OCHOA LEÓN JOSÉ

VICARIO GENERAL DE GUAYAQUIL.- Nació en la cabecera parroquial de Quingeo, a diez leguas de Cuenca, el 28 de Abril de 1841 y fue bautizado el 20 de Mayo siguiente en esa iglesia con los nombres de Pedro José como hijo legítimo de Pedro Ochoa y Narcisa León vecinos del barrio de San Sebastián de Cuenca y propietarios de una hacienda en Conchapamba de Quingeo en el Cantón Cuenca. El era hermano del Dr. Pedro José Ochoa, Canónigo Racionero de la Catedral de Cuenca. Nació delicado pero se fortaleció con el aire y la vida del campo, siendo el tercero de una familia compuesta de siete hermanos.

Desde pequeño sus padres le ejercitaron en recitar de memoria oraciones, doctrinas y cánticos sagrados en que abundan los Catecismos y que también aprendiera las primeras letras con un preceptor del lugar.

En 1857 se matriculó en el Seminario de San Ignacio de Loyola en Cuenca y fue discípulo de los rectores José Pacheco Días, Vicente Cuesta y José Ignacio Ordóñez Lazo, realizó estudios de latín, literatura, matemática y filosofía con los maestros Luis Cordero, José Antonio Márquez, Romualdo Bernal y con su pariente materno Miguel León Garrido, respectivamente, y para obtener el título académico de Maestro se trasladó a Quito en 1864 y rindió el grado en la Universidad Central.

De regreso comenzó los estudios eclesiásticos que comprendían Dogma, Moral, Derecho Canónico e Historia Eclesiástica con los padres Mariano Vintimilla, Mariano Borja, Miguel y Justo León Garrido, Benigno Palacios y Manuel de la Cruz Hurtado.

Hacia 1868 le ordenó en la Catedral el Obispo de Cuenca Remigio Estévez de Toral y cantó la segunda misa en el templo del Carmen de la Asunción donde era religiosa su prima hermana Sor Irene Torres Ochoa. El Obispo le retuvo en el Seminario encomendándole la capellanía y la dirección espiritual de los jóvenes estudiantes, pero sólo pudo ejercer pocos meses pues al siguiente año fue entregada la dirección de dicho Centro a los jesuitas.

Entonces pasó de Cura Párroco interino al pueblo de Guasuntos y el 71 recibió el curato en propiedad por concurso de méritos. El 73 siguió rumbo a Riobamba llamado por su antiguo maestro del Seminario, pues Pío IX acababa de preconizar Obispo de esa nueva diócesis a Ignacio Ordóñez Lazo, quien le concedió la Vicaría Foránea de Punín y Licto, pueblos considerados por entonces de mucha peligrosidad debido al reciente alzamiento indígena de Fernando Daquilema.

En 1878 y por apoyar la resistencia del Vicario Capitular de Quito Dr. Arcenio Andrade contra el presidente Ignacio de Veintemilla sufrió persecución del gobierno y abandonó con Ordóñez Lazo, en la obscuridad de la media noche, la sede de Riobamba. Largas jornadas de privaciones tuvieron que sufrir hasta dar con el pueblo fronterizo de Tumbes, donde tomaron un vapor que les llevó a Europa.

Arribaron a El Havre y enfilaron desde el norte de Francia hasta Roma donde fueron recibidos por el Papa Pío IX. Ordóñez Lazo se quedó en la Santa Sede mientras Ochoa León viajó a Palestina y recorrió los santos lugares, lleno de fervor religioso.

El 80 regresó a Riobamba donde gobernaba en calidad de Vicario el padre Pratz, que le recibió con notable alegría. Mientras tanto el Papa había designado Arzobispo de Quito a Ordóñez Lazo, que se posesionó de la sede y le designó para la Vicaría de Pelileo en subrogación del presbítero Gorízar, acogido al retiro por vejez.

En Pelileo permaneció hasta principios del 84, que pasó a Guayaquil como Capellán del Instituto regido por las madres Oblatas de la orden del padre Julio Montevelle. Al poco tiempo se creó la provincia de El Oro con capital Machala, a donde se trasladó en calidad de Vicario Foráneo, por designación del Obispo de Guayaquil, Roberto María del Pozo Marín, S.J encontrando que existían cuatro periódicos, todos liberales y poco afectos al gobierno, por lo cual intensificó la predicación y catequesis, identificando a la iglesia y al gobierno de Caamaño, que en agradecimiento le designó Capellán castrense con el grado de Coronel y la facultad de recibir los honores y distinciones, como también de portar las Divisas e insignias propias de ese grado y Ochoa se volvió para Caamaño en El Oro lo que Schumachar en Manabí, es decir, un instrumento de control de esas provincias y al mismo tiempo de desarrollo, pero no tuvo ni la actividad ni la audacia del alemán, que le aventajaba en todo.

En lo material reconstruyó el vetusto templo, implantó asociaciones y congregaciones de piedad y dotó a las escuelas primarias de todo lo necesario para su funcionamiento. En Septiembre de 1887 el patriota machalero José Mercedes Madero obtuvo la creación del primer colegio secundario de esa 14 capital, que inauguró en el local de la vetusta Municipalidad con el nombre de “Nueve de Octubre”. Ochoa lo dirigió; pues el presidente le había hecho llegar el nombramiento de primer Rector y profesor.

En el interim se provocaban gravísimos incidentes en la cúpula religiosa de Guayaquil, motivados por la impericia y falta de tacto del recién designado Obispo del Pozo, que había entrado en polémicas con los Canónigos; sin embargo, para evitar el escándalo, del Pozo viajó a Puna designando a un presbítero español de apellido Salvadores a que hiciera frente a los acontecimientos, pero como las cosas llegaron a mayores y los disturbios callejeros dieron por resultado cinco muertes, el Obispo debió abandonar el país con destino al Perú y Chile, no sin antes designar Vicario General de Guayaquil a Ochoa, con autoridad plena para regir la Diócesis, ordenándole que cuanto antes se constituya en el puerto y procure la paz a todo trance.

Ochoa arribó a Guayaquil absolvió a los dos Ministros Jueces de la Corte Superior de Justicia de la írrita excomunión que pesaba sobre ellos por obra del aturdido Salvadores y con suma prudencia fue ganando a todos a la causa del orden, hasta que en Febrero de 1888 el Arzobispo designó al Dr. Isidoro Barriga, joven Canónigo de la Catedral de Quito, Vicario General de Guayaquil.

Mientras tanto en Enero de ese año Ochoa había publicado en “El Anotador” un llamado a la concordia bajo el título de “Al Pueblo de Guayaquil, todos los fieles”.

Nuevamente en Machala, fue ratificado por el nuevo presidente Antonio Flores Jijón como Capellán castrense y en 1894 salió electo Diputado por El Oro al Congreso Nacional. Entonces renunció al rectorado por graves discrepancias con el Dr. David Rodas Pesantes jefe del liberalismo en El Oro y concurrió a la Cámara, obtuvo la cantonización de El Pasaje y la rehabilitación de Puerto Bolívar, en general su actuación fue “modesta, independiente y con rectitud de miras”, pero en las elecciones siguientes fue derrotado por el Dr. Juan José Castro Balarezo y comprendiendo el 95 que el régimen progresista estaba herido de muerte tras conocerse en el país el negociado de la venta de la bandera, se alejó de Machala definitivamente y radicó en Cuenca, cuyo clima no le asentó por la altura, porque a las pocas semanas le hizo crisis una hipertensión que le venía atormentando desde hacía algún tiempo y al regresar a Guayaquil los médicos le recomendaron reposo, tranquilidad y un sencillo pero largo tratamiento y no pudo seguir a Machala, permaneciendo como Capellán de los alumnos de los Hermanos Cristianos.

Barriga, que ya estaba preconizado Obispo de Guayaquil, quiso aprovechar sus servicios enviándole como pacificador al curato de Baba, vacante varias semanas porque el sacerdote de ese lugar había fugado a causa de un atentado contra su vida. Ochoa viajó, impuso el orden y la paz con tino y discreción, habló con las partes, hizo amistades humildemente y allí se mantuvo hasta finales de ese año, que recibió el nombramiento de rector del Colegio de Babahoyo, en épocas en que la zona se hallaba afectada por las guerrillas liberales, alzadas contra el gobierno de Luis Cordero pero equivocó rumbos y en lugar de dedicarse a la educación se metió en la política lugareña y hasta fue vapuleado.

En Marzo del 95 editó “Un Voto de Gratitud” en El Monitor Popular y figuró en las filas del ejército leal como Capellán castrense, batiéndose en varias acciones contra las guerrillas de Plutarco Bowen, que a la postre ocuparon la población, tuvo que huir rápidamente de Babahoyo y las nuevas autoridades liberales, electas tras la revolución del 5 de Junio de 1895 en Guayaquil, advirtieron a los Gobernadores que procuraran reducirle a prisión.

Entonces partió a Cuenca y en Julio figuró con Adolfo Corral y Banderas como Capellán de las fuerzas conservadoras de Antonio Vega Muñoz que fue derrotado el 23 de agosto, a la 1 de la tarde, en el nudo de Girón. De allí en adelante anduvo varios meses escondido hasta que pudo ponerse en contacto epistolar con monseñor Benigno Palacios Correa, Administrador Apostólico de Cuenca desde la deposición del Obispo Miguel León Garrido.

Palacios había sido su maestro en el Seminario y le tenía en alta estima, así es que apenas supo la triste suerte de Ochoa le mandó a llamar y al verle desmejorado y con achaques, comprendió que tenía que premiarle con un tranquilo curato comarcano donde pudiera descansar y diole el de Gualleturo, donde Ochoa se mantuvo en paz hasta la mañana del 27 de Julio de 1908 en que murió a causa de fiebres, en la mayor tranquilidad de conciencia.

Su Elogio Fúnebre corrió a cargo de Manuel María Pólit. Se le conoció también un escrito polémico titulado “Dicen que el Cura” aparecido en “Los Andes” de Guayaquil en Febrero de 1892.

En 1962 su sobrino el padre Aurelio Torres Alvarado hizo publicar en Cuenca un “Historial del Ilustrísimo monseñor Dr. José Ochoa León” en 75 páginas, conteniendo el esbozo de su vida, un suplemento y un árbol genealógico.

De tez morena, nariz pronunciada, ojos y pelo negro. Pudo llegar a Obispo de Guayaquil pero algo falló a última hora y fue electo Barriga, posiblemente no sería aventurado pensar que dado el mal precedente del Obispo del Pozo que era serrano de Ibarra, se prefirió a Barriga por su condición de costeño oriundo de Jipijapa en Manabí.

Ismael Pérez Pazmiño en sus Memorias le describió así: Sacerdote ilustrado, excelente orador sagrado y parlamentario, fue además un espíritu abierto a la cultura y por ende apasionado por la educación de la juventud. De elevada estatura, enjuto de carnes, de tez un tanto morena, como tostada por el sol, de facciones correctas y modales suaves. Recordándolo se actualiza en mi mente otras peculiaridades suyas, la visión de las líneas de sus manos perfectas y alargadas, grandes y esculturales. Perdura en mi memoria su manera suave y pulcra de hojear los libros y el ademán elegante y rítmico de impartir bendiciones.