POETA.- Nació en Guayaquil hacia 1835 en la casa familiar del antiguo barrio del Conchero
después llamado Villamil, casa que tenía persianas y balcones de hierro – únicos en la ciudad –
colocados por su padre Marco Hidalgo Moran, propietario de la herrería y ferretería de los
bajos.
Este artesano fue uno de los Regidores nombrados por el gobierno del Guayas el 12 de Octubre
de 182O. En 184O fue Comandante fundador de la Bomba Neptuno No. 5 y el 55 pasó a Juez de
incendios, o lo que es lo mismo Primer Jefe del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil. Era un
sujeto activo, popular, de los principales de la urbe. Su hijo Federico Marco, en cambio, a
pesar de parecérsele en lo inquieto e inteligente, por su desordenada vida de aventuras y
tragos, no triunfó. Fue su madre isabel García.
Las primeras letras se las dio el Preceptor Camilo Echanique, después pasó al San Vicente del
Guayas y obtuvo el bachillerato en Filosofía, demostrando una gran afición a la bebida.
En 1855, de solo veinte años, con otros cuarenta y ocho jóvenes fundaron la bomba
“Salamandra” y entró de lleno a escribir en la prensa bajo los seudónimos de “Tirabeque” y
“Un pitonero Salamandra”. Su padre truncó tan brillante carrera literaria – alcohólica
colocándole de marino en el vapor de guerra “Guayas” pero no consiguió cambiarle ni un
ápice.
Su mejor amigo era Modesto Chávez Cora en cuyo almacén situado en la calle del Comercio
(hoy Pichincha) sobre un mostrador escribió Federico Marco la mayor parte de su producción
poética, que luego andaba desparramada por la ciudad haciendo las delicias de todos, porque
eran versos ingenuos y muy graciosos.
En 186O fundó con su hermano Adolfo, con José Domingo Elizalde Vera y otros jóvenes, en una
imprentita de Mercedes Calderón de Ayluardo, el primer periodiquito satírico que se tiene
noticia y lo llamó “El Duende” de pequeñísimo formato, impreso y distribuido con todo el sigilo
del caso porque sus redactores corrían peligro de muerte.
“El Duende” estaba destinado a mortificar a García Moreno y al general Juan José Flores. Escrito “con chispa, sal y
verdadero gracejo” y eran tantas las travesuras de sus distribuidores y tan listos sus agentes,
que el pobre Flores se topaba con él en las ocasiones más absurdas, ya sea sacando su pañuelo
de un bolsillo o al ir a tomar su sombrero. Siempre “El Duende” y en los lugares más íntimos,
como si alguien le siguiera los pasos únicamente para dejarle leer el último ejemplar de dicha
publicación, que más parecía travesura de muchachos que otra cosa, y eso era en efecto.
En 1865 ocurrió la invasión armada del General José María Urbina y después del combate de
Jambelí, Federico Marcos cayó prisionero y merced a una graciosísima coplilla que inventó en
el momento, en la cual se declaró “poeta más no pirata”, se salvó de un seguro fusilamiento;
García Moreno lo perdonó por literato. Desde allí quedó algo traumado. “Su aire parecía melancólico y reservado y sin embargo siempre estaba pronto a la broma bien es verdad que
seguía muy aficionado al coñac.”
En 1876 se pusieron de moda los teléfonos y Federico Marco trató el tema con sutilísima ironía.
En 1877 se burló del célebre artista Bourón con un brindis en verso, pero esta parece que fue la última gracia porque su
organismo se encontraba debilitado y lo atacó la cirrosis, muriendo en Santa Elena en noviembre de 1879,
de cuarenta y cuatro años de edad, cuando aún la juventud le hubiera permitido nuevos y más
elevados triunfos.
Entonces se dijo de él: “Se ha apagado la vida de un malogrado talento, de un ingenio popular,
que con sus siempre satíricas y graciosas coplas supiera divertir a sus lectores y oyentes y
conquistar un lugar en el templo de las musas”.
“Verdadero ingenio, célebre por sus ocurrencias llenas de chistes, derramando la sal del
gracejo en sus composiciones, que se copiaban, que se buscaban con avidez, que eran
aprendidas y gravadas en la memoria, que andaban de mano en mano y en todos los labios y
eran citadas por quienes querían poner un ejemplo sobre poesía crítica; tal y como se le cita y
recuerda hasta el día por todos los que llegaron a conocerle o tuvieron noticias de él por sus
composiciones poéticas”. Tal fue el postrer responso que recibió el cadáver del popular poeta
Tirabeque, literato guayaquileño, popularísimo en su tiempo.
El cronista Chavel Franco cuenta que caminaba en cierta ocasión el poeta, cuando fue
interceptado por un alegre
siete vidas como el gato.
Ya le ha mandado Pilatos A dar cuero con exceso.
Y el Cristo, tieso que tieso dizque aguantará diez mil mientras haya en Guayaquil
quien se las abone a peso.
También nuestro vate hizo motivo de burla a los serranos a los que llamaban “interioranos”.
COSAS DE INTERIORANOS (I)
Estando sentada al piano una linda señorita notó que un interiorano que se hallaba de
visita miraba mucho su mano.
Viéndole así largo rato le preguntó en tono irónico
– Dígame Ub. Don Torcuato ¿Ud. será filarmónico?
Y él le dijo: soy de Ambato.
COSAS DE INTERIORANOS (II)
Quizás por la vez primera se embarcó un interiorano en un bergantín peruano que hacía
rumbo a Caldera Cuando, estando mar afuera oyó al Capitán mandar -¡Alza, vamos a
virar! y él exclamó con terror:
“No vire el barco señor,
Por Dios, que no sé nadar”.
Y como era poeta del momento, de los que no pueden desprenderse de los acontecimientos del
diario batallar, en 1876 compuso una jocosa sátira contra los guayaquileños que acostumbraban
unir una casa con otra mediante el uso del llamado “Canuto” qué consistía en un hilo conductor
cualquiera unido a dos canutos de hojalata o caña gadúa. Estos primitivos teléfonos Criollos se
hicieron tan comunes en la ciudad que no había vecindario que no tuviera dos o tres por lo menos.
La era del chisme telefónico estaba dando sus primeros pininos.
Ha producido ya fruto la más graciosa invención que, de la calle al balcón se converse
con canuto: porque han vestido de luto ya dos señoras matronas pues sus hijas,
pollanclonas, se mandaron a cambiar y alegres deben estar tantas mozas solteronas.
También era patriota y no podía ser esquivo a las gracias de la política, por eso es que lo vemos combatiendo
Con tan indiscreto modo? Le preguntó un policial,
Y ella dijo. – Es por el lodo. ¡Y andaba por un portal!