SUCEDIO EN LIMONES
EL RECLUTA QUE AVISO SU MUERTE
La Telepatía como forma de comunicación.

A mediados de 1.941 José Cupertino Nazareno era un fornido trigueño de diez y ocho años de edad que navegaba las costas de Esmeraldas con su padre en una canoa a motor, llevando y trayendo distintas mercaderías para el aprovisionamiento del puerto de Limones donde vivía con sus cinco hermanos. Era un muchacho sano, de mente despejada y no se le había conocido vicio ni novia; sin embargo algo había en su interior que lo mantenía triste la mayor parte del tiempo, callado, meditabundo y como si presintiera que su vida tendría pronto y trágico fin.
En eso ocurrió que el Perú comenzó su penetración por el oriente y El Oro y nuestro gobierno llamó a la juventud a formar filas en las reservas para combatir al invasor. José Cupertino estuvo entre los primeros que se presentaron en Esmeraldas y de inmediato fue enrolado en el Batallón “Carlos Concha” que se movilizó a la frontera sur de El Oro bajo el mando del Teniente Coronel José H. Sánchez, quien había llegado con tal objeto de la sierra. La marcha se realizó sin novedad y por la costa, sin alejarse mucho pues se sabía de barcos peruanos que andaban patrullando Manabí. Al final, después de los agotadores días del viaje, arribaron al puerto de La Libertad y de allí siguieron por tierra a Guayaquil.
En nuestra urbe fueron acomodados a como se pudiera en el batallón Quinto Guayas, donde los trataron bien dándoles cobijas para dormir. Dos días después recibieron la noticia de un nuevo traslado a Machala y a pie porque no se disponía de suficientes transportes. Esa noche todo fue alegría en el grupo que jamás había conocido lo que era la guerra, así es que se imaginaban los buenos muchachos que irían a una especie de picnic. Sin embargo a las tres de la mañana fueron despertados con dianas y empezaron a empacar. Poco después entró el Mayor Sepúlveda y les pidió que limpiaran los fusiles que acababan de recibir el día anterior y que a duras penas habían tenido oportunidad de examinar, José Cupertino tomó el suyo y cuál no sería su sorpresa que ni bien lo tuvo en sus manos se escuchó una detonación y cayó al suelo. Una bala había estado puesta y se disparó destrozándole la mandíbula y ocasionándole la muerte instantánea. Su cadáver estaba en el suelo, horriblemente destrozado.
¡Mal agüero! Opinó el Teniente Coronel Sánchez cuando se enteró del suceso. Nazareno fue llevado a la morgue y recibió sepultura en el cerro, sin más honores que el acompañamiento de dos empleados de la Beneficencia encargados de realizar tal faena.
Mientras tanto en Limones estaba su madre realizando las labores propias del desayuno cuando escuchó un golpe seco en el marco de la ventana. Salió a ver quien era pero no había nadie, una sensación de desagrado que pronto se fue convirtiendo en deseos de llorar la invadió casi enseguida y volviéndose a su marido le dijo: Oye tu, algo le ha pasado a nuestro hijo en el Guayas pues me ha parecido que su espíritu nos ha visitado… y sin decir nada se acomodó muy quietecita en un rincón a llorar desconsoladamente y por más que hizo la parentela y el vecindario para reanimarla no lo consiguieron en todo el día.
A la mañana siguiente la buena mujer lió sus pocos bártulos y se vino a Guayaquil con su esposo, dispuesta a averiguar dónde estaba su hijo, pero una vez en el puerto se sintió decaída y directamente se trasladó a las oficinas del Cementerio, donde tras muchas averiguaciones le dijeron que su hijo había sido llevado al cerro tres días antes solamente. La mujer oyó y se persignó, pues ya lo sabía de antemano.
Poco después y casi sin guía ni mayores indicaciones dio con la tumba de su amado hijo, cuya tierra recién removida indicaba claramente que era una tumba nueva entre las muchas de esos parajes. Allí madre e hijo dialogaron en pensamiento, se dieron la postrer despedida y todo acabó pues Micaela Cangá no ha vuelto a Guayaquil y eso que han transcurrido más de 44 años desde que ocurrieron esos sucesos y en las noches de luna, guitarra en mano y en su hamaca de mocora tendida entre dos palos de pechiche allá en su querido Limones entona dulces melodías para su hijo que ni siquiera pudo conocer la frontera en la aciaga guerra del 41 y que por el azar del destino descansa en lo alto del cerro del cementerio de Guayaquil.