SUCEDIÓ EN IBARRA
UNA JOYA DE FAMILIA

Era un regalo de matrimonio muy raro. Un par de zarcillos como antes se llamaban los aretes, con tres perlitas cada uno. Nada valioso por supuesto, pero habían sido de la bisabuela y se conservaban en familia como algo realmente importante ¿Por qué?
La tía solterona Ubertina los había mandado desde Ibarra con motivo del matrimonio de su sobrina nieta preferida, pero no había podido concurrir en persona debido a los múltiples achaques propios de su edad. La cajita era de madera con interior de paño y el broche parecía de oro. Todo se veía tan antiguo y al mismo tiempo tan sobrecogedor, que el regalo no le gustó a la novia por mucho que le contaron que esos zarcillos los había usado la bisabuela toda su vida, como si fueran parte de ella misma.
Bueno, aquí los dejo y nunca me los pondré, pensó Marisol, que hasta asco me daría llevar en las orejas algo que usó una muerta, por muy bonitos que fueran, que no lo son. Más bien parecen piezas de museo, objetos sacados del pasado, pedazos del ayer. I en estas se encontraban cuando su abuela le contó la siguiente historia.
Su madre, mujer joven, linda y de gran carácter, los tenía siempre puestos como regalo matrimonial, por eso es que cuando su marido le dijo que se iría a Esmeraldas a realizar un negocio fabuloso de maderas y nunca regresó (porque parece que se perdió en la selva y fue devorado por algún animal salvaje) consideró que los zarcillos eran el recuerdo más presente de su viudez y así los usó siempre. Cuando murió se los dejó a su hija mayor, que tuvo que sacarlos del cadáver para dar cumplimiento al obsequio.
¿Qué tenían los zarcillos de especiales? Nada, solo el recuerdo de un gran amor matado por el infortunio, de esos amores que antes, que ahora no se dan porque entonces las vidas se movían lentamente como si nada ocurriera de importancia, todo era igual.
Los zarcillos se guardaron en una cómoda y allí estuvieron por años hasta que de puros viejos comenzaron a enmohecer. Ya no se acordaba nadie de su historia y la joven novia de antaño iba a pasos agigantados a convertirse a su vez en abuela, cuando una tarde que revisaba cajones los encontró y de golpe volvió a su memoria la historia de ellos, su bisabuela, su tía Ubertina, su madre y todo lo demás. Entonces comprendió que eran un recuerdo de familia y decidió regalárselos a su hija, contándole el origen de esa joya.
Tomó los zarcillos, salió del cuarto y al pasar por el corredor donde tenía algunas pinturas antiguas, herencias de otra tía, vio que una dama sonreía en un óleo, se acercó y notó que llevaba puestos los mismos zarcillos. Era sin duda su bisabuela, sino que como jamás se había interesado en minuciosidades, no había caído en cuenta que tenía en sus manos la misma joya que algún ARTISTA anónimo del siglo XIX había pintado en el retrato.
Después y en muchas ocasiones volvió a pasar por allí y hasta empezó a familiarizarse con el retrato, como si las uniera algo. ¿Serían los famosos zarcillos de familia? Pero ya no eran suyos sino de su hija que crecía y cada vez más se parecía a la dama del retrato y el día qué se casó, se puso necia y quiso llevarlos como su tatarabuela, porque siempre los tenía cerca de sí. Coincidencias de la vida, pero la única descendiente parecida al retrato heredó la joya y la usó siempre quizá por tener iguales gustos.