LARREA RIVADENEIRA CARLOS MANUEL

ESCRITOR Y DIPLOMÁTICO.- Nació en Quito el 9 de Febrero de 1887. Hijo legítimo de Manuel Larrea Lizarzaburo, abogado y agricultor riobambeño, Director de Estudios que perdió su cargo para la revolución liberal de 1895 y tuvo que vivir varios meses escondido por ser sobrino del General Pedro Ignacio Lizarzaburo, quien había combatido a Alfaro en el campo de batalla, y de Filomena Rivadeneira González, quiteña.

Entre 1893 y el 95 realizó sus primeros estudios en la escuela de los Hermanos Cristianos y cuando fue clausurada el 95 estuvo por corto tiempo en la escuelita que abrió el Doctor Borja Yerovi en la casa parroquial del Sagrario, meses más tarde cuando los hermanos reabrieron en “El Cebollar” volvió donde ellos y fue alumno del hermano Miguel.

Al finalizar la primaria y debido a las dificultades económicas de su hogar estuvo a punto de abandonar el Colegio pero gracias a la ayuda del Cura Párroco Ciro Mestanza, quien conocía de su talento, logró los fondos necesarios y pasó al “San Gabriel” de los jesuitas.

Siempre fue un alumno aprovechado, tuvo de profesores a los padres Resh y Bernard. En 1904 se graduó de Bachiller e ingresó a la Compañía de Jesús y cursó humanidades Clásicas y Filosofía recibiendo las primeras órdenes pero no concluyó su carrera eclesiástica, pues más que vocación religiosa sentía ansias de saber. Al egresar creó en 1908 el Centro Católico de Obreros, empezó a enseñar historia, etnografía, arqueología americana e historia y geografía universal en diferentes Colegios, tuvo un período alegre y un hijo natural (Eduardo Larrea Stacey).

Había comenzado a leer en la biblioteca de su padre y sobre todo en los de su tia Victoria Rivadeneira González quien le inculcó el amor a los libros y hasta le dejó en herencia varios originales inéditos de ficción.

En 1906 fundó y presidió la Sociedad Literaria Olmedo y conoció al Arzobispo González Suarez, quien le llevó en 1909 entre los ocho jóvenes fundadores de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos que funcionó bajo la dirección del Arzobispo, a quien el joven Larrea consideró de allí en adelante como su maestro porque le visitaba semanalmente en el Palacio Arzobispal. En esa época empezó a trabajar para su amigo Jacinto Jijón y Caamaño en varias expediciones arqueológicas practicadas en las haciendas “Urcuquí” y “Molino del Quinche”. En 1910 fué Oficial Primero de la Secretaría de la Cámara del Senado.

En 1912 presenció el asesinato de los Alfaro y sus tenientes, viajó con Jijón y Caamaño a Europa, participaron en el Congreso Internacional de Americanistas que ese año se realizó en Londres, después pasaron a París y conocieron a Paul Rivet, quien los dirigió y orientó en las prácticas de antropología física y craneología.

La estadía por el viejo continente se prolongó trabajando con Jijón hasta 1916; siguió un curso de “Historia de las Religiones” en la escuela de Altos Estudios de la Sorbona de París y algunos cursos libres en el Colegio de Francia, recordaría siempre el de Antropología Física que recibió de Paul Rivet. Hablaba inglés, francés e italiano, algo de latín y realizó investigaciones históricas en los archivos y bibliotecas de Londres, Oxford, París, Madrid, Simancas, de Indias en Sevilla, donde copió muchos documentos a mano, etc. también visitó otras bibliotecas y archivos de Europa y los Estados Unidos.

En 1914 habían salido en Quito dos obras escritas a medias con Jijón y Caamaño tituladas “Contribución al conocimiento de los aborígenes de la provincia de Imbabura” y “Nueva Contribución…” De regreso dictó clases promocionales en el Centro Católico Obrero, hizo periodismo y trabajó en la administración de una hacienda de Jijón ubicada en Imbabura. En 1918 publicaron “Un Cementerio incásico en Quito y notas acerca de los Incas en el Ecuador” en 102 págs. 44 láminas y 5 dibujos y comenzaron a colaborar en el Boletín de la Sociedad de Estudios Históricos Americanos, luego Academia Nacional de Historia.

En 1919 escribió la Introducción y Notas a la Relación inédita de Miguel de Estete en 50 páginas, titulada “Descubrimiento y conquista del Perú” y editó dos estudios, uno sobre la Arqueología de Esmeraldas en 24 páginas y otro sobre dos objetos de oro hallados en la provincia de Imbabura, en 8 páginas y 2 láminas. En 1920 fué electo presidente de “El Ateneo” de Quito, Diputado suplente por Pichincha y administró un Molino en Latacunga propiedad de un señor de apellido Bueno.

En 1921 dictó la cátedra de Historia y Geografía Universales en el Instituto “Manuela Cañizares” y editó “Un Cuadro de Goya y breves noticias sobre un Obispo de Quito” en 8 páginas y 1 lámina. Para entonces había iniciado sus notas Bibliográficas sobre Otto Von Buchwald, Martín Doello – Jurado, Remigio Romero y León, Eric Boman y Luis María Torres, que aparecían en el Boletín, ricas en informaciones y conclusiones, notables por la erudicción de su autor, pues Larrea siempre tuvo dos pasiones científicas en su vida, la arqueología y la bibliografía.

En 1922 escribió la Introducción al 573 continuar la obra de González Suárez que abarcó solo hasta el siglo XVIII.

En 1931 fué designado Director de Limites de la Cancillería y adquirió a su padre una casa en Chimbacalle. A la caída de Ayora subió Luís Larrea Alba al poder, pero lo abandonó a poco por falta de apoyo del Congreso. Entonces ascendió Alfredo Baquerizo Moreno y el 15 de Octubre de ese año le designó nuevo Canciller de la República. En este período también le correspondió encargarse de la cartera de Educación y pasaba por sujeto independiente pero de mentalidad progresista y hasta liberal, aunque muy amistado con los conservadores. Afinidades de órden cultural y literario le hicieron estrechar una buena amistad con el Presidente Baquerizo Moreno, al punto que éste lo invitaba en algunas ocasiones y a la caída de las tardes a pasear en su automóvil, solamente para admirar el paisaje de los alrededores de Quito y para conversar de libros y autores nacionales.

En las elecciones de 1932 triunfó el candidato conservador Neptalí Bonifaz, que a causa de su discutible nacionalidad – en su juventud se había declarado ciudadano peruano – fue descalificado por el Congreso, cuya mayoría liberal y socialista no permitió su ascenso al poder. Los miembros de la llamada Compactación Obrera del Pichincha salieron a protestar a las calles corriendo la sangre hasta los tobillos, conforme había predicho. Durante esos fatídicos cuatro días el Presidente Baquerizo se asiló en la legación argentina y quiso encargar la presidencia de la República a Carlos Manuel Larrea para lo cual iba a designarlo Ministro del Interior; pero éste se opuso, prefiriendo continuar en la Cancillería. Entonces se nombró Encargado al Ing. Carlos Freile Larrea que solo gobernó dos días, porque en el interim, los Senadores y Diputados reunidos en Machachi, designaron al último presidente del Senado, Alberto Guerrero Martínez. Pasada la emergencia Guerrero le designó Asesor de la Cancillería y Miembro de la Junta Consultiva.

En 1933 el nuevo Presidente Juan de Dios Martínez Mera lo mandó de Ministro Plenipotenciario en Colombia, allí actuó con mucho tino defendiendo la tesis de la neutralidad del Ecuador en el conflicto armado de Leticia suscitado entre Colombia y Perú. A la caída de Martínez Mera subió al poder Abelardo Montalvo, quien convocó a elecciones y triunfó Velasco Ibarra. Entonces Larrea renunció sus funciones

I como ambos eran diametralmente opuesto pues mientras de la Torre siempre fue rotundo en sus apreciaciones, fascista en sus ideas, terriblemente trabajador y de carácter bastante agrio, Páez era en cambio un apuesto clubman viajado por Europa, moderno para su tiempo, bastante ocioso y bueno para casi nada.

Hubo quejas al Nuncio Fernando Cento con sede en Lima quien viajó a Quito para abogar ante el gobierno a favor de Arzobispo pero no tuvo éxito. En Diciembre del 35 Páez dictó un decreto por el cual se declaraba que por la Constitución de 1906 la Iglesia ecuatoriana había cesado como institución de derecho público. Al poco tiempo Larrea, a fuerza de insistencias a Paéz, que era un sujeto muy especial, consiguió la autorización necesaria para llamar a Cento y comenzaron nuevas conversaciones diplomáticas con amplias miras para normalizar las relaciones diplomáticas con la Santa Sede cortadas en 1895. Fruto de este esfuerzo suyo fue la suscripción del “Modus Vivendi” y el pago de docientos mil sucres a la Curia como indemnización por sus bienes confiscados durante la revolución liberal. El Arzobispo aceptó el Acuerdo de muy mala gana porque siempre fué terco y hasta soberbio por que no gustaba dar su brazo a torcer y porque su asesor Julio Tobar Donoso que seguía instrucciones de Cento, así lo recomendó. Los liberales radicales calificaron al Tratado de vergonzosa renuncia, pero mal que bien, desde entonces, ha sido instrumento utilísimo a la República y más a la Iglesia, pues dió normas y limitó los abusos eclesiásticos, reconociendo el poder de la iglesia aunque reducido por el carácter laico del Estado ecuatoriano.

En octubre ocurrió la dictadura del General Alberto Enríquez Gallo y Larrea renunció la Cancillería pero el Nuncio le pidió que permaneciera en funciones en razón de la necesaria continuidad para la aplicación del Tratado y así lo hizo hasta Julio de 1938 sin ser molestado por el dictador. En Agosto, el nuevo Presidente Interino Dr. Manuel María Borrero, lo designó Vocal del Instituto Nacional de Previsión Social y Asesor General de la Cancillería.

En 1940 el Ministro de Relaciones Exteriores Dr. Julio Tobar Donoso lo designó Embajador a la transmisión de mando de Panamá. En 1941, a causa de la invasión peruana, fue enviado como Ministro Plenipotenciario alPerú y le tocó pasar muy duros momentos pues la opinión pública de ese país estaba alzada contra el nuestro. En 1942 fué trasladado con iguales funciones a Argentina. En 1943 ascendió a Embajador pero renunció al producirse en Guayaquil la revolución del 28 de Mayo de 1944 que terminó con la presidencia del Dr. Carlos Alberto Arroyo del Río y dio paso a la segunda presiencia del Dr. Velasco Ibarra. De regreso a Quito publicó “El estudio sobre los Cañaris” en 24 páginas. En 1947 sonó su nombre para la Vicepresidencia de la República a la caída del Coronel Carlos Mancheno Cajas.

Los legisladores formaron un bloque Progresista dirigido desde bastidores por Galo Plaza y Jorge Mantilla Ortega del diario El Comercio, para cerrar el paso a Francisco Arízaga Luque y se le propuso la Presidencia Interina a un guayaquileño sin resistencia, el banquero Carlos Julio Arosemena Tola y la Vicepresidencia fué solicitada por el partido conservador para Larrea, pero como Arosemena no quizo aceptar al principio y se pensaba que renunciaría después, se desechó a Larrea prefiriéndose al liberal José Rafael Bustamante a quien fueron a buscar de apuro a su quinta en Paluguillo.

En 1948 dió fin a su obra mayor “Bibliografía Científica del Ecuador” publicada por la Casa de la Cultura en cinco tomos entre 1948 y 1953. Magno esfuerzo a nivel de Bibliotecas públicas y privadas y su mejor contribución a la cultura ecuatoriana. Obra clásica, aunque después fue superada en parte por el diccionario bibliográfico de la biblioteca de los jesuitas en Cotocollao que aún continúa saliendo.

El 48 fue un buen año para Larrea porque lo llamó el Presidente Carlos Julio Arosemena Tola como miembro de la Junta Consultiva del Ministerio de Relaciones Exteriores, poco después lo envió de Embajador ante el Vaticano y asistió en París a la Asamblea Anual de la ONU.

En 1950 presidió la Delegación ecuatoriana durante lo actos de la canonización de Mariana de Jesús, circunstancia que aprovechó el Papa Pío XII para otorgarle la Orden Piana con título de nobleza, como premio a su actuación en 1937. También asistió a la V Conferencia de la Unesco en Florencia. En 1951 fue trasladado como Embajador a Gran Betraña y después a Colombia y al terminar la presidencia de Galo Plaza regresó al país en 1952 no sin antes ver como se reeditaba en Madrid su “Bibliografía Científica del Ecuador” que ha visto dos ediciones más, la del 53 de la Casa de la Cultura del Ecuador y del 68 de la Corporación de Estudios y Publicaciones, ambas en tres volúmenes.

En 1953 fué electo Concejal del Cantón Quito integrando la lista de Rafael León Larrea que ocupó la Alcaldía y resultó designado Presidente Ocasional del Concejo. Dentro de la línea bibliográfica publicó “El Ecuador país amazónico”, “Notas Bibliográficas”, “Bibliografía de Cristóbal de Gangotena y Jijón” y cuatro trabajos en el Boletín de informes Científicos Nacionales. En 1954 apareció “Bibliografía Histórica Ecuatoriana”. Estaba retirado de las funciones públicas y por eso comenzaba a publicar sus apuntes sobre diversos temas.

En 1955 editó “Primeras Noticias del archipiélago de Galápagos” que le sirvió para dar a la publicidad tres años después “El Archipiélago de Colón” en 423 págs. premio Tobar; libro utilísimo que también merece una reedición. En 1956 salió su “Homenaje al sabio americanista Max Uhle” en 16 páginas y los “Documentos acerca del camino a Esmeraldas”. En 1957 su “Introducción al estudio de la arqueología ecuatoriana” en 44 págs. En 1958 “Manuel Villavicencio y la Geografía del Ecuador” y “Posibles influencias asiáticas en las culturas prehistóricas ecuatorianas” en 11 págs. En 1959 “Crónica de la conquista del Reino de Quito” en 9 págs. y “El Museo San Galo de arqueología ecuatoriana” en 5 págs. En 1960 “Datos acerca de la antigüedad del hombre en el Ecuador” en 13 págs “Estado actual de la prehistoria ecuatoriana” en 77 págs comentando un estudio de Max Uhle y “Disertación acerca de las culturas prehistóricas del Ecuador”, en 6 págs. pronunciada como discurso en la IV reunión de consulta sobre historia del Instituto Panamericano, celebrada en Cuenca. En 1961 “El Presidente Dionisio de Alcedo y Herrera”.

En Agosto de 1962, estando en Madrid para la ordenación sacerdotal de su hijo Juan, sufrió varias semanas de fiebre y fue hospitalizado sin que se descubriera su mal, que fue una hipertrofia de la próstata curada a su vuelta a Quito. En 1963 salió “La Real Audiencia de Quito y su territorio” en 135 págs. En 1995 “La Cultura Incásica” en el Ecuador”, luego vendrán “Notas sobre la antigüedad del hombre en el Ecuador” en 7 págs. “Investigaciones arqueológicas en el sitio del Inca” en 25 págs. y “La zona Ilumbisi- Cumbayá” en 2 págs. y la biografía de “Barón de Carondelet”

En 1969 fué su mejor momento intelectual, de grandes trabajos, donde el erudito se demostraba activo y lucido. Además, sumamente positivo, pues ya estaba de sobra en la tercera edad. En las primeras horas asistía a misa, luego concurría a la fábrica La Internacional de la que era Presidente y allí permanecía hasta las doce del día. Regresaba a su villa de la Avda. 12 de Diciembre con sus torres almenadas y amplias galerías y ordenaba papeles, leía y escribía, contestaba cartas y atendía visitas que le llegaban aun del exterior, así salieron más de veinte títulos pero quedó viudo, situación que lo afectó, hiriendole hondamente y restandole fuerzas para el trabajo intelectual. En 1970 editó las biografías de Santa Mariana de Jesús” en 172 págs.

En 1972 publicó una “Historia Internacional” en 48 págs. y “Prehistoria de la región andina del Ecuador” en 208 págs. En 1973 “El arzobispo mártir Ignacio Checa y Barba” en 167 págs. En 1974 “Antonio Flores Jijón” en 281 págs. Personaje de su preferencia por considerarle el ideólogo del Progresismo, tendencia política que intentó unir – sin conseguirlo – a los sectores políticos divergentes del país y “Fundación del Primer Monasterio del Carmelo” en 110 págs. En 1975 “Historia de la Catedral de Quito” en 207 págs. En 1977 “Principales publicaciones de Jacinto Jijón y Caamaño” en 168 págs. y “Cartografía Ecuatoriana” en 177 págs. Estos trabajos los había tenido casi terminados al enviudar, de manera que solo debió hacerlos pasar en limpio y corregir las pruebas.

Poco después decayó notablemente su salud y aunque seguía saliendo por las mañanas comenzó a tener vacíos mentales. Finalmente ya no volvió a salir y el 22 de Noviembre de 1983 mandó llamar a sus hijos, a un sacerdote y al médico porque se sentía muy decaído y les avisó que posiblemente esa noche moriría, lo que sucedió a las siete, a causa de vejez y agotamiento, que no por enfermedad visible. Tenía noventa y siete años y dejó una de las más importantes bibliotecas del país, no solamente por la riqueza de su acervo sino también por el cuidado y ordenamiento conque la mantenía.

Bajo de estatura, tez blanca y rosada, ojos azules, facciones finas y regulares, nariz roma y labios delgados, cuando loconocí y traté en 1960 era un víejedto encantador, pulcro y nítido, de suaves modales y reposado continente, que a nadie negaba consejos y vivía orgulloso de la labor intelectual de su hijo Juan que por entonces estaba escribiendo su obra de Derecho Civil en varios tomos.

Conmigo siempre tuvo deferencias especiales. Le visitaba sin previo aviso desde que en 1958 me envió a su casa Pedro Robles y Chambers para recabar noticias genealógicas de su familia y me recibía paternalmente. Hablábamos de libros y personajes, me enseñaba lo suyo con largas explicaciones que yo trataba de memorizar. En alguna ocasión me obsequió su Ex Libris impreso en Europa con el escudo familiar de los Larrea por descender yo de esa familia por mi abuelo Juan Luis Pimentel Tinajero, también una copia fotográfica del retrato pequeñito y al óleo que conservaba de la esposa de Fernando Tinajero de la Escalera Trujillo y Baro natural de Sevilla, primero de su apellido en pasar a América. Nuestra antepasada terminó sus días de monja. En otra ocasión me prestó una copia mecanografiada de la obra genealógica de Fernando de Larrea Zurbano, que yo copié integramente en Guayaquil y tengo empastada en mi biblioteca. Por años fui su agente bibliográfico y hasta canjeábamos libros. Le obsequié un ejemplar del rarísimo Diccionario Biográfico de Chile de Figueroa y él me retribuyó con el Diccionario del Valle del Cauca de Arboleda pues tenía dos ejemplares en su biblioteca. Nuestra correspondencia se volvió nutrida, de suerte que terminamos siendo muy unidos a pesar de las diferencias de edad, yo por entonces era secretario ad -honorem de Robles y Chambers, el sabio que todo lo conocía sobre los archivos guayaquileños, de manera que mi relación con don Carlos Manuel servía de puente para intercambiar información genealógica. El siempre tuvo buena pasta para tratar a la gente y por eso se ganaba las simpatías universales.