población de Esmeraldas pero se habían endeudado con Sara Concha Campuzano de Gaztelú y todo lo perdieron, de manera que se dedicó durante tres meses a cobrar antiguas deudas a sus peones para lo cual llevaba un libro de cuentas de la hacienda, el viaje lo realizaba en una canoa de pieza a lo largo del río en compañía de su nieto, también vivieron en Quinindé un mes. Ese primer encuentro con la naturaleza, tras once años de vida en Guayaquil, le abrió los ojos al niño hacia la selva virgen que describiría tan bien en sus novelas sobre el trópico pues la provincia era un mundo aislado porque aún no tenía carreteras y por las noches se escuchaba el sonido de la música, de los tambores y las marimbas, lo que se dice la voz de la selva, que se ha dado en denominar la cultura del tan, tan. 

En 1929 su madre reapareció y le llevó a vivir con ella en Quito, allí trabajó como obrero tipógrafo en la imprenta “Prensa Católica” de la orden dominicana donde un día el padre José María Vargas le dijo: Me alegro que tengamos un nuevo sacerdote. La religión le atraía por entonces y hasta pensó en ingresar al convento para agradar a su abuela que era muy religiosa, pero unos tíos y primos anticlericales se opusieron y terminaron por desanimarle; sus parientes Gustavo Becerra Ortiz y Eduardo Checa Torres que estaban de Diputados le consiguieron una beca completa para el Normal Juan Montalvo, más su extrema debilidad le impidió matricularse ese año pues era flaquitoydesnutrido,loquesedice pretuberculoso. 

El 31, su madre falleció prematuramente. Entonces ingresó al Normal como alumno interno, destacó por su disciplina y contracción y tuvo de profesores a Oscar Efrén Reyes, Francisco Terán, Aquiles Pérez, Nicolás Gómez, Justino Cornejo, etc. durante las vacaciones visitó varias veces su provincia con algunos compañeros. Salían en tren de Quito a Alóag, de allí hacían seis días en mula hasta Santo Domingo que solo era un pueblito, seguía por una trocha tres días a pie hasta Quinindé, tomaban canoa o balsa y en un día estaban en Esmeraldas donde la vida seguía siendo primitiva, no había servicios de agua potable ni servida, tampoco luz eléctrica, por las noches la gente se divertía en salones especiales que estaban en la parte norte del pueblo y llamaban “Vengan a bailar” pero no eran burdeles si no sitios públicos y gratuitos donde se daba rienda suelta a la alegría contagiosa de la raza negra. 

En 1937, tras la huelga del Normal, pudo finalmente obtener el título y regresó a Esmeraldas como Profesor de la escuela Fiscal Juan Montalvo, permaneciendo hasta el 40 en esas funciones. 

El 38, su amigo y profesor el Normalista Kruger Carrión le había facilitado en préstamo el libro antológico “Mapa de la Poesía Negra Americana” del cubano Emilio Ballagas y al terminar su lectura Adalberto exclamó “Yo también he sido poeta” pues “había quedado deslumbrado por los ritmos negroides que bullían en mi sangre” y compuso su primera poesía que tituló “Jolgorio” con sones y ritmos negros que siempre había llevado en su interior sin saberlo y empezó a escribir. Este deslumbramiento le sucedió cuando tenía veinte y cuatro años de edad. 

El 46 durante un viaje a Cuba fue presentado a Ballagas y habiéndole comentado el inicio de su vocación poética tras la lectura de su Antología “me dijo que traía una sorpresa: de inmediato abrió su maletín y sacó la segunda edición donde ya constaba mi nombre con cinco poemas de mi autoría; fue una impresión tan grata como la de haberme visto en las páginas de El Telégrafo Literario.” 

Entre 1938 y el 39 compuso un libro de poesía negra y mulata titulado “Tierra, son y tambor” a la manera antillana con ritmo acentual en los versos, que imita la poesía oral de los poetas populares o decimeros para expresar diversas situaciones a base de una aproximación sonora. Esta forma negrista de relatar se enriquece con las onomatopeyas y con las jitanjáforas para la musicalidad del conjunto y como conectores rítmicos. Va un ejemplo tomado de sus Cantares Negros: Fragmento.- // Canta un negro renegro / venido del Telembí / Sambambé, zanabambú / Cachimba, cacherimbá. // 

La poesía negrista ecuatoriana posee una retórica particular originada en la onomatopeya y en la fonética empleada por los negros del monte esmeraldeño especialmente, que así se expresan porque no han tenido acceso a las fuentes de instrucción y es por eso que esta poesía adquiere mayor sonoridad tamborilera por el rimo sincopado y monótono de la música primitiva africana, con el empleo de palabras agudas al final de los versos para imitar los tonos de los instrumentos de percusión y con palabras extrañas al castellano por su origen netamente africano. De todo esto resulta un nuevo aporte a la semántica ecuatoriana a través de fonemas decorativos y contrapuntos rítmicos, llamados en el Caribe como bembosidades. 

Su amigo el Concejal Luís Garzón Ruíz de acuerdo con el Presidente del Concejo Simón Pacheco Perdomo, presentó el poemario a la Municipalidad de Esmeraldas para su auspicio y publicación, pero sus tres restantes colegas por falta de una debida preparación cultural le negaron la ayuda diciendo – los muy ignorantes – que “eso no era poesía”. El rechazo sufrido en su tierra le hizo comprender que el medio en que se movía le resultaba estrecho “y como ya era de ideas izquierdistas y amigo de Pedro Saad, a quien había tratado porque él tenía la costumbre de movilizarse por la costa dando conferencias gratuitas en los teatros sobre el marxismo – leninismo, “el 39 decidí venirme a Guayaquil, en su búsqueda, a ver qué pasaba”. Tewnía solo veinticinco años. 

EI comenzó una nueva vida porque Saad le llevó a conocer a Joaquín Gallegos Lara, quien al leer los poemas se emocionó mucho, llamó a su madre y le preguntó ¿Te acuerdas de doña Amalia Torres? Este es el nieto de doña Amalia, y agregó ¿Tu te has encontrado una perla en la calle? y la señora respondió ¡No¡ – ¡Pero yo si¡ – He encontrado este poeta raro, 

porque es un poeta que sabe escribir… y Joaquín se transformó en su mentor yamigo,lepresentóensucolumnadel diario “El Telégrafo” como el nuevo poeta negrista del Ecuador, defensor de su raza y su poesía. “Sus poemas son acentos de alta humanidad con novedades técnicas típicamente negras por su eco de tambor, donde sus versos alternantes no rimados terminan en palabras agudas en todas las combinaciones que las vocales del español suministran” y le presentó a la Sociedad de Artistas y Escritores Independientes donde Enrique Gil Gilbert y Demetrio Aguilera Malta se extrañaron de que alguien hiciera esa poesía, lo que jamás había sucedido en nuestro medio cultural. 

Incorporado al grupo de escritores jóvenes de Guayaquil, comenzó a trabajar como profesor de una escuela rural de Milagro con ingresos bajísimos, pero en sus ratos de ocio leía incansablemente todo cuanto caía en sus manos. 

Recuerda que en esos meses del año 40 solían reunirse los miércoles en Guayaquil en casa de Enrique Gil Gilbert, asistían varios intelectuales – escritores e inclusive pintores como Galo Galecio y Alfredo Palacio – se hablaba de todo, especialmente de arte y literatura sin olvidar ciertos temas de gran actualidad como la Segunda Guerra Mundial, la posibilidad de una invasión peruana, etc. y volvió a frecuentar a Gallegos Lara quien le prestó la novela “Batoala” del escritor martiniquense René Maran y le formó prácticamente como literato, aunque Adalberto ya tenía sus bases. 

Una tarde, cuando Ortiz le mostró su cuento “Los machos no mueren en el colchón” que después pasó a llamarse “Los Hombres no mueren en la cama”, le preguntó ¿Por qué no escribes una novela? y más por hacerle caso “a través de ese cuento primerizo fui atacando varias historias hasta darles la composición de novela. “Muchas de ellas son mitos afroesmeraldeños que me había contado la gente campesina, cuando anduve por algún tiempo en el campo con mi abuela que tenía acreencias que cobraba en canoa. Otras cosas me las contó un negro que peleó en la revolución conchista.” y comenzó a escribir una novela que titularia “Juyango” por el protagonista de ella. 

El 42 la editorial newyorkina Farrar and Rinehart convocó al Premio de la mejor novela hispanoamericana y en todos los países se hicieron selecciones internas. “Por Ecuador concurrimos Joaquín Gallegos con una primera versión de Las Cruces sobre el agua que luego mejoró notablemente, Demetrio Aguilera con La Isla Virgen. Escribíamos a toda velocidad porque el tiempo se nos venía corto y con Joaquín nos intercambiábamos los originales para comentarlos. El grupo cultural América de Quito designó un Jurado que escogió Nuestro Pan de Enrique Gil Gilbert que nos representó en los Estados Unidos y obtuvo la segunda mención siendo el ganador El Mundo es ancho y ajeno del escritor peruano Ciro Alegría, trabajo que resultó premiado”. 

Así fue como se originó “Juyungo, historia de un negro, una isla y otros negros”, en 278 págs iniciada en Milagro y concluida en Guayaquil dentro del género del realismo social y cuenta la historia de un negro joven y campesino, que termina muerto en una guerra. Drama del hombre primitivo y selvático que intenta penetrar y comprender elementalmente al mundo en que le ha tocado vivir, todo esto contado con un ritmo y sonoridad literaria nueva en el país, forma que se puede perder cuando el libro es traducido a otros idiomas. 

“Juyungo” y aun cuando no fue para el Farrar and Rinehart, en el país nació con suerte pues obtuvo el Primer Premio en el Concurso Nacional de Novelas Ecuatorianas de 1942 y permaneció inédita hasta que la Librería Vera de Guayaquil adquirió los derechos de autor y la editó con éxito inusitado el 43 en la Colección América lee de Buenos Aires garantizando la compra de la edición que difundieron y se vendió aquí en Ecuador como pan caliente, de manera que Adalberto pasó a ser un escritor conocido en el país con ella se incorporó el ambiente negro esmeraldeño al friso social y literario del Ecuador y occidente. 

Se ha dicho que “Juyungo” habla de las gentes y cosas del trópico negro y mulato en estilo fluido y directo, dentro de la línea trazada por José de la Cuadra. La sencillez y ausencia de énfasis contribuyen al logro poético que se sumerge con naturalidad y transparencia en las creencias del folklore mágico ecuatoriano. 

La librería Gallinard de París la tradujo al francés después de la Segunda Guerra Mundial y desde entonces comenzaron las ediciones internacionales que aún no cesan. Fue traducida al alemán (1957) francés (1960) eslavo (1961) inglés (1982) y apareció en España y Colombia en (1983) y 1995 respectivamente, “Juyungo” es una novela bella, tiene prosa poética con elementos de una trágica realidad social, una obra de arte cuyo argumento es un cuadro de costumbres del negro cauchero o del arrancador de tagua. Su protagonista en un personaje de aventura, vital y rebosante de fuerza, que se precipita a un final catastrófico ya presentido. Juyungo llegó a ser símbolo del negro costeño ecuatoriano pero se le ha criticado porque siendo un personaje de la clase inferior su presentación es demasiado contemplativa, casi intelectual; sin embargo de lo cual le conquistó a su autor uno de los primeros sitiales en la nueva narrativa continental de los años cuarenta al cincuenta. Aparte, “Juyungo” contiene un ritmo musical de innegable belleza poética y literaria. 

Entre 1942 y el 43 dirigió la escuela fiscal No. 26 “John D. Rockefeller” en Guayaquil, después pasó al Correccional, que entonces se llamaba Escuela del Trabajo y funcionaba al lado del Cuartel de los Carabineros, pero a principios del 44 volvió a Esmeraldas donde tenía a los suyos. 

Tras la revolución del 28 de Mayo de 1944 fue electo por los profesores para la dirección Provincial de Educación de Esmeraldas y como el Presidente Velasco Ibarra le creía comunista y pensaba que podría crearle problemas, lo mandó a llamar al Palacio y le dijo: ¡Señor¡ se está creando un problema en la provincia. – Yo le contesté: Señor Presidente, créame, yo no he creado ningún problema, estoy un poco ajeno a estos movimientos…. ¿Pero Ud. porqué aspira a ese cargo? A mi me han elegido mis amigos, mis compañeros, sin haberlo solicitado… Pero a Ud. no le conviene, váyase al exterior, Ud. es un joven intelectual que necesita formarse como yo me forjé en Francia y volteándose hacia el Secretario particular: Lasso, ponga un telegrama al Canciller que le reserve un cargo diplomático a Adalberto Ortiz. No es un cambalache, le dijo Velasco Ibarra varias veces y en forma reiterativa, para que no creyera que quería impedir que ocupe la Dirección. 

Se pensó entonces en enviarlo de Cónsul a New York y aceptó pues estaba joven y pobre y un viaje al exterior le hubiera servido de mucho, pero el atrabiliario Canciller Camilo Ponce Enríquez se hizo el remolón, creyendo que el color de la piel de Adalberto no iba a gustar en la tierra de los gringos segregacionistas. De todas maneras una nueva intervención de Velasco Ibarra consiguió al fin el tan deseado nombramiento, que salió para la secretaría del consulado en México donde permaneció cuatro años. 

Allí estuvo entre el 45 y el 48 viviendo entre intelectuales. El 45 editó su despreciado primer poemario “Tierra, son y tambor (cantares negros y mulatos)” en 82 págs. con prólogo de Joaquín Gallegos Lara y grabados de Galo Galecio, que obtuvo el segundo premio entre los libros editados en México ese año y a visto nuevas ediciones de gran venta. El 46 conoció al violinista quiteño Enrique Espín Yepes quien cierta noche le solicitó letra para una canción que por esa época estaba componiendo, “yo empecé a dictársela conforme él tocaba la guitarra y así fue saliendo el famoso pasillo titulado “Pasional” que fuera grabado por primera ocasión en 1952 cantado a dúo por Esperanza Rivadeneira y Luís Alberto Valencia a) el Potolo) para el sello Onix en Quito.” 

Después siguió el poemario romántico afro hispanoamericano “Camino y puerto de la angustia” en 70 págs. 

El 48 fue ascendido a Segundo Secretario de la Embajada en el Paraguay y le correspondió actuar como Encargado de Negocios por falta del titular hasta el 49 que fue cerrada esa legación. En 1950 vivió en Buenos Aires tentando ganarse la vida como literato pero no logró nada. El 51 fue nombrado Secretario del Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura, cargo que le sirvió para sumergirse en los sucesos culturales del puerto y allí permaneció trece años hasta que el 63 fue reorganizado el Núcleo. Se le veía siempre con sus anteojos de marco delgado y con esa parsimonia en el hablar que le daba un tono de especial privacidad a lo conversado, trabajando mucho y bien pues se encargaba de los detalles de cada acto artístico y/o cultural, promocionaba a los jóvenes valores, ayudaba a los literatos en situación de miseria o de grave pobreza. 

Tanto tiempo fuera del medio selvático esmeraldeño le cambió a ciudadano del mundo, alejándole de su habitad natural y transformando su literatura, que de folklórica tomó otro rumbo, menos exitoso por cierto. Igual chasco le ocurrió cuando una delegación de sus paisanos le fueron a visitar y se declaró cosmopolita más que esmeraldeño y como no le entendieron la metáfora, se fueron muy irritados y hasta sin despedirse. 

En 1952 contrajo matrimonio con Violeta Adoum Auad y nació su hija 

Lorena Ortiz. Ese año editó once relatos de aquí y de allá bajo el título de “La Mala espalda” en 164 págs. El 53 se divorció y casó con Magdalena Ordeñana Puga con dos hijos: Natalia y Fernando Ortiz. Años después también terminaría este vínculo por divorcio y es que Adalberto era un enamorador incorregible del bello sexo pues como no creía en la monogamia creía en el amor, de manera que amaba al amor más que a la mujer en síyporeso terminó viviendo en la más completa soledad de la que sin embargo nunca llegó a quejarse porque terminó por acostumbrarse a ella. 

En 1954 editó catorce estampas poéticas llamadas “El Vigilante Insepulto” en 32 págs. que resultó triunfadora del concurso promovido por la Unión Nacional de Periodistas y contiene numerosos episodios autobiográficos pues cuenta las aventuras de una familia esmeraldeña que migra a Guayaquil donde trata de obtener una ubicación. En todo el relato prima una sensación de soledad pero compartida con el sexo femenino. 

Por esos días comenzó a pintar hermosos óleos primitivos, tipo Naif, de compleja composición, rico colorido y gran imaginación, donde la magia se funde con la realidad del paisaje. 

El 57 realizó exitosas exposiciones: La primera en el Núcleo del Guayas de la CCE y la segunda en el Museo de Arte Colonial de Quito, pero siendo ajeno a todo interés económico continuó pintando por el placer de hacerlo, como una evanescencia mental, plasmando la mágica realidad de su región nativa con su colorido y simbología ritual. “Mi pintura es una equivalencia a mi poesía, a mis cuentos, a mis novelas. Siempre con el pretexto de la selva, son las mismas cosas, las mismas vivencias y sensaciones, expresadas en otras formas” y cosa rara por cierto, su pintura tuvo una gran acogida económica, pues los extranjeros se peleaban por adquirir sus cuadros. El 59 obtuvo la Primera mención honorífica en el Salón de Octubre de Guayaquil con una visión casi alegre y en todo caso vital, dueña de color y exhuberancia, del trópico ecuatoriano. En 1961 seleccionó sus poesías y salieron en un tomito llamado “El animal herido” en 158 págs. con los versos de Tierra, son y tambor, Camino y puerto de la angustia, el Vigilante insepulto y otros poemas más. 

En 1963, al subir la dictadura militar que reorganizó la CCE quedó desempleado, fue copy writer en la agencia “Publicitas” redactando avisos, cuñas, etc. para periódicos, revistas y radios de Guayaquil, entre el 64 y el 66 escribió la novela “El Espejo y la Ventana” con nueva técnicas narrativas. Se trata de un joven tímido y acomplejado que pierde lo mejor de su vida pensando en negro, cuando en realidad el color más que racial es cultural, en 316 págs. con otra temática que no era la suya, de todas maneras logró el Primer Premio en el Concurso promovido por la Unión Nacional de Periodista de Quito y se editó el 67. Allí se cuenta la vida de Mauro Lemos entre la revolución de Esmeraldas y la invasión peruana, años de lucha y sacrificio y de derrota final al son de una gran bandada de loros migratorios. 

En 1964 fue electo Secretario de la Escuela Politécnica del Litoral donde permaneció hasta el 68. El 69 fue invitado por la Universidad de Burdeos, también dictó conferencias en las de Nanterre y París y en la Isla Guadalupe dio recitales de su poesía negrista. El 70 fue invitado por el gobierno de Alemania Federal. A su regreso fue Director de la Sección Humanidades del Ministerio de Educación. 

El 71 salió una selección de cuentos con mito, magia y folklore en 208 págs. con el título de “La Entundada y otros cuentos.” Con el ascenso de la dictadura del General Guillermo Rodríguez Lara y desde Marzo del 72 hasta el 73 fue Director Nacional de Turismo; de allí pasó a ocupar la secretaría de la Comisión de Política Petrolera donde se mantuvo hasta el 75. Quizá tantas ocupaciones fueron la causa para que su labor literaria se tornara parca. 

En Guayaquil, nuevamente, publicó “El retrato de la otra” drama para teatro en un acto y dos cuadros y en 18 págs. y la novela “La envoltura del sueño” en 186 págs. que recién apareció el 88 y recibió una Mención honorífica en el Concurso promovido por la Editorial Novarro de México entre cuatrocientos cincuenta concursantes de América y España. Esta fue su tercera novela y ha sido calificada de novela de lenguaje y mundo narrativo mucho más exigentes. La ironía y el humor corrosivo son parte del relato. De ella dijo que la escribió con humorismo, un poco de risa y otro de burla, desahogándose de sus inquietudes artísticas o personales y siendo una novela de lectura difícil sobre un supuesto adulterio, donde los testigos parece que no dicen la verdad porque la verdad es muy relativa, de humor negro, de sublimación de lo erótico, tuvo poco éxito entre los lectores por eso fue calificada de novela sin tregua por Raúl Vallejo y de novela para intelectuales por Hernán Rodríguez. 

En 1976 realizó una exposición de sus óleos en el local de Librimundi en Quito. Entre 1977 y el 78 fue profesor visitante de la Universidad negra de Howard en los Estados Unidos y el 79 su amigo el Canciller Alfredo Pareja Diez – Canseco le llamó nuevamente al servicio diplomático como consejero Cultural de la Embajada en París. 

En Febrero del 80 fue ascendido a Embajador en Panamá, entre el 81 y el 82 estuvo con igual calidad en la República Dominicana pero el nuevo Presidente Oswaldo Hurtado le tarjó (sic.) y viniendo de un intelectual la medida realmente le ofendió, sin embargo, como acababa de arribar a un nuevo país no pudieron hacerle nada de entrada, pero al año la Cancillería le solicitó que se acoja a la jubilación por límite de edad, pedido reiterativo que le formularon por no ser quiteño conforme lo declaró varias veces y tuvo que regresar al Ecuador el 83 siendo reemplazado por Humberto Vacas Gómez, diplomático serrano dos años mayor que Adalberto. 

Desde entonces fijó su residencia en la Ciudadela Los Ceibos de Guayaquil, adquirió un pequeño departamento bajo y se acostumbró a disipar sus horas en diversas lecturas y a concurrir diariamente al supermercado vecino donde era muy popular entre las guapas vendedoras, a las que piropeaba y hasta hacía pequeños regalitos. 

Entre el 83 y el 95 se mantuvo leyendo, conversando, descansando, todo en relativa pobreza pues sus ahorros eran escasos y solamente contaba con el ingreso de una magra jubilación. A los actos artísticos y culturales del Núcleo del Guayas de la CCE concurría asiduamente y siempre vistiendo una guayabera blanca impecable de manga larga. Le visité varias veces y me dio sus datos de vida, igual hizo Jorge Martillo Monserrat que publicó una entrevista larga en la revista Elite y Carlos Calderón Chico que sacó un hermoso libro titulado “Tres Maestros” sobre Adalberto, Ángel Felicísimo Rojas y Leopoldo Benites. 

Ese último año empezó a sufrir de micro infartos cerebrales que le postraron en cama y/o en un sillón, al cuidado de un ama de llaves. Vivía abandonado, sin sus hijos que estaban en otras ciudades del mundo. 

Entonces comenzó la peor de sus etapas, la última, que se prolongó casi ocho largos años desde el 95 pero recibió el Premio Nacional Eugenio Espejo en 1997 en la especialización de actividades literarias y el 2002 Rodrigo Pesantes Rodas le candidatizó al Premio Nobel de Literatura, sin embargo, ya no era el mismo, aunque no había perdido enteramente su agudeza intelectual. Su poltrona de cretona, un ventilador, el TV, la ventana cercana, los vendedores callejeros, el vecindario, fueron sus diarios compañeros y contertulios. 

Falleció a las 5 de la mañana del Sábado 1 de Febrero del 2003 de casi ochenta y nueve años de edad, de puro decaimiento pues enfermedad visible no tuvo, y fue enterrado al día siguiente con poco acompañamiento pues la mayor parte de sus conocidos estábamos de vacaciones en las playas y la fama de “Juyungo” se había extinguido, por lo menos, entre sus compatriotas, pues en el exterior se sigue proyectando como una gran novela que tuvo su inspiración en el célebre relato titulado “Paralelo 42” del norteamericano John Dos Passos. 

Nos unía un lejano parentesco en Esmeraldas por la rama de Torres y éramos vecinos de barrio pues ambos teníamos nuestros hogares en la misma ciudadela, por eso le visitaba semanalmente y Adalberto me conversaba de todo, especialmente de literatura y de las novedades artísticas y culturales del momento pues hasta el final de sus días se mantuvo lúcido, e intelectualmente joven, y hasta me relató que había concluido un nuevo poemario titulado “La Niebla encendida.” 

Con mucha gracia se calificaba de conservador de valores más no de estructuras por ser de ideas avanzadas, nunca afiliado a partido político alguno ni tampoco cartelista. Su carácter suave, estatura mediana, ojos y pelo negro y ensortijado, piel canela. De conversación encantadora, atrayente, encendida, irónica y quizá desencantada por la soledad final en que vivía. Escribía como hablaba, con igual facilidad. El paso de los años había dejado profundas huellas en su rostro lo mismo que en su andar – el tiempo no pasa en vano – pero no era hosco ni irritable, considerándose más bien un lobo estepario que escribía poco pero leía mucho aunque ya no trabajaba para darse un status y mejorar económicamente hablando. 

Lo único que jamás perdió fue su natural coquetería con las mujeres pues no dejaba pasar una sola sin lanzarle aunque sea una inocente mirada, un suspiro, un requiebro, en fin, cualquier demostración de admiración respetuosa al bello sexo y muchas, quizá por educación, pues se trataba de un caballero anciano y famoso en el barrio, le correspondían sonriendo. Entonces él se ponía feliz y se alegraba como un muchacho, pero en el fondo comprendía que durante toda su vida había sido un machista que usó a sus esposas cambiándolas por otras más jóvenes y que con sus hijos siempre fue un padre lejano, de manera que ninguno de ellos se quedó a su lado para hacerle compañía en los postreros años de la vejez. 

Recordaba cuatro exposiciones, dos en Guayaquil y dos en Quito, y “como mis cuadros se vendían con suma facilidad ya que eran muy bellos me fue difícil conservarlos porque gustaron mucho y se los iban llevando allí mismo y luego iban a mi casa por más. Vendí todo a los alemanes y norteamericanos y si digo que más dinero he ganado con mi pintura que con la literatura no mentiría. El pintor que influyó en lo mío fue el francés Rousseau con su primitivismo romántico siglo XIX y el que me inició en la pintura fue mi amigo el loco Humberto Moré que también era esmeraldeño y en la vida real llamaba Lalot Rivadeneira Plata, un tipazo porque emprendía cada cosa debido a que las ideas le fluían incesantemente del cerebro, pero así como era bueno para vender también lo era para renunciar a lo que había obtenido porque siempre fue un ser especial, que vivía cambiando eternamente sus estructuras, algo fuera de serie”. 

“La primera Exposición en Quito despertó gran curiosidad pues era la primera ocasión que un literato iba a exhibir sus obras pictóricas, la gente estaba desde las cinco de la tarde esperando por la inauguración fijada para las seis. El primero en llegar fue Benjamín Carrión, quien me auguró mucho éxito y luego se reía de lo acertado de su profecía.” 

De su poesía negrista va un ejemplo: La mulata Soledá.- fragmento.- // Toca que toca el guasá / ¿Quién? / la mulata Soledá. // Canta la caramba, caramba / baila la caramba, caramba. // Sentada sobre un cununo, / triste que triste está yá, / vagos los ojos oscuros / parecen de enamoraá. // Se oye una agualarga lejana, / suena una Aguacorta temprana, / cuando el baile se vá / ¿Qué hará la Soledá? / llora, no más que llorá. //