MATOVELLE MALDONADO JULIO

FUNDADOR DE LOS OBLATOS.- Nació en Cuenca el 8 de septiembre de 1852 y fue bautizado como expósito con los nombres de José Julio María por su tía materna Carmen Maldonado, quien lo entregó tres meses después a una pobre india de Tanda Catu para que lo criara. A los dos años fue recogido por otra tía paterna Isabel Matovelle, quien lo tuvo hasta su fallecimiento en 1857. Entonces pasó a poder de una mujer del pueblo llamada María Quinde y como ella no tenía dinero para la manutención del niño, el sacerdote Miguel León Garrido consiguió que los padres verdaderos lo reconocieran. Estos eran el sacerdote Santiago Matovelle Orellana y Juana Maldonado, miembros de la clase media cuencana. Ella lo tuvo consigo por poco tiempo pues lo volvió a entregar a María Quinde, que desde ese momento pasó a ser la madre definitiva.

Con la pensión de su padre pudo el niño estudiar con mucho aprovechamiento y fue “modelo de piedad, moral y aplicación. Con imaginación viva, memoria fácil y claro talento”.

A los diez años hizo voto perpetuo de castidad posiblemente acuciado por algún sacerdote ignorante y torpe – pues a esa edad aún no se despierta la lívido – y empezó la secundaria en el Colegio Seminario, teniendo de profesor al padre Nicanor Corral, quien le inculcó una especial devoción a la virgen. Como era pobre, Pedro Ordóñez le prestaba libros y el Dr. Benigno Malo le confió la enseñanza de sus hijos.

En 1869 el jesuita Miguel Franco lo tomó bajo su dirección. Tenía solamente diecisiete años, era inteligente, estudioso y estaba solo en el mundo. En Marzo de 1870 ingresó a la Congregación de la Anunciata, empezó a rezar el oficio parvo diariamente, a tomar apuntes de su vida en un tomo de Memorias Intimas. En Junio se consagró a los corazones de Jesús y María y queriendo ser útil participó en la Conferencia de San Vicente de Paul y en la Sociedad de la Esperanza que dirigía su profesor Luis Cordero.

Entre 1871 y el 72 envió varias poesías al periódico “La Aurora” tales como: A Cuba, Un Adiós, Ansiedad, Meditación, El Nombre de María, así como varios ensayos sobre Las Coronas, La Familia,

Un Paseo en las Vacaciones. En 1872 se graduó de Bachiller y por consejo del Padre Franco S. J. que le dijo: “Estudie Ud. la Jurisprudencia y después pensaré en el Sacerdocio a fin de que sea más útil a la Patria”. Así pues, inició dicha carrera y fue electo Presidente del Apostolado de la Oración. Entonces escribió un artículo en alabanza a García Moreno, que su protector jesuita llevó a Quito y gustó tanto al tirano que se republicó en el diario “Los Andes de Guayaquil.”

En 1873 fue electo Presidente de la Academia San Luis Gonzaga sesionando cada semana “para forjar luchadores, infundir el catolicismo en la juventud y defender su doctrina,” también componía versos, representaban obras de teatro y dictaban charlas científicas. El 74 pasaron unas vistas fijas cinematográficas que causaron sensación pues era la primera ocasión que en Cuenca se veía lo que era el famoso París.

García Moreno seguía de cerca sus pasos a través de los jesuitas Franco y Teódulo Vargas y al conocer el éxito de esas sesiones, emocionado dijo “Matovelle es el sol de la Juventud”. Ese año, su joven amigo el poeta Juan Abel Echeverría, le dedicó varios versos elogiosos.

En 1875 colaboró en “El Cuencano” pero el 6 de Agosto perdió a su protector que fue asesinado y el 1 de Enero del 76 comenzó a editar la revista “La Luciérnaga” donde aparecieron sus poesías “A mi Patria”, “Una ganancia es morir”, “Los Monos comunistas” y “La Verdadera Gloria”, así como sus ensayos “El Catolicismo y la libertad, breve consideraciones sobre la libertad, política de los pueblos en oposición al cesarismo y al liberalismo” en 53 págs. “La Educación y la Juventud” en 2 págs. “El mundo a vista de pájaro” en 4 págs. “Principios de Moral filosófica” en 3 págs. y “Las ruinas de Tomebamba” en 2 págs.

El 26 de Febrero se representó en cinco actos en versos y con fondo musical, su tragedia “Un drama en las catacumbas,” escrita en 64 págs. e inspirada en la novela “Fabiola” de Wiseman, que Matovelle había arreglado en prosa y otra obra con el título de “San Nazario”. Ambas con ambientación romana en los días del imperio con mártires y vírgenes, gustaron muchísimo por su aire exótico y religioso.

Ese año colaboró en “La Voz del Azuay” y dedicó una sesión literaria el Presidente electo Antonio Borrero, quien le designó Profesor de Filosofía en el Colegio Nacional.

Al producirse la revolución guayaquileña de Septiembre, que elevó a la dictadura al General Ignacio de Veintemilla, escribió el verso “Alerta Patria mía” y salió a combatir, pero enterado de las derrotas del gobierno en la quebrada de Galte y en la loma de los Molinos, regresó a Cuenca y se escondió, semanas después fue despojado de su cátedra.

El 11 de Noviembre de 1877 se graduó de Doctor y fue nombrado defensor de Cárceles por la Conferencia San Vicente de Paul. El obispo Remigio Estéves de Toral le designó Profesor de Economía Política, Ciencia Constitucional, Estadística y Derecho Público Eclesiástico en el Seminario de Cuenca y como no fueron de su agrado los textos que encontró en uso, el nuevo maestro compuso tres libros para sus alumnos donde entre otras ideas expuso que “La Libertad civil nace de la Biblia. Por Jesucristo ha desaparecido la esclavitud del pecado en el mundo, Cuando los hombres se apartan de Dios éste los castiga con tiranos, La Pena de Muerte es lícita, La Soberanía se trasmite directamente de Dios a la autoridad y en los gobiernos monárquicos es un derecho no solo del Príncipe si no de su familia, Contra el usurpador y el tirano no hay más remedio que la oración y la mejora de costumbres, Los estados deben luchar por conservar la unidad religiosa, bien entendido que el Catolicismo es la única religión verdadera pues las demás nacen de la mentira y el Diablo” conceptos tomados de la Escolástica medioeval, en desacuerdo con las ideas imperantes en el siglo XX, llamado no sin razón el siglo de las máquinas y de las luces; sin embargo, no ha faltado historiadores que por esos textos le han llamado “Arrogante reformador de las Ciencias Políticas, divulgador excelso de la buena doctrina” cuando solo fue un trasnochado expositor de ideas anacrónicas en un medio tan atrasado como era Cuenca hace más de cien años.

En septiembre de 1877 se retiró de la vida social para dedicarse más a Dios y en Mayo siguiente dejó sus pocos bienes a una hermana y fue al seminario, tomando al redentorista Félix Grisart por confesor. I hubiera sido provechoso que viajara al Seminario de San Sulpicio en París como lo tuvo pensando pero la falta de dinero se lo impidió.

En 1879 su amigo el Obispo Toral le conminó a hacerse sacerdote y tomó los hábitos el sábado 21 de Febrero de 1880, entonces fue designado Prefecto de Piedad, preparó seminaristas, fundó la Academia de Derecho Público para divulgar los principios católicos en pugna con el liberalismo y en Junio de 1881 sostuvo un Certamen de tres horas de duración para condenar esa doctrina. Poco después empezó a madurar la idea de fundar una Congregación destinada a honrar el corazón de Jesús y escribió sus estatutos. Por cortos meses fue párroco de Pucará y tuvo una hija en María Huanga, indígena del lugar, con numerosa descendencia en la familia Poma Mendoza, de Santa Rosa, provincia de El Oro.

En Enero del 83, cayó la ciudad de Quito en poder de los Regeneradores que formaron un Pentavirato de Gobierno. El 23 de Julio obtuvo del Pentaviro Luis Cordero el decreto de erección de la Basílica del Voto Nacional en agradecimiento por el triunfo obtenido y por cuanto se conmemoraban los primeros diez años de la Consagración de la República del Ecuador por obra del presidente García Moreno al Sacratísimo Corazón de Jesús. La primera piedra se debía colocar el día 10 de Agosto en una colina cercana al ejido de Quito pero no se lo hizo por respeto a la fecha independentista, sin embargo el 4 de Octubre el Arzobispo Ignacio Ordóñez Lazo bendijo la obra en el sitio denominado El Belén contando con la aprobación de la mayor parte de los miembros de la Asamblea Nacional que recién se instaló el día 11 de ese mes.

La delegación azuaya estuvo conformada por Matovelle, Juan de Dios Corral, Ramón Guerrero Cortázar, Manuel Coronel, Honorato Vásquez, Remigio Crespo Toral y Alberto Muñoz Vernaza y lució en ella como el más fogoso orador del grupo ultramontano. En Quito se hospedó en la Casa de San José.

Su discurso oratorio comenzaba sosegado y copioso, como arroyo fluido de tranquilo manantial, luego acrecía su caudal en los afluentes de cultura literaria, de arrestos científicos, de semblanzas históricas; y entonces los ritmos de su oración eran como de corrientes opulentas, por fin se disparaba con ímpetu, cual río caudaloso que arrastra arenas de oro y se engalana con las flores de las márgenes, era ello el oro de repentina inspiración, la flora de sus cultivos intelectuales, según opinión del Canónigo cuencano Joaquín Martínez Tamaríz.

I también lució como “filósofo de fuste”, si por ello se entiende la defensa de las doctrinas de la Iglesia ecuatoriana, intransigente en extremo, a las que nadie atacaba; por eso defendió el diezmo y a los diezmeros, la vigencia de la Pena de Muerte, combatió a la revolución Francesa, lanzó oprobios contra la Confederación Helvética por la libertad y tolerancia de sus ciudadanos suizos y hasta habló mal de sus instituciones y leyes considerándolas instrumentos impíos por ser laicas, etc. pues no toleraba al estado moderno. Igualmente se opuso al federalismo como forma de gobierno.

Durante su permanencia en Quito en 1884 fundó “La Sociedad y Círculo de Jóvenes Católicos” con Nicolás Clemente Ponce, Manuel María Pólit que tuvo a su cargo la dirección de la revista de la sociedad, Ricardo Ruiz, Rafael Valera, Aurelio Espinosa Pólit, etc. y al terminar sus sesiones la Asamblea, el 26 de Abril del 84, vivió varios meses en el Seminario Mayor ayudando al padre Schumacher quien le animó a fundar una Orden sacerdotal.

Entonces Matovelle visitó al delegado Apostólico Sambucetti, a quien solicitó la aprobación de su Congregación de “Misioneros Oblatos del amor divino.” El 17 de Septiembre de 1884, ya en Cuenca, recibió el permiso necesario para establecer su Congregación en el conventillo del Corazón de María, dentro de la austeridad de la vida monástica y ascética y en pleno ejercicio del ministerio sacerdotal. Tenía varios seminaristas, contaba con algunos sacerdotes que le seguían fielmente y con ellos comenzó a laborar en Azogues y en las vicarías parroquiales de Gualaceo, Paute y Cañar.

En 1885 fundó la revista religiosa “La República del Corazón de Jesús” que pronto se hizo política y aunque dejó de publicarse en varias épocas, subsistió hasta principio del siglo

XX. También fue director de la Junta Promotora del Congreso Eucarístico efectuado en Quito y pronunció el discurso de inauguración. Volvió en 1886 nuevamente al Congreso y en la sesión preparatoria introdujo en el reglamento la asistencia oficial a la Catedral Metropolitana para la celebración de una Misa solemne al Espíritu Santo, como acto previo a la instalación. Al terminar las sesiones fue nombrado Consejero de Estado.

En 1887 siguió defendiendo a los gobiernos fuertes y mantuvo polémicas con el diputado liberal Dr. Alejandro Cárdenas cuando éste protestó por el fusilamiento del Coronel Luis Vargas Torres. Entonces Matovelle dijo: “Toda revolución es un crimen. Jamás Jesucristo fue revolucionario sino libertador, cosa muy diferente.” No transigía ni daba cuartel al liberalismo y ni siquiera aceptaba el llamado liberalismo católico, al que llegó a calificar de “el peor de todos.”

En Cuenca había fallecido el Obispo Toral y gobernaba en su reemplazo el Dr. Miguel León Garrido, su antiguo protector, quien le cedió el convento de la Merced que estaba en ruinas. Ese año fue de múltiples trabajos. Reactivó cinco congregaciones que estaban decaídas y renovó la labor del apostolado en Cuenca, pero tuvo que abandonar la Casa de Azogues hasta que dos años después creó la Comunidad de Madres Oblatas con la madre Amalia Uriguen Espinosa y tres monjas mas, quienes tomaron a cargo la educación femenina en Azogues, Paute y Biblián.

Nuevamente en el Congreso el 24 de Mayo de 1888 durante una cena ofrecida por el Presidente Antonio Flores Jijón, cuando éste refirió los experimentos y fenómenos de espiritismo y magnetismo que había visto en Europa y los Estados Unidos, observó con inconveniencia que todo aquello era obra exclusiva del demonio y citó textos latinos. Una carcajada del ministro francés fue lo que “recibió como respuesta y cuando el silencio se hizo general, el referido diplomático le preguntó ¿I cree, padre, que el diablo existe? Matovelle se levantó airado y se despidió de mala gana. Al día siguiente, el diario “La Tijera”, relataba la escena presentándola con el aspecto de una conferencia espiritista del primer mandatario. Poco después Montevelle se opuso denodadamente a la concurrencia del Ecuador a la Exposición Universal de París, manifestando que nuestra Patria no podía sumarse a la celebración del centenario de la revolución impía y volvió a defender el derecho de la Iglesia al cobro del Diezmo. Por todo ello fue llamado “El Paladín de Jesucristo”. En el centenario de su nacimiento el padre Aurelio Espinosa Pólit, su discípulo en el Círculo Católico de 1883-84 le calificó de haber sido un sacerdote de conducta valiente y fe intrépida.

En 1889 editó un pequeño opúsculo sobre la Virgen de la Nube y empezó  a salir por entregas su “Principios Generales de Derecho Eclesiástico” en 283 págs. con el Concordato como apéndice, declarado texto en 1892. Ese año obtuvo la Consagración oficial del Ecuador al Purísimo Corazón de María. El 91 instituyó la consagración de las madres Oblatas de Jesús y María para la enseñanza primaria y femenina.

El 10 de Julio de 1892 colocó la primera piedra de la Basílica del Sagrado Corazón en Quito y logró que el Presidente Luis Cordero decretara el establecimiento de la Fundación Salesiana para la enseñanza de Artes y Oficios y para las Misiones en el oriente. Ese año salieron sus “Principios Generales de Derecho Público Eclesiástico” dentro de la serie de obras didácticas político – religiosas, que servían de textos en la Universidad de Cuenca hasta el advenimiento de la revolución liberal de 1895.

En el Congreso del 92 presidía las sesiones el Obispo Miguel León Garrido de Cuenca, Matovelle se sentaba a su lado en la primera fila. El 94 se opuso en el Congreso a la calificación como Senador por Esmeraldas del Dr. Felicísimo López por prohibirlo el Derecho Canónico ya que estaba excomulgado por el Obispo de Portoviejo, Pedro Schumacher, ocasionando uno de los más graves escándalos políticos que ha presenciado el país, pues la voluntad soberana popular quedó burlada por el capricho de un obispo extranjero.

Al triunfar la revolución liberal “se creó un vacío en torno a Matovelle” y su estrella como orador parlamentario se eclipsó definitivamente; pues, de allí en adelante los sacerdotes no pudieron ser electos miembros del Congreso por prohibición expresa de la Constitución de 1896 – 97.

En los meses siguientes azuzó desde el púlpito a la población de Cuenca contra el gobierno del presidente Eloy Alfaro y tras el levantamiento armado de esa ciudad, que terminó prácticamente en una guerra, tuvo que esconderse varios meses.

El 97 versificó y celebró con pompa el II Centenario de la aparición de la Virgen de la Nube, de la que era especialmente devoto, editó “Veladas del Cenáculo: Colección de Prácticas piadosas, y Lecturas espirituales” en 206 págs. “Breves noticias históricas del Santuario de Nuestra Señora del Rocío” en 24 págs. y fundó la revista “El Heraldo de la Hostia Divina”.

En 1898 tuvo que vivir escondido en diversos lugares pues el gobernador liberal de Cuenca, General Manuel Antonio Franco, había dispuesto su captura. Para llenar el tiempo editó “Devocionario en honor de Nuestra Señora de los Dolores y Regla de la Tercera Orden de los Servistas” en 91 págs. también comenzó a estudiar la obra del padre Cornelio Alápide sobre el Apocalipsis (1)

A fines de 1899 el Presidente Alfaro le ofreció un salvoconducto y pudo salir a Lima, alojándose en la Casa

de Copacabana del Cercado bajo la protección del Arzobispo Tobar, que le designó Capellán del Colegio femenino de Santa Eufrasia en esa capital.

En 1900 editó “La Causa del Sagrado Corazón en la República del Ecuador” y después de dos años de destierro se acogió a la amnistía decretada por el nuevo Presidente liberal Leonidas Plaza. En mayo de 1902 volvió a Cuenca y fue designado Canónigo honorario pero prefirió continuar a Quito para hacerse cargo de la prosecución de los trabajos de la Basílica, cuyo terreno quería revertirlo el gobierno. Entonces publicó “Documento para la historia de la beata Mariana de Jesús, Azucena de Quito” con un sermón del padre Alonso de Rojas. S. J. en octavo y 436 págs.

En 1904 fundó el periódico “El Voto Nacional” que pronto trató asuntos políticos en flagrante violación al estado laico. Mientras tanto continuaba con los trabajos de la Iglesia del Santo Cenáculo de Cuenca pero su orden de los Oblatos atravesaba un mal momento y sus miembros comenzaron a devolver las parroquias para vivir comunitariamente.

En 1906 recopiló sus composiciones poéticas en “Miscelánea” en 115 págs. El 07 el nuevo Obispo de Cuenca Manuel María Pólit, quiso obligar a los Oblatos a tomar nuevamente sus Parroquias. Fueron años de intensa desazón y Matovelle debió luchar a brazo partido para defender su fundación, mientras González Suárez daba por terminada la Congregación de sacerdotes del Purísimo Corazón de María que florecía en Guayaquil a través de los seguidores del padre Nicanor Corral y Banderas, Oblato de Matovelle, dizque porque Corral era un sacerdote algo alocado.

En 1910 organizó una Asociación de Sacerdotes Adoradores en la Basílica y editó el mejor de todos sus libros “Imágenes y Santuarios célebres de la Virgen Santísima en la América española, señaladamente en la República del Ecuador”, en cuarto y 598 págs, así como el folleto “Historia del culto a Nuestra Señora de las Mercedes en la República del Ecuador” en octavo y 48 págs.

En 1913 fue demandado judicialmente para que restituya ciertos bienes de la señorita Florencia Astudillo Vintimilla, que le fueron entregados para diversas obras. Ella era una mujer inculta y caprichosa, heredera única de padres muy ricos, que tenía por costumbres asistir a misa con varias doncellas domésticas a las que daba varillasos para que no se distraigan en los rezos. Además, acostumbraba llevar un periquito sobre los hombros cuando salía a la calle, tapado por su mantilla para que no cayera al suelo. Estas y otras costumbres chabacanas le habían granjeado fama de persona ignorante, difícil y hasta folklórica.

El Juicio fue escandaloso, José Peralta hizo de abogado demandante y la justicia ordinaria condenó a Matovello a la devolución de todo lo que se había apropiado abusando de su calidad de director espiritual. Esto le ocasionó un grave disgusto y serios conflictos de orden social.

En 1915 figuró entre los fundadores de la “Sociedad de Estudios Históricos y Geográficos del Azuay”. El 16 instaló la Junta Orientalista en Cuenca. El 17 se hizo cargo en Quito del Seminario Menor de Atocha.

En 1919 los dirigentes ultramontanos del Ecuador consagraron el partido conservador al Corazón de Jesús en la Basílica y ante el padre Virgilio Maldonado, superior de los Oblatos. Ese acto político y religioso levantó gran polvareda en el país pues el nuevo Arzobispo Pólit dirigía al conservadorismo con miras a tomar nuevamente el poder, utilizando métodos más sutiles que los de antaño. Matovelle nunca compartió esa táctica y mostró su descontento con dicha estrategia lanzando estrofas “que atronaban los aires y ponían los pelos de punta a los radicales de esos años de 1922 y 1923 cuando fueron escritas y grabadas en las puertas de las iglesias y en la fachada del templo de la Merced de Cuenca, estrofas de belicismo mariano” Fragmento.- // Reina del Cielo ¡Oh María! / Reina nuestra os proclamamos / no ha de ser Cuenca, os juramos / ni protestante ni impía. // Virgen Madre de Mercedes, / Reina de Cielo y Tierra / de la impiedad y herejía / Defiéndenos, Madre Nuestra. // El levantamiento armado conservador en San José de Ambi, fácilmente aplastado en 1924, dio la razón a Pólit; pero las ideas extremistas de Matovelle cobraron fuerza de nuevo con el auge del fascismo en Europa, al punto que dividieron a la Curia ecuatoriana y a sus principales dirigentes. No está demás indicar que detrás de Matovelle se escondían los ultra de la extrema derecha ecuatoriana como monseñor Carlos María de la Torre, Obispo de Loja, el poeta Remigio Crespo Toral en Cuenca, etc. En 1921 editó “Cuenca del Tomebamba, breve reseña de la Provincia de este nombre en el antiguo reino de Quito” en octavo y 208 pags. afirmando erróneamente que la primitiva ciudad de Tomebamba había sido edificada por el Inca Huayna Cápac sobre el río Jubones, lo cual se probó falso, cuando el arquéologo alemán Max Uhle comprobó cíentificamente que las ruinas se hallaban en las cercanías de Cuenca.

I tras muchísimos años de profundas meditaciones sobre el tema comparando a los expositores antiguos y modernos, dio a la publicidad en Roma “Meditaciones sobre el Apocalipsis” en octavo y 1.023 págs. que constituyó un rotundo fracaso por su carácter meramente especulativo, desprovisto de toda base lógica y científica, lo que le ocasionó una honda decepción. Efectivamente, la obra apareció al inicio de la década de los años veinte y contiene una síntesis de los expositores sobre el tema (los antiguos o sagrados y los comentaristas modernos) pero su esfuerzo fue vano porque lo realizó más como una evasión, un escapismo de la realidad que le circundaba.

En 1924 tuvo unas hemorragias muy tenaces y empezó a sentirse viejo y cansado. Era profesor de Religión fundamental y Apologética en la Asociación Católica de la Juventud.

En 1926 sufrió otra hemorragia abundantísima. El 28 “quizo contrarrestar el auge de los clubes rotarios con sociedades de cultura pues veía en ellos los tentáculos de la masonería internacional” cosas del Diablo (sic.) Testó el 20 de Enero de 1929 y comenzó a preparar su discurso de ingreso a la Academia ecuatoriana de la Lengua. El 13 de Junio sintió fuertes dolores de cabeza y al día siguiente fiebre alta. Sus médicos le recetaron sangrías que lo debilitaron aún más por que tenía pulmonía y así acortaron su fin, falleciendo en paz con Dios – que no con los hombres – a los que tanto había acosado en los Congresos en razón de sus ideas políticas y luego a través del púlpito, a las 7 y 45 de la noche del día 18 de casi setenta y siete años de edad, siendo sepultado en la iglesia del Cenáculo.

De joven había sido gallardo, moreno esbelto y de ojos indiados. En su edad provecta ascendió a planos pseudo místicos y tuvo numerosas experiencias parasicológicas. Ayudó a detener el ascenso y triunfo del liberalismo en el Ecuador por muchos años entre 1884 y 1895.

Fue orador de sofismas convincente y de trasnochadas   tendencias pues jamás aceptó la libertad de conciencia ni la pluralidad ideológica. Aspiraba a la existencia del estado teocrático dentro de una sociedad tradicionalmente dividida en clases como lo había dispuesto la Santa Alianza en 1815 durante el Congreso de Viena que presidió el Príncipe de Metternich, Canciller austríaco y Jefe de los ultra del viejo mundo.

Sus obras completas, en dieciseis tomos, se editaron entre 1930 y el 54. Se ha iniciado su causa de Beatificación aunque el consenso público es que equivocó los caminos de la santidad extraviándose en los de la politiquería lugareña,   donde  escandalizó como perseguidor implacable de librepensadores, masones y liberales.

(1) Su discípulo Juan H. Peralta Vázquez publicó en 1943 el folleto: “El Sr. Dr. Julio Matovelle en la cátedra, reseña Histórica del Derecho Público Eclesiástico en el Ecuador” del que extractamos lo siguiente: “En uno de los claustros oscuros del antiguo Colegio Seminario, residencia en otros tiempos de los padres jesuitas, se abre una puerta que conduce a una larga y estrecha sala, alumbrada por la tenue luz crepuscular de la tarde. A los dos costados de la sala corren dos hileras de escaños o bancas de madera groseramente trabajadas, las que van ocupando en silencio los estudiantes. Al final del aposento se levanta una pequeña plataforma de madera y sobre ésta descansa una antigua mesa y una silla destinada al Profesor que viene a dictar su curso de Derecho Canónico, asignatura obligatoria durante cuatro largos años a teólogos y juristas en los programas de enseñanza universitarias de la época. Son las cinco de la tarde, hora señalada para dar comienzo a la clase. Con toda puntualidad asoma el Dr. Julio Matovelle a las puertas del Seminario, a donde llega desde su convento de padres Oblatos, congregación fundada por él, que ocupa el antiguo claustro de los padres de la Merced en uno de los barrios del extremo sur de la ciudad de Cuenca. Todos los alumnos le saludan con respeto y entran juntos con él a la cátedra. Es alto, corpulento y de aspecto majestuoso. Viste su manteo de paño negro, de irreprochable aseo, que conserva su brillo primitivo. Sus labios se entreabren con una leve sonrisa que da a su fisonomía un atractivo singular, reflejo de la tranquilidad de su espíritu. Sus ojos parecen despertar después de una larga meditación y su mirada, al través de sus anteojos de cerco de oro, es viva y penetrante. Su tez algo macilenta. Sus blancas manos que recogen con suma gracia el manteo, con la negrura del hábito sacerdotal, distinguiéndose por sus líneas de agradable perfección; manos bienhechoras destinadas al bien y a la caridad. Después de invocar, de rodillas, la asistencia del Espíritu Divino, el Profesor toma su asiento, corre lista de sus alumnos, son numerosos: seminaristas internos y externos, aspirantes al sacerdocio y estudiantes de Derecho Civil y Derecho Público, llenan la sala obscura donde se levanta la Cátedra. Se anotan las faltas de los inasistentes y luego el profesor abre el texto para tomar la lección a los estudiantes. En esta parte es severo. Las lecciones deben darse de memoria, al pié de la letra, sin interrupciones ni explicaciones arbitrarías. Si no se recita de seguida los párrafos contenidos en las dos o tres fojas del texto, el Profesor se incomoda, reprende, corrige con acritud, sin consideración a nadie; no quiere que se pierda una sola línea de sus Principios Generales de Derecho Público Eclesiástico, donde palpita y vive el pensamiento del autor, junto con el acopio seleccionado de la doctrina. Para bien de los estudiantes no se toma la lección a todos sino a aquellos que le place el Maestro, los que deben recitar de pié los párrafos que él indica a modo de pregunta, por fin ha terminado esta angustia de sus alumnos. El profesor comienza la explicación, su discurso didáctico es un modelo de oratoria escolar. La palabra suave sale de sus labios con una claridad que penetra la mente y va iluminando la inteligencia del estudiante. Su elocuencia sigue el ritmo de la tesis que expone en el curso de sus lecciones. A veces, apacible, en una calma semejante al correr silencioso de nuestros ríos. En los puntos de agitada controversia, su voz se eleva en un tono armonioso y sus frases incisivas manifiestan lo interesante y arduo de la doctrina que defiende el profesor.