SUCEDIÓ EN MILAGRO
EL FANTASMA DE LOS CAÑÁVERALES

Cuándo en Milagro hace calor ¡Caray que hace calor! Pues ha de saberse que es la zona más calurosa de la Costa y en esto sólo le pide permiso a Babahoyo, donde también el sol calcina como en ninguna otra parte. Pues bien, en Milagro han sucedido cosas muy raras, pero ninguna como la historieta del Fantasma de los Cañaverales, que me fuera referida en varias ocasiones, siempre de la misma manera:
Hacia 1.895, luego del grito liberal milagreño que fue de los primeros de la costa ecuatoriana, la industria del azúcar cobró mucho vuelo por la mayor demanda que se registró en la república. Entonces el Ingenio Valdés era cosita pequeña y no la gran fábrica que es ahora, pero aún así tenía sus canteros cercanos y distantes, muchos vagones para la carga, que se deslizaban raudamente por las líneas del ferrocarril y la fábrica comenzaba la zafra puntualmente después de las lluvias, parando a fines de diciembre para el descanso de los maquinistas que se dedicaban a limpiar los calderos y otras piezas menores.
Había un empleado de planta llamado Juan Marín, hombre entrado en años y en experiencia, viudo y con dos hijas, una fea y otra hermosa. La fea era hacendosa como no se podía esperar menos de una mujer inteligente que conoce de sus limitaciones. La guapa en cambio, la torpeza andando y más ociosa que mandada ha hacer. Una noche la guapa se fugó con un hacendado de la redonda y no se la volvió a ver en muchos años.
Ya entrando el presente siglo, una tarde se apareció la guapa por la casa de su padre pidiendo posada. Según se dijo venía de una casa de citas de Guayaquil a donde había ido a parar cuando fue abandonada por su Don Juan, venía enferma además, pues una tosesilla algo sospechosa la mortificaba de vez en cuando. Su hermana la hizo pasar de inmediato y la atendió como pudo, dándole de comer, haciéndola bañar y en fin, quitándole todas las molestias que traía de su larga caminata; más habiendo llegado el viejo Marín a eso de las tres de la tarde y sabiendo que estaba su hija en casa, sin verla siquiera gritó que se largue, que él no podía perdonarla y cosas por el estilo. Esa noche apareció el cadáver de la guapa en un cañaveral cercano, nunca se supo a ciencia cierta cómo había muerto pero se pensó en un veneno porque las uñas y los labios estaban morados.
Desde entonces el viejo Marín no tuvo paz ni tranquilidad y salía por las noches a recorrer los campos en busca del recuerdo de su hija, muerta por su culpa y a los pocos meses, empezó a desvariar y ya no fue a trabajar más al ingenio. Semanas después lo encontraron muerto en el mismo sitio donde habían hallado a su hija, pero una sonrisa en sus labios anunciaba que el infarto (pasmo se dijo entonces) no le había hecho sufrir. I han pasado muchos años, el sitio creo que ha sido olvidado, pero la historia no. Por eso en Milagro la gente que aún la recuerda evita salir por las noches a pasear por los cañaverales, sobre todo por los que están cerca del río que fue allí donde se sucedieron ambas muertes, y afirman que a las doce en punto sale el fantasma de una mujer que vuela más que camina y que va vestida de blanco pidiendo perdón. ¡Ay del que se la encuentre en su camino! Pues deberá ir antes de que le abrace, como sucedió al viejo Marín, que por ser abrazado cayó muerto. Tal la historia que me fuera referida y que hoy la cuento igual.