ARQUEOLOGO.- Nació en Guayaquil el 5 de Abril de 1908 y fue bautizado con los nombres de Francisco Octavio. Hijo legítimo de Luis Felipe Huerta y Gómez de Urrea, bombero, Jefe de la I Brigada, encargado de la Jefatura del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil durante la ausencia del país del Primer Jefe Asisclo Garay, luego administrador de la fábrica de velas de Eloy Loor, y de Raquel Rendón Constante, ambos guayaquileños.
El segundo de cuatro hermanos, aprendió las primeras letras en la escuelitas de las célebres señoritas Palmieri, después tuvo profesores en casa y hasta fue discípulo del maestro Alfredo Barroso.
Por el divorcio de sus padres se separó la familia y le tocó vivir con su abuelo materno Francisco Rendón Constante y a su fallecimiento, con sus tías paternas, en el primer piso de la casa de los Huerta en Baquerizo Moreno entre 9 de Octubre y P. Icaza, recibiendo la decisiva influencia de su tío historiador Pedro José Huerta y Gómez de Urrea quien le tomó a cargo con cariño filial y en las vacaciones de invierno acostumbraban como simples amateurs recolectar tiestos arqueológicos
que entonces a nadie interesaban. Juntos recorrieron las pampas de la isla Puná y otros sitios de nuestras costas, especialmente iniciaron excavaciones en las cercanías de Posorja, como simple expresión de curiosidad.
A los once años en 1919 inició la secundaria en el Vicente Rocafuerte donde su tío era profesor de Historia y ejercía el vicerrectorado.
En 1925, de diecisiete años, una tarde que concurría a la antigua Biblioteca Municipal, hizo amistad con el también joven Carlos Zevallos Menéndez, mientras ambos consultaban los Boletines de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos, recién transformada en Academia Nacional de Historia, en los que periódicamente aparecían los trabajos arqueológicos de Otto Von Buchwald, Philip Ainsworth Means, Max Uhle, Jacinto Jijón y Caamaño, Carlos Grijalva y Carlos Manuel Larrea y eufóricos por las noticias recibidas de las prensa mundial relacionada con el descubrimiento en Egipto de la fabulosa tumba de Tutankamón en 1922-23 que revolucionaron al mundo científico, los jóvenes Huerta y Zevallos fueron presurosos a consultar al tío Pedro José Huerta acerca de la conveniencia de hacerse arqueólogos, pero éste los disuadió manifestando con mucha pena que los indios que habitaron los actuales territorios ecuatorianos habían sido muy pobres, de manera que si querían triunfar de veras debían viajar a El Cairo y dedicarse a buscar las tumbas que aún debían estar ocultas en el valle de los Reyes con sus correspondientes momias y tesoros de los faraones en oro, alabastro, piedras preciosas y finísima orfebrería; pero los tiempos no estaban para viajes tan largos. Desilusionado pero no vencido, con su amigo Zevallos juró dedicar las horas que tuviera libres a la arqueología, pues primero era necesario cubrir ^ las exigencias de la vida y ganarse el sustento con un trabajo estable.
Entre 1928 y el 29 tuvo un breve paréntesis en el Normal Juan Montalvo de Quito, justamente cuando el panorama científico nacional se agitaba debido a que ese año 29 el sabio alemán Max Uhle vino del Perú contratado por Jacinto Jijón y Caamaño, comenzó a excavar en el austro descubriendo en las cercanías de Cuenca las ruinas de la antigua ciudad incásica de Tomebamba cuna de Huayna Cápac, lo cual causó una conmoción científica a nivel nacional. El 30, el escultor italiano Enrico Pacciani, quien tenía casi seis años viviendo y trabajando en Guayaquil y el pintor y dibujante español José Maria Roura Oxandaberro, fueron convocados por el Dr. Pedro José Huerta en el rectorado del Vicente Rocafuerte donde los tres eran profesores, a fin de realizar la restauración del barrio del Conchero – único que todavía quedaba con casas muy antiguas – para lo cual Pacciani realizó una maqueta completísima del barrio, Roura sacó a plumilla las fachadas, calles y portales y Huerta estudió la historia de las principales casas, pero como la Municipalidad no apoyó el proyecto por la pobreza del erario, el salvamento no prosperó, Champollion, genial descifrador de los jeroglíficos egipcios” y con su amigo Adolfo H.
Simmonds trabajó en “Semana Gráfica”, la revista que editaba el diario El Telégrafo con gran aceptación. Por entonces estrechó cordial y duradera amistad con un valioso grupo de pintores y escultores. Con Enrico Pacciani tomó parte en la fundación de la sociedad “Alere Flamma” – avivando la llama en español – y dio a la luz un artículo titulado “Nuestra Academia de Bellas
Artes. La obra de Bellolio y Pacciani” refiriéndose a los pintores Antonio Bellolio y Enrico Pacciani que acababan de exponer sus obras en la ciudad.
El 33 Modesto Chávez Franco desde la dirección de la Biblioteca Municipal de Guayaquil y en unión del dibujante José Antonio Hidalgo Checa divulgó los motivos precolombinos punaes.
Todo llamaba poderosamente la atención del joven Huerta aumentando su curiosidad por la época precolombina, que vislumbraba rica en manifestaciones artísticas y culturales, pero la estrechez del medio ambiente y su modesta condición económica le impedía profesionalizarse.
Mas, a pesar de ello, primero como diletante y luego como especialista empezaría en los siguientes años a viajar incesantemente a los campos litoralenses y peninsulares , trabajando al lado del cholo y del montubio, para encontrar cientos de paraderos precolombinos y aunque le faltó dinero para viajar al exterior pues en el país no existía Universidad ni Colegio donde se enseñara arqueología, su formación científica fue totalmente autodidacta, a base de trabajos y lecturas, leía todo cuanto caía en sus manos sobre las antiguas civilizaciones americanas, consultaba a los Cronistas de Indias, se interesaba sobremanera en la obra La Religión en el Imperio de los Incas, revisaba a los bibliógrafos y americanistas y con el paso de los años este autodidacta genial llegó a descifrar los mensajes de las viejas civilizaciones de la costa ecuatoriana, sobre todo, aquellas que se habían desarrollado en las provincias de Manabí y Guayas.
El 6 de Septiembre de ese año, al inaugurarse la Radio “La Voz del Litoral”, tercera que tuvo Guayaquil, con doscientos vatios de potencia y con sus indicativos HC2JB dedicada a la información y promoción comerciales, fue designado Director Artístico. Fue la primera estación en mantener una programación regular y a través deun horario fijo difundía numerosos comerciales de importantes firmas. Así fue como inició su vida de radiodifusor, a la que dedicaría tantos trabajos y empeños.
Entre el 33 y el 36, motivado por su ancestro paterno manabita realizó excavaciones en las costas de esa provincia a la altura de las poblaciones de Manta y Bahía y en el Cerro de Hojas, describiendo las diferencias entre las culturas que encontró en ambas poblaciones, núcleos que habían habitado las zonas costeras del centro y norte de esa provincia y eran hasta entonces casi desconocidas a no ser por simples referencias aisladas de viajeros científicos y tras numerosas prospecciones dictaminó que eran dos civilizaciones como Marshal W. Saville por ejemplo independientes con orígenes diversos. La una, en el norte, denominó Bahía y la otra en el centro y sur de Manabí llamó Manteña. El padre Pedro Porras Garcés en la década de los años sesenta le acreditó el mérito de esos estudios, considerándole el descubridor de la Cultura Bahía pues la Manteña había sido estudiada con anterioridad por los arqueólogos Marshal Saville de los Estados Unidos, Federico González Suárez y Jacinto Jijón y Caamaño de nuestro país.
Desde el 36 trabajó con sus hermanos Luis Felipe y David en la Radio Ecuador, propiedad de Juan Sergio Behr, que funcionó en un tercer piso en Escobedo 1122 y 9 de Octubre. El 37, al dividirse Alere Flamma por la salida de sus miembros izquierdistas, permaneció fiel a su fundador y por eso no figuró en la “Sociedad de Artistas y Escritores independientes.”
Huerta siempre fue un liberal por estirpe y por ideas, enemigo de las posiciones extremistas de izquierda o de derecha. El 38 comenzó a dictar clases de historia en el Vicente Rocafuerte y publicó en esa revista el ensayo “Historia del Arte Ecuatoriano y una crónica sobre el viejo colegio”. El 39 obtuvo el título de Profesor secundario en la especialidad de Historia con la tesis “Arte precolombino de la costa ecuatoriana,” trabajo experimental y de campo, producto de sus andanzas en las zonas costeras y montubias. Ese año narró los incidentes del Vi Campeonato Sudamericano de Natación celebrado en la recién inaugurada piscina Olímpica de Guayaquil pero al año siguiente la emisora Ecuador Radio cambió de dueño y el estudio y los equipos fueron adquiridos por Washington Delgado Cepeda. Durante las décadas de los años 30 y 40 ejercitó su pluma como corresponsal artístico, visitaba exposiciones, comentaba los detalles, entregaba sus conclusiones, en algunas ocasiones no tan certeras como cuando al calificar el arte del joven Eduardo Solá manifestara que era academicista y recalentado. En lo primero acertó, en lo segundo estuvo exagerado. El 40 finalmente dio a la luz en la Revista del Vicente Rocafuerte en 11 págs. los resultados de una parte de sus investigaciones en “Una civilización precolombina en Bahía de Caráquez” en 11 páginas, analizando el complejo cerámico y de figurines encontrado en la parte central de dicha ciudad, analizando las diferencias con los de las culturas Manteña y de Cerro de Hojas, de manera que fue el primer investigador en establecer que esta era una nueva cultura. La década de los 40 fue muy atareada. Entre el 41 y el 45, con Robert Reed, Carlos Zevallos Menéndez y otros jóvenes trabajaron como agentes del consulado norteamericano en Guayaquil en lucha contra el fascismo; también hizo una vida de intenso periodismo radial a través de Ondas del Pacífico, donde sería por muchos años director de “Gong”, diario hablado del aire, programa de noticias y opiniones que se trasmitía tres veces al día, cuyo staff de colaboradores lo integraban Ángel Celio Castro, Mauro Velásquez Ceballos, David Huerta Castelo y duró muchos años. En 1942 editó en la misma revista vicentina “La deformación intencional del cráneo en el Ecuador prehispánico.” Tras la revolución del 28 de Mayo de 1944, el presidente Velasco ibarra motivado por si ministro de eduación Alfredo Vera y por Benjamin Carrión, creó por decreto del 9 de Agosto la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Al año siguiente se formó el Núcleo del Guayas y fue designado miembro fundador. Poco después fue nombrado profesor de Historia del Arte, Historia de América y de Arqueología en la recién fundada Facultad de Filosofía, Pedagogía y Letras de la Universidad de Guayaquil que inauguró y fue su primer Decano, funciones en las que se mantuvo un quinquenio hasta finales el 49. Durante ese tiempo empezó el Museo de la Facultad con piezas arqueológicas de su colección privada; con su charla siempre amena y llena de humor, allí disertaría por horas, pues cada clase era una conferencia académica, alzando los brazos, elevando la voz, dejando traslucir fuertes emociones, animando cada explicación con la pasión que sabía poner en todo lo suyo y ese tono personal que tanto le distinguía.
En 1936, 1945 y el 46 trabajó e investigó en terrenos de la hacienda Chorrera situada en la ribera oriental del río Babahoyo, actual provincia de Los Ríos, y halló una fase cultural diferenciada que le asombró por la belleza plástica de sus tiestos y figuras y bautizó como “Cultura Chorrera” por el sitio epónimo de su descubrimiento y existe la constancia de que dio oportuno aviso a Jacinto Jijón y Caamaño. El nombre Chorrera le viene de un río y una hacienda cercanos a Babahoyo y fue sin duda alguna la primera cultura ecuatoriana netamente agrícola, encontrando los primeros tejidos. Su cerámica iridiscente es bellísima por su alto grado de desarrollo tecnológico y su área de influencia se halló en las costas de Santa Elena hasta Palmar y en Guayas a lo largo de las orillas de los ríos Daule y Babahoyo, además existen sitios Chorrera en Manabí y Esmeraldas, pero en forma desperdigada, floreció entre los años 1500 antes y 500 después de la Era Común. En 1954, habiéndole informado a Emilio Estrada icaza de su descubrimiento, éste llevó a los esposos Clifford Evans y Betty Meggers, quienes realizaron una excavación en dicha hacienda y le cambiaron el nombre y llamaron Cultura Milagro – Quevedo en consideración a su área de expansión, de manera que es lo mismo decir Cultura Chorrera que Cultura Milagro – Quevedo. Esta gente precolombina extendió su presencia hacia todas las regiones costaneras e inclusive a algunas de la sierra. Por su riquísima expresión artística especialmente en su cerámica, se puede afirmar que conforma lo más sobresaliente de la estética y el arte en el período formativo (situado entre el temprano o antiguo y el de integración o moderno que fue el que encontraron los españoles en el siglo XVI) Chorrera heredó su alto desarrollo técnico, producto de la gran tradición cerámica de las culturas que le antecedieron (Valdivia primero y Machalilla después) que permitió a los ceramistas Chorreras representar un espléndido conjunto de figuras tales como sus viviendas, constituidas por plantas redondas y rectangulares con paredes verticales y techos a dos aguas.
En 1946 publico “De nuestro pasado aborigen; la sonrisa, lo sexual, brujería y medicina” en 31 págs, en la Biblioteca Mínima de Ecuatorianidad, de la Universidad de Guayaquil.
El 47 contribuyo al centenario del fallecimiento de Vicente Rocafuerte con una síntesis biográfica en 16 págs. y ayudó al Dr. Abel Romeo Castillo a elaborar los programas de estudio para inaugurar la Escuela de Periodismo que nació adscrita a la Facultad de Filosofía y Letras.
En la década de los cincuenta formaba parte de las tertulias que se celebraban los días sábados por las tardes en el departamento bajo que ocupaba su tío Pedro José Huerta y Gómez de Urrea en Baquerizo Moreno entre P. Ycaza y 9 de Octubre, y otros ex alumnos suyos en el Rocafuerte. En dichas reuniones se hablaba del Guayaquil antiguo que don Pedro José conocía al dedillo por haber estudiado el archivo municipal, especialmente el contenido de las actas de Cabildo, que le había servido de material para sus crónicas que se publicarían en los Cuadernos de Historia y Arqueología, del Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura.
Para entonces había comenzado a dictar clases en el Colegio “Americano” para ayudarse económicamente, complicando intensamente sus horarios, pues tenía que correr de un Colegio a otro a fin de poder cumplir en todos pero así eran los maestros en aquellos tiempos, trabajaban doble y hasta triple jornada para subsistir. El 50 entró a formar parte de la redacción del diario “La Nación” donde realizó una extraordinaria labor cultural, siendo éste el período de mayor producción intelectual pues desde el 52 hasta el 54 dirigió el Suplemento dominical, escribía los editoriales y quizá por ello llegó a simpatizar con la línea política de la Concentración de Fuerzas Populares CFP y de su líder Carlos Guevara Moreno, aunque rehusando sistemáticamente afiliarse a ese Partido pues siempre se consideró un liberal; sin embargo, a principios del 53, en pleno invierno porteño, el Presidente Velasco Ibarra dispuso el arresto de
cinco periodistas, a saber; Francisco y David Huerta, Martín Arellano, Simón Cañarte y Justino Cornejo a quienes se llevó detenidos e incomunicados al Cuartel Modelo donde permanecieron varios días en condiciones por demás denigrantes y en medio de delincuentes comunes. Después se les trasladó a la Cárcel Pública Municipal y allí permanecieron tres meses. De esta época queda una carta fechada el 28 de Abril que dice: nuestra celda es un palacio comparable con los días espantosos del cuartel Modelo; muchos presos son conocidos o amigos y se nos ha levantado la incomunicación; todo es preferible al viaje a Galápagos, o al Panóptico de Quito o al exterior. Cuando el dolor nos golpea, cuando el sufrimiento nos envuelve, es cuando mejor se prueba el temple de las almas y espero que tú, por el cariño que me tienes, seas un ejemplo para mis hijos, les levantes el ánimo y les digas que su padre está preso por luchar por la libertad, por la justicia, por un Ecuador mejor y sepas controlar tus lágrimas y tu angustia igual que yo lo estoy haciendo, a pesar de tenerlos presentes en mi corazón cada minuto que pasa….Pueden visitarnos los días martes, jueves, viernes y domingo de dos y media a cinco y media, mándame a Panchito. f) Francisco Huerta R.
La ciudad y el país se indignaron ante este hecho de fuerza que pretendía acallar a la opinión pública nacional. Finalmente – a los tres meses de prisión – los periodistas recobraron su libertad y se reintegraron a sus domicilios. Don Pancho tenía a su cargo los editoriales del vespertino “La Hora” que tanta difusión alcanzó por entonces en Guayaquil. Una noche de ese año 53, mientras trabajaba como editorialista de La Hora, fue buscado por Emilio Estrada Icaza, quien le solicitó consejos como arqueólogo, convirtiéndose en excelentes amigos pues Huerta siempre fue un maestro docto y generoso que jamás negaba ningún tipo de información.
El 54 editó “Arqueología del Litoral ecuatoriano, notas para su conocimiento y estudio” en 45 págs. demostrando que con su amigo y compañero Carlos Zevallos Menéndez eran los descubridores de la civilización aún sin nombres, pero llamada más tarde Valdivia, por el sitio epónimo donde Emilio Estrada Icaza realizó las mayores excavaciones y “Una urna funeraria de La Libertad y su muerte ritual” en 6 págs. e ilustraciones. El 55 “Descripción de la Gobernación de Guayaquil en el año de 1605” y habiéndose terminado sus labores en el diario La Nación y su vespertino La Hora, decidió publicar sus interesantes trabajos en los Cuadernos de Historia y Arqueología del Núcleo del Guayas, cuya dirección ad-hoc asumió hasta el 68 que la tomó a cargo Jorge Villacrés Moscoso, iniciando con “San Biritute, señor de Zacachún” en 9 págs. y abundantes láminas, amplia exposición sobre dicho menhir tallado que había localizado en Septiembre de 1949 en el centro del sitio denominado Zacachún, parroquia Juntas (Julio Moreno) y que en 1952 Huerta lo había hecho trasladar con la ayuda de la policía municipal a Guayaquil, para ser colocado en el parterre central de la avenida Diez de Agosto durante la alcaldía de Carlos Guevara Moreno, y cuando se rehabilitó el interior del edificio del Museo Municipal estuvo unos años allí hasta el 2011 que volvió a su lugar de origen en Zacachún, tras un periplo de sesenta y dos años. Ese menhir, conocido como San Biritute, según el decir de los miembros de la Comuna indígena de Zacachún, hacía llover abundantemente en la región para que la tierra pariera y hubiera abundante comida y hasta promovía el amor humano, el disfrute de la procreación y la maternidad en las mujeres infértiles, de allí su nombre de San Biritute, palabreja que constituye una deformación del vocablo latino virtutis posiblemente puesto por algún ocurrido sacerdote en la colonia.
Desde ese año 55 empezó a colaborar en El Universo y en los Cuadernos de Historia dio a la luz “Páginas de sangre y de gloria. El fusilamiento de Amador Viteri en Guayaquil” en 22 págs.
El 56 intervino con una ponencia en la famosa Mesa Redonda Internacional de Arqueología convocada por Carlos Zevallos Menéndez en el Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura, donde los arqueólogos norteamericanos Evans y Meggers establecieron la cronología de las culturas prehistóricas a base del método del Carbono 14 radioactivo, despejando todas
las incógnitas existentes sobre el pasado precolombino del litoral ecuatoriano. El método había sido perfeccionado en el Smithsonian Museum de Washington D. C. pero era demasiado caro para la economía ecuatoriana por eso Emilio Estrada fue el único que pudo pagarlo.
Cada pieza se enviaba a la capital norteamericana para su examen, el costo ascendía a entre sesenta y cien dólares más el porte de correo, suma que equivalía a la tercera parte del sueldo mensual de un profesor de Colegio fiscal. I eso no era todo pues – para sacar conclusiones generales – debía enviarse entre veinte y treinta piezas en cada caso. Cabe indicar que
la Mesa Redonda fue una genial ocurrencia de Zevallos, interviniendo con ponencias el propio Zevallos, Huerta, Emilio Estrada, Betty Meggers y Clyford Evans y el notable arqueólogo español Rafael Altamira funcionario de la UNESCO casualmente de paso por nuestra ciudad. Olaf Holm lo hizo simplemente como observador o curioso y sin ponencia, pero
leyó un trabajo suyo sobre el Ajedrez de los Incas o Teptana. Ese año fue activista en la campaña electoral de su hermano Raúl Clemente Huerta para la presidencia de la República por el Frente Democrático Nacional, pero los escrutinios finales realizados en el Tribunal Supremo Electoral arrojaron un discutido y estrecho triunfo al candidato conservador. Se habló del fraude electoral del Cura Armijos, un sacerdote politizado que fungía de cacique conservador en la provincia de Loja y hasta el día de hoy – a pesar de haber transcurrido tantos años – se sigue pensando igual.
También es del 56 un artículo largo sobre las “Fusaiolas del Ecuador precolombino.” En Junio del 57 figuró como redactor fundador de la revista “Vistazo” colaborando bajo el seudónimo de Frank, después pasó a Jefe de Redacción y a Subdirector y continuaría publicando hasta el 68 que se retiró y le designaron Redactor de Honor. Siempre fue un escritor ameno, de temas múltiples dada su gran cultura, que abarcaba desde lo histórico y literario hasta lo profundamente científico, honesto y vertical, deseando mejores días para su Patria, fustigando con fina ironía a los dictadores y comentando oportunamente toda las manifestaciones artísticas e intelectuales del país.
Ese año 57 obtuvo el Primer Premio en el concurso anual de relatos del programa radial “Vida Porteña”. El 58 comenzó a trabajar en el Colegio Municipal nocturno César Borja Lavayen y ayudó a su hijo Panchito en un Concurso vicentino con el trabajo “José Antonio Campos, abuelo espiritual de la novela vernácula ecuatoriana”. El 59 ganó el Primer Premio en el Concurso promovido por la Municipalidad y el diario El Universo con su relato “Sol de lágrimas”, entre sesenta y tres escritores de todo el país, el texto versa sobre los sangrientos sucesos motivados por la represión militar del aciago día 3 de junio de ese año, donde murieron casi medio centenar de personas a manos de miembros del ejército nacional. En Septiembre del 61 polemizó por la prensa con su amigo Emilio Estrada Icaza, oponiéndose con diversas razones a la afirmación de Estrada, de haber descubierto la tumba del Cacique Guayas en la parte norte de la hacienda Churute propiedad de los hermanos Ponce Luque, muy cerca al estero de Dima. donde estuvo asentada la ciudad de Santiago (actual Guayaquil) La discusión probó a los guayaquileños que ambos arqueólogos dominaban la materia pero que Estrada, llevado por el entusiasmo del descubrimiento de la tumba de un importante Cacique principal (por la cantidad y calidad de los objetos recogidos en ella) había generalizado imprudentemente pues ¿Quién puede saber cuál era el nombre del sujeto enterrado en ella? y aún más ¿Quién puede saber si realmente existió alguna vez el dicho Cacique Guayas? Porque no existe el documento fehaciente que lo pruebe. La investigador Dora León Borja de Szawsdy, poco después descubriría en el Archivo de Indias en Sevilla, el documento probatorio de la existencia de las tierras – por el kilómetro 24 de la actual vía Durán Tambo – del Cacique Guayaquile.
El 62 inauguró el Museo de Arqueología que había venido formando en la Facultad de Filosofía y Letras con objetos de su colección personal, donados para el efecto. Desde entonces convirtió el Museo en el centro de sus operaciones. “Hombre de extraordinaria cultura, hacía de la arqueología una parte vital de la docencia, era el maestro y el comunicador” y en
Noviembre el Consejo Universitario aprobó poner su nombre al Museo y colocar una Placa de Bronce. El 63 reemplazó al “inimitable” Porthos, seudónimo de Adolfo H. Simmonds, utilizado en Vistazo, inaugurando su columna bajo el seudónimo de Richelieu que pronto se hizo famoso, también fue contratado por “El Telégrafo” escribiendo por varios años como “José Perdomo” unas hermosas crónicas tituladas “Radiografías en technicolor” y se convirtió en uno de los más leídos y respetados periodistas pues con estilo suelto pero no exento de nobleza, llanamente trasmitía valiosa información en artículos y reportajes para revistas y periódicos del país.
El 65 escribió un Album didáctico denominado “Así nació el Ecuador” con cromos postales a colores que informaban de manera amena e instructiva el inicio de nuestra nación. Este álbum apareció en la editorial “Ariel” y le abrió las puertas para nuevos trabajos graficados, de manera que a las pocas semanas circuló su “Atlas escolar del Ecuador” y finalmente su texto a colores de Historia Patria para el primer ciclo diversificado, que salió el 66 como una “Historia del Ecuador” y suscitó tal éxito comercial que pronto aparecieron cuatro ediciones y habrían más si el propietario de dicho Editorial hubiera sido menos avariento y desbocado incendiando esa gallina de los huevos de oro. Figuras de la talla de Carlos Manuel Larrea le felicitaron sin reticencias por estos trabajos pedagógicos, necesarísimos para la divulgación científica de nuestro pasado como nación, pues aportó las semblanzas de las principales figuras patrias y la interpretación de los acontecimientos cruciales y significativos desde la prehistoria hasta la república.
El padre Pedro Porras Garcés, autor único de la obra “Ecuador Prehistórico” libro que apareció como si fuera el producto de la investigación y trabajo de dos autores aunque el segundo no aportó en nada y solo pagó el valor de la impresión, anota en la Introducción que correspondió a Francisco Huerta Rendón el mérito de haber sido por primera vez en el Ecuador quien presentó a la juventud un texto conteniendo los descubrimientos efectuados por la nueva Arqueología, la verdadera, aquella que no se basa en corazonadas sino en serios trabajos de campo y de laboratorio y en pruebas de datación, siendo además el insigne descubridor de la arqueología de Manabí pues los anteriores autores – Marshall H. Saville, Federico González Suarez entre otros – que investigaron en dicha provincia, lo hicieron de paso, como viajeros científicos que anotaban curiosidades del pasado de la región y no como arqueólogos propiamente dichos. Ese año dio a la luz “Un peso de red extraordinario” en 10 páginas. Había enviudado, sus hijas estaban casadas, entonces contrajo segundas nupcias con Mercedes Montalvo Viejó con dos hijos y una hija, todos médicos. Vivía con modestia, alquilando una casita de madera de una sola chasa en Vélez entre Pedro Moncayo y Quito a donde le visité en varias ocasiones en la década anterior cuando era mi profesor de Historia del cuarto curso de secundaria en el Vicente Rocafuerte. El 66 fue designado Rector del Colegio Nacional José Joaquín de Olmedo, emocionadamente editó “Revolucionarios descubrimientos en Manta,” con detalles sobre las peripecias de un fabuloso oratorio mantense hallado en el sitio Los Esteros” en 36 páginas y recibió un homenaje en la radio “Ondas del Pacifico” que le otorgó el premio Micrófono de Oro. El 68 sufrió un primer infarto pero se repuso del todo y como siempre había sido un optimista incorregible pudo reincorporarse con prontitud a sus diarias tareas con los mismos bríos de antes, fue electo miembro de la Comisión de Honor del I Congreso Nacional de Historia y Geografía que se desarrolló en Guayaquil y al finalizar el evento le fue otorgado “un fervoroso Voto de Aplauso y Recomendación a la Gratitud Nacional como firme defensor de la dignidad histórica y geográfica del Ecuador”.
En Octubre la Municipalidad le concedió el Premio al Mérito Científico y la revista Vistazo lo designó la figura del mes. Se le reconocía uno de los más ilustres ecuatorianos.
Su joven hijo el Dr. Francisco Huerta Montalvo había sido candidatizado para la alcaldía de Guayaquil por el liberalismo aliado al C.F.P. con la lista 2 – 4, salió electo y asumió dichas funciones el 69.
Don Pancho se alegró, estaba feliz y orgulloso, pero su corazón empezaba a resentirse a causa del sistema de vida que había llevado, trabajando más de diez horas diarias, explotado con sueldos de hambre y teniendo que cubrir casi a la carrera varias funciones al mismo tiempo para sobrevivir a duras penas. El 22 de Junio de 1970 el Presidente Velasco Ibarra cometió la barbaridad de seguir sus impulsos nerviosos que tantos problemas serios le ocasionaron a través de su existencia y se proclamó dictador civil. Uno de sus primeros excesos fue
defenestrar de la alcaldía a Francisco Huerta Montalvo y de la prefectura del Guayas al líder cefepista Asaad Bucaram. El golpe moral fue muy duro, don Pancho entró en una etapa depresiva y se retiró de casi toda actividad aunque siguió conservando su vieja cátedra universitaria. “Vistazo” le declaró redactor de honor y cuando su hijo salió al exilio su corazón no soportó más la pena y le sobrevino un violentísimo infarto en horas de la tarde del domingo 15 de Noviembre.
Tenía solamente sesenta y dos años pero aparentaba más edad. Fue trasladado a una Capilla Ardiente que se levantó en el salón principal de la Casa de la Cultura y hubo que esperar el
penoso retorno de su hijo, por eso el entierro se realizó el día 16 con gran acompañamiento. Guayaquil había perdido a uno de sus más importantes hijos y el país a un científico y arqueólogo extraordinario. No dejó libros propiamente dichos porque siempre le tocó vivir en situación de apremio, prisionero del subempleo; pero se pueden rastrear y recoger varios cientos de artículos suyos, escritos para las páginas de La Nación, El Universo, La Hora y El Telégrafo, las revistas Vistazo, del colegio Vicente Rocafuerte y los Cuadernos del Núcleo del Guayas de la CCE que sumarían muchos volúmenes.
Autodidacta que se superó hasta llegar a ser un verdadero científico en el campo de la arqueología, descubrió las culturas Bahía al norte de la provincia de Manabí y Chorrera en la zona centro sur de la provincia de Los Ríos y contribuyó con Carlos Zevallos Menéndez y luego con Emilio Estrada Icaza a completar el amplísimo panorama de la prehistoria ecuatoriana con la cultura costanera denominada Valdivia en la provincia del Guayas. También merecen destacarse sus biografías breves que escribió para las series Literatos ecuatorianos y Presidentes ecuatorianos aparecidas en las contratapas de “Mi Cuaderno” de Artes Gráficas Senefelder con retratos dibujados a plumilla por Luís Peñaherrrera Bermeo y que constituyeron un valioso material para los estudiantes de secundaria en dichos años setenta..
Como periodista gustaba redactar con términos incisivos y hasta cáusticos en ocasiones, producto del tráfago diario de su vivir. Siempre fue un excelente comentador de noticias y tuvo estilo agradable, coloquial y hasta telegráfico. Polémico en hechos, no gustaba de lo abstracto y rehuía por sistema lo complicado o dialéctico. Cuando disertaba en clase demostraba erudición y lo hacía sencillamente pero en tono sapiencial.
Todo en él era raudo, veloz y sencillo hasta la llaneza y por eso ganaba corazones y abría cauces para nuevas vocaciones. Podía disertar por horas sin cansar a sus auditorios y sin perder la rigurosidad científica. Raro caso de maestro que sabía el arte de enseñar, que combina tan bien lo serio y científico con lo meramente anecdótico aunque no por ello menos profundo, por eso aún se le recuerda con admiración y simpatía, porque cultivaba en cada una de sus clases la divina eutrapelia de los griegos, esto es, enseñar divirtiendo. En su trato personal siempre gentil aunque visceral por lo intenso y primario. Amaba y odiaba con pasión pero sin maldad, porque su generosidad no se lo habría permitido. Su carácter optimista, sus expresiones rotundas, ricas en gestos y modulaciones, poseía una voz fuerte y agradable. En todo sabía poner su alma y por eso convencía, aconsejando con oportunidad y eficacia, entregando tiempo y persona. Vestía pésimo por su eterna prisa y usaba lentes sin marcos. Gracioso, ocurrido y hasta sarcástico en los debates, aún se recuerda el convocado en plena guerra fría por el Núcleo del Guayas para dirimir cual de los dos sistemas – si el Capitalista o el Comunista – era más propicio a nuestro país. Huerta componía el staff de los capitalistas y ante una insinuación algo insidiosa proveniente de uno de los panelistas contrarios, Pedro Jorge Vera, se levantó rápido y replicó: Parece que me están pisando las uvas interiores, y provocó la estrepitosa carcajada en el público.
Uno de sus ex alumnos – César Burgos Flor – ha dicho “Su propósito era vital para la educación. Emplear la imaginación de las cosas para describirlas. Así era como mostraba hachas de piedra, collares de cuentas de conchas, oro o cristal de roca, un cráneo deforme. Sentía verdadera vocación por la arqueología. ¡Qué gigantesca emoción le producía en su espíritu cada vez que un tiesto, una figura precolombina, caía en sus manos! Era algo así como un tesoro de quilates subidos que el maestro sabía velar como a su propia existencia.”
José Luís Ortiz ha recordado que sin ser alumno concurría a sus clases magistrales por mera curiosidad intelectual. Solía don Pancho agradecer a la vida trasmitiendo lo que ella le había dado y lo daba con ternura, como nutriente fundamental a sus semejantes, para que sus discípulos aprovecharan al máximo el resultado de su trabajo de investigación, incansable
y sacrificado, por ello se situaba en el tiempo de los hechos sometidos a su curiosidad con una visión de la historia a partir del escenario, y libre de subjetivismos e interpretaciones interesadas. Por eso su dedicación a la arqueología y su insistencia por explicarse los fenómenos de la prehistoria como factores determinantes de la identidad regional y nacional.
Solitario y pobre, sin ayuda institucional alguna, trabajó mucho y bien en sus excavaciones. Fue el primero en descubrir superficialmente algunas improntas asociadas a fragmentos pertenecientes a la cultura Valdivia comprobando así el cultivo de un algodón primitivo que sirvió para la fabricación de vestimentas a los antiguos habitantes de la costa ecuatoriana.
En cuanto a sus trabajos arqueológicos, relacionados con la arqueografía hasta antes de conocerse las cronologías de las culturas de la Cuenca del Guayaquil, es decir, la comparación de los objetos excavados; pasó luego a otras esferas superiores, comparando las culturas entre sí, es decir, arqueología pura. Pudo intentar el estudio de la antropología y estaba muy bien dotado para ello, pero se fue en este punto por la historia y la geografía de su Patria.
Como historiador investigó cuando escribió para el diario La Nación pues sabía recrear pasajes y escenas del pasado con notable luminosidad. Tal mi maestro, mi no tan lejano pariente por Antepara, a quien traté especialmente en el curso lectivo del 54 al 55 en el Vicente Rocafuerte, cuando le veía con cuanta paciencia, dedicación y amor nos relataba los hechos del pasado; sin embargo, al mismo tiempo, notábamos con pena, sus penurias económicas y los apremios de tiempo debido a sus tres trabajos, necesarios para cubrir el parco vivir de un profesor, de un sabio, en un medio fenicio y absolutamente injusto pues jamás recibió la ayuda de la Municipalidad ni del Estado y creo que tampoco de los organismos culturales especializados como el Núcleo del Guayas. Estatura más baja que alta, ancho de espaldas, gordo pero no adiposo sino musculado, miope, viril, eufórico, batallador, era un optimista a tiempo completo, se dio por entero a la educación y a la ciencia. Su vitalidad nacía de saber mucho sobre muchas cosas y casi nada sobre otras, pero lo que sabía lo enseñaba sin reticencia, sobre todo comportamiento con autenticidad para ser frontales, directos, capaces de colocar la opinión propia por arriba de las circunstancias y las conveniencias.
Está considerado uno de los grandes maestros vicentinos de todos los tiempos y su presencia aún riela con luz propia y repleta de emoción. Este formidable maestro, uno de los más prominentes ecuatorianos del siglo XX, dejó un legado invalorable y una invitación constante a buscar la superación a través de las más elevadas expresiones de la inteligencia. Guayaquil tiene su busto, un Colegio secundario y una importante avenida llevan su ilustre nombre pero su mayor legado fue dejarnos el sano orgullo de saber de un Ecuador que existió como nación dos mil quinientos años antes de Cristo, es decir, como unidad étnica y culturalmente independiente. En 1995 la Municipalidad de Guayaquil le rindió un homenaje post mortem.