HISTORIADOR. – Nació en Guayaquil el 9 de Febrero de 1880. Hijo legítimo del Dr. Bartolomé Huerta y Bravo nacido en Montecristi el 24 de Agosto de 1820,abogado graduado en Quito en 1.847, radicó en Guayaquil y fue secretario de la Gobernación del Guaya, Consejero Provincial, Diputado por el Guayas el 61, Gobernador interino del Guayas el 86, Síndico del Concejo Cantonal de Guayaquil el 73, Senador por la provincia de Manabí, Ministro Juez de la Corte Superior de Justicia de Guayaquil el 73, falleció del corazón en Guayaquil el 12 de Abril del 80, y de Eufemia Gómez de Urrea y Borja (Guayaquil 1842 – Guayaquil 1937) que se caracterizó por una gran fortaleza de ánimo pues al morir su marido afrontó la grave situación económica en la que había quedado su extensa familia.
El octavo de nueve hermanos, la última de las cuales, Mercedes, nació póstuma; el futuro historiador vio la luz en la vieja casa familiar de Las Peñas, que daba al río, adquirida en 1875, y por su orfandad su niñez fue pobre pero feliz. Estudió la primaria con el preceptor Tomás Martínez y la secundaria en el San Vicente del Guayas. Para ayudarse entró de boletero los fines de semana al Hipódromo. Tenía un carácter tímido, más bien introvertido, que le hacía un tipo aparte con acentuados rasgos victorianos, pero se esforzaba por ser útil y servir a sus semejantes.
De escasos doce años de edad en 1892 como era muy hábil con los pinceles decoró el techo de la sala de su casa tomando modelos europeos y la obra le salió tan bonita y parecida al original que su madre se enorgullecía enseñándola al vecindario para que apreciaran su belleza, pero como se quemó para el Incendio Grande del 5 al 6 de Octubre de 1896 tuvieron que vivir varios meses en una ramada hasta que su hermano mayor Emilio Clemente, que ya era un notable abogado y estaba viudo de su prima Carmen Hortensia Huerta Rivadeneira, pudo hacer construir otra casa, ésta vez en el centro de la urbe, calle Baquerizo Moreno entre P. Ycaza y 9 de Octubre.
Graduado de Bachiller en Humanidades Clásicas con honores, su madre le pidió que estudiara medicina y más por complacerla siguió dichos cursos. Al mismo tiempo recibió la cátedra de Historia en el Colegio Vicente Rocafuerte (1899) donde laboró sin descanso durante treintitrés años hasta jubilarse en 1932.
Entre 1900 y el 4 fue miembro del directorio del Ateneo Vicente Rocafuerte. El 3 fue secretario de la Asociación Escuela de Medicina. Leía francés, griego y latín, era un joven caballero de finas maneras, delgadísimo, elegante, culto y hasta con un cierto orgullo intelectual que se traslucía en su porte espigado, delicado, austero; su interior era bondadoso, amable y jamás se le vio o conoció un gesto impropio o una grosería pues dominaba a los alumnos con su sola presencia, imponiendo respeto a todos.
En 1907 se ausentó a Quito por vacaciones, a visitar a su hermano mayor Emilio Clemente, que era un exitoso abogado y estaba recién casado con Colombia Alfaro Paredes, hija del presidente Eloy Alfaro, quien le atendió con deferencias y hasta le obsequió una fotografía suya con la siguiente dedicatoria: “Al joven Huerta, con mucho afecto. Eloy Alfaro”, que éste conservó con devoción hasta el final de sus días, encima de su escritorio, a la vista de todos.
En Enero de 1908 se licenció en Medicina, Doctor en Medicina en 1909, fue electo miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Historia ese año y del Consejo Escolar de Guayaquil en 1912. Entonces a sus treinta años, le sucedió un episodio romántico que lo marcaría para siempre pues conoció en un paseo en Quito a la joven Ofelia Sarasti Alvarez, hija del General José María Sarasti jefe de los vencidos en la batalla de Gatazo en 1895 por Alfaro y se enamoró perdidamente de ella. Fue algo así como amor a primera vista pues Huerta era muy romántico, pero alguien debió convencerle que era un amor políticamente imposible pues su hermano estaba casado con la hija del General vencedor en dicha batalla y a pesar que era muy bien correspondido y hasta invitado a esa casa, tuvo que renunciar a sus planes matrimoniales con Ofelia, que años después y ya treintona, contrajo matrimonio con Nicolás Martínez Holguín, de Ambato, y halló la felicidad por su cuenta, mientras Huerta se recluía solitario en su consultorio de la planta baja de la casa donde vivía en los altos su madre y hermanos, tres de las cuales se quedaron solteras: Eufemia, Clemencia y Mercedes.
En 1913 dejó la medicina que venía ejerciendo sin pasión y comenzó a estudiar pedagogía en textos franceses. Era amigo personal del sabio Otto Von Buchwald y de los tradicionistas José Gabriel Pino Roca y Modesto Chávez Franco entre otros; además gozaba de la confianza de varios viejos, tremendamente conocedores de la historia y del pasado de la urbe, tales como Francisco Aguirre Owerberg y José Heleodoro Avilés Zerda, con quienes conversaba de cosas antiguas. Aparte solía realizar expediciones arquológicas a las pampas de Puná vieja (Bou) y recogía cacharros. Sus alumnos vicentinos quizá por agradarle también le llevaban otros y así formó una colección de huacos cuyo cuidado alternaba con la filatelia y la numismática.
En 1919 fue designado con – José Heleodoro Avilés Zerda y José Gabriel Pino Roca – miembros del Jurado del concurso histórico – literario (prosa y verso) convocado por la Municipalidad con motivo de la celebración del centenario de la revolución octubrina. Las bases estipulaban un Premio consistente en Diploma y Medalla de Oro así como cien cóndores de oro, que equivalían a diez sucres de entonces por cada cóndor. Los temas eran la propia revolución y las biografías de los Generales José de Villamil y León de Febres Cordero. Al año siguiente el Jurado declaró desierto el Concurso de poesía y concedió los dos Premios Únicos en prosa a Camilo Destruge Illingworth por sus obras “Revolución de Octubre y Campaña Libertadora de 1820 – 22” y “Biografía del General don León de Febres Cordero, Prócer de la revolución de Guayaquil y benemérito de la Emancipación americana” editadas en Guayaquil y Barcelona respectivamente, pero tras superarse un incidente absurdo creado por los Jurado Pino y Avilés, que negaron a la obra de Destruge sobre la Revolución el mérito altísimo que ésta tiene y entraron a escarbar mínimos errores en la Historia de la Revolución, sin caer en consideración que las partes donde el autor Camilo Destruge no mencionaba sus fuentes, son propiamente de él, sacadas de sus obras anteriores, como quedó comprobado en una amplia aclaración publicada en 91 páginas por tan ilustre historiador. Huerta, como hombre de convicciones profundas, no firmó el dictamen por considerarle hasta cierto punto envidioso y equivocado.
Ese año aceptó el vice rectorado del Vicente ¡Qué respeto infundía! Nunca se disgustaba, jamás daba sermones ni retos que hubieran desdicho de su tradicional cortesía decimonónica, que le llevaba a regalar libros a los mejores estudiantes y a estimularlos en clase con frases cortas de aliento, siempre positivas y muy laudatorias, a darles largas charlas fuera de clases a quienes quisieran escucharlo; por eso le veneraban sus muchachos y no faltaban quienes trataban de imitarlo en todo, hasta en los vestidos, pues Huerta era elegantísimo y siempre usaba tostada, terno de casimir inglés ^ obscuro, chaleco de seda y fantasía, del que pendía una valiosa leontina de oro y reloj de bolsillo con tres tapas y campana. Los broches de ónix, los puños, cuello y pechera blanquísimos y almidonados completaban su atuendo y una aristocracia espiritual le rodeaba como un nimbo. Por lo demás, gustaba escuchar música clásica, leer buenos libros, pintar pequeñas acuarelas y usaba casi siempre un bastón de caña fina, más por pose que por necesidad.
En su desempeño pedagógico redactó en 1920 los Reglamentos Internos y la historia del colegio, además publicó numerosos artículos en la revista del Vicente y editó los siguientes textos en cuarto: 1) Curso Elemental de Historia Antigua, cuatro ediciones. 2) Curso Elemental de la Historia de la Edad Media, tres ediciones, 3) Curso Elemental de Historia Moderna y Contemporánea, dos ediciones.
Para 1930 su figura ya era arcaica pues seguía usando los cuellos altos y almidonados y unos bigotes grandes y terminados en punta hacia arriba, como los que se habían usado en la “belle epoque.” Indudablemente sus mejores tiempos habían pasado, pero el viejo maestro que tanto había bregado por forjar caracteres y valores para la lucha por la vida, no se sentía “Histórico Solar Guayaquileño” Páginas 137 a la 180. En el No. 12, 1954, “Los Seminarios de San Ignacio de Loyola (capítulo de nuestra obra inédita El Colegio de San Francisco Javier y la Instrucción Pública en Guayaquil, durante los tiempos coloniales) páginas 225 a la 306. En el No. 15, 1955 “La querella entre Rocafuerte y la Corte Superior de Justicia”, páginas 117 a la 155 donde se mostró injusto con los Jueces de la Corte, que teniendo la razón en Septiembre de 1842, fueron avasallados por la prepotencia e intemperancia de dicho Gobernador.
En 1952 y durante la alcaldía de Guevara Moreno el Concejo quiso donarle un solar municipal pero contestó que no era necesario pues sentía que la Patria le había cancelado todo; entonces el concejal Luis Eduardo Robles Plaza le ofreció publicar lo suyo y Huerta se apresuró a poner sus restantes datos en orden, copiando muchos papeles y documentos sueltos durante cuatro meses, casi sin parar; el esfuerzo agotó su precario estado de salud y empezó a asfixiarse con un enfisema pulmonar.
Poco después fue designado Alcalde el Dr. Rafael Mendoza Avilés, quien llamó a Rodrigo y a Raúl Chávez González, hijos del Cronista Vitalicio Modesto Chávez Franco recientemente fallecido y les consultó si no se oponían a la designación de un nuevo Cronista (iba a ser el tercero después de Camilo Destruge Illingworth y de Modesto Cháves Franco) y como era de suponerse, no solo que no se opusieron sino que hasta se prestaron para solicitar su aceptación al Dr. Huerta, a quien las consultas habían favorecido amplísimamente. El Alcalde les pidió que lo visitaran con el Prosecretario Municipal Alberto Gómez Granja. Recibidos por Huerta y expuesto el motivo, éste escuchó paternalmente el discurso de los Comisionados y se le nublaron los ojos pues era un espíritu selecto y elevado y al final, mirando a sus interlocutores, solo pudo decirles tan bajito que casi no se percibieron sus frases: “Ilustres amigos míos. Vienen tarde, ya no soy lo que antes fui cuando podía caminar, leer y estudiar, escribir hasta altas horas de la noche y pensar. Ahora ya no fumo mis cigarrillos de tabaco negro ni los rubios de envolver. Eso parece que ha afectado mi condición. Estoy anciano, sólo y solterón. Mi vista se nubla y mi voluntad no responde. ¿Cómo podría trasladarme al Concejo a recibir el diploma? Tampoco aceptaría que la ilustre corporación me venga a ver en esta ruina, en tanta pobreza, desorden y quizá hasta en suciedad por el polvode mis libros.
Sólo atino a salir a mi balcón y contestar a la gente que generosamente me pasa saludando (vivía en un departamentito bajo) No señores, ya no soy de este mundo. I como lo había expresado se realizó, pues poco a poco se fue apagando y el 21 de Julio de 1955 murió de insuficiencia cardíaca, a los setenta y cinco años de edad. Sus funerales se realizaron a las cinco y media de la tarde. Cubría el féretro el pabellón del glorioso Colegio Nacional Vicente Rocafuerte, el más antiguo de la República, una delegación de estudiantes hizo Guardia de Honor. Los representantes de diversas instituciones culturales portaron las fajas, el cortejo se encaminó a pié al camposanto, donde varios oradores hicieron el elogio del ilustre decesado.
Mientras tanto el escultor Alfredo Palacio había tomado su mascarilla mortuoria que hoy se conserva en el Museo Municipal. Huerta fue uno de los grandes maestros de un Guayaquil casi reciente que se escapa a diario de nuestra memoria. Sus manuscritos deben andar dispersos en poder de la familia pero en el Núcleo del Guayas se conserva en dos tomos de 765 y 826 páginas escritas a mano por su autor, su “Historia de la Instrucción Pública Guayaquileña”, que tiene por fecha el año de 1950. Estos originales han sido entregados por el Dr. Carlos Estarellas Merino para su publicación.
Fue una figura social que en su vejez se tornó seca y enjuta pero conservando esos rasgos de bondad que siempre le distinguieron. Mi padre y Carlos Estarellas Aviles, así como su sobrino Francisco Huerta Rendón, eran infaltables los sábados por la tarde a la tertulia de su departamento, donde el maestro se ubicaba a conversar sabrosamente en la hamaca grande que cruzaba la mitad del dormitorio. Allí le conocí ya muy viejecito, pero aún en el entero uso de sus facultades mentales, que solo perdió pocos días antes de su muerte y en una de aquellas ocasiones tuvo la bondad de obsequiarme una monedita de plata, huequeada en la mitad, de procedencia china que la conservé por muchos años hasta que un día la obsequié a mi hermano Alfonso, que era numismático (1)
El Vicerrectorado del Vicente Rocafuerte lo ejerció en dos ocasiones, de 1919 al 21 y de 1928 al 29. El 32, al retirarse, dejó escrita la historia completa del Colegio con lujo de detalles y datos importantísimos, por ese trabajo había sido designado dos años antes miembro correspondiente del Centro de Investigaciones Históricas de Guayaquil. Un alumno suyo me contó que para el día de su Santo invitaba a cien alumnos al departamento alto de sus hermanas donde a las 4 1/2 de la tarde les brindaba una copa de vino, se pasaban pequeños y delicados dulces adquiridos en la vecina confitería de La Palma propiedad del español Costa y un alumno tomaba la palabra que el maestro agradecía. A las 5 1/2 bajaban los alumnos y subían sus colegas los profesores y se repetía el brindis entre ellos, luego a las siete de la noche se servía una cena a los parientes, vecinos, amigos y particulares.
La Municipalidad de Guayaquil ha comenzado a editar desde el 2000 sus trabajos 1) El Colegio San Francisco Javier y la Instrucción Pública en el Guayaquil colonial, en dos tomos de 246 y 266 págs. 2) Relatos de historia guayaquileña en 217 págs. sobre el Cementerio, el Hospital, el Reloj Público, las Cofradías y el Histórico solar guayaquileño del Cabildo. El Dr. Emilio Clemente Huerta y Gómez de Urrea era un hombre feo y prognata, tenía la nariz caída, calvo casi total desde su juventud, solo sus bellos ojos verdes, grandes y fulgurantes, daban la tónica a su recia personalidad. Desde estudiante tenía la costumbre de caminar en el interior de su casa, repitiendo en voz alta el articulado del Código Civil que terminó aprendiendo de memoria y como poseía disciplina, contracción y mentalidad abstracta, llegó a sabio en Derecho. Su esposa Colombia Alfaro era una dama buenísima que gozaba invitando a los nietos de las principales familias liberales del puerto a los santos infantiles de los hijos del Dr. Raúl Clemente Huerta Rendón, su sobrino político, a quien había criado desde el divorcio de sus padres. Ella, su hermana América que permaneció soltera y solía vestir siempre a la moda panameña, es decir, de blanco entero y con sombrilla cuando salía a la calle, así como Colón Eloy Alfaro que emigró a Panamá casado con María Teresa Puig Arosemena, era los tres feos de la familia del General Eloy Alfaro, mientras que el Coronel Olmedo y Esmeralda Alfaro esposa de Jerónimo Avilés Aguirre, gozaban de una justa fama por su apostura y belleza física indiscutible.