OBISPO DE POPAYAN.- Nadó en Málaga, España, el 26 de Noviembre de 1765, estudió en su ciudad, de veinte años viajó a Montevideo nombrado Oficial de la Administración de Alcabalas y al año siguiente fue ascendido a Administrador; pero, habiéndose relacionado con los franciscanos, resolvió proseguir sus estudios y en 1790 renunció sus funciones para ingresar becado por el Arzobispo de Charcas, al Real Convictorio de san Juan Bautista en Buenos Aires, donde cursó leyes sagradas, cánones y teología. Después fue “pasante de Gramática y Filosofía, tras lucida oposición en el Colegio de San Carlos.”
En 1793, fray José Antonio de San Alberto, Arzobispo de Charcas, le confirió las Ordenes Sagradas, autorizándole a confesar y a predicar. Enseguida se matriculó en la Real Academia de Practicantes de Juristas de la Plata y en 1794 la Real Universidad de la Plata le otorgó el grado de Doctor en Leyes y Cánones y el 96 en Sagrada Teología a los treinta y un años de edad.
En 1797 fue Canónigo Doctoral de la Catedral de Charcas, el 98 ocupó el curato de indios de Copacabana y Santiago en la imperial villa de Potosí y allí permaneció hasta 1802 en que se posesionó del curato rectoral.
En 1805, luego de veinte años de vivir en América, regresó a Málaga a ocupar una de las Canonjías de esa Catedral. En la cuaresma de 1808 arengó a su pueblo contra los invasores franceses del ejército de Napoleón, que había ocupado España. Enseguida se alistó de Capellán de las guerrillas y en mayo de 1809 editó un folleto con sus Sermones, que por el tono más parecían arengas de un militar apasionado o de un tribuno del patriotismo, al tiempo que ayudaba con el pomposo título de Coronel del Regimiento de la Purísima Concepción, a armar al paisanaje, formando batallones para la defensa del sitio “Boca del asno”, donde ^ fueron aparatosamente vencidos el 4 de febrero de 1810 por un poderoso ejército de cincuenta mil franceses. Jiménez pudo huir a Cádiz y allí se estuvo hasta 1812, polemizando en el “Diario Mercantil” con varios escritores liberales que le enrostraban su vehemencia y fanatismo.
Por fin, en 1813, terminó la guerra y Fernando Vil ocupó el trono. Entonces fue ascendido a Visitador del Obispado de Málaga y a Calificador del Santo Oficio de la Inquisición. En 1814 pasó de Examinador Sinodal del Arzobispo de Granada, en Noviembre del 15 el rey lo recomendó para ocupar el Obispado de Popayán en la Audiencia de Quito y el Arzobispo de Toledo lo designó Misionero Apostólico, recibiendo la consagración episcopal en la iglesia del monasterio de las Salesas de Madrid el 26 de Julio de 1816, de manos del Obispo de Ceuta, Esteban de Andrés.
En enero de 1818 arribó a Cartagena de indias y luego de un largo viaje y numerosas confirmaciones tomó posesión de su Obispado el 5 de Agosto, publicando el 21 de noviembre su primera excomunión “contra toda suerte de papeles y libros heréticos y revolucionarios proscritos ya por el tribunal de la Santa inquisición, por estar llenos de proposiciones impías, de Colombia lo declaraba cesante en sus funciones episcopales. Al siguiente mes se suscribió un Armisticio que sólo duró desde febrero hasta principios de abril, porque habiéndose reanudado la guerra el 7 de abril se combatió con resultados inciertos en Bomboná. Jiménez volvió a migrar a Pasto, ciudad que consideraba un reducto inexpugnable; pero, viendo que las armas del rey se retiraban en todos los frentes ante el empuje de los patriotas, sobretodo después de conocer el resultado de la batalla del Pichincha, que puso fin al dominio español en la Audiencia de Quito, aconsejó poderosamente a Calzada para que celebrara una capitulación con Bolívar en el campamento de Berruecos, el 7 de Junio de 1822; por ello, los más empecinados realistas “le hicieron tiros.”
Jiménez ya había solicitado pasaporte al Ministro de Gracia y Justicia de España para regresar a Málaga. “Que se me traslade a cualquier otra mitra o se admita mi renuncia, sea del modo que fuere, pues tengo graves y justísimos motivos para no volver”, pero, no había recibido respuestas y el día del armisticio, escribió al Libertador a través de su secretario Félix Liñán y Haro pues no se atrevió a hacerlo directamente por temor a recibir un desaire o algo parecido.
Me apresuro a rendir a Vuestra Excelencia mis respetos, sumisión y obediencia”. Bolívar le contestó “el mundo es uno, la religión es otra” y le solicitó que continuara en sus funciones. Jiménez le pidió ser trasladado a Cuenca, pero terminó aceptando. A los pocos días, Bolívar entró victorioso en Pasto, fue recibido por el Obispo y el clero en la puerta de la iglesia y se cantó Te Deum. El Libertador le agradeció ese gesto y escribió a Santander: “El Obispo de Popayán es hombre de mucho talento, tiene una lógica muy militar, es locuaz y dice bien. Es hombre entusiasta y capaz de predicar nuestra causa con el mismo fervor que lo hizo a favor de Fernando Vil, apoyando sus opiniones con principios del derecho Público, de mucha fuerza” y como “estaba miserable” dispuso que el estado le pasara una pensión y lo restituyeran en sus funciones.
El 2 de Julio de 1823 Jiménez ingresó con muchos escrúpulos a su Diócesis – a este gesto se le ha llamado su Conversión – y temiendo hasta por su vida, pero fue recibido generosamente y hasta con muestra de efusión y cariño.La conversión del Obispo Jiménez fue una victoria diplomática de Bolívar para terminar con la resistencia pastusa y proseguir al sur; sin embargo, en el armisticio suscrito con Calzada, no se incluyó a las fuerzas militares de Agustín Agualongo y Estanilao Merchancano, quienes siguieron combatiendo con ferocidad, pero sin el apoyo moral del Obispo y del clero y a la postre fueron derrotadas y sus caudillos pasados por las armas.
El 22 de septiembre prestó solemne juramento de obediencia y fidelidad a la República de Colombia y luego visitó Bogotá “para que vieran allá a un Obispo republicano” pues era el único que había quedado en funciones, habiendo muerto algunos y retirándose los demás a España. Desde entonces fue llamado a consagrar a los nuevos sacerdotes y obispos en los diecinueve años que siguieron a su conversión.
Fue un hombre valiente, de vasta ilustración y reconocidas virtudes, pero ignorante en política, pues se equivocó al creer que la independencia de América era una simple insurgencia y si bien es cierto que en su Patria había sido guerrillero animoso, atrevido y hasta temerario, en ningún caso debió portarse así en su Obispado, dando el mal ejemplo y el escándalo de un Obispo guerreador, fanático y atrabiliario; además, su mentalidad y formación, alimentaba con doctrinas y lecturas retrogradas, jamás prosperó lo suficiente como para comprender los adelantos y progresos que la revolución francesa incorporó a la humanidad. Por estas deducciones será que el Libertador nunca le perdió la ojeriza pues su Edecán Perou de la Croix en sus Memorias, cuenta que Bolívar le dijo lo siguiente refiriéndose a Monseñor Jiménez de Enciso: Ha servido a su Rey haciendo atrocidades en Colombia; es el criminal autor de toda la sangre que ha corrido en Pasto y en el Cauca; es un hombre abominable y un indigno Ministro de una religión de paz; la humanidad debe proscribirlo.
En 1839 aprobó la conducta del Congreso de Nueva Granada suprimiendo los conventos de Pasto y destinando sus bienes a la institución pública y a las prisiones. Fray Vicente Solano le combatió desde Cuenca en su artículo titulado “El Desengaño”, aparecido en el periódico “La Escoba”, al que siguieron otros muchos más, pero fue refutado desde Guayaquil por Antonio José de irisarri en “La Balanza” y se originó una dura polémica que duró varios años y mantuvo divertida a la opinión pública.
Falleció en Popayán, el 13 de febrero de 1841, a la avanzada edad de setenta y cinco años y sin haber vuelto a las andadas.