LAVAYEN Y GORRICHATEGUI MACLOVIA

DAMA DE MUCHO CARACTER.- Bella y sensual era doña Maclovia de Lavayen y Gorrichátegui cuando se enamoró perdidamente de ella el marcial y valeroso comandante Camilo Borja Miranda y poco después se casaron en Quito, en casa de los Borja, donde Maclovia, que tenía su carácter y era franca e impulsiva como buena costeña, no aprendió las cortesanías propias de la capital ni a refrenar sus impulsos.

Después de 5 años el matrimonio y sus hijos pasó a Esmeraldas a vivir en un idílico sector de las selvas vírgenes que Borja transformó en edén, pero todo fue destruido en el terremoto del año 1859 y regresaron a Guayaquil.

Los posteriores sucesos y el advenimiento de la dictadura garciana le hicieron un potencial enemigo político por su notorio parentesco con el mártir Juan Borja asesinado en prisión por el tirano y si a ésto agregamos su condición de oficial Taura, tenemos el panorama completo. El 65 estuvo bastante comprometido con la invasión de Urbina y mal la hubiera pasado si lo tomaban preso, pero escapó a tiempo con dirección a la Sierra, mientras su casa era revisada por la tropa y en la Sierra se quedó hasta su muerte tres años después, el 68 en Ambato, sin poder regresar al puerto. El día de la requisa doña Maclovia se había vestido y fue a arreglárselas con el comandante militar de la plaza Secundino Darquea, a quien acusaba de haber ordenado la dicha revisión de sus trastos y encarándole, dijo: “Oiga Ud. so soldado de porquería, qué se ha imaginado, mandar a revisar la casa de una mujer sola, a sabiendas que no tiene un hombre que la defienda, carajo” y más le habría, dicho, si Darquea la hubiera seguido escuchando, pero como no era tonto se dio la media vuelta y salió precipitadamente del cuarto, en medio de la hilaridad de los soldados presentes que asentían muy en lo hondo con la repucheta que le acababan de dar a “Mi Coronel”. Así terminó este jocoso incidente que poco después fue comentadísimo en esta ciudad.

Hacia 1870 doña Maclovia contrajo segundas nupcias con Don José Reire y Enrile, menor en edad a ella, de quién también tuvo descendencia, enviudó y volvió a vérselas sola y pobre, pero de alguna manera envió a su hijo Cesar a estudiar a la Universidad de San Marcos de Lima, de donde regresó convertido en un guapo mozo como su padre y en distinguidísimo galeno, que todo lo curaba, sobresaliendo en la especialidad de fiebre amarilla.

El Dr. César Borja, fiel a su tradición, fue liberal, pero al triunfo de la revolución del 95 sufrió injusto destierro con el general Julio Sáenz y mientras los sirvientes preparaban los baúles, a uno de ellos se le ocurrió comentar delante de doña Maclovia que la lora de la casa seguía repitiendo “Viva Alfaro”, saladísima frase que ella misma le había enseñado, lo que indignó a la noble anciana de gran carácter, que gritó: “Boten a ese pajarraco” y hasta le habría retorcido el pescuezo si la hubiera tenido cerca.

Pocos meses después, el 6 de Octubre de 1896, doña Maclovia se asomó a la ventana de su casa ubicada en Roca y Rocafuerte y al ver las lenguas enormes de fuego que ya iban devorando buena parte del centro de la urbe, díjole a su sirviente: “Oye tú, anda por carretillas, que esta casa se quemará” y con toda tranquilidad a eso de las siete de la mañana hizo meter sus principales cosas y en cuatro carretillas se fue hasta Boyacá (que entonces era la sabana) y de allí siguió hasta la calle de la Industria, hoy Eloy Alfaro, donde tenía una casita, instalándose justo a tiempo para saber que a las once se había quemado su casa del centro. Feliz idea del cambio, porque no se perjudicó con nada más que con la pérdida del inmueble, que ya estaba algo viejo.

Y así podríamos seguir hablando de ella, quién decía siempre: “Mi hijo César es hechura sólo suya, nadie lo ha ayudado y es un genio” con la admiración propia de toda madre cuando ve triunfar a sus hijos, pero esta crónica se acabó.