MIRANDA NEIRA LUIS

PINTOR.- Nació en el barrio del Astillero en Guayaquil el 15 de Abril de 1932. Hijo de Pedro Miranda Martínez, apicultor por vocación (hijo de un comerciante italiano de apellido Miranda) y de Dolores Neira Peñafiel (hija de un inmigrante chino fundidor de hélices metálicas para barcos en el barrio del Astillero) Naturales de Guayaquil, de manera que siendo porteño era nieto de dos extranjeros, el uno europeo y el otro asiático. Rara mezcla que sin embargo no le perturbó jamás, pues siempre se sintió ecuatoriano de nacimiento y de vocación, dado su hermoso carácter, siempre abierto y jovial.

El tercero de una familia de escasos recursos compuesta de cinco hermanos que vivían en un departamento alquilado en Noguchi y Colombia. “De pequeño disfrutaba del pueblo comunero de la isla Puná donde mi papá tenía una hacienda”.

Aprendió las primeras letras con una profesora en casa y después asistió a la vecina escuela fiscal mixta “Tomás Martínez” donde no culminó la primaria porque entre 1943 y el 46 vivieron una larga temporada en Cuenca debido a que su padre había instalado allí un molino eléctrico para granos. Entonces asistió al Instituto salesiano “Cornelio Merchán”.

Siempre sobresalía como excelente dibujante y anualmente recibía diplomas en Trabajo Manual y Dibujo, aunque era considerado un mal alumno por sus inquietudes y travesuras.

“Pasábamos las vacaciones invernales en unos terrenos de mi padre que ante habían sido parte de la hacienda Punta Española en Puna, donde tenía numerosos panales que producían miel y crecía silvestre el

Asociación Ecuatoriana de Bellas Artes, Letras y Ciencias Alere Flammam que se llevó a efecto en el local de la Cámara de Industrias.

En Junio del 56, con Theo Constante y bajo la dirección del maestro André Gardos, realizó los decorados del teatro 9 de Octubre para el ballet de las Flores. Por ese tiempo exhibían sus obras en la Galería de Arte que Grace de Avilés mantenía en el séptimo piso del edificio de la Casa de la Cultura, era compañero de Estuardo Maldonado y de Ángel Bravo y con el primero planearon un viaje de estudios a Europa.

“Estuardo consiguió una beca en Quito y como yo había ganado algún dinero en Guayaquil, me dijo: No te lo vayas a gastar en tonterías, inviértelo en un viaje a Italia para estudiar arte y mirar Museos. Carlos Zevallos Menéndez me ayudó en la CCE comprándome varios cuadros en cinco mil sucres y con el resto que tenía pude adquirir un pasaje en el trasatlántico Américo Vespucio. En Roma llegamos a la casa del esmeraldeño Manuel Becerra, locutor en la radio Vaticano. Allí viví un mes y me cambié a una residencia familiar cerca del Foro Itálico. Mi padre comenzó a ayudarme económicamente y entré a la Academia de Bellas Artes de Roma”.

“El 59 obtuve un Primer Premio en la Exposición Internacional celebrada en la vía Margutta de Roma entre artistas aficionados, consistente en Medalla de Oro.

Luego el Premio Fiat pintando paisajes y desnudos con modelos, y siempre tratando de aprender diferentes técnicas más que divulgarme como artista conseguí en 1960 la Copa Odescalchi en Brasciano, con una composición sobre el lago de ese nombre, entre muchos pintores jóvenes. También gané el Concurso de Pintura “Victorio Grassi” de cien mil liras y el gobierno italiano finalmente terminó por concederme una beca mensual de ochenta mil liras como ayuda para que no abandone mis estudios”.

“Todo ello motivó a nuestro Embajador en Roma, Sr. Peñaherrera, a solicitar al presidente Velasco Ibarra una ayuda mensual de cincuenta dólares a mi favor, que me fue concedida y pagada con puntualidad y pude alquilar un departamento pequeño en Cinecittá, donde estudiaba y trabajaba haciendo decoraciones para la escenografía de numerosas películas pues había seguido cursos Ubres de Cerámica, Talla en madera, Escenografía y Grabado”.

El 60 y el 61 le fue concedida la Medalla del periódico “El Giornale de Italia”. Ese último año se graduó de Licenciado en la Academia de Bellas Artes de Roma y habiendo terminado su carrera, le ofrecieron una cátedra de Arte en Sidney (Australia) cuando recibió la noticia del trágico fallecimiento de su hermano Juan en un accidente de motocicleta y que su hermano Gonzalo había quedado muy mal herido. Eso le decidió a regresar a Guayaquil tras cinco años de ausencia y apenas llegado conoció a Gloria Guerrero Muga, a quien solo pudo tratar quince días pues tenia decidido viajar a New York en plan de trabajo.

I de nada sirvió el ofrecimiento de Juan José Plaza de crearle un taller de Cerámica en las Escuelas de Bellas Artes para que enseñe dicha técnica, pues su decisión había sido tomada.

En New York trató de conseguir la beca “Salomón R. Guggenheim” pero no le fue posible e instalado en el departamento de Antonio Bellolio, en la 54 y 9a. Ave. logró un trabajo como mecánico, con ciento diez dólares semanales, en la fábrica ^ textil “Domestic Lace” de New York,

propiedad de varios italianos, con quienes se entendía perfectamente bien en ese idioma, que conocía por su padre y había mejorado durante su estadía en Roma.

En 1962, ya en departamento propio, vivió la bohemia de Manhattan, frecuentando barras y bebiendo mucho, mientras pintaba escenas con músicos de Jazz y bailarinas baratas. El 63 decidió terminar con eso y contrajo matrimonio con su novia guayaquileña, Gloria Guerrero. Pronto nacieron sus dos hijos llamados Piero y Luís en los Estados Unidos. El tercero es de nuestra ciudad.

El 65 salió de la factoría para trabajar con el “New York Times” dibujando joyas, artefactos eléctricos, etc. para el departamento de publicidad, pero como el sueldo era muy bajo y casi no le alcanzaba para vivir, tuvo que regresar a la Fábrica de antes donde ya era conocido. Allí permanecería hasta 1973, años que no fueron enteramente perdidos para el arte pues pintó algunos óleos muy buenos con visiones desoladas del interior del subway y expuso como amateur en varias muestras colectivas. Los fines de semana recorría museos tratando de aprender de la observación de las obras de los grandes maestros.

casi siempre del pueblo, muestran escenas sencillas pero llenas de una vitalidad desbordante, posiblemente tomadas de sus largas estadías en el pueblito marino de Chanduy, donde tiene un antiguo caserón de madera muy cerca del mar bravio y tanto, que la gente prefiere bañarse en un esterito de los contornos.

El crítico Jorge Dávila Vásquez dijo en 1990 que Miranda es un sabio en cuanto a la composición. “Se mueve en el ámbito del espacio, pictórico, sin timidez, con la soltura de quien sabe dominarlo, y ubica, dentro a los seres y a los objetos, de modo diestro y cabal. El esplendor de su paleta, atenuado por la pericia de los grises, nos remite siempre al mundo que nos rodea y más concretamente a la costa con la luminosidad del cielo y el mar, a los vitales matices de la tierra, a la reciedad de la carne mestiza oscura y firme, al gusto por la gente del pueblo, por la vividez de los colores”.

En 1991 celebró una Muestra Retrospectiva en el Museo del Banco Central en Guayaquil con ochenta y una obras de las cuales sesenta y cinco eran propias y diez y seis consiguió prestadas a quienes se las habían adquirido años atrás, que van desde la más antigua, un paisaje marino de la isla Puná fechado en 1950, hasta varias composiciones grandes y armoniosas de 1990 (El Platanal, Campo de girasoles, Revisando la red) y se pudo observar su evolución desde las abigarradas composiciones newyorkinas, pasando por sus depuradas figuras (objetos de uso común) y lo nuevo que trata solamente del hombre (lo popular) una inmersión en las vidas cotidianas, en esos seres que sufren el diario drama, individualizados en lienzos de exquisita armonía de color y composición.

De esta última etapa ha opinado Ignacio Carvallo Castillo en el diario “El Universo” Grande es la lealtad de Miranda a lo nuestro. Encuentra por las vías de su amor y su maestría el alma de aquello que es vida, ternura y clamor silencioso de nuestra gente. Cuerpos y cosas que se enriquecieron con la estética tan veraz como la suya. Ternura como elemento vital de los seres que nos muestra con todo el encanto del misterio secular del realismo y la poesía”.

Frontal en sus expresiones, dice lo que piensa, de ojos rasgados color celestes, es un trabajador incansable, tenía su taller en la ciudadela Bosque Azul situada en la vía a la Costa donde continuaba pintando las casitas endebles que vio en los cerros de Mapasingue y aunque la escena es conocida, presenta su propia versión en la que un cielo celeste a medio hacer envuelve a las estructuras de caña adornadas con matas de banano, pues las bananeras también es uno de sus temas recurrentes desde su juventud, vivida en una plantación propiedad de su padre en la zona de Quevedo y aunque nunca trabajó la tierra como lo hacían sus hermanos, siempre fue un pertinaz observador de los trabajadores (agricultores, pescadores, albañiles, jornaleros, vendedores de frutas y cangrejos)

Sus obras figurativas se originas en recuerdos o en fotografías que toma con su pequeña cámara digital. Primero dibuja, delinea los cuerpos exagerando o minimizando los rasgos, Enseguida acude a las acuarelas o a los óleos. Estas son las técnicas de su preferencia, aunque conoce otras más aprendidas en Roma.

Cuando viajaba al exterior usaba su doble nacionalidad ítalo -ecuatoriana.

El 2012 expuso en el teatro Centro de Arte su serie “Testimonio Criollo” sobre el paisaje costeño y su gente con escenarios como las orillas de los ríos y las playas, personajes como los pescadores, jugadores de naipes, músicos de pueblo, mujeres regordetas de la calle Salinas(las prostitutas de la calle Dieciocho) pues dedicaba sus preferencias a visualizar paisajes y personas de la costa, especialmente la marítima. En síntesis, se trata de valioso trabajos que vuelven sensibles y bellos a seres marginados.

Desde el 2013 comenzó a sufrir una serie de dolencias relacionadas con el corazón y dejó su residencia en Chanduy para tratarse en Guayaquil. Le operaron cuatro baypass y le pusieron una válvula aórtica artificial, debió descansar durante largos meses, sin abandonar los pinceles que siempre tenía a mano.

En Septiembre del 2016 expuso una retrospectiva en acuarela y óleo en el Museo Municipal con 47 piezas. Poco después sufrió una descompensación general y falleció asilado en una clínica el día martes trece, a los ochenta y cuatro años de edad. Tuvo un velatorio íntimo al que asistieron amigos y familiares en el Cementerio General. Nadie como él ha plasmado al habitante marítimo del Ecuador con tanta fuerza y vitalidad.