MACIAS CEDEÑO TIBURCIO

PEDAGOGO.- Nació en Calceta, Provincia de Manabí, el 11 de Agosto de 1848. Hijo legítimo de Ramón Macías Mendoza y de Maria Vicenta Cedeño, agricultores blancos de la zona de Calceta.

Tuvo una hermana mayor llamada Juana Catalina, aprendió las primeras letras con la señorita Amalia Zevallos Intriago (1822-1907) y la primaria en la escuelita del prestigioso pedagogo colombiano Juan Crisóstomo Suláibar en Portoviejo.

Su padre se empeñó en hacerlo un hombre de provecho para su provincia y la Patria y por ello lo mandó a estudiar a Cuenca donde tenía parientes y existían mayores medios para sobresalir, pero como al poco tiempo murió, el joven quedó sin recursos para continuar la carrera de Médico que había escogido. Entonces regresó a Manabí y radicó en el antiguo sitio de Quebrada Grande, llamado Río Chico desde finales del siglo XVIII y dedicado a labores propias del comercio, permaneció varios meses hasta que abandonó dichos trabajos porque no tenía vocación para ellos.

En 1875 los padres de familia de Portoviejo le pidieron que tome a cargo la escuelita del lugar y así fue como empezó su larga carrera. Al poco tiempo contrajo matrimonio con Olalla Guadamud, unión feliz con nueve hijos.

En Enero de 1879 fundó el noticiero “El amigo del pueblo”, semanario de los más antiguos de esa provincia, que imprimía en forma de folleto en una pequeña máquina que hizo llevar al lugar y como era un diestro mecánico pronto sacó fama de buen tipógrafo.

En 1884 fue designado Director de la escuela San Luis Gonzaga de Portoviejo y tuvo por ayudante a Rafael Zevallos Chiriboga y a Quiterio Saltos.

En 1888 le designaron profesor ayudante en el Colegio Pedro Carbo de Portoviejo, a petición del rector William Peter Retener, pedagogo inglés que dirigía el plantel. En Mayo de ese año fundó con su amigo Joaquín J. Loor el periódico “El Bien Público”, cuyo administrador fue Antonio Segovia. Se editaba en la imprenta El Horizonte, en un formato de 40 x 60 cmts. y dejó de aparecer en 1893 tras completar doscientos setenta números porque el Obispo Pedro Schumacher entró en polémicas y hasta fulminó excomunión mayor contra Macias y su amigo Loor, quienes tuvieron que retractarse para salir bien librados de tan fenomenal escándalo.

Entonces, con un poco más de tiempo disponible, ascendió al rectorado del “Pedro Carbo” que desempeñó a satisfacción del vecindario durante tres años. En 1901 fue nombrado Director de la Casa de Huérfanos de Artes y Oficios que tenía una de las mejores imprentas de la república, adquirida poco antes por Schumacher.

En 1905 el pueblo reunido en Asamblea General decidió llevarle a la presidencia del Concejo y allí se mantuvo un año gozando del respeto y el aprecio de sus congéneres. El 6 fue Administrador de Correos, pero una vieja dolencia cardiaca que le venía aquejando le condujo al sepulcro el 1 de Agosto de 1907 a los cincuenta y nueve años de edad.

Fue hábil para la relojería y tuvo un pequeño taller de reparaciones que gozó de justa fama. En Portoviejo vivía en un chalet de caña en la calle Córdova y Morales y gastaba sus horas de ocio en excursiones por los alrededores acompañado de sus hijos pues era muy dado a la cacería.

Como buen profesor tenía suma paciencia y un orden especial para hacerse querer de los niños. Con los animales usaba iguales métodos de persuación. Todavía se cuenta que había domesticado a una perdiz para que a su simple silbido todas las tardes a las cinco se recogiera en su dormitorio. En una ocasión el bueno de don Tiburcio se olvidó de silbar y la perdiz se quedó fuera largo rato sin poder entrar porque estaba la ventana cerrada. Entonces, cansada de la espera, la perdiz empezó a silbar para llamar la atención a su amigo. En otra ocasión su hijo José Tiburcio importó de España varias cajas de vino y en una de ellas llegó de contrabando un ratoncito blanco. Don Tiburcio lo pidió y lo llevó a su chalet. Siete días después convocó al vecindario y con dos palmadas hizo que el ratoncito sacara su cabeza de un horámen que había en la pared sobre el gancho de una hamaca y bajara corriendo por la soga a recibir el pedacito de queso que le tenia listo su amigo. Luego de ello, corrió otra vez a su hueco y allí se estuvo hasta el día siguiente que se realizó nuevamente la operación de las palmadas y el queso.

Los que le conocieron aseguran que tenía el trato amable, suave y dulces expresiones, empleando una sagaz cortesanía con sus semejantes. Por eso era querido y apreciado por todos. Una noche, que regresaba a su casa, fue asaltado en una esquina oscura por un desconocido, que le dijo: “La bolsa o la vida don Tiburcio”. El sorprendido pedagogo, muy despacio, se metió la mano al chaleco y en lugar de sacar la billetera sacó una pistolita que siempre llevaba consigo, contestando al ladrón: “Ni la bolsa ni la vida y siga Ud. su camino, querido amigo, que yo no le voy a dar nada” Pero el ladrón insistió “No sea necio es mejor que la gente diga: Por aquí corrió y no aquí murió don Tiburcio” pero el otro enérgicamente le apartó de su lado al grito de “Eso sería según las circunstancias” y se alejó rápidamente.

En otra ocasión y jugando al billar con varios amigotes, quiso hacer una jugada especial de banda con efecto y uno de ellos le increpó: “No seas pendejo, así no lo vas a lograr”. Don Tiburcio insistió y lo logró ante las risas de los presentes que celebraron su maestría como billarista.

En 1933 sus restos mortales fueron inhumados por la Municipalidad de Portoviejo juntos a los de la Profesora Amalia Zevallos y se levantó una severa Capilla Ardiente en el salón de actos del Colegio Nacional Olmedo y después fueron sepultados en dos bóvedas donadas por las Municipalidad como prototipos de maestros manabitas. En su honor se designó también a la Escuela Fiscal No. 1 de Varones de Portoviejo con su nombre.

De estatura más que regular, esbelto, delgado, rostro canela claro, grandes bigotes gruesos, ojos y pelo negro. Siempre vestía ternos de casimir y chalecos. Era inteligente, instruido, parco y ceremonioso en el hablar, por eso gozó del respeto y admiración del vecindario portovejense.