SCHOLAR.- Nació en Madrid el 22 de mayo de 1928 en el barrio de Arguelles. Su padre José López Fernández, Madrid 1900, decía que “iba con el siglo”, de profesión taxista en Madrid, hombre bondadoso, que no juzgaba a nadie. La madre Basilisa Hermenegilda
Rueda nació en 1902 en una minúscula aldea de Soria llamada Montuenga, fue siempre ama de casa. Tuvieron tres hijos: José (el mayor) Joaquín y Luis. Los tres nacieron y vivieron siempre en un pequeñísimo apartamento interior de treinta y cuatro metros cuadrados sin calefacción ni agua caliente, en el segundo piso de un edificio de viviendas de la calle Gaztambide No.35.
Recuerda que cuando era niño le echaba carreras por la calle subido en un coche de juguete y su padre en el taxi. El verano de 1936 la madre y los tres hijos se trasladaron al pueblo soriano de Arcos de Jalón, donde ella tenía familia, para pasar unas semanas en el campo, siguiendo la recomendación del médico para que mejorara la salud de uno de sus hijos llamado de Joaquín. La estancia de unas semanas se convirtió en tres años por el estallido de la Guerra Civil española. El padre se había quedado en Madrid e incorporó al Ejército Republicano con el que hizo toda la guerra.
Cuando finalmente terminó la guerra, el “abueliño”, que había nacido en una aldea perdida en la provincia de Lugo, vino caminando a Madrid a finales del siglo XIX y vivió cien años, fue a buscar ^ a Basilisa y a los nietos a Arcos de Jalón y los trajo a Madrid a su propia casa, porque el edificio de Gaztambide había sido bombardeado y no era habitable. Se puede decir que el “abueliño” fue la persona de su familia a la que más quiso el joven José, después de su padre. Un año después de acabada la guerra, el padre apareció una mañana en la casa del abuelo, donde estaba viviendo la familia, después de una separación de cuatro años y sin noticias. Era tal su lamentable aspecto al volver del campo de concentración en la provincia de Pontevedra, cuando apareció en el primer piso de la calle de Latoneros 10, de Madrid, que su hijo Luis, que salió a abrir la puerta, gritó “¡Mamá, un pobre!”. No es difícil imaginar el efecto de aquella llegada en Basilisa Hermengilda, sus tres hijos y en el “abueliño”. Sin embargo, tras la alegría del reencuentro, había que enfrentar la dura realidad de la terrible posguerra, la miseria, el hambre, las cartillas de racionamiento, la falta de trabajo, sin olvidar que el padre había hecho la guerra con la República con las consecuencias que ello tenía.
La familia fue poco a poco normalizando su vida, cuando finalmente fue reparado el edificio tocado por las bombas de la aviación franquista y volvieron a su casa en Gaztambide 35, primaria y el bachillerato, que cursó con las máximas calificaciones.
Mientras estudiaba empezó a sentir un interés especial por la literatura y las humanidades y comenzó a escribir. Los azares del destino le llevaron a presentarse y ganar unas oposiciones a contable en el Banco de Londres y América del Sur, un trabajo absolutamente sólido y con futuro, que le hubiera permitido vivir cómodamente en Madrid toda la vida, pero que abandonó ante la sorpresa de todos pues la contabilidad y la literatura no casaban bien. Después de trabajar un año en el Banco, presentó su dimisión y comunicó a su familia su decisión de ir a la Universidad. Hijo de una familia obrera, que fomentaba el trabajo temprano de los jóvenes, se empeñó en ir a la universidad, a pesar que la situación económica y cultural de su familia no era especialmente favorable, aunque, curiosamente, tanto su padre como su madre, aceptaron la decisión. Sin embargo, gracias a las excelentes calificaciones que obtuvo durante sus estudios superiores, nunca tuvo que pagar las tasas universitarias porque el Gobierno becaba a los alumnos brillantes.
En la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid cursó Filología Clásica. 1946 fue un año importante. Empezó su carrera universitaria y conoció a Adelina en la Escuela Central de Idiomas de Madrid, muy popular institución de enseñanza de idiomas (posiblemente no habría otros centros de este tipo) Ella tenía catorce años y él dieciocho. Adelina recuerda que todavía llevaba medias de colegiala y que por eso no la dejaban entrar en el Ateneo de Madrid, del que su enamorado ya era socio.
Preocupados por el futuro profesional de la carrera de Letras le preguntaron al profesor Maldonado de Guevara, catedrático de Literatura Española, para qué servía y este les respondió “Para morirse de hambre, hijos, para morirse de hambre.” La misma pregunta se la hicieron a su profesor de griego y Director del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Manuel Fernández Galiano, quién les contestó: “pues como todas las carreras, para ganar dinero”. Evidentemente, a Galiano le había ido muy bien.
Otro profesor que recuerda con especial cariño es Santiago Montero Díaz, hombre de una vastísima cultura, catedrático de Historia clásica y persona muy querida por los estudiantes por lo pintoresco y original de su personalidad. Tal vez fue el profesor con el que tuvo una mayor relación.
Recuerda que Don Santiago era un hombre menudo, de baja estatura y un día al abordar el autobús que llevaba a los profesores a la Complutense, coincidió en la puerta con un sacerdote, hombre grande y de elevada estatura, que tenía el cargo de “prelado doméstico”. El prelado, naturalmente consiguió entrar primero al autobús empujando al pequeño historiador, quien le espetó: “Usted será muy prelado doméstico, pero necesita que lo domestiquen”.
Este profesor protagonizó una curiosa anécdota, cuando en los años sesenta, José López Rueda ya estaba instalado en Venezuela, Don Santiago Montero Diaz tomó un taxi en Madrid e inició una conversación con el taxista. Este le dijo que su hijo había estudiado en la Complutense Filología Clásica y naturalmente Don Santiago le preguntó por el nombre del hijo del taxista, que no era otro que su antiguo alumno y pidió a su padre que le aconsejara hacer el doctorado, lo que constituyó el objeto de la siguiente carta.
En la asignatura Historia de España, el Catedrático Antonio Ballesteros tenía el aterrador sistema de llamar uno a uno a los alumnos a la tarima para que recitaran de memoria su libro de texto. El alumno tenía que continuar donde había terminado su compañero anterior delante de toda la clase. De ese libro, aún recuerda un texto referido a Isabel de Portugal: “Y fue tal el ambiente de frivolidad, locura y devaneo de las damitas lusitanas que acompañaban a la reina, que la severa musa de la historia repugna el referirlo.”
En la Universidad tuvo como compañeros a Alfonso Paso, Alfonso Sastre, su gran amigo Medardo Fraile. También conoció a Rafael Sánchez Ferlosio y tuvo amistad con Jesús Fernández Santos y José Ignacio Aldecoa. Un día, volvió caminando desde la facultad hasta Arguelles con Carmen Martin Gaite, recién llegada de Salamanca. De repente, Carmen se detuvo y se inclinó para coger algo sin ningún valor, una ramita o una chapa o un corcho…, que había visto en el suelo, diciéndole a JLR, “es que yo colecciono ‘tiñas’ ¿sabes?”
A finales de 1951, acabada la carrera, tuvo que hacer el servicio militar, que prestó en la Milicia Universitaria, graduándose como Alférez, siendo destinado a Vigo. Durante su estancia en esta ciudad como suboficial, publicó varios artículos en el periódico El Pueblo Gallego y en el Faro de Vigo, decano de la prensa española. En el Pueblo Gallego, mantuvo una polémica con Miguel Delibes a propósito de un artículo en el que hablaba de las bellezas de los paisajes gallegos, en comparación con las desiertas estepas castellanas.
Terminado el servicio militar el 53 volvió a Madrid y empezó a trabajar como profesor de Literatura Española en el colegio de Huérfanos de la Policía.. Aquí conoció a Francisco Álvarez González, profesor en el mismo colegio, y que tendría una importancia decisiva en la vida de nuestro biografiado. Ambos eran socios del Ateneo de Madrid y volvían caminando juntos desde la plaza de Antón Martín, donde estaba el colegio, hasta la calle del Prado, donde se ubicaba el Ateneo. En estos paseos, hablaban de lo difícil que era ganarse la vida como profesores de colegio. En uno de estos paseos por la calle León, Francisco Álvarez González le contó que le habían propuesto un contrato para tomar parte en la fundación de la facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Cuenca, en América del Sur, de la que era Ministro de Educación y rector en ese momento Carlos Cueva Tamariz.
López Rueda se interesó vivamente por este proyecto y le pidió a Álvarez González que contara con él si había alguna posibilidad. La oferta se concretó uno o dos años después.
El 25 de enero de 1955, de veinte y seis años de edad, abordó la motonave Antoniotto Usodimare, de la compañía Italia de Navegazione, rumbo a Guayaquil, en una travesía de veinte días con escala en La Guaira, Curazao, Cartagena de Indias, Colón, Buenaventura, para detenerse finalmente frente a la isla Puná, donde el pequeño vapor Santa Rosita se acercaría al trasatlántico para llevar a tierra a los pasajeros que desembarcaban en el Ecuador, mientras el barco italiano continuaba su ruta hasta Valparaíso. El Santa Rosita remontó el rio Guayas hacia Guayaquil, donde desembarcó con un grupo de sacerdotes salesianos, un ex piloto de guerra madrileño que había sido contratado por una compañía de fumigación de Guayaquil y un geólogo alemán. Tras pasar una noche en el hotel “Pacífico” , tomó un ómnibus que le llevaría a Cuenca en un viaje de casi doce horas. En su novela autobiográfica “Viejo Mundo a la Deriva”, se describe la llegada:
“Eran las seis de la tarde cuando entramos en la ciudad de Cuenca. El ómnibus se detuvo en una plaza bastante amplia. El gran edificio del mercado se alzaba en el centro. En un extenso espacio que quedaba a la derecha, se veían numerosos tenderetes. Un intenso aguacero rebotaba sobre el pavimento. Debajo de un paraguas descubrí la enteca figura de don Lucas Oliver (nombre en la novela de Francisco Álvarez González), el profesor español que me había proporcionado el contrato de trabajo con la universidad.” Un poco más adelante la novela, describe su primera impresión de la ciudad:
“Cuenca es una población monástica, recoleta. Por su límite sur discurre el Tomebamba, que es un rio nervioso, joven, montañés. Altos picachos andinos la rodean por todos sus costados. Viejas casitas con galerías y eucaliptos manchan umbríamente el paisaje. Las abundantes lluvias dan con frecuencia a la ciudad un acerado aspecto de aguafuerte. Largos rebaños de nubes resbalan a veces por las laderas al atardecer y si uno se levanta luego con el alba, puede ver que densas brumas han borrado los horizontes de la ciudad por los cuatro puntos cardinales. Flores azules, violetas, encarnadas, esmaltan la verdura de la campiña en todas las épocas del año. Sauces reales, sauces llorones, crecen a las orillas del Tomebamba, del Yanuncay, del Tarqui y del Machángara; ponen su nota de clara melancolía sobre las praderas donde vacas y toros pastan y sueñan…”
Francisco Álvarez González llevó también a la Universidad de Cuenca a Silvino González Fontaneda y a Luis Fradejas Sánchez, para la facultad de Filosofía.
En Guayaquil, pudo retomar su relación con Ezequiel González Mas, de quien dice su esposa Adelina que ha sido el mejor amigo que han tenido en toda la vida. JLR conoció a Ezequiel en el Ateneo de Madrid. Ezequiel también se ganaba la vida dando clases en colegios. Estaba muy introducido en los ambientes literarios y recuerda ir con él frecuentemente a ver películas del neorrealismo italiano que se proyectaban en el cine Rialto.
Al terminar el curso académico de 1955, como profesor a tiempo completo de latín, griego e historia de la antigüedad, durante las vacaciones, emprendió un viaje hasta Santiago de Chile y Valparaíso, experiencia que se relata en su novela. Desde Cuenca viajó a Guayaquil, ciudad que entonces pudo visitar con más tiempo y que le agradó. Desde aquí, tomó un vaporcito llamado Jambelí que le llevó a Puerto Bolívar. Desde el barco pudo ver numerosos delfines nadando a gran velocidad pegados al casco. Desde Puerto Bolívar, un camión denominado “mixto” (para carga y pasajeros) atravesó las localidades de Machala y Santa Rosa y llegó a Huaquillas, donde cruzó la frontera y llegó a Túmbes. Aquí por primera vez en su vida pudo volar:
“Por la tarde adquirí un pasaje de avión hasta Lima en una agencia de la Faucett… (…) A las once de la mañana del domingo diecisiete subí en una avioneta de la Faucett con rumbo a Talara. El aparato era pequeño y rojo. Solo tenía seis asientos contando el del piloto y los pasajeros éramos solo dos. (…) ¡Qué sensación de maravilla la de mi primer vuelo…(…) La avioneta volaba entre el mar y la costa peruana. El mundo era un inmenso acuarium de cristal”.
El viaje continuó en ómnibus hasta Arequipa, luego Tacna, y finalmente Arica, en Chile y desde aquí en avión hasta Santiago. El viaje de regreso lo hizo en el trasatlántico Amerigo Vespucci.
Un año después de que llegara a Cuenca, viajó su mujer, Adelina, con la que se casó por poder el 31 de diciembre de 1955. A mediados de febrero del 56 Adelina llegó a las costas del Ecuador a bordo del trasatlántico inglés Reina del Pacífico. La pareja se instaló en un pequeño apartamento en la “Calle Larga” hasta que en noviembre, nació su primer hijo, Germán, en el Hospital Militar junto al rio Tomebamba. Adelina se acuerda perfectamente de haber bajado a toda velocidad las escaleras del Hotel Crespo hacia el hospital para dar a luz.
Francisco Álvarez González estableció en Cuenca una fábrica de cerámica y vitrales, para la cual trajo de España al ceramista Manolo Mora Iñigo, con quien estableció la sociedad “Álvarez – Mora, & Cia.” Posteriormente llamaron también al vitralista Guillermo Larrazábal y al escultor Salvador Arribas. En esa época se estaba terminando la catedral nueva de Cuenca y Larrazábal construyó Ios hermosos vitrales del templo, mientras Mora Iñigo se encargó de los decorados en bronce de las grandes puertas y de las figuras de las pechinas de la catedral.
La pequeña familia se instaló en el edificio Maldonado situado en el cruce de las calles Benigno Malo y Presidente Córdova, como se le conocía por la tienda que todavía hoy existe. Un año después nació su hija Begoña. Curiosamente en el segundo piso vivía Manolo Mora y su mujer Manolita, y con el tiempo viviría también Punta Larrazabal.
Germán y Begoña aprendieron a caminar alrededor de la estatua de Abdón Calderón, en el parque del mismo nombre, y a nadar en las aguas termales de Baños a donde sus cariñosos padres les llevaba los domingos.
JLR y Adelina recuerdan las divertidísimas veladas en casa de la pintora Eudoxia Estrella, cuyo padre tocaba valses incansablemente al piano. También a Paco Estrella y al poeta Efraín Jara. Adelina, por su parte, ha evocado las reuniones con sus amigas Atala Jaramillo esposa de Efraín Jara, Cecilia Cueva hija de Don Carlos Cueva Tamariz, y Carmen de Ceballos, esposa de Gabriel Ceballos García.
Ambos han sido siempre grandes cinéfilos y tuvieron la suerte de que vivía en Cuenca una madrileña que había inaugurado un cine en el que proyectaba ciclos de películas excelentes. En particular, recuerdan haber visto Candilejas, y ciclos de cine chino y ruso.
El restaurante Raymipampa, en la plaza de Abdón Calderón, era el lugar más frecuentado por su grupo de amigos, aunque Adelina también se reunía con sus amigas en otras cafeterías de la ciudad.
En las vacaciones la familia se trasladaba a Playas y a Salinas y allí compartían su tiempo con Ezequiel y su mujer Carmen, y con sus numerosísimos gatos. Ezequiel jamás se bañaba en las magníficas playas del Pacífico y estaba siempre en la arena con camisa de manga larga y su invariable pipa. Recuerda también JLR que Otto Quintero, después alcalde de Guayaquil, casado con una hermana de Carmen, le prestó una casa en Salinas.
Carmen cuidaba los libros de la biblioteca de Ezequiel, como si fueran sus hijos. Ezequiel y Carmen vivían en una casa de Carlos (Pituto) Pino, marido de Pancha, hermana de Carmen.
En Guayaquil se relacionó también con Juan Astorga, hasta su partida a la Universidad de Mérida, en Venezuela, donde fundó un museo de arte que hoy lleva su nombre.
En marzo de 1961 Adelina y los niños viajaron en barco a España. Ella tenía que operarse de los oídos con el famoso otorrino Antolí Candela. Estuvieron en España hasta noviembre del mismo año. Recuerda que durante la ausencia de su mujer, tomaba sus comidas diarias en el restaurante “El Húngaro” regentado por un Che argentino. Terminado el curso académico del 61, a mediados de julio, emprendió un largo viaje que le llevaría hasta Caracas. Precisamente en la ciudad venezolana de Mérida, visitó y pasó unos días con su amigo Astorga, quien le habló de las posibilidades profesionales que podría haber en las universidades venezolanas, que como el resto de los sectores del país, se beneficiaban de la bonanza petrolera. Los presupuestos en educación se habían incrementado fuertemente, sobre todo para la contratación de profesores extranjeros.
Al regreso de Adelina y los niños después de ocho meses en España, JLR y Adelina abrieron en Cuenca una tienda de regalos llamada “Almacén Madrid”, donde vendían objetos típicos españoles: mantillas, figuritas de toreros, toros, bailarinas flamencas, abanicos, sombreros cordobeses, figuras de Don Quijote y Sancho Panza… recuerda divertido el éxito que tuvieron entre sus clientes las típicas boinas españolas.
Durante su estancia en Cuenca escribió su primera novela titulada “Aldea, 1936”, donde relata los tres años en el pueblo de Arcos de Jalón. Esta novela fue publicada por la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Habían pasado nueve años desde la llegada al Ecuador, habían nacido sus dos hijos, que aprendieron a caminar y a nadar en Cuenca, Germán fue escolarizado en la escuela Luis Cordero, JLR como Adelina recuerdan esa importantísima época de su vida como la más feliz y entrañable.
En octubre de 1964 deciden viajar a Venezuela, donde obtiene un contrato de profesor de Lengua y Literatura y Director del Departamento de
Humanidades en la Universidad de Oriente, en Cumaná, a orillas del mar Caribe, capital del Estado del mismo nombre y primera ciudad fundada por los españoles en el continente sudamericano. El ambiente académico en esta ciudad costera era extraordinariamente cosmopolita debido a la cantidad de profesores recién llegados desde distintos países, cuya contratación había sido obra del rector Luis Manuel Peñalver, quien se había propuesto realzar la universidad. Había profesores norteamericanos, franceses, belgas, ingleses, paquistaníes, un indú, haitianos, chinos, y por supuesto, españoles. JLR y Adelina pasaron unos años interesantes en medio de esta comunidad académica internacional, al tiempo que disfrutaban de las magníficas playas de la zona.
En 1968 consiguió una beca de la Universidad de Oriente para hacer el doctorado en Madrid bajo la dirección del catedrático Luis Gil. Su investigación se centra en los estudios de griego en España durante el siglo XVI, que culmina con su tesis “Helenistas españoles en el siglo XVI”, con la que obtiene el Premio Extraordinario el 73, y su publicación en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Esta tesis es hoy en día un libro de referencia imprescindible para cualquier filólogo clásico.
Obtenido el grado de Doctor en Filosofía y Letras regresaron a Cumaná, donde residieron hasta 1974, cuando vuelve a Madrid para disfrutar de un año sabático, al finalizar el cual, Germán y Begoña se quedan en España y JLR y Adelina viajaron a Venezuela contratado por la Universidad Simón Bolívar en Caracas. Aquí dio clases de Literatura, dirigió los cursos de postgrado (master) en Literatura Latinoamericana y el de Coordinador en Investigación en Humanidades y Ciencias Sociales. Finalmente fue designado Profesor Emérito tras doce años de contínua cátedra.
A los sesenta años, en 1988, se jubiló y regresó a España, pero el destino le tenía preparadas nuevas aventuras, fue contratado por la Universidades de Tamkang y de Fujen (ambas en Taiwan) a donde viajó para dar clases de Lengua y Literatura española y latinoamericana durante dos años. Esta experiencia oriental le resultó interesante pero también difícil por la extrañeza de lo oriental. Allí escribió su poemario “Cuaderno de Tamkang”.
Terminado su periodo taiwanés el 90 voIvi’ó a España con la idea de dedicarse a escribir; mas, le contrató la Universidad de Bowling Green en el estado de Ohio para dirigir su programa en España. La sede de la Universidad está en Alcalá de Henares, donde residió durante este nuevo periodo de trabajo, a excepción de dos semestres que realizó en la propia Universidad en Bowling Green.
Finalmente, en 1999, a los setenta y un años, dejó toda actividad profesional para dedicarse a su poética, formando parte, entre otros, del Grupo Prometeo de poesía y participando en la tertulia literaria del Café Gijón, a la que acudía con su esposa Adelina, aunque entre el 2003 y el 4 dictó el Taller de Poesía en la Asociación de Escritores y Aristas españoles.
El 2016, de ochenta y ocho años y Adelina ochenta y tres. Ambos estában bien y conservanban intacto su interés por la actualidad política, literaria y artística. Disponían de una excelente biblioteca hecha durante largos años, donde se pueden encontrar sobre todo, textos griegos y latinos. No faltaba, por supuesto, su favorito Horacio. Su vida transcurría apaciblemente, entre libros y buena música, en un agradable y luminoso apartamento en el norte ^ de Madrid, cercano a la casa de su hijo Germán, cuyas hijas, Ana e Inés contribuyen a alegrar la vida de la inseparable pareja.
Asiduo colaborador del Diario de las Américas, de Miami, F. A. tenía publicadas varias novelas entre las que se distingue “Aldea” Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958, sobre la Guerra Civil española y seis poemarios: “Soledad y Memoria”, Cuenca, el 58. “Testimonio de sombra” Cuenca, el 63. “Cantos equinocciales” Madrid el 77 y es el más clásico. “Crónica del Asedio” Madrid el 83. “Cuaderno de Tamkang”, Madrid, 96. “Fervor Secreto” Madrid, el 2002 el más experimentalista.
Su contribución a revistas científicas y literarias es cuantiosa, ha realizado traducciones y escrito libros en colaboración con otros maestros. Sus artículos de prensa aparecidos en periódicos de Ecuador, Venezuela, España y los Estados Unidos llenan varios volúmenes.
Fallecío en madrid el 2017.