GUAYAQUIL : Las sombras de la buhardilla

SUCEDIO EN GUAYAQUIL
LAS SOMBRAS DE LA BUHARDILLA

De muchacho oía a una vieja empleada la siguiente historia, que por verídica me la contaron y así la referiré. Existía en Guayaquil hasta bien entrado el presente siglo una casona de madera de dos pisos altos y buhardilla, ubicada en la esquina de Chile y Clemente Ballén, donde vivían sus propietarios de apellido Vergara. En el segundo piso moraba la abuelita, señora de mucha edad y prudencia, que tenía por empleada doméstica a una “chola alzada” de Daule, descreída y lenguaraz, boca sucia y hasta impía, a quien soportaba con santa paciencia la buena mujer, por haberla criado desde los dieciocho años de edad. La tal dauleña, pata amarilla por cierto, hacía de su vida un continuo desorden, pues dormía hasta la hora que le venía en gana, luego dizque limpiaba y aseaba, almorzando con su patrona consentidora y de tarde se iba de picos pardos con quien le venía en gana, regresando a eso de las seis o siete a comer y a dormir. Esto último lo hacía en la buhardilla, donde tenía su dormitorio y retrete. 

Una de esas tardes la señora que cocinaba le reconvino de buenas maneras diciéndole que una vida tan agitada era como un desperdicio, pues no le hacía bien a ella ni a nadie, pero la Maritornes de nuestro cuento lejos de apocarse con la repucheta, comenzó a gritar que ella no temía ni a Dios ni al Diablo y que hasta era muy hembra para los muertos y dicho y hecho comenzó a subir a la buhardilla con el propósito de irse a dormir, cuando eh aquí que no había doblado la vuelta de la escalera que empezó a sentir un cosquilleo especial que le recorría todo el cuerpo, pero valiente como era siguió adelante, abrió la puerta y entonces penetró en la oscuridad y encendió un foco, pero no se le prendió y por el contrario se sintió cercada por unas sombras que revoloteaban hacia ella y la envolvían, eran cmno mantos de finísima seda transparente que no le hacia daño pero la cercaban.

Nuestra dauleña comenzó a dar manotazos, pero las sombras no existían mas que en su imaginación, pues sus brazos las atravesaban sin dificultad. Sin embargo las sombras seguían danzando y apretándola a punto que comenzaron a asfixiarla y era como si unas risas surgieran de la noche, como si algo pesara malignamente sobre ella, como si el enemigo malo, el mismísimo demonio la estuviera estrujando. Así es que nuestra dauleña no aguantando más tal fenómeno inexplicable, salió gritando hacia la puerta y la encontró misteriosamente cerrada y nuevamente las sombras y las risas y así por varios segundos. 

Mientras tanto la cocinera había escuchado sus gritos y carreras y pensando lo peor se había abalanzado a la puerta para abrirla, consiguiéndolo con grandes esfuerzos, sólo para encontrarla en el suelo, con los ojos casi salidos de sus órbitas, como implorando piedad. 

Dos días después y luego de muchos trajines y medicamentos la pobre chica pudo recobrarse y entonces soltó el llanto; llanto de arrepentimiento, dirán ustedes pues no,  señores, que aunque ya no quiso subir más a la buhardilla continuó su vida de desajustes y terminó viviendo con un policía, ignorándose cual habrá sido su suerte pues hasta allí llegaron las noticias de ellas.