HEREDIA ZURITA JOSE FELIX

VIII OBISPO DE GUAYAQUIL- Nació en Licto, el 9 de Febrero de 1881. Hijo legítimo de Pacífico

Heredia y de Mercedes Zurita, vecinos de

esa jurisdicción en la provincia del Chimborazo.

En la escuela de Licto aprendió con suma facilidad y llegó a sobresalir de tal modo que sus

padres le enviaron a la escuela de los Hermanos Cristianos de Riobamba y luego al Colegio San

Felipe Neri de esa localidad. En ambos establecimientos conquistó los primeros premios y el 6

de Agosto de 1896, de solo quince años, truncó el bachillerato para ingresar a la Compañía de

Jesús y empezó el Noviciado bajo la dirección del padre Manuel Gárate, de nacionalidad

española.

El 15 de Agosto de 1899 pronunció los primeros Votos y pasó al Colegio Máximo de Pifo donde

se aplicó al estudio de la Literatura, la Filosofía y las Ciencias Naturales durante siete años.

Enseguida fue trasladado al Colegio que los Jesuitas mantenían en Pasto y allí se entregó a la

tarea de formar a la juventud, descollando en la predicación, escribiendo por la prensa y

componiendo algunos opúsculos que luego dio a la imprenta.

En 1909 fue enviado a Europa para

no creativo, de manera que sus obras carecían del vuelo que proporciona la imaginación, y la

belleza del estilo que hacen a un libro interesante.

Ese año hizo llegar a su amigo Jacinto Jijón y Caamaño unas ochocientas palabras en idioma

Puruhá que había recogido en la provincia del Chimborazo para que éste finalizara su trabajo

sobre esa lengua ya para entonces perdida y por disposición del Arzobispo Manuel María Pólit Lazo

pasó como Rector al Seminario Menor de San Luis en Quito, se dedicó a investigar en el archivo del

Seminario y publicó “Algunos documentos para la historia del Colegio Seminario de San Luis de

Quito” en 1923 y buscó el pasado de Riobamba y su provincia y de los jesuitas en general, fruto de

lo cual fue “La antigua Provincia de Quito de la Compañía de Jesús y sus Misiones entre infieles

1566 – 1767” con un resumen sincrónico de su historia, impreso en Madrid en 1924. Una segunda

edición salió en Guayaquil el 40. Lamentablemente este tipo de obras aparecen en ediciones

mezquinas y no son populares, de suerte que no influyen en la idiosincrasia de los lectores y la

crítica del país.

En 1928 regresó de Rector al San Felipe Neri, recomenzó su tarea de maestro de segunda

enseñanza y para robustecer la posición de la iglesia en el Ecuador sentando las bases de una

activa militancia a través del apostolado seglar, escribió “La Acción Católica. Naturaleza. Fines,

requisitos, indicaciones prácticas a los señores sacerdotes”, impreso en 1929, que tuvo amplia

difusión y coincidió con una política agresiva del conservadorísimo en el país.

También se aplicó a la difusión de los estudios de Humanidades Clásicas, escribió y publicó los

siguientes textos: “Eloquentiae breviora elementa” en 1930, “Exercitationes rethoricae de

eloquentia et poesi”, ambos en latín, así como “Elementos de Retórica Sagrada”, “Guía de la

Conversación latina,” “Análisis literario, teoría y práctica” el 33 y “Antología latina para uso de

los alumnos de los primeros cursos de Humanidades Clásicas” el 34.

El 35 conmemoró el Centenario del nacimiento del jesuita Manuel José Proaño, célebre por su oratoria sagrada, haber

gestionado la consagración de la República de Ecuador al Corazón de Jesús y la erección de la Basílica del Voto Nacional en Quito, con “La Consagración de la República del Ecuador al Sagrado Corazón deJesús, rasgos históricos” y “Notas bio –

bibliográficas acerca del Rev. Padre Manuel José Proaño, S. J.” en 211 páginas con pasajes selectos de sus escritos, y se

encontraba preparando el Centenario de la fundación del colegio San Felipe cuando Pío XI le sorprendió con la designación

de Vicario Apostólico de la Diócesis de Manabí, a la que se trasladó de inmediato, visitó hasta en sus más recónditos

parajes y fundó en Portoviejo el Seminario Menor de Cristo Rey; sin embargo, a los pocos meses, en Diciembre de ese año

37 fue elevado a la sede Episcopal de Guayaquil, se consagró el 6 de Febrero del 38 y tomó posesión el 19 de Marzo

siguiente.

Ese año se cumplía el Centenario de la creación del Obispado y Heredia comprendió que su designación venía a llenar un

vacío producido trece años atrás a consecuencia de la muerte del anterior Obispo Monseñor Andrés Machado, por ello se

requería de una acción rápida y efectiva que empezó con la celebración de triduos y misiones, el establecimiento de la

Acción Católica, la inauguración del IV Sínodo Diocesano, las Jornadas Eucarísticas y la Semana Catequística, así como la

introducción del culto a la Virgen del Parpadeo, entonces conocida como La Dolorosa y posteriormente como La Dolorosa

del Colegio (San Gabriel) imagen reputada muy milagrosa por la Compañía de Jesús en Quito.

En el desempeño de sus funciones tuvo algunas contradicciones pues la situación económica de la Curia de Guayaquil era

misérrima y se carecía de vocaciones, al punto que la casi totalidad de sus sacerdotes eran de la sierra o extranjeros.

Además existía un fuerte sentimiento anticatólico, producto de la intransigencia clerical originada en la dictadura

garciana, que había trastocado la visión de los católicos porteños, haciéndoles reacios a asistir al culto y considerando que

no era de liberales oír misas ni arrodillarse en los templos y peor aún frecuentar los sacramentos. Por ello, el nuevo

Obispo tuvo que mantener una ardua lucha en varios frentes. Con las damas logró fundar la “Sociedad Apostólica de

Señoras”. En Julio del 41 formó parte de la Junta Patriótica Estructurada en Guayaquil a consecuencia de la invasión

peruana y declaró la ciudad abierta para evitar su bombardeo e incendio por parte de la aviación enemiga, que cubría los

cielos porteños a diario, lanzando hojas volantes para intimidar a la población civil.

Poco después quiso construir un Seminario Conciliar y hasta consiguió el apoyo del Dr. José María Ala – Vedra y Tama, pero

un chileno los estafó con una supuesta importación de hierro, se hizo entregar el dinero y no apareció más. Los cimientos

de esa construcción se apreciaron por cerca de treinta años en el sitio que hoy ocupa la capilla de la Universidad Católica,

mudos testigos de los afanes de un Obispo emprendedor y entusiasta.

Con mi suegro el Dr. Rodrigo Puig Mir y Bonín estuvo a punto de implantar los Sindicatos Verticales ideados por el

falangismo español para sojuzgar a los obreros, pero la situación política del Ecuador hizo fracasar ese empeño.

En lo económico era tan caritativo y generoso que daba todo en limosnas a pesar que el Obispado no tenía más renta fija

que una exigua mensualidad de ciento cincuenta sucres proporcionada por el Coro Catedralicio y esto no siempre ocurría,

por eso vivía endeudado. La economía no era su fuerte como quedó demostrado cuando Clementina Roca Marcos de Peña

le dejó su cofre de joyas para caridades y Heredia cometió el error de visitar a un conocido banquero guayaquileño que lo

tasó en sólo ciento veinte mil sucres cuando valía dos millones y fue tan candoroso que se lo entregó por tan exigua

cantidad. Todavía se recuerda que dentro de dicho cofre iba incluido un famoso rosario compuesto de pepas formadas de

rubíes rojos de los llamados sangre de pichón, joya inestimable por su rareza y que ningún joyero de Guayaquil se había

atrevido a tasar pues había sido adquirido a finales del siglo XIX en Europa por el filántropo Ignacio Peña León para su

primera esposa Dolores Irazabal y Vivero y como no tuvieron hijos, el cofre pasó en calidad de obsequio de bodas a la

segunda esposa, con quien tampoco tuvo descendencia y así por el estilo el cándido pero erudito Obispo Heredia tuvo

varios fracasos como administrador, de donde se originó la mala reputación que le vino en este sentido.

El 45 obtuvo de la Asamblea Nacional el decreto de creación de la Junta de Construcción de la Catedral a base del cobro

de un impuesto del dos por mil sobre los capitales declarados en giro y se pudo continuar con dicha obra, diseñada y

comenzada por los ingenieros de la Compañía Italiana de Construcciones en 1922 y paralizada en varias ocasiones por falta

de fondos, que luego de obtenido el impuesto terminó el Ingeniero Juan

Orús Madinyá.

El 46 celebró sus Bodas de Oro sacerdotales y recibió sentidos homenajes. De allí en adelante comenzó a declinar su salud

pero tan lentamente que ni siquiera lo notó al principio.

En 1948 dividió la Diócesis para su mejor gobierno, solicitó la creación de las Prelaturas Apostólicas de Los Ríos y El Oro. El

50 pidió un Obispo Auxiliar pues se sentía muy cansado y la Sede Apostólica le designó a Monseñor Silvio Luís Haro y aún así

tuvo fuerzas para celebrar el 51 el V Sínodo Diocesano. Un cáncer lento al estómago le venía provocando diversas

molestias, al punto que se le practicó una operación quirúrgica en Guayaquil y luego viajó a New York donde le volvieron a

abrir. Aparentemente mejorado regresó al puerto.

El 54 se vio envuelto en varios episodios conflictivos con sacerdotes rebeldes por causa de ciertas canonjías originadas en

el reparto del dinero de las misas celebradas en la capilla del Sagrario adyacente a la iglesia Catedral, que superó a base

de paciencia, ecuanimidad y tacto. A unos alejó de la ciudad. Al cabecilla monseñor Antonio Bermeo Basantes envió a El

Pasaje y a otros observó paternalmente sus conductas y en privado y pudo reorganizar el Cabildo Catedralicio, pero a poco

le volvieron los dolores y era tan difícil su situación económica que se internó en una Sala General del Hospital, a la vista

de todos.

Los Médicos colocaron una mampara al ilustre enfermo y luego le cambiaron a una sala individual. Estaba lúcido, calmado

y mandó llamar a un Escribano para que redactara su testamento. Dos de sus mejores amigos, mi padre Rodolfo Pérez

Concha y José de Venegas Ramos, fueron los testigos del acto que revistió gran solemnidad. El moribundo solo poesía una

valiosa cruz pectoral de oro, propiedad de la Compañía de Jesús, que mandó se devolviera a sus dueños en Riobamba. El

31 de Julio entró en agonía y falleció a la una y cuarto del 1 de Agosto de 1954, en el silencio profundo de la madrugada

que recién comenzaba, acompañado únicamente de los monseñores Ignacio José de las Heras y Rogelio Beauger, sus amigos recientemente designados Canónigos.

El sepelio fue pomposo. Está enterrado en la Catedral de Guayaquil, cuya construcción impulsó con aliento y fe realmente

admirables. MI Seminario, como él lo llamaba, fue construido por su sucesor.

Más bien alto, erguido, atlético, robusto, grueso mas no obeso en sus años finales. Su tez trigueña, su pelo cano, los ojos

negros, miopes y muy inquisitivos aunque no grandes por andinos. Todo él parsimonioso y de palabra severa y admonitiva,

fue un hombre importante en su tiempo sin tener los matices de genialidad que ostentó Manuel María Pólit, pero siguió sus

directrices y aunque no profundizó en los vericuetos de la profunda erudición histórica, investigó el pasado de su provincia

dentro de la línea trazada por el Dean Juan Félix Proaño, de quien también recibió una inicial influencia.

En Guayaquil fue querido pero no amado ni gozó jamás de la popularidad notoria que después recibiría su sucesor

Monseñor César Antonio Mosquera Corral, pues el carácter de Heredia era más bien intelectualizado y sus reacciones

secundarias no se prestaban a los improntus que agradan tanto al populacho.