MORILLO Y MORILLO PABLO

MILITAR.- Nació en Fuentesecas, Provincia de Zamora, España, en 1775, de familia gallega humilde. Ingresó joven a la Infantería de Marina como simple soldado pero pronto ascendió a Sargento. Peleó en las batallas navales del cabo de San Vicente cerca de Tolón y en la célebre de Trafalgar. Para la invasión francesa fue Oficial de Infantería de Línea y guerrillero en la zona de Galicia. Por su conducta en el sitio de Vigo se le confirió el despacho de Coronel. Hizo la guerra de Extremadura con distinción y a las órdenes del General Francisco Javier Castaños en la División española del ejército del General Arthur Wellesley, Duque de Wellington y recibió diferentes ascensos por méritos de campaña hasta llegar a General en 1811 en la batalla de Vitoria y en el Bidasoa, siendo calificado como héroe de la Independencia española.

“Hombre enérgico y de valor, siempre se había distinguido por su arrojo y fuerza física, demostrando sagacidad, y carácter de hierro”. Otro autor le describe así. De estatura regular y muy corpulento, rostro moreno y grave en el cual brillaban los ojos negros de mirar atento y sin descaro, robusto, ágil y superior por su constancia en el sufrimiento a todo linaje de fatiga o privación. Solo en el campamento estaba su verdadero lugar y sin la espada en la mano su aspecto varonil parecía desairado. A finales de 1814 el Rey Fernando VII le designó Jefe de la Expedición pacificadora destinada a las provincias del Río de la Plata, pero a última hora cambiaron los planes y en Febrero del 15 salió de Cádiz hacia las costas de Venezuela.

Eran 65 buques principales de transporte y otros menores, escoltados por el navío San Pedro de Alcántara de 74 cañones, con casi 15.000 hombres incluyendo la marinería y tropas de servicio y desembarco. Nunca se había visto un ejército tan poderoso en América, pues en él llegaron regimientos de Infantería de León, Vitoria, Extremadura, Barbastro, Valancey o la Unión, Cazadores de Castilla y el del General, los regimientos de caballería de Dragones de la Unión y el de Húsares de Fernando VII, un escuadrón de artillería de 18, dos compañías de artillería de plaza, tres Zapadores y un parque provisto de todo lo necesario para un sitio. El número exacto de combatientes ascendía a 10.500, todos veteranos de varias campañas y vencedores de los mejores ejércitos de Europa.

A consecuencia de la espantosa lucha de 1814 y de la matanza general de refugiados blancos patriotas en la Costa Firme de Venezuela, los ejércitos realistas del General Francisco Tomás Morales las habían ocupado casi en su totalidad, pues solo quedaba libre la isla Margarita que se rindió a Morillo el 10 de Abril.

Acto seguido y tras publicar un Bando, partió a Cumaná con su ejército y escuadra, la ocupó y sitió la plaza amurallada de Cartagena, considerada inexpugnable por su situación privilegiada al final de una península que terminaba en el mar.

El momento era propicio para el poderío realista “pues la masa general ignoraba todos sus derechos y desconocía sus intereses”, pero el

24 de ese mes se incendió el navío San Pedro de Alcántara perdiendo Morillo el armamento de repuesto, los caudales, muchos objetos y cien vidas.

Asediada Cartagena por mar y tierra, la mayor parte de la población civil decidió emigrar con el general José Francisco Bermúdez a la cabeza. Se trató de un atrevido plan para evacuarla por mar y el 5 de Diciembre, en los barcos surtos en la bahía, trece buques, siete de ellos de guerra, se hicieron a la mar. Los españoles fueron tomados por sorpresa y como a poco estalló una fuerte tormenta, no pudieron perseguirles. El viaje duró cosa de 13 a 14 días y fue una dolorosa tragedia, porque los emigrados no disponían de suficiente agua ni provisiones y algunas naves equivocaron rumbo y cayeron en manos de los piratas españoles, el saldo en vidas fue trágico.

Al quedar la ciudad prácticamente desguarnecida, los españoles entraron por sus murallas y asesinaron a todo los que no habían cabido en las naves. Morillo descubrió numerosas cartas y documentos de los patriotas, así como los planes de Bolívar para invadir los Cayos y conciente del peligro que representaba para el dominio realista, decidió su asesinato a través de un comerciante catalán residente en Jamaica, quien pagó cinco mil pesos al negro Pío para que le apuñalara, pero el esclavo atacó en la obscuridad de la noche a José Félix Amestoy, quien descansaba en la hamaca de Bolívar. La víctima pudo gritar y se alertó el vecindario. El torpe Pío fue capturado y pagó su crimen en el patíbulo.

La toma de Cartagena causó conmoción en Europa pues se pensó que Morillo pacificaría toda la región en pocas semanas. Cartagena era España en América, de allí que el Rey decidió premiarle con un título de Castilla. Mientras tanto en las costas venezolanas se anunciaba el arribo de la expedición de Bolívar para cualquier momento. Morillo tuvo que dividir su armada en labores de patrullaje y tos patriotas arribaron a los Cayos de San Luis el 25 de Diciembre de 1815 y aunque reembarcaron porque no hubo el suficiente apoyo, volvieron a Ocumare y avanzaron a los valles de Aragua.

Tras Cartagena, Morillo siguió a Mompós, Ocaña y la noche del 26 de Mayo de 1816 entró en Bogotá, instaurando un régimen de terror que estaba muy alejado de su carácter de Pacificador conque se le había investido en España. Menudearon los fusilamientos decretados por los Consejos de Guerra y Purificaron, así como las tropelías de la Junta de Secuestros que embargaba los bienes de las familias patriotas. El escarnio no conoció límites y todos eran víctimas del dicterio de traidores al Rey. Sabios como Francisco José de Caldas cayeron víctimas del caldaso. El terror se extendió por las provincias y la poca ciencia de la colonia fue perseguida con el cuento de que la ignorancia era santa, mientras los soldados pacificadores cometían todo género de abusos con su vida licenciosa, pervirtiendo las costumbres pueblerinas de los sencillos habitantes con orgías indignas hasta de los cuarteles.

Morillo, juzgando que había culminado su empresa, regresó por Sogamoso a Venezuela a mediados de 1816, como ya se dijo, orgulloso de la destrucción sembrada a su paso y tras la derrota del General de la Torre en Mucuritas, a mano de los llaneros de José Antonio Páez, decidió llevar el grueso de la tropa a la Guayana, pero en mitad de la marcha tuvo que volver por Ipire a Barcelona. De allí tomó a la costa y partió a Margarita, que ocupó tras sangrientos combates.

El 10 de Agosto fue avisado de la derrota de sus tropas en la Guayana y pasó a Caracas a rehacer los cuerpos. El 21 de Septiembre decretó una Amnistía General que no fue respetada. En marchas forzadas llegó al Apure pero el mal clima de la región enfermó a sus principales Oficiales poco acostumbrados al trópico, aun así pudo mantener sus líneas y ganar varios combates como el de la Hogaza, hasta que al 12 de Febrero de 1817 fue sorprendido en el sitio de Calabozo por el ejército patriota dirigido por Bolívar, José Tadeo Monagas, Manuel Sedeño, José Antonio Páez y Antonio Rangel, donde no esperaba encontrarlos, pues en solo tres días Bolívar y los suyos recorrió las treinta y tres leguas que los separaban y a duras penas tuvo tiempo Morillo de encerrarse en sus fortificaciones lleno de terror. Dos días después pudo escapar; sin embargo, el desastre realista no fue total debido a la indisciplina del general Páez, que casi no obedecía órdenes superiores porque su orgullo llanero le obnubilaba.

En Barbacoas restableció su ejército salvado milagrosamente de una catástrofe total, reiniciándose las operaciones que ya llevaban más de dos años sobre terrenos inhóspitos y bajo climas malsanos, con una moral baja en sus Oficiales y soldados. Ese año y el siguiente que fue 1818, los ejércitos evolucionaban constantemente y el 14 de Marzo se encontraron en La Puerta donde el triunfo realista fue completo, pero Morillo recibió una herida de lanza y quedó exámine en el campo de batalla, permaneciendo varios días entre la vida y la muerte de suerte que no pudo cobrar ventaja de su triunfo.

Luego de su recuperación reunió en el Apure 6.200 hombres y dispuesto a terminar de una vez por toda una campaña militar de desgaste en la que – si no se apuraba – tenía todas las de perder, pues en Madrid la opinión pública se sorprendía cada vez más de que un ejército tan formidable no pudiere aplastar a los rebeldes venezolanos; por eso, en 1819 pasó el río Caujaral y hostilizó a los lanceros de Páez que le rehusó enfrentamientos directos y en tales maniobras decidió Morillo retirarse para reconstruir sus fuerzas con elementos del país y volver al ataque, pero en esta nueva campaña se encontró frente a Bolívar que le esperó pacientemente el 2 de Abril en las sabanas de las Queseras donde le infringió una aplastante derrota.

A estas alturas Morillo ya no significaba nada en Venezuela pues a pesar de que dominaban los realistas las ciudades, sus ejércitos habían sido varias veces vencidos en los Llanos, región alejada de la geopolítica del país. No había una forma fácil de terminar la guerra.

Bolívar, prestigiado por estas campañas, contaba con dos nuevos factores de éxito. De una parte las tropas del general Rafael Urdaneta que amenazaban expedicionar sobre las costas y atacar a Morillo por el norte, y de otra la guerrilla de Francisco de Paula Santander en Cúcuta, para envolver a los españoles por el sur, de suerte que en Mayo, sabiendo que su presencia en los llanos ya no era tan necesaria, audazmente cruzó los Andes por el paso del Pisba, sorprendiendo y derrotando al general González en la batalla de Boyacá, tras lo cual ocupó en triunfo casi todo el territorio de la Nueva Granada y su capital Bogotá. Morillo fue el más sorprendido del genio de Bolívar.

En Noviembre de   1819   fue creado Conde de Cartagena, pero encontrándose a la defensiva solo le quedaba reunir sus fuerzas y presentar un frente común. Su situación era grave. Del gran ejército, el mayor de América, solo quedaba la tercera parte y no podía pagar los sueldos. Las costas no estaban protegidas pues numerosos corsarios se enseñoreaban, apresando a todo navío español. En Madrid el partido liberal de los Generales Rafael de Riego y Quiroga había sometido al Rey a la obediencia a la Constitución de Cádiz, que Morillo tuvo que hacer jurar en Caracas el 7 de Junio de 1820 instalando un Cabildo con antiguos enemigos patriotas constitucionalistas ahora considerados leales y democráticos justamente por su observancia a tal documento.

Bolívar creyó oportuno abrir negociaciones, que aunque avanzaron lentamente dieron por fruto el Tratado de regularización de la guerra “verdaderamente santo, monumento de civilización, de humanidad y de filantropía”. Para el efecto comisionó a los Generales Antonio José de Sucre y Ambrosio Plaza, quienes se trasladaron a finiquitar los detalles en el campamento de Morillo en Humocaro Bajo, pero Morillo exigió el retiro de Bolívar a Cúcuta, siendo respondido en forma airada, que antes que eso, Morillo tendría que retirarse a Cádiz, y comprendiendo que no tenía nada que perder aceptó la paz el 25 de Septiembre en Trujillo.

Se suscribieron dos Tratados el 20 de Octubre. El primero ajustó un armisticio por seis meses y el segundo proscribió la guerra a muerte y garantizó el respeto a los prisioneros y la prohibición de otras formas de salvajismo propias de una guerra de tanta odiosidad. El 27 de Noviembre se entrevistaron los dos caudillos en Santa Ana. Morillo acudió con varios jefes, oficiales y una escolta. Bolívar acompañado por Antonio José de Sucre, Pedro Briceño Méndez y sus edecanes. En el curso del día y en la comida se habló alegremente sobre los sucesos de la guerra, sentimientos de noble generosidad fueron el tema de las conversaciones. Bolívar recomendó, para el caso de someter el Armisticio a arbitramiento, al General Ramón Correa, español honesto, honrado y justiciero. Morillo propuso la erección de un monumento en el sitio del primer encuentro y aceptada la idea por Bolívar, colocaron la primera piedra. En la noche durmieron los dos adversarios en el mismo cuarto “desquitándose de las muchas vigilias que mutuamente se habían dado. “Al día siguiente se separaron para siempre. Morillo sabía que sin haber perdido la guerra ya no tenía nada que hacer en América, pues la mayor parte de las antiguas colonias se habían independizado y cualquier esfuerzo en contrario sería vano y oneroso. Vicente Lecuna ha dicho que Morillo representaba en esos momentos a un sistema torpe y gastado y que se retiraba vencido por el genio de Bolívar, quien poco después reinició la campaña, tomó Santa Marta y Cartagena y completó la independencia de Venezuela a través de sus Generales en Puerto Cabello.

Morillo, acusado de sanguinario por los patriotas neogranadinos, que no le perdonarían nunca haber llevado al cadalso en 1816 a los más importantes talentos, regresó a España y fue designado Gobernador de Galicia, pero a los pocos meses se reunió el Congreso de los países de la Santa Alianza en Diciembre de 1822 en Verona y las grandes potencias autorizaron a Francia la invasión a España, a fin de imponer la reacción absolutista. Casi enseguida ingresaron por los Pirineos

90.000 hombres al mando del Duque de Angulema, que el pueblo español dió en llamar los cien mil hijos de San Luis.

Morillo se sometió dócilmente al nuevo orden y entregó su provincia, igual que el General Ballesteros en Andalucía. Solo el General Espoz y Mina se opuso tenazmente en Barcelona, hasta que finalmente capituló el 1 de Noviembre. Ya los franceses habían tomado el Trocadero junto a Cádiz y las Cortes reunidas en dicha ciudad autorizaron a Fernando VII pasarse al lado de los invasores. El Rey felón no dudó un minuto en traicionar nuevamente a su pueblo.

El absolutismo atrajo nuevamente a Morillo pero el Rey no confió en sus servicios y tuvo que viajar a Francia donde permaneció nueve años. Estando en París en 1826 publicó en francés “Memoires du General Morillo” para defenderse de los cargos de sanguinario que le hacían varios autores americanos. El 32 volvió a Madrid y durante la Guerra Civil abrazó la causa liberal. Estaba enfermo y solo intervino por breves meses; pues, queriendo mejorar su salud, viajó al pueblo de Baréges en Francia, donde falleció en 1837, de 62 años de edad.