GUAYAQUIL : Los objetos voladores

SUCEDIO EN GUAYAQUIL
LOS OBJETOS VOLADORES

Fuerzas en extraña liberación

Cuando cursaba los primeros años en la Universidad de Guayaquil y era joven de no más de 23, mi curiosidad me llevaba a investigar todos los casos que por alguna razón se declaraban misteriosos en el Hospital Psiquiátrico “Lorenzo Ponce” de Guayaquil. Mi profesor de Medicina Legal era un abogado muy conocedor de la psiquiatría, quien no creía en la existencia de las fuerzas del más allá sino como meras expresiones del poder de la mente y exhibía la teoría de que en algunos casos y por razones aún no conocidas, el cerebro humano puede liberar poderes increíbles. Bien que mi maestro había tenido la oportunidad de comprobarlo, según nos repetía en clase, en múltiples ocasiones. 

Una mañana, sabedor él que yo gustaba tratar estos fenómenos, me llamó muy en confianza después de haber finalizado la explicación de la clase del día, para informarme que en el Hospital estaba una joven de no más de quince años, llevada por sus padres para ver qué se podía hacer por ella, puesto que en forma inconciente destruía los muebles de su casa lanzandolos contra las paredes, únicamente auxiliada de un tremendo e incontrolado poder mental. 

A tal punto había llegado la peligrosidad de la joven que en varias ocasiones los objetos habían ido a chocar contra su familia, produciendo las lesiones que son fáciles de adivinar. 

Estuve tentado a rechazar el caso que tan generosamente me ofrecía mi maestro porque no era mi especialidad tratar a mujeres histéricas, pero decidido a complacerlo y más por compromiso fui a la consulta externa y empecé a dialogar con los padres y luego con ella. ¿Cómo te llamas? Griselda – Edad: 15 años. Ocupación: Estudiante del primer curso del Colegio Nacional Rita Lecumberry – Salud: Buena – ¿Tienes problemas en tu casa? Ya le habrán contado – ¿Qué sientes cuando te enfadas? Siento que me sube un calor a la cabeza y entonces pierdo el control y me pongo roja. ¿Deseas causar daño a tus familiares? Si, a veces, pero no daños graves  – ¿Quieres curarte? Si quiero…  

Bueno, le dije, vamos a ver cómo te normalizas para que no se repitan los desagradables incidentes que han producido tanto daño en tu hogar. Tienes que poner de tu parte para que tus padres te respeten y tu los vuelvas a querer, vamos a tratar el problema con ellos… y así comenzó una terapia que demoró casi tres meses, hasta el momento en que todos los miembros de esa familia aprendieron a vivir en santa paz, respetándose unos a otros. El padre había sido un  alcohólico, pero desde que comenzaron los misteriosos sucesos se había asustado tanto que no había vuelto a beber y en consecuencia se comunicaba más con sus tres hijos, dos varones mayorcitos que Elena (1) y su esposa, una sana mujer de no más de cuarenta años, pero dada a las exageraciones de carácter y al mal trato a Elena, con quien parece que tenía punto tocado, pues a ella echaba la culpa de su fracaso matrimonial ya que después de ocurrido su nacimiento, por rara coincidencia, había comenzado la beodez de su esposo Euclídes. 

Ahora todos habitan en una confortable villa de cemento armado, de dos pisos de alto, ubicada en La Alborada, etapa III, donde son felices. Los dos hermanos mayores de Elena están casados y acaban de terminar sus carreras universitarias, gozan de buenos empleos y viven también en La Alborada y muy cerca de la casa paterna, en villas adquiridas a plazo. Tienen sus esposas y están comenzando sus familias. 

Elena es una agenciosa señorita que trabaja para una institución bancaria, a veces sale con chicos de su edad porque es más bien recogida sobre si misma, quizá en memoria de los sucesos que produjo en su adolescencia. Es hermosa, inteligente y muy instruida y no faltará quien quiera casarse con ella en el futuro. Euclides y su esposa son felices, él no ha vuelto a beber y está por jubilarse en una empresa embotelladora de colas, donde cumplirá próximamente treinta años de trabajo. Esta ha sido una historia con final feliz, pero veamos cómo era la situación en sus peores etapas. 
Vivían en el Barrio Orellana y una mañana Elena no quiso ir al Colegio porque se sentía enferma con fiebre, entonces su madre la obligó a vestirse. Al salir al comedor Elena había pensado en tomar desquite contra alguien y dar rienda suelta a su mal carácter, allí fue cuando se produjo el primer lanzamiento, pues las tazas y platos de la mesa del comedor empezaron a moverse lentamente, luego caían al suelo haciéndose añicos; sin embargo nadie estaba cerca de ellas ni las hubiera podido mover. 

Este primer suceso fue explicado de distintas maneras. Por la tarde volvió a repetirse con los platos hondos y tendidos y por la noche la familia tuvo que encerrarse en un dormitorio porque hasta la mesa del comedor danzaba sin razón alguna. Vinieron los vecinos pero no podían entrar porque una escoba les daba en la cabeza cada vez que lo intentaban. El suceso se hizo público en el barrio y un sacerdote del lugar, que había estudiado muchos casos parecidos, se dio cuenta de la causa y lejos de fantasear con demonios y fantasmas, aconsejó a los padres que sometieran a Elena a un tratamiento en el Hospital Psiquiátrico y así fue como todo comenzó conmigo. 
Ojalá sirva este recuento para abrir los ojos a otros padres con problemas parecidos, hoy fáciles de remediar con terapias adecuadas y antaño tratados como casos de posesión satánica o brujería.
NOTA: 1.- Elena como los demás nombres utilizados en este caso, son supuestos.