HERRERA Y SALCEDO MANUEL

POLEMISTA.- Nació en la hacienda Piganta en poder de sus antepasados desde los tiempos de su bisabuelo Agustín Moreno,

natural de Ciudad Real en España y venido a América a principios del siglo XVIII. Fue bautizado en la parroquia Perucho

con los nombres de Manuel Mariano Dolores el 16 de Octubre de 1783, siendo hijo legítimo de Joaquín Herrera y Oserín y

de Margarita Salcedo Andrade y Cruz, ricos propietarios agrícolas.

De siete años de edad quedó huérfano de padre y de diez le hicieron tomar el hábito franciscano con su hermano mayor

llamado Juan, “quien más tarde llegó a ser un predicador muy distinguido.”

Dentro del Convento ambos recibieron las primeras letras y la educación e instrucción convenientes al estado sacerdotal a

que les destinó la obediencia, según acertada opinión de su biógrafo fray Francisco María Compte, pues a tan corta edad

no se puede tener vocación.

De veinte años terminó sus cursos escolares con fama de prodigiosa capacidad y admirable memoria. Amaba el estudio,

vivía para él y pasó a regentar la cátedra de Filosofía en el Convento Máximo de Quito. El 25 de Octubre de 1808, de solo

veinticinco años de edad, fue instituido Lector de Prima para el Convento de Cuenca y tras haber desempeñado con

notable lucimiento todas las cátedras a él confiadas, fue declarado Lector Jubilado.

Muy joven escribió en Quito y por encargo de fray Mariano Murgueitio una “Refutación” de las doctrinas poco ortodoxas

publicadas por el padre Abadía en el Perú; mas, la obra, que debía imprimirse en Lima, se extravió en Guayaquil

Hacia 1818 vivió en Pujilí cuyo Curato servían los franciscanos desde los tiempos coloniales y el 20, de treinta y cinco años

de edad, tuvo un hijo en una señora del lugar, al que nunca desconoció ni desprotegió. El niño nació contrahecho, fue

bautizado como Pablo Herrera y estudió hasta convertirse en uno de los mayores polígrafos ecuatorianos. Después

adoptaría como apellido materno el de Egas, tomado de una bisabuela.

Nombrado Guardián del Convento de San Diego de Quito escribió una curiosa Memoria sobre el Cometa de 1825. Por

entonces se fundó la primera Logia Masónica que se conoció en la capital y como entre sus miembros estaba la flor y nata

de los militares grancolombianos que gobernaban este Departamento Sur, se volvió costumbre afiliarse a ella para optar un

empleo público. Los masones editaban “El Noticiero de Quito” y fueron replicados desde “El Espectador” por el Padre

Herrera y por Vicente Alvarez y Torres. La polémica tornóse por momentos álgida y terminó cuando los masones se

sustrajeron la máquina impresora de “El Espectador”.

En 1826 tuvo un segundo hijo llamado Gregorio Herrera, que sería sacerdote mercedario, inmaculado y penitente y

falleció en ese convento quiteño en 1906 de ochenta años de edad.

En 1828 escribió una Refutación a la obra de su discípulo Fray Vicente Solano intitulada “La predestinación y Reprobación

de los hombres según el sentido genuino de las escrituras y la razón”, pero como eran hermanos en religión solo se

contentó con enviársela en forma epistolar, sin darla jamás a la imprenta para no ocasionar escándalo, pues no era

aceptable que dos franciscanos polemicen por causas teológicas.

En 1829 fue designado Provincial y trabajó un Plan de Estudios para que en el Colegio de San Buenaventura se enseñara Humanidades, pero dicho proyecto no

pudo ser llevado a cabo. En el Convento de San Diego comenzó la construcción de un panteón a fin de dotar de rentas a

esa Recoleta y evitar que continúe la costumbre de enterrar en las iglesias. El Panteón subsistió hasta fines de la década

de los años sesenta en que se destruyó del todo “por oponerse a la rigidez del estado de las misiones apostólicas.”

Ese año 29 también fue designado Examinador Sinodal de los Obispados de Quito y Guayana. El 30 fue nuevamente electo

Provincial. El 31 Pio VIII instituyó el Convento de Pomasqui en Colegio de Propaganda Fide; sin embargo, la falta de

personal fue el principal inconveniente para que nunca abriera sus puertas.

En 1834 obtuvo por oposición el Curato de Pujilí, el 35 llevó a su hijo a dictar clases a los niños de la población. El 38

escribió por encargo del Obispo de Quito, Nicolás Joaquín de Arteta y Calisto, una “Refutación de las Cuatro Palabras á los

sabios” librito de un autor protestante, que fuera reimpreso en Quito por el pedagogo inglés Isaac Wheelwright, llevado

por el Presidente Vicente Rocafuerte para dirigir una escuela de niñas. La obra refutada enseña que todo cristiano está

obligado a leer la Biblia en lengua vulgar y a interpretarla según su propia conciencia invocando las luces del Espíritu

Santo. Contra estas doctrinas volvió Herrera con un segundo folleto intitulado “Observaciones sobre la necesidad de la

tradición para entender el verdadero sentido de los libros sagrados” como una continuidad de la anterior.

En 1840 fue designado Visitador Provincial y presidió el Capítulo de la Orden franciscana. Nuevamente en Pujilí, pasaba su tiempo estudiando las Ciencias Naturales, sobretodo los minerales, vegetales, clima, temperatura, etc. de la zona, hasta

que ocurrió su fallecimiento por Agosto de 1847, de solo sesenta años de edad.

El padre Compte le aplaude como teólogo y científico especializado en mineralogía. Dice que por eso Vicente Rocafuerte

le apreciaba y distinguía y hasta le solicitó en varias ocasiones diversos Informes sobre los minerales existentes en la

región de Latacunga, a fin de cancelar con el fruto de su explotación la Deuda Inglesa que cobraba el Encargado de

Negocios de Inglaterra, Walter Cope,

representante en el Ecuador de los banqueros acreedores.

Herrera tuvo fértil imaginación para toda clase de estudios, desde las arideces de la teología hasta

las maravillas de la astronomía, pero como le tocó vivir al interior de una Orden religiosa alejada

de la modernidad y del conocimiento científico, se perdió para la cultura ecuatoriana su brillante

talento natural.