GUAYAQUIL : Las penaciones del viejo cementerio

SUCEDIÓ EN GUAYAQUIL
LAS PENACIONES DEL VIEJO CEMENTERIO

Cuando el Colegio de los Hermanos Cristianos se construyó atrás de la Catedral a principios de este siglo, muchas personas opinaron que no era un buen sitio pues en las noches secas, cuando no había humedad en el ambiente ni soplaba viento, se veía salir del suelo unas candelitas azules que aparecían momentáneamente, dando la impresión de que estuvieran bai1ando al son de una misteriosa y muda musiquilla que nadie podía escuchar. 

Sinembargo los Hermanitos Cristianos nunca se quejaron de nada anormal en su plantel. El Director estaba muy contento, tenían una amplia casona de madera y un gran patio con árboles frutales donde crecían palmas de cocos, mangos y opacos tamarindos, solo que el cocinero comentaba que no lo dejaban dormir los espíritus pues le hablaban al oído cosas ininteligibles. 

En otra ocasión fue el portero. “Quiero reportar algo especial”, dijo al Director. Ayer me tocaron la puerta tres veces y en ninguna de esas ocasiones encontré a alguien llamando. “¿No serán acaso los espíritus? 

El conserje que barría los corredores, aseaba las aulas y hasta cuidaba el jardín opinó que si debían ser los espíritus, pues a él le hicieron bailar una escoba en sus propias narices sin que nadie la estuviera usando. Que en otra ocasión vio venir desde el fondo de un corredor a una sombra blanca, bulto más que sombra, que no caminaba pues parecía deslizarse sobre las tablas, pero el bulto o la sombra había desaparecido tan misteriosamente al llegar a la mitad que no tuvo tiempo de ver si tenía rostro, era  una calavera o una simple ilusión óptica.

No se sabe como estos cuentones se esparcieron entre el alumnado. Cuando estuve de alumno me los contaron, pero nadie les hacía caso, bien es verdad que a eso de las cinco de la tarde nos aflojaban a nuestras casas estando aún el sol en todo su poder y bien alumbradas las aulas y nadie se había tomado la molestia de regresar por la noche para saber si las consejas eran ciertas o falsas. 

Años después, por el 47, se terminó la construcción del nuevo edificio en Baquerizo Moreno y Mendiburo y la muchachada fue cambiada de casa. El Viejo edificio de Boyacá amenazaba ruina y pronto fue demolido. No quedó en su lugar más que una vieja cerca de madera que el tiempo fue haciendo astillas y un día después de un fuerte aguacero se cayó al suelo y la Municipalidad la destruyó. Los viejos árboles faltos de cuidado y cubiertos del polvo de la calle se fueron destartalando. Los tamarindos dejaron de producir, los mangos viejos no cargaban y hasta las otrora esbeltas palmas se atacaron de gusanos y así estaban las cosas cuando comenzó a pensarse en la construcción de un edificio rentero para la Curia que tomó cartas en el asunto y en tiempos de Monseñor Mosquera se levantó un edificio rentero de cemento armado, que Monseñor Echeverría con mayor olfato comercial transformó en Hotel de no sé cuántas estrellas, digno del progreso de nuestra urbe. 

Mas, lo raro del caso, es que cuando se inició la excavación de sus bases, algunos obreros se espantaban al encontrar huesos por aquí y por allá, canillas de muerto, calaveras rotas, dientes y molares sueltos y en fin era como si se revolviera un antiguo y viejo cementerio. El de Ciudanueva, opinaron sesudos historiadores que bien sabían que ese Camposanto sirvió para última morada a muchos de nuestros antepasados por los siglos XVII al XVIII, pues que el nuevo cementerio, que hoy conocemos como General recién se comenzó a dibujar en 1.804 por mano de Antonio Icaza Silva.Así fue como irrespetuosamente, pero sin quererlo, los guayaquileños del siglo XX dispersaron los huesos de sus lejanos antepasados, arrasando el Cementerio donde descansaban sin temor al tiempo, durmiendo el sueño eterno de la bienaventuranza.