MAESTRO.- Nació en Yaruquíes el 26 de Julio de 1892, anejo rural de Riobamba y fue hijo legítimo de Martín Huaraca
natural de Yaruquíes y de Tomasa Duchicela, dueña de la loma de Puctus y su riachuelo cerca de la población, en el
antiguo camino al asiento de San Pedro de Cacha, que sembraba con ajos un año y al siguiente con papas. Eran
relativamente pobres, hablaban en quichua y español aunque casi eran iletrados y descendían por Huaraca del Cacique
Yana Huaraca, mitimae llegado con Tupac Yupanqui a la actual provincia del Chimborazo y por Duchicela de la Casa Real
Puruha, que en el siglo XV enlazó con los Shiris de Quito y luego con los Incas conquistadores. La Princesa Paccha
Duchicela fue una de las esposas de Huayna Capac y madre de Atahualpa en el Cusco. Los Mayancela también eran
caciques mitimaes de origen Cañan’ (1)
Don Martín llevó al hogar a sus hijos Xavier, Tomasa y Manuel Huaraca
Bustos y Doña Tomasa a su hijo Lorenzo Hernández Duchicela, de suerte que al nacer el niño Luis Felipe Huaraca Duchicela
contaba con cuatro medios hermanos apellidados Huaraca Bustos y Hernández Duchicela, pero sus hermanos de padre
firmaron solamente Bustos. (Francisco Xavier fue farmacéutico en Riobamba, Tomasa se unió a un primo de apellido
Vallejo y Manuel se casó en Yaruquíes, de ellos descienden las familias Bustos de Riobamba y Yaruquíes) El sabio Otto von
Buchwald ha escrito que Huaraca es voz chanca del Perú, Cacha debe ser un ayllu de Canas y los Duchicela – según Jijón y
Caamaño – fue una familia principal en el Puruhá pero después según se desprende de la lectura de antiguos documentos
coloniales, solo eran Caciques de Cacha bajo el dominio de un Curaca puesto por los Incas.
SU MADRE Tomasa Duchicela (1858 – 1908) vecina de Riobamba, vivió varios años en Quito, era india ladina pues hablaba el
español aunque solía vestir a la usanza indígena, devota de San Judas Tadeo, “por su intersección” consiguió encontrar un
lote de joyas que le habían sido robadas. Tuvo un hijo natural en José Manuel Hernández y luego casó con Martín Huaraca,
ambos nativos de Yaruquíes. Su abuela Margarita Duchicela Chasatul (1832?) mujer principal en Riobamba, poseyó una casa
cubierta de paja con su respectivo corredor y faltriquera ubicada en el barrio de Santo Domingo, fue muy respetada por
las autoridades militares y solía visitar frecuentemente Quito. Bisabuelos: Tiburcio Duchicela (1770-?) Cacique de la
parcialidad de Suillac, parroquia de Yaruquíes, casado con Francisca Yumiseba con hijos. Sabía leer y escribir y hablaba
español, tuvo en N. Chasatul a su hija Margarita ya mencionada.
SU PADRE Martín Huaraca (1860- 1899) de profesión agricultor. Abuelos: Coronel Francisco Javier Mayancela Carrillo,
prócer de la Independencia, casó con Anselma Lobato Ramírez en quien tuvo nueve hijos, todos muertos antes que sus padres y sin sucesión, de suerte que al no tener herederos forzosos dejó la mitad de su fortuna a su hermana Luisa y a sus
numerosos sobrinos, y la otra mitad al común de indios de Yaruquíes. Desconocemos si legó algo a sus siete hijos naturales
llamados Pacífico Arrieta; Martín, Manuel y Anselmo Huaraca habidos en Barbara Huaraca; Benigno y Ventura Adaqui, y
Margarita Amán. Bisabuelos:
Manuel Mayancela y Petrona Carrillo – Indios nobles sin mando por no ser Caciques.
El matrimonio Huaraca Duchicela fue bien avenido y todos se criaron en la mayor armonía hasta que falleció Don Martín en
1899 y Doña Tomasa en 1902 y la familia se disgregó mientras el niño, que había recibido las primeras letras de su madre y
estudiado en la escuelita de Yaruquíes, ingresaba al colegio de los Salesianos de Riobamba terminaba la primaria y
aprendía piano por notas.
En 1908, teniendo solamente diez y seis años y movido por el afán de conocer el mundo, salió de Yaruquíes en compañía
de su medio hermano Lorenzo Hernández Duchicela, usando el pelo largo y el poncho ameno, con plena conciencia de su
antigua estirpe de Caciques y luego de varias aventuras arribaron a Guayaquil con poquísimo dinero y muchas ganas de
conseguir empleo, por eso trabajaron en todo lo que se les presentó, ahorraron y partieron a una ciudad mayor. Entonces
no habían carreteras ni aviones así es que tomaron un motovelero a Piura, donde también trabajaron algún tiempo,
siguieron a Lima y estudiaron en el Colegio Santo Tomás de Aquino. En 1911 se separaron, Lorenzo se quedó de mecánico,
pues siempre había tenido especiales aptitudes para ello. En la década de los años cuarenta vivía en esa capital, casado,
con familia, dueño de un taller automotriz. De vez en cuando se carteaba con sus hermanos Luis Felipe Huaraca Duchicela
y Tomasa Bustos. Bastante sedentario, jamás volvió al Ecuador.
Luis Felipe, en cambio, tomó un barco a Panamá y siguió a New York y Londres pues siempre había deseado conocer
Inglaterra y tras las primeras dificultades por la falta del idioma, trabajó, aprendió mecanografía, taquigrafía, a leer y a
escribir perfectamente en inglés pues siempre fue muy estudioso y disciplinado, se empleó como vendedor de efectos
fotográficos, oficinista especializado en traducciones al español y Guía experto en la city. De esa etapa un poco
funambulesca ha quedado una hermosa fotografía en un diario de esa capital, en la que aparece sonriendo, seguro de sí
mismo y elegantemente vestido con cuello de pajarita, chaleco, saco, corbata, bastón y el siguiente pie de foto “His Royal
highness Duchicela XXVI, a direct descendant of ancient Royal family of Ecuador, South América”. Esta publicación constituye el más antiguo testimonio de su nueva
caracterización ya que conocía el viejo mundo, hablaba quichua, inglés y español, sabía de instrumentos de música y
antes de volver a América hizo un recorrido por Francia e Italia.
Finalmente, volvió a Guayaquil en 1918, instaló una carpa en la plaza de la Victoria, comenzó a enseñar inglés y pronto se
hizo conocer como profesor.
Mientras tanto el arqueólogo Jacinto Jijón y Caamaño había denunciado que la Historia del Reino de Quito del jesuíta Juan
de Velasco estaba plagada de errores y tras ello vino la petición al Ministerio de Educación para que no permitiera su uso
en las escuelas y colegios del país pues el reino de Quito era una simple fábula, pero fue refutado entre los años 18 y 19
por el lingüista chileno Joaquín Santa Cruz, por Pío Jaramillo Alvarado y sobre todo por el dean Juan Félix Proaño Castillo
y su discípulo el presbítero José María Coba Robalino.
Proaño, sobre todo, con documentos de las antiguas escribanías de la Provincia del Chimborazo, probó a través de veinte y
seis artículos aparecidos en la prensa de Quito, Riobamba y Guayaquil, la existencia de las tradiciones puruhaes, la
antigüedad del hombre en América, los reyes de Quito, los monumentos incaicos en Palmira, el cementerio de tolas en
Macají, los Caciques Duchicela de Cacha, los monumentos prehistóricos de Guano; religión, usos y costumbres puruhaes, el
hundimiento del cerro de Cacha, sus fortalezas indígenas, la familia Lobato Duchicela, etc.
Tantas publicaciones y comentarios sobre un tema que se relacionaba íntimamente con su pasado genealógico le causó una
viva emoción y el deseo de rehabilitar la memoria y los títulos de sus ancestros le quitó muchísimas noches de sueño.
Jamás los había olvidado y los retomó a través de la correspondencia sostenida con el padre Manuel Guzmán, S. J. autor
de una “Gramática de la lengua quichua” con el subtítulo “Dialecto del Ecuador”, publicada en la Prensa Católica, Quito
1920. En su ejemplar consta tachadas de su puño y letra las palabras “Dialecto del Ecuador” y ha puesto encima “Idioma
del Tahuantinsuyo”, lo cual es históricamente justo y por supuesto mucho más apropiado. Lamentablemente, no siendo
historiador ni teniendo los medios para investigar, estructuró como pudo una genealogía hasta Atahualpa, que resulta
incoherente en los siglos XVII al XVIII es decir, que las dos puntas son ciertas, los orígenes y los finales, no así la mitad y
por eso mejor hubiera sido un árbol genealógico tribal, en donde cada nombre no representa obligatoriamente una
generación sino una o varias como sucede en la Biblia.
En 1922, dio un importante paso en su vida profesional abriendo una Academia de aprendizaje de idiomas y de piano en un
departamento alto, alquilado en la calle 6 de Marzo No. 704 entre Aguirre y Luque, que bien puede considerarse una de
las más antiguas de esta ciudad y entre sus alumnas tuvo a la señorita Mercedes Ramírez Castro, profesora primaria en la
escuela de la Sociedad Filantrópica del Guayas, natural de Zaruma y mayor a él en cuatro años, quien le hizo cortar el
cabello largo y sacarse el poncho que había vuelto a adoptar. Desde entonces vistió de saco y corbata.
I lo que fue al principio una mera simpatía se transformó con el trato cotidiano de las siguientes semanas en algo más
hondo, surgió el amor y se casaron en 1924. El matrimonio fue bien avenido, al año siguiente nació su hijo Luis Felipe
Calvino, este último nombre le fue puesto en honor del Presidente de los Estados Unidos Calvin Coolidge.
El 26 subministró a la editorial Ecuador, propiedad del historiador y periodista chileno Braulio Pérez Merchant, su
genealogía real indígena hasta Atahualpa, quien la publicó íntegramente en 1928 entre las págs. 188 y 193 del “Diccionario
Biográfico del Ecuador” con los rostros dibujados de sus antepasados, su fotografía y la de su hijo. Era la primera vez que
figuraba en una publicación nacional como Emperador del Tahuantinsuyo.
Trabajaba en su Academia, daba clases de inglés en el Colegio Tomás Martínez y su esposa continuaba de profesora en la
Filantrópica, pero en el invierno de 1930, ella concurrió resfriada a receptar unos exámenes a sus alumnos, se mojó
durante un fuerte aguacero, le sobrevino fiebre y falleció de neumonía fulminante, dejando huérfano a su hijo de cinco
años.
El viudo quedó inconsolable, más sus amigos, que los tenía numerosos y le apreciaban bien, decidieron llevarlo a las
Sociedades obreras de la ciudad, donde dictó cursos gratuitos de inglés por muchos años. Por eso su figura fue muy
querida por el obrerismo guayaquileño.
El 33 contrajo nuevo matrimonio con Guadalupe Solís, natural de Bajada de Chongón, a quien conoció en Guayaquil y
también tuvo un matrimonio feliz pues era un esposo cariñoso y un pedagogo serio, culto, responsable, de trato amable y
hasta cortesano, cualidades que le servían para ganar afectos y voluntades. En estas segundas nupcias tuvo cuatro hijos.
Ese año, al acercarse el IV centenario del fallecimiento del Inca Atahualpa, contrató los servicios profesionales de su
amigo el poeta y abogado Dr. José María Egas Miranda y el 8 de Abril presentó una demanda ante el Juez Segundo principal
de la parroquia urbana Ayacucho, Dr. Carlos Espinoza Ayala, con un interrogatorio y lista de testigos, para que luego de la
recepción de sus testimonios y de los informes que presentaren los peritos designados por el propio Juzgado, se dicte
sentencia, declarándole descendiente directo y sucesor del Inca Atahualpa, con el nombre de Luis Felipe Huaraca
Duchicela XXVI y el título de Emperador del Tahuantinsuyo.
El Universo, El Telégrafo y la Prensa le concedieron páginas enteras y el asunto fue calificado de proceso sensacional
porque de numerosas partes del país salieron a refutarle algunos historiadores, como el propio interesado lo reconoce en
las págs. 6 y 7 de la obra “Huaraca Duchicela desciende de Atahualpa”, con el subtítulo de: Interesantes documentos
auténticos que lo prueban, con un breve resumen sobre la historia de la dinastía de los Duchicela, en cuarto y 1 1 0 págs.
editado en la empresa periodística Para Todos, Tipografía Popular, Guayaquil, 1933 y la sentencia fue dictada el 1 8 de
Mayo en base a las declaraciones juramentadas de los testigos Juan Tigse Morocho y Virgilio López, naturales de Yaruquíes, albañil y cargador respectivamente, que a pesar de su rusticidad testificaron sobre asuntos de cuatro siglos de antigüedad
y de los peritos “Históricos” Julio Vivar y César Cordero, que sólo se remitieron a unos papeles escritos por el propio
peticionario. Ejecutoriado el fallo, fue protocolizado por orden del Alcalde segundo Cantonal, Dr. Aurelio Bayas Argudo, en
la Escribanía Quinta a cargo del Dr. Pablo F. Corral.
Por esos días solicitó al gobierno un donativo pecuniario, al Municipio de Guayaquil un terreno y una beca de estudios para su hijo Luis Felipe. El gobierno no respondió y la Municipalidad se
asesoró con el Centro de Investigaciones Históricas, que pidió informes al dean Juan Félix Proaño, fruto de lo cual fue una
publicación de Bolívar Monroy Garaycoa en la que negaba los pretensos derechos del peticionario porque no existía
ninguna familia Duchicela descendiente directa de Atahualpa y porque el peticionario no había comprobado su parentesco
con los Duchicela de Yaruquíes.
Convertido en una celebridad y lo era en efecto, por su controvertida personalidad y don de gentes, por el proceso y
porque en numerosas ocasiones gustaba usar el poncho andino que sirve de enseña, casi de uniforme, en estos pueblos, su
figura se tornó conocida y respetada. El 29 de Agosto de 1933 ofreció una solemne misa en el Sagrario de la Catedral en
memoria de su antepasado el Inca Atahualpa por conmemorarse el IV centenario de su muerte. Asistió con su esposa e
hijos de riguroso luto y la Municipalidad de Santa Elena le donó al descendiente de Atahualpa, profesor y amigo, una
manzana de dos cientos cincuenta metros cuadrados de extensión en el sector de la Ensenada de Chichipe en Salinas,
terrenito que nunca pudo ocupar pues en Enero del 42 fue violentamente expropiado – manu militan’ – como todos los
demás que conformaban ese enorme sector, por el gobierno del Presidente Carlos Alberto Arroyo del Río, para formar la
Base Militar de los cinco mil soldados norteamericanos que sin aviso previo acababan de instalarse allí.
En esos años construyó un chalecito de madera, caña y techo de hojas de zinc sobre un terreno alquilado a la
Municipalidad, que después le compró su hijo mayor, en Gómez Rendón No. 2.225 y Tungurahua, prácticamente en los
extramuros de la ciudad de entonces, donde vivió en compañía de su esposa e hijos, subsistiendo pobre pero dignamente
de su trabajo de profesor de idiomas. En la parte posterior hizo un cuarto para suslibros, revistas y papeles, pues nunca
perdió la costumbre de cartearse con amigos del exterior. Un escritorio, varias sillas, su infaltable máquina de escribir y
numerosos retratos copaban el pequeño ambiente, que se fue llenando de comunicaciones y recortes de prensa hasta
transformarse en un verdadero archivo, donde recibía a las personas que iban a saludarlo y en ratos de ocio solía
dedicarse a la Jardinería en el patio posterior que sembró de legumbres y frutas.
Durante una sesión sindical los miembros de la mesa directiva le cedieron la presidencia, que no quiso asumir hasta que no
le fuera reconocida su calidad de Emperador del Tahuantinsuyo, pues algunos compañeros le hacían bromas al respecto.
Joaquín Gallegos Lara le reconoció de viva voz y todos aplaudieron, tras lo cual presidió el acto.
En 1938 abrió un pequeño comercio de accesorios para fotografías pues siempre le había atraído ese arte, pero con el
inicio de la II Guerra Mundial no pudo seguir importando y sus activos y efectivos disminuyeron hasta que cerró. La
empresa Créditos Económicos usaba sus servicios de traductor comercial. En los meses anteriores a la revolución del 28 de
Mayo de 1944 estuvo junto a sus compañeros sindicalistas en la lucha contra el gobierno del Presidente Arroyo del Río
aunque jamás quiso afiliarse a partido político alguno, diciendo “soy lo que soy, no puedo entrar en banderías”.
El 48 falleció su segunda esposa a causa de una bronquitis dejando a sus cuatro hijos pequeños. El mayor, Luís Felipe,
único del primer matrimonio, acababa de ingresar a la compañía bananera, filial en el país de la United Fruit, propietaria
de la gran hacienda Tenguel, ganaba bien y como siempre fueron muy unidos le ayudaba económicamente y adquiría los
comestibles en el comisariato de la empresa donde todo era barato.
El 21 de Julio de ese año 48, en ellocal de la Sociedad de Gráficos, se reunieron varios dirigentes sindicales a fin de crear
la Federación de Barrios Suburbanos. Representó en dicha reunión a la Junta pro mejoras del barrio Ayora y en presencia
del Alcalde Rafael Guerrero Valenzuela le solicitó la devolución de los terrenos en el barrio Garay a los pobladores,
arrebatados cuando se realizó la delineación de ellos. “A mí no me han devuelto el terreno, me han despojado de él como
a otros compañeros que habitamos en ese sector” y fue respondido que la alcaldía se comprometía a devolverlos en el
menor tiempo posible. De esta reunión salió la constitución de la Federación de Barrios Suburbanos de Guayaquil que
tendría una larga y brillante trayectoria.
El 50 casó su hijo en la iglesia de la Merced con Olga Isabel Santa Cruz Salazar en medio de un gran despliegue de
publicidad, pues se trataba del heredero del Tahuantinsuyo.
Gran cantidad de público se dio cita en las puertas del templo pensando que los novios irían vestidos a la usanza indígena
pero no fue así, el novio ingresó al templo en compañía de su padre y del brazo de su madrina Carmencita Duroy de
Bruignac y Garbe, Baronesa Duroy de Bruignac, amiga muy respetada de su padre. La boda salió reseñada en los periódicos
(3)
El 52 tuve el agrado de conocerlo. Regresaba del Colegio y mi padre me detuvo en la puerta de nuestro departamento de 9
de Octubre y Boyacá para presentarme a Don Luis Felipe, quien me pareció un señor bajito y llenito, dentadura perfecta y
completa, ojos y pelo lacio y negro, hablantín, simpático, extrovertido y hasta gracioso, quien no tuvo inconveniente en
hacerme una muy seria como erudita explicación sobre la forma de saludar con los tres dedos centrales de la mano
derecha símbolo de la divinidad del Inca, así como también sobre el llauto emplumado, la mascapaisha, el idioma quichua
y su noble ascendencia.
El asunto debió ser muy interesante y a pesar de los años transcurridos me parece aún estarlo viendo. Cuando se retiró de
nuestra casa, mi padre hizo un recuento de los méritos de su amigo, a quien respetaba como caballero honestísimo y muy
trabajador. Años después Pedro Robles y Chambers me explicó que “el señor Huaraca Duchicela – le trataba con marcada
consideración – aunque no había probado su ascendencia hasta Atahualpa, provenía de familias de antiguos y nobles
caciques en la sierra”.
El 53 su hijo le trajo de Riobamba a su hermana Tomasa, a quien no veía desde hacía cuarenta y un años; los dos ancianos
se abrazaron llorando. La viejecita llegó vestida de follón y anaco como era usual en Yaruquíes y cuando la sacaron de
noche a pasear en camioneta por el boulevard, admiró en lo alto del edificio Fiore a un costado de la plaza de San
Francisco el primer letrero luminoso de neón que tuvo nuestra ciudad y creo que también lo fue del país. El dicho letrero
era algo muy simple pero de grandes dimensiones, una llave color celeste de la cual caía en tres tiempos una gota de agua
color blanco y había sido puesto por la Empresa Municipal de Agua Potable de Guayaquil.
Al verlo doña Tomasita se arrodilló en media vereda de la plaza de San Francisco y casi llorando y con los brazos en cruz
gritó a todo pulmón: “Gracias Dios mío, por permitirme ver las maravillas del mundo”. y hubo que levantarla porque ya se
arremolinaba la gente. Así éramos de buenos e inocentes los ecuatorianos de antaño.
En Guayaquil permaneció un mes al lado de su hermano, comiendo motes y habas que a ambos les gustaba tanto. Ella
firmaba con su apellido materno Bustos y sus hijos vivían en Riobamba y administraban las tierras familiares en la loma de
Puctus.
El 55 nació su primer nieto, suceso que comunicó a sus amistades de Sudamérica. De Bolivia le enviaron de obsequio un
cajón de juguetesal heredero. Sus hijos del segundo matrimonio crecían a su lado y como era un excelente maestro, a
todos realizó como personas de provecho y titulados universitarios.
En su casa hablaba a veces en inglés para que sus hijos aprendieran y en otras ocasiones en quichua. Su nuera Olga Isabel
que vivía cerca y le visitaba diariamente, acostumbraba saludarle diciendo “My Inca father” y el viejecito se llenaba de
sano orgullo y cuando el 61 su hijo se cambió a una villa en la ciudadela Urdesa Central, acostumbraba visitar a sus nietos
caminando desde Gómez Rendón y Tungurahua hasta Víctor Emilio Estrada e Ilanes porque decía que era un buen ejercicio
que le ayudaba a conservarse sano y activo.
Por entonces se le hizo costumbre los días sábados recoger a los niños del barrio y sentarlos a su alrededor a hablarles del
pasado con palabras comprensibles para ellos, aprovechaba esos momentos para darles consejos y al final los regalaba con
una monedita a cada uno. Los chicos le querían bien porque era un viejecito bondadoso, maestro añejado en los achaques
de la pedagogía y que sabía ganarse la confianza de ellos.
Un domingo del 63, a eso de las 11 de la mañana, pasando por el frente de la Ciudadela Universitaria con una bolsita de
guineos en la mano, fue asaltado por una pandilla de adolescente que por arrebatarle la fruta y los zapatos le empujaron
y cayó al suelo. Contuso en la cabeza, pudo tomar un bus y llegar a su destino. Aparentemente sano, no se hizo exámenes
médicos, pero al poco tiempo comenzó a perder la memoria y le temblaban las manos. El Dr. Emiliano Crespo Toral
diagnosticó un tumor por traumatismo en el cerebro. Su hijo mayor le llevó a vivir en su villa, allí permaneció varios
meses casi inconsciente pero sin molestias ni dolores tratado por el Dr. Avelino Arteaga, hasta que falleció en Mayo del 65
de ochenta y tres años de edad. Sus restos reposan en el Cementerio General de Guayaquil.
Fue un hombre positivo pues supo conducir inteligentemente a sus cinco hijos, sintió el sano orgullo de quien conoce las
glorias de sus mayores, sirvió al sindicalismo y a los humildes, tuvo ideas progresistas, vivió un sueño e inculcó a los suyos
la mística de un pasado histórico – sobre todo al mayor – Hoy sus descendientes se reúnen una vez al año en el valle de
Cacha en patriótico peregrinaje de recuerdo a sus ancestros mayores.