JIJON Y LEON MIGUEL

MIEMBRO DE LA SOCIEDAD AMIGOS DEL PAIS. – Nació en el pequeño caserío de Cayambe el 28 de Septiembre de 1717. Hijo legítimo del General Cristóbal de Jijón y Oronoz, Corregidor de Otavalo y Alcalde de Quito en 1724, propietario de la hacienda “San José de Peguche” en Otavalo y de algunas más y de Manuela de León y Chiriboga, naturales de Fuenterrabía y Riobamba, respectivamente, matrimonio que tuvo nueve hijos.

Estudió las primeras letras con preceptores y de diez y seis años solamente, en 1733, quedó huérfano de padre y tomó a cargo la administración de las haciendas, pero en 1736 las dejó por desavenencias con su madre. La muerte de ésta, dos años después, le obligó a encargarse otra vez de los bienes de su familia; sin embargo, halló todo en desorden, hipotecadas las vastas propiedades, cerrada la fábrica de paños y a los indios trabajadores dispersos.

Su pariente el marqués de Villa Orellana le prestó dinero y pudo emprender los negocios, de suerte que para 1741 estaban restablecidos. Se hizo mercader y llevó paños y bayetas a Popayán. En Bogotá adquirió una gran cantidad de esmeraldas que después vendió en Cartagena, “donde las buscaban con furor los comerciantes” y así pudo duplicar su capital que reinvirtió en comprar “tabardillas” paludismo muy graves, de las que sanó con quinina.

En 1769 se inició una campaña contra Olavide, numerosos émulos envidiaban su posición y aprovechando que Jijón había mandado a tallar un bajo relieve simbólico donde aparecía Olavide en actitud de entregar al rey Carlos III las nuevas poblaciones, lo denunciaron ante el Consejo de Ministros de Castilla, quien ordenó una severa investigación y designó para el efecto al Consejero Pérez Valiente, quien llegó a querer multar a Jijón y éste presentó su renuncia. Entonces el Consejo lo felicitó y el Ministro General, Conde de Aranda, se negó a aceptarla; pero, de todos modos, se retiró en Septiembre a sus propiedades y comenzó a explotar varias tierras que tenía en la villa de Torrox, en el reino de Granada, donde instaló un trapiche para moler caña de azúcar.

Igualmente quiso aclimatar en Andalucía el árbol de la quina, sacando de América varias cargas de semillas y realizó ensayos aunque sin éxito. Más tarde implantó el cultivo de algodón, pero las condiciones climáticas tampoco le fueron favorables.

Sus amigos le ofrecieron una plaza de ^ Ministro en el Consejo de Hacienda, aunque al final no llegaron a dársela. Olavide seguía insistiendo para que el rey recompense a Jijón y hasta pidió para él un título de Castilla.

En 1771 adquirió a la Municipalidad de Málaga algunos terrenos en el límite urbano, desde la calle Victoria hasta la falda inferior del cerro Gibralfaro, espacio conocido con el significativo nombre de Garrapatal de Santa Ana. Las obras de urbanización del nuevo barrio comenzaron inmediatamente y seguían en 1775. Jijón lo llamó barrio de “La Carolina malagueña”, pero el vulgo lo bautizó como barrio del “Nuevo Mundo” en honor a su autor.

En 1776 fue admitido como miembro de la clase industrial en la “Sociedad de Amigos del País” de Madrid, donde tuvo lucidas actuaciones. Primero presentó una “Memoria sobre las escuelas que las Sociedades debían establecer.” En Abril de 1777 leyó una memoria sobre “El uso del termómetro para la cría de los gusanos de seda”. En Septiembre se interesó en la zona de Ecija y presentó una “Noticia circunstanciada del cultivo del algarrobo que en ella se hace”. Del 78 es una “Memoria sobre el librecomercio” y otra “Memoria sobre arbolados, bosques y montes.” El 79 escribió una Memorias sobre el absurda libertad vigilada en España. El pobre Olavide se vio forzado a escribir desde 1779 “El Evangelio en triunfo”, tesis que trata de explicar una gran mentira, es decir, cómo la Biblia está por sobre la ilustración y las ciencias. ¡Tamaña tontería] que sin embargo gustó mucho en la Corte y le sirvió para lograr su rehabilitación final.

Jijón se mostró indignado con esta nueva muestra de atraso y proporcionó a su amigo Diderot los datos que él publicó en su “Correspondence litteraire”, redactada con el Barón Grimm, en defensa de Olavide, y el asunto se conoció en todas las cortes de Europa causando profunda conmoción. En 1781 Olavide logró fugar de España y se reunió con sus amigos en París.

En 1782 Jijón viajó por la Europa Central con su sobrino el Marques de Villa Orellana y se detuvo un año en Ginebra, observando el culto practicado en dicha ciudad por los calvinistas En 1784 vivía nuevamente en París y se enteró que con fecha 23 de Junio de ese año, el Rey Carlos III lo había condecorado con el título de Conde de Casa Gijón y Vizconde previo de La Carolina Malagueña. El impuesto que le acarreó este honor fue pagado en metálico y se elevó a la cantidad de 843.750 maravedíes. Así pues, mientras le vigilaban en la Inquisición, le reconocían méritos en la corte, contradicción que explica cuan desorganizada estaba la administración española.

Por entonces trabó amistad con el joven Jhon Adams futuro presidente de los EE.UU y buen amigo de Olavide, con quien había convesado sobre una posible alianza ofensiva y defensiva entre la América del norte y la del sur. Igualmente escribió al Ministro Galvez “ofreciendo su colaboración desinteresada para fomentar las riquezas de América y sobre todo del Perú”, también adquirió en París una máquina para explotar y beneficiar minerales y en 1785 la envió con destino a la mina “Argudo” en la jurisdicción de Cuenca pues pensaba quedarse a vivir sus últimos años en España pero después recapacitó y prefirió venir a instalarla, pidió pasaporte y dos Cédulas Reales en beneficio de sus empresas y en 1786 abordó en Cádiz la fragata “El Diamante” que viajaba a Cartagena de Indias, acompañado de dos sirvientes y de una notable biblioteca compuesta de muchos libros “modernos” algunos de los cuales habían pertenecido en París a su amigo Olavide. Se desconoce si llegó a armar su máquina. En Lima sostuvo un largo litigio económico y luego pasó a ibarra donde debió proferir opiniones heterodoxas porque al año de su regreso, el padre Miguel Vidaurreta, “sacerdote notoriamente ebrio y revoltoso”, resentido porque el viejo Conde, a quien el vecinderio reputaba por ser su padre ilegítimo en la señora ildefonsa Méndez, no quiso reconocerle ni arrendar sus haciendas, lo denunció ante la inquisición de Cartagena de indias, acusándolo de la comisión del delito de leer libros prohibidos. La denuncia fue pasada a Madrid. Allí los inquisidores invitaron a los tribunales de Granada y Sevilla a proseguir las investigaciones iniciadas años atrás contra Jijón. Se armó el Sumario y regresó al Tribunal de Granada y desde allí al de Madrid, que lo remitió al de Lima.

En 1790 Jijón fue conminado por el Tribunal de Lima a presentarse dentro de los siguientes cuatro meses so pena de ser aprehendido. El Cura Peñaherrera, de ibarra, lo visitó a pretexto de conversar con él y con hipocresía indigna de un eclesiástico se hizo dar una lista de las 223 obras que en 861 volúmenes tenía en su aposento, casi todos en lengua francesa. También guardaba 247 ejemplares del Compendio ^ histórico de “La Vida de la Sierva de Dios Mariana de Jesús” escrita por su hermano Tomás Jijón. Hay que aclarar que el Conde no era tonto y que la lista que entregó al padre Peñaherrera no contenía la totalidad de sus libros porque los “peligrosos” los había ocultado. En Quito había tratado a Eugenio Espejo y al Obispo Pérez Calama distinguidos miembros de la ilustración en la Audiencia.

Entonces comenzó a redactar tres Cartas Apologéticas dirigidas a la inquisición de Lima indicando su cercana amistad con Olavide, su visita a la ciudad de Ginebra, trató de Voltaire, manifestó que no todos los franceses eran herejes pues acababa de producirse en París los primeros acontecimientos de la revolución francesa, etc. que quedaron inéditas a su muerte, pues habiéndolas concluido se dio cuenta que nada sacaría enviándolas a Lima, donde sus jueces eclesiásticos eran unos ignorantes fanáticos e intonsos, de manera que prefirió ir a defenderse en la Corte, partió de ibarra por la ruta del Brasil para evitar los puertos españoles. Optó por hacerse acompañar de su hermano Manuel y de su sobrino Tomás Jijón y Chiriboga pues tenía setenta y tres años cumplidos y estaba algo achacoso y viajaron por la vía del Marañón al pueblo de Ega, en territorio portugués. Allí solicitó al Embajador español en la Corte de Lisboa la autorización para presentarse en Madrid. Su amigo el Conde de Aranda era Ministro de Estado y la concedió.

En un barco inglés viajó a Kingston, capital de Jamaica, esperando la ocasión de embarcar a España; pero, una noche, mientras estaba acostado y leyendo, se quedó dormido por cansancio y la vela que le alumbraba se dobló e incendió el toldo mosquitero, que contaminó las sábanas. Se ignora si logró sobrevivir algunas horas. Este trágico accidente ocurrió el 11 de Septiembre de 1794, cuando le faltaban diez y siete días para cumplir setenta y siete años de edad. Le heredó su hermano Manuel que trató de reivindicar su memoria. Era de pequeña estatura, delgado, animoso y librepensador. Eugenio Espejo le recordaba como generoso humanista.

Fue el primer ciudadano de la audiencia de Quito en tomar contacto con los enciclopedistas franceses y leyó sus obras y entre ellas los numerosos volúmenes de La Enciclopedia pues tenía un espíritu curioso, libre y capaz, es decir, abierto a toda novedad y por ende ilustrado, enérgico pero desperdiciado por la ignorancia del medio anodino en que se debatía la España y sus colonias.

Tuvo una gran pasión por el adelanto de su Patria y por eso vivía atento al desarrollo de las ciencias y solidario con el progreso de la humanidad. Entre sus propiedades dejó el obraje de Peguchi, Puraca de Pansembrar, Quichigi, Potreros de Queresa, San Vicente, Potreros de Seva, San Nicolás y Cambugan, pues era muy rico.

Ekkehart Keeding en su obra “Surge la nación” ha manifestado que ningún habitante de la Audiencia de Quito había estado en contacto directo con los filósofos en París durante la ilustración como Jijón, quien separó la religión de la labor intelectual y de sus convicciones sobre la vida terrenal, en realidad separó Estado e iglesia al tiempo que sus jueces comenzaban a aterrarse por las noticias que llegaban de la revolución francesa. No fue un materialista porque sus convicciones religiosas le separaban de los ateístas que solo creen en el mundo y los deístas que piensan en la unidad religión y mundo. En realidad nunca estableció un método de razonar pues a pesar de sus conocimientos ilustrados, sus ideas existían sin relación entre sí como células sueltas y encerradas.